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García de Padilla

Biografía

Padilla, García de. ?, ú. t. s. XV – Valladolid, 16.IX.1542. Miembro del Consejo Real, consejero de las Órdenes de Calatrava y Alcántara, presidente del Consejo de las Órdenes de Calatrava y Alcántara, comendador mayor de Calatrava.

Hasta su paso a Flandes tras la muerte de Fernando el Católico, García de Padilla sólo había despuntado en la Orden de Calatrava (en la que, tomado el hábito en 1507, disfrutó posteriormente de las encomiendas de Lopera y Malagón, haciéndose esperar hasta su eclosión política los cargos de tesorero y clavero); pero desde entonces, su servicio al grupo de ministros borgoñones y flamencos que rodeaba al nuevo Rey le permitió acelerar su carrera. Pese a que el difunto Monarca le había pagado dinero con propósito de mermar el grupo de castellanos que previsiblemente se desplazarían a Flandes en busca de merced tras su muerte, Padilla ignoró este deseo y emprendió un fructífero viaje, recompensado de manera casi inmediata con título del Consejo Real (10 de octubre de 1516). La promoción no se limitó a eso, pues pasó a constituir la Cámara castellana junto al rey Carlos, señalando todas sus cédulas con el obispo Pedro Ruiz de Mota, quien llevaba más tiempo en Flandes: por ejemplo, el nombramiento como secretario real de Francisco de los Cobos, el 12 de diciembre de 1516, junto a la del gran chanciller Jean Sauvage y el obispo de Badajoz. La escisión entre los integrantes del Consejo Real parecía clara, toda vez que, en Castilla, hasta los contadores se negaron a pagar los sueldos de los miembros de este organismo y de los secretarios que se encontraran en Flandes.

Con la llegada del rey Carlos a Castilla en 1517, Mota y Padilla respondieron fielmente a sus protectores políticos, hasta el punto de que se les ha llegado a responsabilizar de la maniobra final de Chièvres para apartar a Cisneros. La presencia de ambos en el entorno del rey, junto con Cobos y Tello, sirvió al cronista Mexía para matizar la dependencia exclusiva de Carlos de sus consejeros flamencos y borgoñones. En el caso de Padilla, se advirtió un esfuerzo por despuntar entre los servidores de Chièvres, como se apreció con ocasión de la toma de posesión del arzobispado de Toledo en su nombre por el deán de Besançon y Francisco de Mendoza. Con ello, su importancia en el trámite administrativo y en la gestión de la gracia aumentó, destacando su ejercicio como filtro del acceso de los españoles a su nuevo Rey y su labor —como camarista— en las Cortes que por entonces se convocaron.

A este respecto, en las Cortes de Valladolid de 1518 —en las que Carlos fue jurado como rey de Castilla— presidió por su mandado el obispo de Badajoz Pedro Ruiz de Mota, y por letrado asistió don García de Padilla, “[...] conmendador [sic] mayor que después fue de Calatraua, hombre de gran bondad y prudençia [...]”. En esta asamblea, una vez jurado el Rey, se le solicitó esforzarse por mantener el Reino de Navarra incorporado a Castilla, y se le concedieron como servicio 600.000 ducados pagaderos en tres años. Igualmente, durante la permanencia de Carlos V en Barcelona, Padilla ejerció un papel de gran protagonismo, puesto que el Rey le remitió a numerosos peticionarios, que no siempre vieron cumplido su deseo.

Su posición iría creciendo desde entonces, e intervino así en el prototipo de Consejo de Indias formado en el seno del Consejo Real, encabezado por Juan Rodríguez de Fonseca, y junto a Hernando de Vega, Zapata y más tarde, Pedro Mártir, con Cobos como secretario.

Todos ellos redactaron un extenso informe en contra de las denuncias de Las Casas. Igualmente, Padilla y Vega intervinieron con sus compañeros en la discusión con el fraile convocada por Gattinara en los primeros días de octubre de 1519.

Asimismo, tomó parte en los tensos preparativos de las Cortes de Santiago-La Coruña. Junto al presidente Rojas y su compañero Ruiz de Mota, recibió a los procuradores de Salamanca en Villalpando. Padilla insistió en conocer la naturaleza de las peticiones de los representantes de las ciudades, pero éstos contestaron que deseaban entregar su mensaje personalmente al Rey. Mota y Padilla se retiraron probablemente para consultar con Chièvres y regresaron para informar a los procuradores que debían revelar su intención si deseaban ser contestados por el Rey. Hecho esto, Carlos accedió a escucharlos y demoró al día siguiente la contestación para tener lugar de consultar en Benavente con el Consejo Real. En Benavente, los procuradores de Toledo y Salamanca no tuvieron mayor éxito y, tras una reunión con el presidente, el Consejo y Padilla, los reprendieron por su oposición al viaje del Rey y su deseo de tomar parte en la regencia.

Llegada la comitiva regia a Galicia, el 1 de abril de 1520 se iniciaron las Cortes de Santiago-La Coruña, en las que Hernando de Vega fue nombrado presidente, y Padilla y Zapata actuaron como asistentes. Concluidas entre la alteración latente de las ciudades castellanas, Padilla se halló entre los ministros castellanos que acompañaron al Rey en su viaje a Flandes, el 20 de mayo. Apenas alejada la flota real, rotas las Comunidades de Castilla, una de sus peticiones más importantes fue la destitución de Chièvres, Mota, García de Padilla y Cobos, y su proceso por la inmensa cantidad de dinero sacada de Castilla. Más adelante, un regidor soriano informó que Hernando de Vega había escrito al Concejo diciendo que éste era responsable de haber enviado delegados a Ávila, para pedir la cabeza de Chièvres y el destierro e inhabilitación de Padilla y Cobos. El regidor aseguró que nunca habían tan siquiera pensado tal cosa.

En las fechas previas al viaje, la relevancia política de Padilla quedó confirmada al recibir título del Consejo de las Órdenes, convirtiéndose en el cauce principal de su influencia al regreso de la jornada, ante los cambios políticos que por entonces tuvieron lugar. Fallecidos Chièvres, Sauvage y Ruiz de Mota (éste, entrado el verano de 1522), el Rey contaba para la administración de sus asuntos con Gattinara —asistido por Lallemand— en lo referente a los problemas imperiales. Para los asuntos castellanos se regiría por Cobos, pues Padilla, en opinión de Keniston, “era una figura sin relevancia, carente de fuerza y mando” y Hernando de Vega, tímido y dócil. Ello pareció orientar la ocupación principal de Padilla al terreno de las Órdenes Militares, confirmada con su nombramiento como presidente del Consejo de las Órdenes de Calatrava y Alcántara, el 1 de enero de 1523, “[...] en lugar, por fin e vacación de D. Pedro Núñez de Guzmán, Com[endad]or M[a]ior que fue de la dicha orden, y mi pres[iden]te de las d[ic]has Ordenes”. Con todo, aún conservaría amplia intervención en la distribución de la gracia real.

Su nuevo cargo favoreció su acceso a la Encomienda Mayor de Castilla de la Orden de Calatrava, en el curso del capítulo general de la Orden celebrado en Burgos en 1523. Esta asamblea fue importante por decisiones dirigidas a distinguir la jurisdicción de la Orden respecto de la eclesiástica: profundizar la instrucción de sus religiosos para mejorar el servicio pastoral, y privar así a los ordinarios de la provisión y control de las parroquias en territorio de la Orden de Calatrava, y promover la construcción de monasterios en Almagro y Jamilena. En el primer caso, tras ser analizada la situación hospitalaria en Almagro, que por entonces contaba con dos hospitales costeados por la Orden, además del más importante de Santa María de los Llanos, se consideró más adecuado reducir las dimensiones del gran hospital planteado inicialmente por Gutierre de Padilla y emplear los fondos de esta donación en la construcción de un monasterio femenino de la Orden. Se reservó además un juro anual de 80.000 maravedís para la atención de los hospitales de la villa. El acuerdo fue ratificado por Clemente VII el 23 de marzo de 1524.

Todo ello mostró un propósito de consolidación de la Orden, heredado de anteriores etapas, pero muy significado en la de Padilla. En su tiempo se retomó la legislación acerca del tesoro de Calatrava —para proporcionar medios materiales a la defensa de su fuero por los caballeros— y se obtuvieron documentos pontificios que protegían el campo jurisdiccional de la Orden de Calatrava. Clemente VII dio una bula en Roma, el 13 de enero de 1524, para la designación de priores en los partidos del Campo de Calatrava, Zorita y Andalucía, que ejercieran la jurisdicción eclesiástica en primera instancia, eximiendo los lugares de la Orden de la jurisdicción de los ordinarios. Con la misma fecha, otorgó otra confirmatoria de las de Inocencio III y Gregorio VIII, dando facultad a la Orden para edificar iglesias y monasterios. Seguidamente, se obtuvieron para el prior del Convento de Calatrava facultades de absolución de freiles y caballeros. A una nueva bula extendiendo a la Orden de Calatrava los privilegios del Císter (25 de enero de 1525), siguieron otros documentos deslindando la jurisdicción de la Orden respecto a la episcopal ordinaria. Por último, en 1527 se obtuvo una nueva bula de indulgencia plenaria para caballeros y freiles de Calatrava que comulgasen en las misas celebradas durante la reunión de los capítulos generales de la Orden, según bulas de 6 de noviembre de 1525 y 15 de abril de 1526. Esta última reprendió al arzobispo de Toledo y al obispo de Jaén, por obstaculizar el nombramiento de priores en el territorio de la Orden de Calatrava.

Encarrilada esta política, Padilla pareció recuperar protagonismo en el entorno inmediato del Emperador, al intervenir en importantes materias. Formó parte con Cobos y diferentes prelados de la junta que en el verano de 1526 estudió el dictamen de otra más reducida, sobre las peticiones de los moriscos granadinos. Sus decisiones —caso de la prohibición de portar su vestido tradicional— marcaron el sentido de la futura política intransigente de la Corona hacia el grupo, pero por el momento fueron desoídas gracias a los 80.000 ducados anuales de aumento en su contribución al tesoro regio, decidido por los moriscos. Asimismo, al comienzo de las relevantes Cortes de Valladolid de 1527 —en las que tomaron parte los nobles, el clero y los caballeros de las Órdenes para escuchar la necesidad financiera del Emperador—, dirimió con Tavera y sus compañeros en la Cámara Galíndez de Carvajal y González de Polanco la disputa de precedencia entre los arzobispos de Sevilla y Santiago. Conocido su dictamen, seguidamente convocó a los dos arzobispos en presencia de Cobos, para anunciarles que por el momento en las inmediatas reuniones ambos podrían hacer uso indistinto de la palabra. A continuación, les ordenó que en el plazo de seis meses presentasen documentos relevantes para asentar la cuestión. Posteriormente participó, con Gattinara, Loaysa y Cobos, en la comisión a la que el Emperador confió un arreglo con los portugueses sobre las Molucas.

Culminación de esta tendencia fue su presencia en el séquito que acompañó al Emperador a su coronación en Bolonia en agosto de 1529. Ello le imposibilitó atender con la diligencia habitual los asuntos propios de su cargo de presidente de las Ordenes de Calatrava y Alcántara, en el que pareció ser sustituido de forma interina por el clavero Hernando de Córdoba. Con todo, a este respecto intervino en Augsburgo en octubre de 1530 —con Cobos, Granvela y el secretario Zuazola— en la negociación de un nuevo asiento sobre tierras de Órdenes con Bartholomäus Welser, que empezó a correr en 1533. Asimismo, durante la permanencia del Emperador en Alemania se vio implicado, con Cobos y sus compañeros en el Consejo Privado, Nassau, Praet y Merino, en todas las negociaciones religiosas, políticas y económicas, constando su firma en el contrato firmado con los Welser en octubre de 1531. Ello realzó su posición en la Corte imperial, esforzándose por mantenerla con servicios a los ministros que gozaban del favor real como Cobos.

Con el regreso del Emperador en la primavera de 1533, para celebrar Cortes Generales de la Corona de Aragón en Monzón, y su llegada a Castilla en febrero de 1534, se advirtieron señales externas de la posición consolidada por Padilla durante la jornada imperial, resultando frecuente su presencia en el acompañamiento de Emperador o la Emperatriz durante sus pequeños desplazamientos por Castilla, en momentos tan señalados como julio de 1534, tras un mal parto de Doña Isabel. Regresó a su ocupación habitual, verificándose capítulo general de la Orden de Calatrava en Madrid en 1534, en el curso del cual fueron elegidos como visitadores generales de la Orden fray Marcelo de Gibaja y fray Alonso del Águila, quien iniciada esta comisión cambió el hábito de Calatrava por el de Santiago. Ello indicó una tendencia a la unicidad entre todas las Órdenes Militares, patente en la validez de las pruebas realizadas para la obtención del primer hábito para la concesión del segundo, y que no tardaría en tener expresión en una presidencia unificada del Consejo.

Asimismo, su presencia se constata junto al presidente Tavera, Cobos y sus compañeros en la Cámara Guevara y Girón, en la comisión enviada por el Emperador el 25 de noviembre de 1538 para urgir la aprobación de la sisa a los nobles reunidos con las Cortes castellanas, tarea que desveló su importancia en el manejo de los asuntos. Precisamente en el curso de la asamblea, la oposición tajante del elemento nobiliario a contribuir reanimó el enfrentamiento que venía manteniendo con el presidente Tavera. El Emperador trató de atajarlo ofreciendo la presidencia de Castilla a García de Padilla, a quien sólo privaron del cargo las condiciones puestas para aceptarlo, entre otras fiscalizar previamente la labor de los oidores y proveer los corregimientos: “Don García de Padilla, Comendador mayor de calatrava, por mandado de su magestad fue llamado a las Cortes de Toledo, año de 39, para le proveher de la presidencia del Consejo, el qual vino con sus pajes, cada uno con su rosario puesto de hombro a sobaco. Pidió a Su Magestad tales condiciones que al fin se uvo de volver a su tierra. Dizen que entre otras cosas le pidió que se tomase residencia a los del Consejo, y que los corregimientos los que los avía de proveher él, y no otro, y otras cosas de esta calidad”. De manera que la plaza terminó recayendo en el presidente de Valladolid Fernando de Valdés y menguó el protagonismo de Padilla, hasta su muerte el 16 de septiembre de 1542. Su desaparición repercutió principalmente en el campo de las Órdenes.

Después de largo tiempo paralizadas las obras del Monasterio de Almagro por agotarse la cantidad consignada por Gutierre de Padilla, al morir su pariente don García hizo una importante entrega económica para concluirlas, con cierta cláusula adicional, como ha señalado Díez de Baldeón: la necesaria conclusión de las obras antes en un año, so pena del destino de la cantidad asignada a obras piadosas. Esta advertencia resultó eficaz para la agilización de las obras. En 1544 se trasladaron las primeras monjas, procedentes del Convento cisterciense de San Clemente en Toledo. Las molestias provocadas por la continuación de las obras, y las rencillas surgidas con los prebostes calatravos de Almagro condujeron a la abadesa, Inés Carrillo de Guzmán, a regresar al Convento toledano. Fue necesario que el Consejo de las Órdenes interviniera en 1545 para poblar el establecimiento con monjas llegadas de Las Huelgas de Burgos.

 

Bibl.: C. González García-Valladolid, Datos para la historia biográfica de la M.L. M.N.H. y Excma. Ciudad de Valladolid, vol. II, Valladolid, Imprenta y Librería nacional y extranjera de hijos de Rodríguez, 1894, pág. 172; M. de Foronda y Aguilera, Estancias y viajes del emperador Carlos V (desde el día de su nacimiento hasta el de su muerte), Madrid, Sociedad Geográfica, 1895, pág. 94; M. Danvila y Collado, Historia crítica y documentada de las Comunidades de Castilla, vols. I y II, Madrid, Real Academia de la Historia, 1897, pág. 452 y pág. 431, respect.; P. Mexía, Historia del Emperador Carlos V, Madrid, Espasa Calpe, 1945, págs. 85-86, 90, 126-128 y 136; F. J. Sánchez Cantón (ed.), Floreto de anécdotas y noticias diversas que recopiló un fraile dominico residente en Sevilla a mediados del siglo XVI, Madrid, Real Academia de la Historia, 1948, pág. 123; L. Salazar y Castro, Los Comendadores de la Orden de Santiago, vol. II, Madrid, Patronato de la Biblioteca Nacional, 1949, pág. 545; J. M.ª Doussinague, El testamento político de Fernando el Católico, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1950, págs. 443-444; P. Girón, Crónica del Emperador Carlos V, ed. de J. Sánchez Montes, Madrid, CSIC, 1964, págs. 9 y 44; H. Kellenbenz, Die Fuggersche Maestrazgopatch (1525-1542), Tübingen, 1967, pág. 11; A. Redondo, Antonio de Guevara (1480?-1545) et l’Espagne de son temps. De la carrière officielle aux oeuvres politico- morales, Genève, Librairie Droz, 1976, págs. 224 y ss.; H. Keniston, Francisco de los Cobos. Secretario de Carlos V, Madrid, Castalia, 1980, págs. 23, 35, 41, 44, 54, 57-58, 63-64, 72-73, 92-93, 95, 115, 139, 145, 208 y 345; F. Barrios, El Consejo de Estado de la Monarquía Española, 1521-1812, Madrid, Consejo de Estado, 1984, págs. 312-313; P. Gan Giménez, El Consejo Real de Carlos V, Granada, Universidad, 1988, pág. 252; F. Fernández Izquierdo, La Orden Militar de Calatrava en el siglo XVI, Madrid, CSIC, 1992, págs. 67, 69-70 y 80-81; C. Díez de Baldeón, “Forma, función y símbolo en el Convento de la Asunción de Calatrava”, en VV. AA., Historia de Almagro (ponencias de las III, IV, V y VI Semanas de Historia), Ciudad Real, Diputación Provincial, 1993, pág. 279-280; S. de Dios, Gracia, merced y patronazgo real. La Cámara de Castilla entre 1474-1530, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1993, págs. 31 y 162-163; J. Martínez Millán (dir), La corte de Carlos V (2.ª parte). Los Consejos y Consejeros de Carlos V, vol. III, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000.

 

Ignacio J. Ezquerra Revilla

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