Ibn al-Jatib: Abu ‘Abd Allah Muhammad al-Salmani Lisan al-Din. Loja (Granada), 25 de rayab del 713 H. / 15.XI.1313 C. – Granada, 1374. Político, visir, polígrafo.
Célebre secretario, jefe de la Chancillería nazarí, e influyente político que, en calidad de visir y primer ministro, desarrolló su actividad y ejerció sus cargos durante el mandato de los monarcas nazaríes Yusuf I (1333-1354) y Muhammad V (1354-1359 y 1362-1391), pero, sobre todo, un extraordinario polígrafo, sin duda, uno de los más fecundos escritores del panorama literario andalusí. Según él mismo cuenta, su familia fue conocida desde tiempos pasados como los Banu Wazir para después pasar a ser conocida como los Banu Jatib o “descendientes del Predicador”, sobrenombre que ya llevaría toda su descendencia, establecida en tierras granadinas y, particularmente en Loja tras la definitiva conquista de Toledo en 1085. Arropado por una prestigiosa y noble ascendencia, pues su padre y abuelo prestaron servicios como secretarios, jefes militares y preceptores de los hijos de los sultanes a la entonces emergente dinastía nazarí de Granada, Ibn al-Jatib nació el 25 de rayab del 713/ 15 de noviembre de 1313, en el seno de una familia desahogada e influyente. Desde su Loja natal se trasladó, muy pequeño, a Granada, en compañía de su padre, en tiempos del sultán Isma‘il I (1314-1325), ciudad en la que vivió su infancia y comenzó sus estudios bajo la tutela de los más prestigiosos maestros de su tiempo, entre los que cabe destacar a Ibn al-Yayyab, Ibn Marzuq y Abu l-Barakat, y con los que aprendió las más variadas materias (Corán, lengua árabe, bellas letras, derecho, hadit, gramática, medicina, etc.,) que le ayudaron a alcanzar las más altas cotas del saber. De todos sus maestros, uno de los más determinantes fue, sin duda, Abu l-Hasan Ibn al-Yayyab, jefe de la cancillería nazarí y visir, a quien sucedería en esos cargos tras su muerte en 1349. Cuando sólo contaba con dieciocho años debutó de forma oficial, con la lectura de varios poemas áulicos, en las grandes fiestas que se celebraban en la corte nazarí, entonces, entre 1325 y 1333, convulsionada por los sucesivos asesinatos de varios sultanes (Isma‘il I y Muhammad IV). No obstante, una fecha determinante no sólo en la vida de Ibn al-Jatib, sino también en la historia del estado nazarí, fue el 30 de octubre de 1340, el día que tuvo lugar la Batalla del Salado, en la que se produjo una derrota de las tropas coaligadas nazaríes del nuevo sultán Yusuf I (1333-1354) y meriníes de Abu l-Hasan frente a los ejércitos castellanos y portugueses. Ese día murieron su padre y su hermano mayor, a raíz de lo cual las relaciones del polígrafo granadino y su maestro debieron intensificarse hasta alcanzar niveles paterno-filiales. Es evidente que, por el apoyo incondicional de su maestro y, sin duda, por su innegable valía personal, el nuevo sultán Yusuf I incorporó al joven Ibn al-Jatib para desempeñar sus primeros cargos al servicio de la administración granadina. De aprendiz de la Cancillería (Diwan al-insa’) pasó a desempeñar el cargo de secretario particular, y como tal acompañó al monarca en la primavera de 1347 en el viaje que éste realizó por los territorios orientales de su reino, con destino final en Almería, fruto del cual resultó la obra, Jatra al-tayf wa rihlat al-sita’ wa al-sayf (Aparición de la imagen soñada, Viaje de invierno y de verano), paradigma incomparable de la literatura de viajes y modelo de suma belleza literaria, redactado en prosa rimada por quien ya, aparte de sus innegables dotes de hombre de ciencia y diplomático, perfilaba su condición de historiador y de culto y agudo observador.
El fallecimiento de su maestro Ibn al-Yayyab en 1349, en pleno desarrollo de la epidemia de peste negra que por entonces asolaba gran parte del mundo mediterráneo, y la caída en desgracia del poderoso primer ministro Ridwan, entonces apartado de las tareas de gobierno, le brindó la oportunidad de nuevo a Ibn al-Jatib de escalar algunos peldaños más en su fulgurante carrera política. Así, Yūsuf I le encomendó el importante cargo de jefe de la Secretaría Real, dignidad a la que unió la de ministro y el mando militar. Según su propio testimonio, “cuando murió mi maestro Ibn al-Yayyab, [Yusuf I] me ciñó con el cargo de visir, me dobló el sueldo, y me adjuntó también el desempeño de la jefatura general del ejército” (al-Lamha), además de confiarle estas otras responsabilidades, “me entregó su anillo y su espada, me confió el tesoro de su corte, la Casa de la Moneda, la custodia de sus mujeres, la educación de sus hijos y su fortaleza inaccesible [...] y me ha dado plenos poderes sobre todo lo que Dios nos confió para guardarlo” (al-Lamha). Y de igual modo, Yusuf I lo puso al frente de las embajadas que se realizaron ante los reyes de su tiempo, y también, consciente de sus conocimientos en materia económica, lo autorizó para designar a los agentes fiscales o recaudadores; cargos que —no cabe la menor duda— le facilitaron los medios para acumular una más que notable fortuna personal que tanto pesó en algunas etapas de su vida.
Así pues, Ibn al-Jatib, con poderes y confianza sin límites, asumió estas nuevas tareas en pleno período de inusual prosperidad en el interior del reino y de gran actividad diplomática con Aragón y Castilla, con quien había firmado una tregua de diez años tras la ocupación castellana de Algeciras (1344), así como de prudente entendimiento con sus vecinos meriníes, con quienes habían logrado superar su dependencia del Magreb. Aunque la política del soberano nazarí había sido cimentada en una clara conciencia de peligro por parte de aquéllos, no obstante las relaciones entre Granada y Fez se mantuvieron bajo el sello de la amistad, a lo que sin duda contribuyó la actitud pro-meriní de Ibn al-Jaṭīb, si bien con el tiempo estas relaciones habrían de ocasionarle no pocos quebrantos, e incluso la muerte. Entre los ilustres magrebíes que visitaron Granada y con los que Ibn al-Jatib tuvo ocasión de relacionarse y compartir sus enseñanzas en la Madrasa granadina, destacan al-Zawawi, Abu ‘Abd Allah al-Maqqari, pero sobre todo, el historiador y diplomático Ibn Marzuq, a quien había conocido Ibn al-Jatib en los preparativos de la Batalla del Salado y con quien mantendría una larga y fructífera amistad. Del mismo modo, consta la participación de Ibn al-Jatib en varias embajadas a la corte meriní de Fez, destacando, entre otras, las que realizó en 1351 y 1354. La primera, tras la muerte del sultán Abu l-Hasan, para mostrar oficialmente sus condolencias a su hijo y sucesor Abu ‘Inan Faris y en la que el visir granadino haría gala de sus dotes poéticas y retóricas y dejaría maravillado al nuevo monarca meriní; y la segunda, varios días después del asesinato de su mentor Yusuf I (19 de octubre de 1354) y tras la toma de posesión de su hijo y sucesor Muhammad V, cuando fue recibido de nuevo por Abu ‘Inan y recitó una célebre casida que agradó tanto al sultán que accedió a concederle todas las peticiones que realizó.
A pesar de que el nuevo monarca, Muhammad V (1.er gobierno, 1354-1359; 2.º gobierno, 1362-1391) comenzó por nombrar como primer ministro a quien debía de ser la persona más influyente y de mayor autoridad en la primera parte de su gobierno, el “retornado” Abu Nu‘aym Ridwan; Ibn al-Jatib fue ratificado en todas sus funciones como él mismo explica en una de sus obras (al-Lamha): “Me renovó a mí en la dignidad del visirato con atribuciones tales como permanecer ante él en los Consejos generales, la ordenación de los documentos, la decisión de los asuntos, la ejecución de las sentencias judiciales, la mediación ante él y la gente, la presentación de los documentos, la redacción de las cartas; comer y sentarme en el rango de los visires, con el sueldo reforzado, desempeñando además las prefecturas civiles y el mando militar en el distrito de Órgiva, con igual autoridad que los arraeces que pertenecen a su parentela, adjudicándome en concesión amplias propiedades de su patrimonio particular (mustajlas)”, una fortuna, sin duda, junto a la que él mismo pudo acumular en bienes muebles e inmobiliarios, dentro y fuera del ámbito andalusí, muy acorde con el rango que ocupaba dentro del reino. Pero la vida de Ibn al-Jatib, junto con la del sultán, dio un vuelco inesperado a finales de agosto de 1359 cuando un hermano de su padre, Isma‘il II dio un golpe de estado, y el monarca hubo de huir a Guadix. El primer ministro Ridwan fue asesinado e Ibn al-Jatib fue encarcelado y todos sus bienes confiscados. Pero gracias a las gestiones personales de su amigo y maestro Ibn Marzuq, secretario del sultán meriní Abu Salim, fue liberado y pudo, junto con todo el numeroso séquito del depuesto monarca granadino, partir desde Guadix, camino del exilio en Fez, a finales de ese mismo año. Pero en vez de compartir el destierro con su soberano, Ibn al-Jatib se instaló en Salé y se dedicó a viajar por todo el solar magrebí con total libertad de movimientos y con una más que holgada situación económica. Durante todo este tiempo, desplegó una desenfrenada actividad literaria y una activa correspondencia oficial y personal con los más destacados personajes de la vida intelectual magrebí, entre otros, con Ibn Jaldun e Ibn Marzuq.
De vuelta a Granada, muy a su pesar, cuando Muhammad V recuperó el trono granadino en 1362, Ibn al-Jatib, pese a los recelos que había suscitado en aquél la negativa de acompañarlo a su vuelta del destierro, el polígrafo granadino contaba, no obstante, con la absoluta confianza de su monarca por su extraordinaria capacidad y su extrema habilidad política y diplomática. Por ello, a pesar de la negativa de Ibn al-Jatib, el soberano confió en él para poner en marcha toda la maquinaria administrativa del Estado, pero sobre todo para servir de enlace con los diversos Estados del ámbito mediterráneo. Aunque la suerte le habría de deparar unos años tranquilos al Estado nazarí, el panorama político exterior se presentada agitado, tanto en Castilla como en el Magreb. La participación de Ibn al-Jatib como ministro en esta complicada trama de relaciones exteriores del reino granadino fue, sin duda, notable, y en muchos casos sobresaliente, como ha quedado constancia a través de su monumental Ihata, pero sobre todo de la colección de correspondencia diplomática y personal contenida en la Rayhanat al-kuttab. Del mismo modo, durante todo este tiempo, Ibn al-Jatib compartió su agitada vida política, aunque cada vez más decidido a alejarse de ella, con su irrefrenable pasión por el trabajo literario, a las que unió además una intensísima correspondencia personal con amigos y conocidos del ámbito intelectual de su tiempo en la que no dejaba de aludir a su malestar, desasosiego, desánimo y permanente desgaste físico por el peso de las responsabilidades de gobierno; pero sobre todo, al enrarecido aire que se respiraba en el ambiente cortesano granadino, en el que no faltaban intrigas, traiciones y desenlaces sangrientos.
Cansado, acosado y acusado de varios delitos por sus más directos colaboradores, entre otros, el cadí al-Nubāhī/al-Bunnāhī y su propio discípulo Ibn Zamrak, entonces jefe de la Chancillería Real y futuro ministro, Ibn al-Jatib, puso de nuevo su mirada hacia el Magreb, en el que soplaban, por desgracia para el polígrafo granadino, vientos agitados. Una vez que las intrigas llegaron a una situación límite, tomó la determinación de marcharse, trazó un plan para salir de al-Andalus, solicitando al sultán una autorización para inspeccionar las fronteras occidentales. Concedida la autorización, logró huir hacia Fez, no sin antes haber dirigido una emotiva carta de despedida a su soberano Muhammad V, explicándole los motivos que le habían impulsado a tomar esta decisión, al tiempo que le reiteraba su fidelidad y lealtad, implorando su perdón, y recordándole los servicios prestados y su conducta ejemplar al frente de la administración del gobierno. Pero los términos de la carta no lograron calmar los ya revueltos ánimos de sus enemigos, sobre todo, los de Ibn Zamrak y al-Nubāhī, quienes iniciaron una política de acoso y derribo contra el visir granadino, acusándole de impostor, desleal, traidor y hereje. El mismo al-Nubāhī, le dirigió una carta, en respuesta, tal vez, a otra que Ibn al-Jatib le enviara, en la que se vertían acusaciones sin límite ni freno, propias de hombres movidos por el odio y el resentimiento mutuos; una extensa misiva llena de críticas como persona, como político y gobernante, por la desmedida forma de autoalabarse, por atribuirse empresas políticas y constructivas que jamás llevó a cabo, por ofender al Profeta, por desviarse del camino recto del Islam, por haber aumentado los impuestos antes de emprender la fuga, por su desmedida preocupación por las cosas mundanas y por su afán por acumular riquezas y adquirir bienes materiales.
Ibn al-Jatib, finalmente, tras una encarnizada persecución por parte de la corte granadina en connivencia con la meriní, a cuyo trono y gobierno habían ascendido nuevos ministros, deseosos de saldar viejas deudas con el visir granadino, fue detenido y encarcelado. Después de haber sufrido tortura, murió estrangulado en su celda de Fez en el otoño de 1374 cuando contaba con sesenta y un años. Ibn Jaldun, gran amigo del escritor granadino, relata los detalles del ensañamiento de los verdugos con Ibn al-Jatib: su cadáver fue enterrado en el cementerio de la Puerta del Quemado (Bab al-Mahruq). Al día siguiente la tumba apareció abierta y el cuerpo quemado a un lado, con el pelo chamuscado y la piel ennegrecida. Dos días después, por fin, fue inhumado. Ese final tan trágico le valió los otros dos apodos con los que también se le conoce, du l-qabrayn o “el de las dos tumbas” y dū l-mitatayn o “el de las dos muertes”.
A pesar de su agitada vida política, en ningún momento se vio mermada su extraordinaria capacidad como escritor ni disminuyó su delirante fiebre escriptoria. El gran polígrafo granadino, “el príncipe de la literatura arábigo-granadina”, “la Figura, la Lumbrera, la Imagen...” —en palabras de quienes lo han estudiado—, escribió de todo, de lo divino y de lo humano, de ciencias y de letras; por el número y el reconocido prestigio de los maestros que influyeron en su formación, por su entusiasmo y pasión de saber, gusto, aptitud, perspicacia y agudeza, inspiración y sensibilidad, alcanzó las más altas cotas del saber de la época sobre ciencias religiosas, lecturas y comentarios coránicos, tradiciones proféticas, jurisprudencia, redacción de contratos notariales, cartas oficiales y personales; gramática, lexicografía y retórica; geografía, viajes, política y gobierno; composición literaria y trato social; también poesía, en la que desarrolló temas políticos, panegíricos, eróticos, ascéticos, descriptivos, elegíacos, satíricos y populares; mística, filosofía, lógica y matemáticas; además de higiene y medicina; pero sobre todo, historia. Fue el último gran representante de este género, “el Salustio del reino de Granada”. Ibn al-Jaṭib es, sin duda, el escritor más relevante de la historia de la Granada islámica, y en particular, de todo el Occidente musulmán del siglo XIV. Su testimonio resulta en la mayoría de los casos incontrastable y único. Sin llegar a alcanzar el estadio analítico de su contemporáneo Ibn Jaldun, la visión histórica del polígrafo granadino supera con mucho la mera exposición de los hechos. Un mundo de gran riqueza de ideas se desprende del análisis profundo de su obra, tanto en las de carácter local como universal: el porqué de los acontecimientos, la dinámica del poder y de la autoridad, el perfil psicológico de los gobernantes, la contrastada personalidad de los subordinados, las causas y consecuencias de la disfunción entre ambos, impuesta, por los primeros, a través de las débiles y no siempre asumibles bases dinásticas y espirituales, y, por reacción de los segundos, por las sucesivas y permanentes rebeliones; las características geofísicas y económicas del escenario de los acontecimientos; en suma, un sinfín de conceptos socio-políticos que, unas veces, como observador, y otros como protagonista, —de ello Ibn al-Jaṭib es plenamente consciente por su activa participación en el escenario político de su tiempo— asoman permanentemente en el contexto general de la producción histórica de Ibn al-Jaṭib. Es evidente que Ibn al-Jaṭib, como “observador” y como “testigo”, cuando no “protagonista” de los hechos históricos de su tiempo, no pueda eludir su propio concepto sobre el difícil arte de gobernar. Así, su visión del Estado y su pensamiento político y social, en un permanente ejercicio de retrospección histórica y donde el pasado siempre está vivo en el presente, se reflejan permanentemente en muchas de sus páginas, visión que, en mucho casos, como ya advirtiera W. Hoenerbach, constituye un anticipo de los conceptos socio-políticos desarrollados en la posterior etapa renacentista. Casi veinte años antes de que Ibn al-Jaṭib dejara constancia en las páginas de la que fuera su última obra histórica, los A‘mal, de su visión sobre el difícil arte de gobernar, el polígrafo granadino había sembrado en su amplia producción historiográfica juicios sobre la política; juicios extremadamente pesimistas que, si bien pueden resultar contradictorios y sorprendentes porque fueron escritos en su etapa inicial de ascenso político, no lo son tanto si se repara en la otra faceta de su personalidad, la privada y la espiritual; facetas que, pese a todos sus esfuerzos, jamás pudo ni supo armonizar con su vida pública. Cargado ya de una vida rica en experiencias extraordinarias, positivas y negativas, al servicio de la administración del Estado, el polígrafo granadino pudo establecer una más clara diferencia entre los gobernantes (muluk) y los súbditos (ra’aya). Los primeros, cuyo poder y autoridad, bien legítimamente heredado o bien ganado a la fuerza o a fuerza de cualidades y virtudes, debían ejercerlo sin escrúpulos, sin el menor atisbo de debilidad, con despótica frialdad, empleando los medios necesarios (sólida organización burocrática, adhesión inquebrantable del ejército, donaciones y concesiones a uno y otro estamento), y atendiendo a criterios de utilidad más que de moralidad; y si para mantenerse en el poder y dirigir los destinos de la comunidad —a juicio de Ibn al-Jaṭib— era necesario servirse de estratagemas y de astucias, matar a potenciales enemigos y distanciarse de los intereses de los súbditos, porque así lo exige la dinámica política, así debían obrar, sin escrúpulos ni dudas, quienes asumían el compromiso de dirigir los destinos de una comunidad, cuyos “súbditos” era un estamento siempre amenazante y propenso a la rebelión. No cabe sorprenderse que de tales opiniones, sobre todo contra algunos con los que había compartido mesa y cámara, a quienes no dudó en tachar de políticos ambiciosos, de funcionarios corruptos o de dirigentes timoratos, de perversos, débiles e ignorantes, se dieran por aludidos e iniciaran contra él, ya en el exilio voluntario magrebí, la más implacable persecución que acabaría en trágica muerte.
En suma, Ibn al-Jatib es la fuente esencial de la historia de la Granada islámica así como el complemento insuperable de los anales de la historia de al-Andalus, aunque no supere la capacidad reflexiva del gran cronista cordobés Ibn Hayyan o alcance el profundo análisis “sociológico” de su contemporáneo Ibn Jaldun. El abundantísimo material legado a través de sus obras en su acostumbrado sentido crítico, aunque no exento de subjetividad, resulta un testimonio único en el marco de la historiografía andalusí. En suma, un conjunto de saberes que no sólo se limitó a acumular en su extenso bagaje intelectual, sino que cultivó con inigualable maestría y de los que dejó constancia en más de sesenta obras. De ellas, por desgracia, sólo se ha conservado una parte o se tienen referencias indirectas de otras.
Si complicada y laberíntica fue su trayectoria vital, no lo fue menos su forma de concebir y planificar su producción literaria. No fue un hombre de una sola redacción. Repasaba continuamente sus originales, los ampliaba, refundía y trasvasaba de una obra a otra, a la que, en ocasiones, cambiaba el título original. Y del mismo modo, el estilo que Ibn al-Jatib imprimió a toda su obra es, por lo general, extremadamente difícil. Su obstinada obsesión por el ritmo en prosa, principalmente, le condujo al abuso de la rima interna (say‘) o prosa rimada, dando lugar a un estilo muy peculiar, en la que la claridad de expresión se sacrifica en aras de un cultismo extravagante, de ampulosidad rítmica, sonoridad y elegancia; una prosa de altísimo nivel intelectual y amplios recursos literarios, unas veces, brillante, alambicado, sonoro, lujoso, oscuro, retórico y rítmico, característico de la prosa rimada (say‘), y otras, directo, claro y conciso, pero casi siempre extremadamente difícil para la comprensión de sus textos.
Obras de ~: A‘mal al-A‘lam… (Gestas de los hombres ilustres, acerca de los reyes del Islam que fueron proclamados antes de alcanzar la mayoría de edad) (parte 2.ª, ed. de E. Lévi-Provençal, Rabat, 1932; trad. parcial, W. Hoenerbach, Islamische Geschichte Spaniens, Zurich-Stuttgart, 1970; parte 3.ª, ed. de A. Mujtar al-‘Abbadi, Casablanca, 1970 y trad. de R. Castrillo Márquez, Kitab ‘al-A‘lam. Parte 3ª. Historia Medieval Islámica del Norte de África y Sicilia, Madrid, 1983); Al-Ihata fi ajbar Garnata (La información completa acerca de la Historia de Granada), ed. de M. ‘Abd Allah ‘Inan, El Cairo, 1973-1977, 4 vols.; ampliamente utilizada y parcialmente trad. por F. Velázquez Basanta en numerosos artículos); Al-Lamha al-badriyya fi l-dawlat al-nasriyya (El resplandor de la luna llena, acerca de la dinastía nazarí) (ed. de Muhibb al-Din al-Jatib, El Cairo, 1928, Beyrut, 1978 y 1980, El Cairo, 2004, Bengasi, 2009; trad. de J. M.ª Casciaro-E. Molina, con est. prelim. de E. Molina López, Granada, 1998; 2ª edición, con nuevo balance historiográfico, Granada, Editorial Universidad de Granada-Fundación Ibn al-Jatib de Estudios y Cooperación Cultural y Milenio Reino de Granada-2013:1013, 2011); Nufadat al-yirab fi ‘ulalat al-igtirab (Sacudida de alforjas para entretener el exilio), primera parte desapar., salvo algunos pasajes recopilados por A. Mujtar al-Abbadi (ed. parte 2.ª, Cairo, 1967; parte 3.ª, ed. de Sa‘adiya Fagiya, Casablanca, 1989; y ed. y trad. parcial de E. García Gómez, Foco de antigua luz sobre la Alhambra, Madrid, 1988); Raqm al-hulal fi nazm al-duwal (Vestiduras recamadas. Versificación de las dinastías) (ed. de A. Darwis, Damasco, 1990); Rayhanat al-kuttab wa-nay’at al-muntab (Arrayán de los secretarios y utilidad del que viene mañana y tarde) (ed. de ‘A. A. ‘Inan, El Cairo, 1980-1981; trad. parcial de M. Gaspar Remiro, “Correspondencia diplomática entre Granada y Fez (s. XIV)”, en Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino [desde 1912 a 1916]); Jatrat al-tayf wa-rihlat al-sita’ wa-l-sayf (Aparición de la imagen soñada. Viaje de invierno y de verano) (ed. de A. Mujtar al-‘Abbadi, Alejandría, 1958; trad. parcial de J. Bosch Vilá y W. Hoenerbach, “Un viaje oficial de la corte granadina (año 1347)”, en Andalucía Islámica, II-III (1982-1983), págs. 33-69); Mi’yar al-ijtiyar fi dikr al-ma‘ahid wa-l-diyar (El patrón de medida escogido. Mención de lugares de encuentro y localidades) (ed. de A. Mujtar al-‘Abbadi, Alejandría, 1958; y trad. de M. K. Sabbana, Rabat, 1977); Mutlà al-tariqa fi damm al-watiqa (El método ejemplar acerca de la censura del documento notarial) (ed. de ‘Abd al-Mayid al-Turki, Argel, 1983); Yays al-tawsih (Tropa de composiciones de moaxajas) (ed. de A. Jones, The Jaysh al-tawshih of Lisan al-Din Ibn al-Khatib- An Anthology of Andalusian Arabic Muwashashahat, Cambridge, Trustees of the “E.J.W. Gibb Memorial”, 1997); Kitab al- Sihr wa-l-Si‘r (Libro de la magia y de la poesía) (ed. y trad. de J. M. Continente, Madrid, 1981); Al-Katibat al-kaminafi man laqina-hu bi-l-Andalus min su‘ara’ al-mi’a al-tamina (El escuadrón al acecho, acerca de los poetas del siglo VIII que encontré en al-Andalus) (ed. de I. ‘Abbas, Beirut, 1963); Rawdat l-ta‘rif fi hubb al-sarif (Jardín de la definición del amor supremo) (ed. de M. al-Kattani, Casablanca, 1970; y trad. de la parte introductoria de E. Santiago, El polígrafo granadino Ibn al-Jatib y el sufismo, Granada, 1983); A‘mal man tabba li-man habba (Arte del que emplea su talento médico a favor de quien ama) (ed. y trad. C. Vázquez de Benito, Salamanca, 1972); Kitab al-Wusul li-hifz al-sihha fi l-fusul (Libro de conservación de la salud durante las estaciones del año) (ed. y trad. C. Vázquez de Benito, Salamanca, 1984).
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Emilio Molina López