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Antonio Agustín y Albanell

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Biografía

Agustín y Albanell, Antonio. Zaragoza, 26.II.1517 – Tarragona, 31.V.1586. Jurista, teólogo, literato, eclesiástico, diplomático, erudito, humanista y bibliófilo.

Nacido en Zaragoza, en la casa llamada hoy de los condes de Fuenclara, el 26 de febrero de 1517, hijo de Antonio Agustín, originario de Fraga, descendiente de una familia de juristas y jurista a su vez, vicecanciller del reino de Aragón, y de Aldonza Albanell, de notable familia de ciudadanos honrados barcelonesa, ya que era hija de Jerónimo Albanell, regente del Consejo de Aragón, en la cual destacan ya sus propios hermanos Galcerán, alguacil mayor de Barcelona, Gerau, obispo de Bosa en Cerdeña, además de canonigos como los dos Galcerán Albanell, el primero de los cuales puede quizás justificar en parte la temprana vocación erudita de Antonio Agustín. La posible prosperidad de la familia se verá truncada en parte por los problemas del vicecanciller Antonio Agustín, muerto ya en 1523, y en parte por el número de cinco varones y dos mujeres que la formaban. La formación de Antoni Agustín hijo se realizará primero en Zaragoza, donde fue alumno de Gramática de Juan Quadra, que había sido colegial de San Clemente de los Españoles de Bolonia, y sucesivamente en las universidades de Alcalá de Henares y Salamanca, donde permanecerá casi siete años y se doctorará en Derecho Civil, muy joven, a los diecisiete años. Finalmente se dirigirá a Bolonia, universidad a la que llegó en 1535, y donde fue colegial de San Clemente en 1539.

Doctor en ambos derechos en 1541, todavía alcanzó a ser discípulo de Andrea Alciato y de Faseolo, trasladándose después a Padua para estudiar Griego, y poniendo punto final a su período de formación en Venecia. El matrimonio en 1540 de Isabel Agustín, hermana de Antonio, con el duque de Cardona, en segundas nupcias de ambos, cambia las expectativas de la familia Agustín. Se trata de un entroncamiento con la familia más noble y poderosa de Cataluña y el duque Fernando no tiene descendencia masculina.

Isabel Agustín, viuda a su vez de Cristóbal de Icard, que fue baile general de Cataluña, dio al duque, muerto pocos años después, dos hijas pero no descendencia masculina, con lo que en cierta manera se frustraron las esperanzas que los Agustín habían puesto en este matrimonio para su ascensión social. De este aprecio es buena muestra el epitalamio que compone el proprio Antonio para celebrar estas nupcias y el hecho de que en la correspondencia familiar se hablará siempre de la “duquesa”. El estudio de las Pandectas, base de toda la tradición jurídica medieval, llevará a continuación al joven estudioso a Florencia, donde se halla el manuscrito más antiguo, el códice mediceo, y con su estudio se cimentará una fama de jurista erudito y minucioso que ya no le abandonará. La publicación de los resultados se hará en 1543 en un volumen que lleva por título Emendationum et opinionum libri IV. En 1543 también se produce el fallecimiento del duque de Cardona y se iniciará un largo pleito para defender los derechos de las dos hijas habidas del matrimonio con Isabel Agustín, pleito que marcará y pesará con sus vicisitudes en una buena parte de la carrera de Antonio Agustín. En 1544 Agustín está ya en Roma. Inicia su carrera eclesiástica como auditor de la Sacra Rota Romana. En 1552 solicitará sin resultado al cardenal Granvela, amigo suyo, el puesto de vicecanciller de Aragón que había ostentado ya su padre; en esta petición será apoyado por el cardenal Francisco de Mendoza y Bobadilla. El papa Julio III le nombrará nuncio en Inglaterra, 1554-1555, a raíz de la situación de cambio producida por el matrimonio de María Tudor con el príncipe Felipe, el futuro Felipe II. Fue a continuación nombrado obispo de Alife (Alifano), en 1557, y ordenado sacerdote el 18 de diciembre del mismo año como requisito indispensable para ser a continuación consagrado como obispo, puesto para el que había sido preconizado tres días antes. En 1558 se halla en Viena, mandado por el Papa como legado ante la Corte del nuevo emperador Fernando I. De allí le llamará inmediatamente Felipe II, que le dio el encargo de visitador de Sicilia, misión que ejerció durante los dos años siguientes.

Se había frustrado, en aquel momento, precisamente por intervención de la Corona española, la posible promoción a cardenal de Antonio Agustín, bajo el pontificado de Paulo IV, al preferir éste la púrpura cardenalicia para Juan Martínez Guijarro, conocido como el Silíceo, obispo a la sazón de Cartagena y que había sido preceptor de Felipe II. En 1561 fue nombrado obispo de Lérida, sede de la que tomó posesión por poderes ya que se dirigió inmediatamente a Trento, adonde llegó el 5 de octubre de 1561 y donde permaneció hasta el final del Concilio allí convocado.

En Trento se distingue como uno de los integrantes españoles más activos, y como representante, en cierto modo, de la Corona española y de sus intereses.

Terminado el Concilio se dirigió a su diócesis de Lérida, en 1564, donde permaneció, desarrollando una febril actividad organizativa y cultural paralela a la pastoral durante trece años. Nombrado en 1577 arzobispo de Tarragona, entrará en su nueva sede el 10 de marzo de ese mismo año y permanecerá en ella hasta su muerte, ocurrida el 31 de mayo de 1586, a los sesenta y nueve años de edad. Allí de nuevo su actividad fue incesante y tampoco, como sucedió también en el caso de Lérida, le faltaron enfrentamientos y problemas con el Capítulo. Las sedes de Lérida y después la de Tarragona le proporcionaron los recursos necesarios para dar curso a sus aficiones. A pesar de sus múltiples lamentaciones Antonio Agustín obtuvo siempre los recursos necesarios para las empresas científicas y personales que se planteó. Ya como auditor de la Rota, había acumulado los arcedianatos de Huesca y de Jaca, 200 ducados de pensión sobre el priorato de Roda y la vicaría de Tamarite de Litera, unas rentas que aunque no son ni mucho menos las rentas de Lérida y después de Tarragona, distan mucho de ser escasas, aunque no son comparables a las de los magnates itálicos a los que en cierta medida Antonio Agustín aspiraba a emular.

Antonio Agustín es sin lugar a dudas uno de los personajes de mayor resonancia internacional del siglo XVI hispánico en una doble vertiente: la cultural, en la que aparece como una figura capital, como jurista e historiador, en el ambiente cultural hispano y en especial en el importantísimo romano y en el político- religioso como diplomático y como prelado, al servicio de la Santa Sede y del rey de España. Hombre esencialmente de su tiempo por formación e intereses, alcanza una celebridad merecida en su propio momento, muy superior al lugar, ya de por sí notable, que le ha reservado la historia. Escritor y erudito infatigable, ha dejado una obra crecidísima que es complementada por una amplia correspondencia que no cesa de aumentar con nuevos descubrimientos.

Los últimos tiempos no han sido avaros con los estudios sobre Antonio Agustín, que se va perfilando como uno de los referentes de la cultura europea de su momento. Su obra, considerada indispensable para la historia de la cultura española desde el siglo XVIII, fue empezada a recoger, a petición de numerosos eruditos europeos, por Gregorio Mayans y Siscar, que compuso también una cuidada biografía del personaje publicada en 1734. La edición de las obras completas sin embargo vio la luz en Luca de manos del impresor Giuseppe Rocchi en 8 volúmenes infolio entre 1765 y 1774, recogiendo también, en versión latina contenida en el volumen segundo del año 1766, la biografía escrita por Mayans. A excepción de una parte importante de su correspondencia, muy dispersa, falta todavía una edición moderna de sus obras, aunque los Diálogos de Medallas fueron objeto de numerosas ediciones en su época y en el momento actual se dispone de algunas ediciones publicadas en facsímil.

Su obra, de gran espíritu crítico y modernidad para su época, se basaba en la observación directa de las fuentes manuscritas, epigráficas, numismáticas o arqueológicas.

Todo ello se reforzaba por un gran conocimiento de la bibliografía existente, siempre al tanto de las novedades gracias a su enorme correspondencia y la calidad extraordinaria de sus amigos, colaboradores y corresponsales. La necesidad misma de mantenerse al día y una indudable tendencia bibliófila le llevó a formar una ingente, para su tiempo, biblioteca griega y latina en que se entremezclan manuscritos o impresos, los autores clásicos con los juristas y con una buena cantidad tambien de libros en lenguas modernas. La historia de esta biblioteca, como es también el caso de su correspondencia, está recibiendo abundantes aportaciones para su conocimiento en el momento actual. Tuvo también Antonio Agustín una preocupación importante por la difusión de la cultura fuera ésta la publicación de sus propias obras, la de proporcionar a sus sucesivas diócesis textos fundamentales para su buen gobierno o para dar a conocer obras que consideraba meritorias.

Así fundó en Lérida durante su pontificado una imprenta, encargada a Pedro de Robles y Juan de Villanueva, y, con motivo de su traslado a Tarragona, llamó a esta ciudad a Felipe Mey desde Valencia para disponer de nuevo de su propia imprenta, que instaló además cerca de él, cediéndole una parte de su propio palacio. El Estudi General de Lérida debe también a la actuación de Agustín una sustancial revitalización, en línea con su capacidad de organización e inclinaciones científicas.

La biblioteca, cuyo inventario parcial a cargo de Martín López Vaylo, colaborador de Agustín, e impreso por Mey se publicó a su muerte en Tarragona el año 1586, se dispersó de manera irreparable. Una parte pasó a Roma, para ayudar a una nueva edición de la Biblia, y fue el propio Vaylo quien en agosto del 1587 la entregó al papa Sixto V. Otra por mandato del rey Felipe II, a través de Juan de Zúñiga, conde de Miranda del Castañar, a la sazón lloctinent general de Cataluña, pasó a El Escorial, y aparecen ya en el catálogo de 1581. Una parte, mayor seguramente que la de los libros catalogados, sin duda, se perdió, no sólo en el incendio del monasterio escurialense, sino también antes de su llegada al mismo; se sabe que el duque de Villahermosa, Mayans y Siscar, el monasterio de Santes Creus, el cardenal Cesare Baronio o Francisco Pérez Bayer poseían volúmenes de la biblioteca de Antonio Agustín. Merecería sin duda esta colección un catálogo sistemático, que los estudios hasta ahora realizados permiten vislumbrar. El catálogo de Vaylo recoge 1.808 entradas de las cuales 272 corresponden a manuscritos griegos, 561 a latinos y 975 a obras impresas. Los libros patrísticos y hagiográficos ascienden a 200, y los jurídicos, sean civiles o canónicos, a más de 250. La voluntad respecto a sus libros por parte del arzobispo de Tarragona nos es desconocida, aunque no le faltaron advertencias para que no fueran a parar a aquel gran piélago que constituía en opinión de sus críticos la gran biblioteca escurialense, en aquel momento en rápido crecimiento. La generosidad con sus libros de Antonio Agustín para con sus amigos es notoria, e incluso en 1561 había regalado al Colegio Albornociano de San Clemente de Bolonia un conjunto de 160 volúmenes, para enriquecer su biblioteca. No regateó para ello esfuerzos económicos el sabio obispo, que usó para obtener sus manuscritos griegos el trabajo de copistas famosos o de comerciantes como Turranius (Nicolás de la Torre), Manuel Glynzunios, Andreas Darmarios, protagonista de algunos pintorescos sucesos en que se vio envuelto el nombre de Antonio Agustín, y quizá también Antonios Eparchos, un copista griego de Corfú establecido en Valencia. Fue también cliente asiduo del humanista Francesco Patrizi en el período en que éste actuó como librero en Barcelona.

Su afición coleccionista le llevó a formar una conspicua colección de monedas, en especial durante su largo período italiano, de la que existe un catálogo y que parece haberse unido al monetario del monasterio de El Escorial, aunque se perdió posteriormente.

Su correspondencia discurre muy frecuentemente sobre temas numismáticos y su contribución a la taxonomía de esta ciencia ha sido repetidamente reconocida en tiempos muy recientes.

De igual modo, como hombre culto de su tiempo, reunió una notable colección arqueológica que dispuso en un pequeño gabinete de antigüedades y en el jardín de su palacio arzobispal de Tarragona: el llamado, ya en su tiempo hortus del obispo. Modesta imitación de los horti romanos entre los que destacaba el del cardenal Rodolfo Pio de Carpi. En este hortus había recogido una buena colección epigráfica local y algunos otros elementos, como estatuas. Quedan pocos elementos en el palacio y fuera de él, en la actualidad, pero se conoce perfectamente su contenido a través de relaciones manuscritas contemporáneas.

Poco o nada por el momento se puede saber de piezas itálicas y en especial bronces inscritos que parecen haber estado en su poder según las referencias de eruditos de su momento. El interés de Agustín por la epigrafía es un elemento relevante de su trayectoria científica y erudita y llena páginas y páginas de sus manuscitos inéditos y de su correspondencia.

Su preocupación frente a ella es la propia de su momento: depurar la tradición ante la abundancia de falsos, especialmente literarios, que se habían infiltrado interesadamente en ella. Para ello de nuevo, como en el caso de las monedas, el erudito obispo vuelve una y otra vez a las fuentes directas y hace notoria la necesidad de una taxonomía, de una ordenación de los materiales y los conocimientos, una tarea para la cual está especialmente bien dotado por su saber y por su ponderación y agudeza. Ya se ha hecho referencia a los Diálogos de medallas, cuyo título completo es Diálogos de medallas, inscripciones y otras antigüedades, compuestos entre 1577 y 1583, aunque sólo fueron publicados póstumamente en Tarragona en el año 1587; en esta obra se muestra la capacidad que conocieron sus amigos y colaboradores y los contemporáneos que le trataron personal o epistolarmente, y son estos diálogos la muestra expresada en forma didáctica de sus preocupaciones y consejos para depurar la realidad y veracidad de la tradición.

Su visión resulta de una gran modernidad y se ocupa de las particularidades gráficas y ortográficas con un especial interés lingüístico por el latín arcaico, presente también en la denominada Miscelánea Filológica, hoy en la Biblioteca Nacional de Madrid, y en las notas de su edición del De lingua Latina de Varrón (Roma, 1557), de la obra de Verrio Flaco (Venecia, 1559) y de la edición de Festo (Venecia, 1559 y Roma, 1560). Las abreviaturas suponen un punto central de las preocupaciones de los que se interesaban por los epígrafes en su tiempo y Antonio Agustín no fue una excepción. Lejos de pretender hacer enciclopedias que abarcaran todas las antigüedades clásicas, como pretendieron otros, el ejemplo de Onofrio Panvinio es quizás el más notorio, el prelado de Tarragona se dedica a poner orden en las cosas y a fijar la atención en los detalles significativos, que le permiten certeros juicios sobre ellas y ponen coto a la credulidad que caracteriza a otros eruditos de su tiempo, que le consultan infatigablemente fiados en su fama y buen juicio. Hasta el siglo XVIII, momento en que renace de nuevo el interés por Agustín, no se conseguirá depurar la historia antigua de elementos fabulosos. Fueron vanos los esfuerzos, como el que éste había realizado, para depurarla ya en el siglo XVI; el siglo XVII hispánico se caracterizará por el desarrollo y proliferación de estas tradiciones apócrifas contra las cuales se había alzado la voz del crítico obispo y la de otros ilustres eruditos, como Juan Bautista Pérez o Juan de Mariana, y ya más tarde, en el siglo XVII, Nicolás Antonio.

Una ojeada breve a algunos sus corresponsales y amigos nos permitirá calibrar la densidad e importancia de sus relaciones personales y el papel central que juega en la cultura de su tiempo. Diego Hurtado de Mendoza, Benedetto Egio, Jacopo Strada, Benito Arias Montano, Guillaume Budé, Jean Matal, Jerónimo Osorio da Fonseca, Ottavio Pantagato, Fulvio Orsini, Onofrio Panvinio, Pirro Ligorio, Latino Latinio, los hermanos Covarrubias, Antonio Morillon, Stephanus Vinandus Pighius, Levinio Torrentio, Juan Sora, Carlo Sigonio, Hugo de Urríes, Joan Baptista de Cardona, Francisco de Torres, Gentile Delfinio, Rodrigo de Palafox, Juan Ginés de Sepúlveda, Miquel Thomàs de Taxaquet, Diego Laynez, Jerónimo Zurita, Paulo Manuzio, Miquel Mai, Pietro Vettori, Gabriele Faerno, Juan Verzosa, Juan Tilio (du Tillet), Pedro Chacón, Pere Galés, Andreas Darmarios, Pere Joan Nunyes, Juan Páez de Castro, Pirro Taro, Pedro Simón Abril, Lelio Torelli, Lluís Pons d’Icard, Jerónimo Román de la Higuera, Aquiles Estaço, Rodolfo Pio di Carpi, Antoine Perrenot cardenal Granvela (Granvelle), se relacionaron, a veces por medio de una correspondencia abundante, con Antonio Agustín a lo largo de toda su carrera.

Entre sus relaciones se puede ver que se mezclan generalmente con un denominador cultural una larga serie de personajes de todo orden, eruditos, eclesiásticos, políticos, algunos de ellos tan importantes como Perrenot, Tolomeo Galli, cardenal de Como, Pio di Carpi y Mai. Sus relaciones con los pontífices fueron constantes y en especial con Gregorio XIII, Ugo Boncompagni, amigo suyo desde el Concilio de Trento.

Las referencias, cuando se trata de una relación epistolar conservada, a la situación de su momento son muy interesantes y no faltan tampoco datos personales, comentarios y peticiones no siempre limitados al mundo erudito. Su hermano Pedro Agustín, obispo de Huesca, antes, entre 1543 y 1545, de Elna, figura también entre sus frecuentes corresponsales, y sus cartas nos muestran el interés de Agustín por los problemas y vicisitudes de su propia familia, en especial de Jerónimo y de Isabel Agustín. Hay que añadir también a su sobrino Rodrigo Zapata, puntual informador y servidor de Antoni Agustín. Colaboradores íntimos en algunos períodos fueron Andreas Schott, el célebre autor de las Hispaniae bibliotheca seu de Academiis et bibliothecis (Frankfurt, 1608), autor de un elogio fúnebre del arzobispo, que es fuente fundamental para su biografía, y Antonio Povillon; en el último período de su vida Martín López Vaylo (Martinus Baillus) fue su secretario y bibliotecario. Una amistad profunda unió a Antonio Agustín con Jean Matal (Iohannes Metellus Sequanus) al que conoció en Bolonia, amistad que se fue enfriando en razón de las actitudes de ambos en cuestiones religiosas y al progresivo mayor protagonismo en las mismas de Antonio Agustín; permaneció viva, sin embargo, la confianza y estrecha colaboración con el erudito romano Fulvio Orsini.

Las actitudes de Antonio Agustín respecto a la Reforma resultan muy contrastadas. En el momento de establecer el Índice de obras prohibidas en Trento se muestra de una gran moderación y preocupado por no incluir obras cuyo desconocimiento posterior pudiera ser especialmente dañino para la ciencia. Esta moderación, sin embargo, se combinó con una extraordinaria firmeza que lo llevó a plantear una contundente refutación de las Centurias de Magdeburgo.

Para esta misión, y de acuerdo con Roma, aceptó la oferta del Inquisidor general para presidir la denominada Comisión de Alcalá. Aunque a la postre obtuvo más resultados en Italia que entre los españoles, alcanzó por estos servicios seguramente el arzobispado de Tarragona. Cabe señalar en este punto una cierta ambigüedad de Antonio Agustín respecto a la Inquisición, a la que esquiva con habilidad y de la que a pesar de todo recibe un trato muy deferente, ya que debía resultar seguramente sospechoso en razón de sus muchos contactos y amistades de todo tipo. Una actitud semejante es percibida en Roma, donde se sospecha de su fidelidad por los múltiples servicios realizados en interés de la Corona española. Su personalidad fuerte, su prestigio y su cultura superior sin duda alguna contribuían a que fuera visto como un personaje situado por encima de las circunstancias y de los compromisos vulgares, aunque se recurría a él para las cuestiones más importantes.

Su obra científica y literaria, con vertiente ocasional incluso hacia la poesía, corrió paralela a su carrera eclesiástica y política. En 1576, año en que es nombrado arzobispo de Tarragona, aparecen sus Antiquae Collectiones Decretalium, publicadas en Lérida, como había sido impresa allí, en 1567, su contribución al Derecho justinianeo: Constitutionum Graecarum Codicis. En el año mismo de su muerte publica los De emendatione Gratiani dialogorum duo, fruto de toda una vida de estudio de la obra de Graciano, esencial para el Derecho eclesiástico especialmente. El Decreto de Graciano y su revisión había sido una de las tareas que se le habían encargado en Roma a la cabeza de los correctores que trabajaban en ellas por encargo de Pío V, hasta su publicación bajo Gregorio XIII, con quien Agustín mantuvo una importante correspondencia. La acribia del prelado de Tarragona constituyó a lo largo de toda su vida un referente seguro y una garantía de probidad científica. En Roma aparece en 1583 la primera edición de su obra, De legibus et senatus consultis liber, adiunctis legum antiquarum et senatus consultorum fragmentis cum notis Fulvii Ursini, de nuevo la mano del íntimo amigo y colaborador de Antonio Agustín se vincula a su trabajo. En 1587, en Tarragona y más tarde en 1611, en Roma salieron de las prensas sendas ediciones de su Epitome iuris pontificii veteris.

Una buena parte de su obra no vio la luz hasta mucho después de su muerte y una buena parte hasta la publicación de sus Opera omnia. Así los Diálogos de armas y linajes de España no fueron publicados hasta 1743 en Madrid, momento de la renovada atención ilustrada hacia el sabio obispo, y a partir de este momento tuvieron una gran resonancia y fueron una prueba más de la variedad de intereses de Antoni Agustín, en un campo muy propio de su tiempo, como lo era también el establecer listas de prelados, como él mismo lo hizo con los obispos de su ciudad natal, Zaragoza. Se preocupó también de encargar un episcopologio de Tarragona, que le comportó problemas con su autor, su lejano pariente Lluís Pons d’Icard, al no considerarlo satisfactorio, aunque anteriormente había hecho publicar otra obra, el Libro de Grandezas de la ciudad de Tarragona, del mismo Pons d’Icard, en la imprenta que había fundado en Lérida. La continuidad en la publicación póstuma de su obra es probada por la aparición del De romanorum gentibus, salido de su colaboración estrecha con Fulvio Orsini (Lyon, 1592), de los Fragmenta historicorum, revisados y corregidos también por Fulvio Orsini (Amberes, 1595), o bien por la edición en 1611 de su obra De quibusdam veteris canonum ecclesiaticorum collectoribus iudicium ac censura.

De su importancia en la cultura de la Roma de su tiempo, verdadero centro del mundo en aquel momento, nos da una buena muestra la consideración en que le tiene Onofrio Panvinio, que después de poner su obra bajo la protección del poderosísimo cardenal Alejandro Farnesio, dedica ya la primera carta dedicatoria de sus Fastorum libri V (Venecia, 1558; Heidelberg, 1688) a Antonio Agustín, a la sazón obispo de Alife y nuncio en Alemania, antepuesto a humanistas tan notorios como, por ejemplo, Ottavio Pantagato, Gabriele Faerno, Benedetto Egio o Gentile Delfinio.

Antoni Agustín es, para terminar, una de las figuras más polifacéticas y culturalmente reconocidas de su tiempo. Desarrolló una actividad sin par en su momento, en los más variados sectores, como jurista e historiador del Derecho, como diplomático y eclesiástico al que se le encargan misiones en momentos de crisis, como obispo coherente que trabaja denodadamente en Trento y después lucha por implantar los cánones tridentinos en sus sucesivas diócesis, como miembro de una familia extensa y con abundantes problemas, como amigo y generoso consejero y como hombre de una cultura total y completa que abarca todavía prácticamente todas las ciencias, aunque su predilección por la antigüedad es un hecho probado.

Coleccionista impenitente de antigüedades romanas, con un criterio para su momento más arqueológico que anticuario. Bibliófilo que no repara esfuerzos ni caudales para procurarse los elementos que necesita, aunque siempre orientados a su trabajo científico o a su formación personal. Alcanza un prestigio que transforma en precioso todo lo que viene de sus manos o está relacionado con él o con sus distintas colecciones.

Sus obras y su método de trabajo resultan un modelo a seguir y su perfil cultural pasa muy por encima de su importancia política, todavía no bien valorada, seguramente dividida entre el servicio del Pontífice o el de la Corona de España. Una figura empezada a recuperar en el siglo XVIII que los siglos XIX y XX no han sabido todavía situar en el lugar histórico que realmente le corresponde.

 

Obras de ~: Apuntes varios sobre inscripciones romanas y otras antiguedades, ms., 1501; I discorsi sopra le medaglie et altre anticaglie divisi in XI dialoghi, Roma, s. n., 1592; Ant. Augustini archiepiscopi tarraconensis De Emendatione Gratiani, Paris, Petri Chevalier, 1607; Iuris Pontificii veteris epitome, Roma, Aegidij Spadae, 1611; Antoni Augustini Archiep. Tarraconen [...] Iuris Pontificii Veteris Epitome, Roma, Alfonsi Ciaconi, 1613; Antoni Augustini Archiepiscopi Tarraconen [...] de Pontifice Maximo, Patriarchis & Primatibus, Archiepiscopis & Metropolitani Episcopis sive Pontificibus vel Sacerdotibus, Conciliis [...], Roma, Andream Phaeum, 1617, Diálogos de medallas, inscripciones y otras antiguedades, Madrid, J. F. Martínez Abad, 1744; Diálogos de las armas, y linages de la nobleza de España, Valencia, Librerías París-Valencia, 2005, facs.

 

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Marc Mayer Olive

 

 

 

 

 

 

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