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Gaio Julio César

Biografía

Julio César, Gaio. Caligula. Anzio (Italia), 31.VIII.12 – Roma (Italia), 24.I.41. Emperador de Roma.

Hijo de Germánico (a su vez hijo adoptivo de Tiberio, muerto antes de sucederle) y de Agrippina, era miembro de la familia Julio-Claudia por vía materna y paterna. Suetonio (De Vita Caesarum Gaius, VIII, 1-5) se hace eco de las dudas sobre su lugar de nacimiento, ubicándolo en “Antium”.

Siendo muy pequeño, se trasladó con su familia a las Galias, en donde su padre se encargaba de realizar el censo, y de ahí a la frontera del Rin, cuyas legiones se habían amotinado. Esta temprana presencia entre los soldados le valió el sobrenombre de “Caligula”, diminutivo de “caliga” (calzado militar), debido a que, como dice Suetonio (De Vita Caesarum, Gaius, IX, 1), acostumbraba a vestir como ellos. Con este nombre ha pasado a la historia.

Gaio viajó después con su familia a oriente, en donde su padre, que había sido puesto al mando de las legiones, murió el año 19. De vuelta a Roma, la familia permaneció allí, en donde el joven se crió cerca de su abuela Antonia (Antonia minor, hija de Marco Antonio). Las relaciones de su madre con el emperador Tiberio se deterioraron progresivamente, hasta el punto de que Agrippina y su hijo mayor sufrieron destierro y murieron fuera de Roma.

Gaio fue llamado por Tiberio en su retiro de Capri, permaneciendo junto a él hasta su muerte. Suetonio se hizo eco de los rumores sobre su supuesta participación en el asesinato del Emperador, aunque Tácito (Annales, LX, 50, 5) creía que fue el prefecto del pretorio, Macrón. Gaio figuraba en el testamento como heredero, junto a Tiberio Gemelo (nieto del príncipe), un niño todavía, quedando ambos como únicos herederos posibles tras las sucesivas muertes de los otros miembros varones de la dinastía. Todo esto facilitó el ascenso de Gaio al trono.

El nuevo príncipe fue aclamado por el ejército y ratificado por el Senado el 18 de marzo del año 37. Tenía sólo veinticinco años, pero contaba con los apoyos políticos y militares heredados de su padre. Su ascenso significaba el triunfo de la descendencia de Germánico, de forma que una de sus primeras iniciativas como príncipe consistió en traer a Roma las cenizas de su madre y hermano, muertos en el exilio.

Éste fue el principio de una serie de actos de homenaje a su familia directa, entre los que destacaban los juegos en honor de Agrippina y, sobre todo, las acuñaciones monetales con la imagen imperial en el anverso y su padre, madre o hermanas (Agrippina, Livilla y Drusilla) en el reverso. Declaró públicamente la destrucción de las causas judiciales que habían sido abiertas contra ellos, aunque esto resultó falso, ya que las utilizó posteriormente, cuando las relaciones familiares se rompieron.

En octubre del 37, sufrió una grave enfermedad, cuya naturaleza no está del todo clara, pero a la que en ocasiones se ha atribuido el cambio de comportamiento posterior, cruel y extravagante. Desde entonces, se acentuaron el conflicto político y la represión, que no desaparecieron ya hasta el final del corto reinado.

En 38 ordenó el suicidio de Tiberio Gemelo (nieto de Tiberio), a quien había adoptado como hijo por conveniencia política, así como el de su propio suegro M. Junio Silano y del prefecto del Pretorio con su familia. Ese mismo año, murió su hermana Drusilla, con quien se le ha atribuido una relación incestuosa y a cuyo recuerdo se dedicaron unas honras fúnebres desmesuradas, que incluían la divinización y que se extendieron por todo el Imperio.

La relación del príncipe con el Senado fue muy mala desde el principio, llegando muy pronto a una situación de crisis institucional permanente. Suetonio se hizo eco de un discurso imperial en el que se acusaba a los senadores de ser “clientes de Sejano”, aquel prefecto del pretorio tiberiano que había perseguido ferozmente a la familia de quien ahora ocupaba el trono. La situación llegó a un punto culminante cuando los dos cónsules fueron destituidos, provocando una situación sin precedentes desde la instauración del Principado, aunque Dión Cassio dice que el vacío sólo duró tres días. En cualquier caso, la propia titulatura de Gaio indicaba su política de imposición del poder del príncipe sobre la asamblea de senadores, al menos desde el año 39, con el desempeño del consulado (la más alta magistratura senatorial) por él mismo de forma continuada hasta su muerte.

La oposición política se tradujo en represión. A lo largo del año 39 se produjeron las muertes de algunos importantes personajes, entre los que se incluía Emilio Lépido, cuñado de Gaio. Suetonio (De Vita Caesarum, Claudius, IX, 1) le atribuía una conspiración contra el príncipe, en colaboración con Getulico, un pariente de Sejano que ahora estaba destinado en Germania. Las propias hermanas del príncipe se vieron salpicadas por la acusación y sufrieron destierro.

Gaio pasó ese invierno de los años 39 a 40 fuera de Roma, en territorios que conocía desde su niñez.

Primero estuvo en el Rin (otoño del 39), en donde se ocupó de garantizar la estabilidad y fidelidad de las legiones y de sustituir al conspirador Getulico, aunque las fuentes le niegan cualquier victoria real. Los primeros meses del 40 los pasó en Galia (en Lugdunum, hoy Lyon), desde donde preparó una expedición militar contra Britania cuyo verdadero alcance no está claro. La interpretación actual acerca de este episodio está dividida entre quienes lo limitan a una simulación y los que aceptan que se preparó y ejecutó una campaña contra los Britanos que no habría tenido éxito. De cualquier forma, a su regreso a Roma en agosto del 40, celebró el triunfo como si hubiera conseguido una victoria y recibió el sobrenombre de “Británico” para añadir a su titulatura. Parece, sin embargo, que la categoría de los honores concedidos no satisfizo las expectativas del príncipe, que lo habría considerado una ofensa por parte del Senado (De Vita Caesarum, Gaius, XLVIII; Cassius Dio, LIX, 25). Ese mismo año, comenzó la construcción de un templo en su honor.

Desde entonces continuó la política de represión contra los sectores políticos que no le eran afines, represión que afectó a muchas de las principales familias romanas, algunos de cuyos miembros fueron ejecutados.

La historia del reinado, escrita por los sucesores de los represaliados, ha hecho hincapié en los defectos personales del Monarca, olvidando a veces iniciativas políticas de gran alcance que la Administración romana llevó a cabo durante este corto reinado. Tal es el caso de las competencias dadas a algunas asambleas y magistraturas, la supresión de un impuesto sobre las ventas, la publicación del estado de la hacienda pública o la centralización de las acuñaciones monetales en un número considerablemente menor de cecas en todo el Imperio. A todo esto hay que añadir una actividad constructiva considerable en Roma, entre la que cabe destacar la infraestructura de abastecimiento de agua (Aqua Claudia y Anio Novus), aunque la brevedad del reinado hizo que la mayoría de las obras se terminaran después de su muerte.

La política exterior del reinado suscitó recelos en los ambientes políticos de Roma, que fueron recogidos por la tradición posterior. En occidente, destacan las fallidas campañas militares contra germanos y britanos.

Pero el aspecto más innovador es el de la política oriental, en donde algunas provincias fueron devueltas a las dinastías legítimas. El estado romano renunciaba así a algunos territorios que ya formaban parte del conjunto provincial, estableciendo en ellos un sistema de Monarquías fieles a Roma, emparentadas en algún caso con la familia imperial. Así, se entregaron a las dinastías locales los territorios de Judea (a Julio Agripa, educado en Roma junto al príncipe), Comagene (con una importante indemnización por los tributos no cobrados), Armenia Minor, Ponto y Tracia.

La relación del príncipe con oriente se interpretó en clave de traición, y no se entendió en Roma, de manera que se malinterpretaron algunos gestos del príncipe, como la acusación de no vestir como un romano, o la exigencia de postrarse ante su presencia como si fuera un dios, lo que en realidad no era probablemente más que una influencia de las Monarquías orientales. En este mismo sentido, se ha interpretado su gusto desmesurado por el culto imperial, que, a decir de Suetonio, le llevó a colocar réplicas de su cabeza en las estatuas de los dioses, a dedicarse un templo y a intentar colocar su imagen en el templo de Jerusalén, que hubo de ser retirada.

En la provincia romana de Egipto, un conflicto entre las comunidades griega y hebrea de Alejandría fue presentado ante el príncipe para que tomara una decisión.

En la embajada enviada a Roma iba, como representante de los hebreos, Filón de Alejandría, cuyo discurso ante el príncipe se ha conservado hasta hoy (Legatio ad Gaium). Unos años más tarde, el escritor hebreo Flavio Josefo (Antiquitates Iudaicae, XVIII) criticaba lo que, según su opinión, había sido una postura pro-griega de Gaio en el conflicto. Pero las dificultades del Monarca con los hebreos llegaron a un punto culminante cuando hubo que retirar la estatua imperial que se había colocado en el templo de Jerusalén.

En Hispania, a pesar de la corta duración del reinado, hay importantes muestras de la actuación imperial.

Se produjo una importante reducción del contingente militar romano en la Península Ibérica. Una de las legiones acantonadas en el territorio (la legio IV Macedonica) partió el año 39 a la frontera germana desde su campamento cerca de Aguilar de Campóo, documentado por las inscripciones que señalaban el territorio de la unidad, entre las actuales provincias de Palencia y Santander. Quedaron entonces en la Península otras dos legiones: la legio VI Victrix y la legio X Gemina.

La construcción viaria en Hispania tampoco se descuidó durante esos años, especialmente en la Via Augusta y en la de Bracara Augusta (Braga, Portugal) a Olisipo (Lisboa), esta última en función de las comunicaciones hacia los distritos mineros del noroeste.

La reducción del número de ciudades emisoras de moneda que se produjo durante el reinado afectó también a las provincias hispanas, en donde funcionaron sólo ocho cecas: Osca (Huesca), Caesaraugusta (Zaragoza), Bilbilis (Calatayud, Teruel), Ercavica (Cañaveruelas, Cuenca), Segobriga (Saelices, Cuenca), Carthago Nova (Cartagena, Murcia), Acci (Guadix, Granada) y Ebusus (Ibiza). Al final del reinado, sólo quedó Ibiza.

La relación de los hispanos con el príncipe tiene un buen ejemplo en el juramento que los habitantes de Aritium Vetus (Alvega de Abrantes, Portugal) dedicaron al Monarca ante el gobernador de la provincia de Lusitania (el 11 de mayo de 37). Asimismo, los programas escultóricos de las ciudades peninsulares incluían estatuas de Agrippina y Germánico con una frecuencia que permite reconocer el alcance del culto dinástico recibido por esta rama familiar.

El 24 de enero del año 41, se gestó un complot para matar a Gaio, en el que los pretorianos (la guardia del Emperador) tuvieron un protagonismo destacado. El primero en herirle fue Cassio Querea, luego Cornelio Sabino y los demás conjurados. Dión Cassio (Historia Romana, LIX, 30, 2) atribuye al senador Valerio Asiático la frase: “¡Ojalá hubiera estado yo para matarle!”.

Gaio se había casado sucesivamente con Junia Claudilla en el año 33, con Cornelia Orestina antes del 37, con Lollia Paulina en 38 y, finalmente, con Milonia Caesonia.

Tras el atentado contra su vida, fueron asesinadas también su última esposa y su hija Julia Drusilla.

La historiografía posterior ha transmitido una imagen de Gaio como un enfermo mental, cruel y extravagante, atribuyéndole episodios como el de la dedicación de una estatua y la concesión del consulado a su caballo Incitato (De Vita Caesarum, Gaius, LIX). Esta opinión negativa fue aceptada de forma general, y se encuentra tanto en los autores paganos como en los cristianos de la antigüedad tardía (Entropius, VII, 12; Aurelius Victor, III, 1-15; Orosius, VII, 5). Pero también se desprende de algunas fuentes que Gaio tuvo un importante apoyo popular y militar heredado de sus predecesores muertos.

 

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María Pilar González-Conde Puente

 

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