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José María de Lanz y Zaldívar

Biografía

Lanz y Zaldívar, José María de. Campeche (México), 26.III.1764 – París (Francia), 1839 Marino, político, científico e ingeniero.

Descendiente de una familia navarra establecida en la Nueva España a principios del siglo XVIII, poco después de cumplir catorce años ingresó como pensionado en el recién inaugurado Real Seminario Patriótico de Vergara. Allí tuvo la fortuna de tener a Francisco Chavaneau, Luis Proust y Jerónimo Mas como profesores de Física, Química y Matemáticas.

La influencia de Mas en su formación fue muy importante, porque favoreció su tendencia a la abstracción matemática y el “cálculo sublime”. En 1781, tomó el camino de la Academia de Guardias Marinas de Cádiz para incorporarse a la Real Armada. En marzo de 1782, Lanz había destacado lo suficiente como para ser nombrado brigadier de su compañía, y en octubre de ese mismo año tuvo lugar su bautizo de fuego, ya que participó en un combate de la escuadra combinada hispano-francesa contra los británicos a bordo del navío San Fernando. Ascendido en diciembre a alférez de fragata, fue destinado a la fragata Santa Lucía, que navegó a La Habana y Veracruz. El joven marino fue distinguido entonces con un encargo especial, ya que el comandante del Apostadero de La Habana Francisco de Borja le envió a Yucatán a estudiar el cultivo y método de explotación del henequén.

En 1783, remitió a sus superiores un informe que ponderó la “bondad, utilidad y baratez” de la planta, considerada idónea para la fabricación de aparejos navales por su resistencia a la tensión y la humedad.

A comienzos del año siguiente, se encontraba de nuevo en La Habana, integrado en la dotación de la fragata Santa Dorotea. Sin embargo, su destino estaba decidido desde tiempo atrás, ya que había recibido la propuesta del director de la Academia de Guardia Marinas de Cádiz, Vicente Tofiño, de incorporarse al curso de estudios mayores. El regreso a la Península constituyó un auténtico golpe de fortuna, ya que le permitió participar en uno de los grandes proyectos científicos del momento, el Atlas marítimo de España, junto a oficiales de la talla de Salvador Fidalgo, José Vargas Ponce, José Espinosa Tello, Felipe Bauzá, Dionisio Alcalá Galiano y Cayetano Valdés.

La regularidad de la carrera de José María de Lanz en esta etapa contrasta con los múltiples avatares que vivió con posterioridad. Así, en 1786, ascendió a alférez de navío, y en 1787 a teniente de fragata. Al año siguiente formó parte de la comisión encargada de pasar a la Corte a informar de los trabajos realizados, y fue agregado a la compañía de guardia marinas de Cádiz. Su carácter inquieto le llevó a presentar, junto a tres de sus compañeros, un plan de levantamiento de cartas náuticas de las posesiones españolas en la América Septentrional, que supuso el trasvase al Nuevo Mundo del programa hidrográfico desarrollado con éxito en la Península. La expedición correspondiente no partió hasta 1792, pero el destino de Lanz fue bien distinto. En 1788, el capitán de navío José Mendoza Ríos había solicitado que le acompañara en el viaje que se le había encargado para “adquirir información sobre el estado de las armadas europeas”. Los marinos llegaron a París el 13 de noviembre de 1789, cuatro meses después de la toma de La Bastilla. De inmediato remitieron a Madrid un informe sobre la organización de la marina francesa; entre julio y noviembre de 1790 permanecieron en Londres, adonde se habían desplazado para adquirir instrumental científico, diseños mecánicos y máquinas para la construcción de navíos. De vuelta en París, Mendoza Ríos recibió una invitación para que España colaborara en la expedición que preparaba la Academia de Ciencias a fin de determinar la longitud de un sector del arco de meridiano Dunkerque- Barcelona, operación geodésica que resultaba imprescindible en la fijación de un patrón universal de pesos y medidas. En esa ocasión, propuso que Lanz, que había ascendido a teniente de navío en 1791, tomara parte en ella, aunque antes debía colaborar en la edición de su Colección de tablas para varios usos de la navegación (Madrid, Imprenta Real, 1800). Lanz también trabajaba entonces junto al matemático José Chaix en un tratado de cálculo; éste editó en 1801 unas Instituciones de Cálculo diferencial e integral, pero sólo incluyó sus propias investigaciones.

En julio de 1792, Mendoza Ríos notificó al ministro de Marina Antonio Valdés el viaje a España de José María de Lanz, en cuyo equipaje fueron disimulados buena parte de los mapas, instrucciones, dibujos e instrumentos que era preciso esconder de controles policiales y aduaneros. Llegado a este punto, nada hacía presagiar el dramático giro que tomaría su vida, ya que, tras entregar los materiales, solicitó permiso para retornar a la capital francesa, y cuando se le denegó a causa de la situación política internacional, desobedeció la orden. Poco después confesó que había huido para sustraer de los horrores del conflicto “a una persona de cuya suerte no podía dejar de interesarme particularmente sin renunciar a todos los principios de reconocimiento, de humanidad y del honor”. La mujer por la que abandonó la Marina, de la que fue dado de baja en febrero de 1794, se llamaba Thérèse Bennland. Era una joven campesina de las cercanías de Metz que debía de tener unos dieciséis años cuando ambos se casaron, hacia 1792. De carácter alegre y desenvuelto, lo acompañó el resto de su vida y tuvo al menos un hijo con él.

Existen, sin embargo, otros factores que evidencian un factor político en su decisión. En París, Lanz había tramado amistad con dos revolucionarios archienemigos de la Monarquía española: el abate Marchena, que le dedicó una de sus más ricas y complejas composiciones, la Epístola sobre la libertad política, escrita entre 1805 y 1808, y el general venezolano Francisco de Miranda, futuro prócer de la independencia americana.

Este compareció ante un tribunal criminal revolucionario en 1794 acusado de incompetencia militar y traición a la república, y Lanz atestiguó a su favor.

En estos años de incertidumbre, se dedicó a la enseñanza y al trabajo científico. Uno de sus cometidos consistió en preparar alumnos para el ingreso en la célebre Escuela Politécnica, pero lo fundamental fue su trabajo en la Oficina del Catastro y la Escuela de Geógrafos, dos instituciones que simbolizaron el encuentro entre los geómetras y la política revolucionaria, con la fundación del objetivismo estadístico como telón de fondo. En octubre de 1796, era geómetra y calculador de primera del Catastro. Su nombre aparece ligado al trabajo analítico y de revisión de tablas logarítmicas y trigonométricas y la confección de estudios geográficos y almanaques náuticos. En tan confortable situación, solicitó un permiso indefinido por razones familiares, y emprendió viaje a España.

La razón de esta extraña iniciativa fue su incorporación a la Real Comisión de Guantánamo, que la Corona había puesto al mando del poderoso cubano Joaquín de Santa Cruz y Cárdenas, conde de Mopox.

Lanz había sido propuesto para participar en ella por su amigo Agustín de Betancourt, encargado de poner en marcha máquinas de vapor en los ingenios cubanos; él debía reconocer la bahía de Guantánamo y los fondeaderos adyacentes. La iniciativa se frustró porque Mopox no esperó la llegada de los sabios y partió para Cuba, de modo que Lanz, enfermo y sin dinero, todo lo que pudo hacer en Madrid fue esperar alguna ayuda de Godoy, que lo sometió a diferentes desplantes y humillaciones.

A principios de 1797, se encontraba de regreso en París, dedicado de nuevo a los trabajos del Catastro y la Escuela de Geógrafos. En noviembre fue designado profesor de Matemáticas; sus lecciones abordaron la construcción de tablas logarítmicas y su uso, cuestiones de Trigonometría rectilínea y esférica aplicadas a problemas de Geodesia y Astronomía, métodos de determinación de latitudes y longitudes en tierra y mar, orientación de cartas y planos, construcción de redes de triangulación meridianas y perpendiculares y uso de instrumentos científicos. La nómina de sus alumnos en aquellos años resulta impresionante: Dinet y Meaume fueron grandes matemáticos; el mecánico, matemático y astrónomo L. B. Francoeur perteneció a la Academia de Ciencias, y Beaupoil fue prefecto y embajador; Edmé F. Jomard estuvo ligado a los orígenes de la egiptología y Boulanger trabajó como astrónomo en la Expedición de Baudin. Las actividades de renovación científica y técnica a las que estuvo vinculado José María de Lanz en esta etapa también comprendieron su colaboración con la empresa de relojería de Abraham L. Bréguet. Ambos se conocieron hacia 1796 y llegaron a tener una gran amistad. La vinculación de Lanz con Bréguet padre se relacionó con la búsqueda de soluciones de precisión para relojes y cronómetros.

En la primavera de 1802, se produjo otro gran cambio de rumbo en la vida de Lanz. A finales del año anterior, Agustín de Betancourt había sido nombrado en España inspector general de caminos y canales, y con su habitual eficacia y sentido de la oportunidad impulsó de inmediato la fundación de una escuela de la propia inspección. Ésta fue establecida según el modelo politécnico de especialización y fue seguida de la definitiva organización del cuerpo de ingenieros de caminos en julio de 1803. Dada la naturaleza de la opción docente e institucional elegida por Betancourt, la contratación de Lanz era una opción inmejorable; de su pasado sólo salió a relucir entonces la “inconsiderada ligereza” de haber desertado para casarse sin permiso. La Escuela, a la que se accedía tras un duro examen de ingreso, impartió un ciclo único de dos años, teórico el primero y teórico-práctico el segundo, con prácticas en verano. Las innovaciones más destacadas fueron la enseñanza de Geometría Descriptiva y Construcción de Máquinas y la exclusión de las Matemáticas Básicas y de disciplinas de instrucción general. Desde la apertura, el 19 de noviembre de 1802, los alumnos cursaron el primer año Mecánica e Hidráulica, Geometría Descriptiva, Empujes de Tierras y Bóvedas, Corte de Piedras y Enmaderaciones y Dibujo. El verano lo empleaban en las prácticas, y en segundo curso cursaban Uso de Materiales, Métodos para la Construcción de Máquinas, Operaciones en Ríos y Construcción. La localización de la Escuela en Madrid, en el viejo palacio del Buen Retiro, fue coherente con el proyecto. Allí se encontraba el Real Gabinete de Máquinas, que sirvió como laboratorio de prácticas. En cuanto a los alumnos de Lanz, para cuya enseñanza tradujo al español obras tan fundamentales como la Geometría descriptiva de Gaspard Monge y el Tratado de mecánica elemental de L. B. Francoeur, constituyeron el grupo fundacional de la ingeniería de caminos española. Entre ellos hay que destacar a Rafael Bauzá, que acompañó a Betancourt en la fundación del cuerpo de ingenieros en Rusia, Antonio Gutiérrez —el primer politécnico español—, Gabriel Gómez Herrador, José Azas y Juan Subercase.

El alejamiento de José María de Lanz de la Escuela de Caminos a partir de 1805 estuvo relacionado con su nombramiento como comisario de Ciencias y Artes con destino en París. Allí dedicó algún tiempo al espionaje de maquinaria textil, pero la redacción del Ensayo sobre la composición de las máquinas junto a Betancourt fue su cometido principal. Con la publicación de esta obra colosal e idiosincrática, que constituye una de las referencias fundamentales de la ciencia hispánica de todos los tiempos, Lanz y Betancourt desarrollaron la Geometría descriptiva de Gaspard Monge, y la dotaron de una parte práctica, una gramática de los mecanismos, sus formas, efectos y usos. De modo bien significativo, el Ensayo fue publicado en 1808 por la Escuela Politécnica, precedido del programa del curso de Máquinas de M. Hachette.

El texto explicó en veintiuna series las transformaciones de los movimientos, y supuso el nacimiento de la cinemática industrial. Es importante consignar que la obra tuvo una segunda edición, la versión canónica del Ensayo, aparecida en 1819, “revisada, corregida y considerablemente aumentada”, que eliminó el programa de Hachette y además sirvió de base a la segunda y difundida edición inglesa de 1820, a la alemana de 1829 e incluso a la tercera edición, de 1840, “revisada, corregida y aumentada”. Ambas fueron obra exclusiva de Lanz.

En un acto de imprevisibles consecuencias, el 6 de julio de 1808 juró fidelidad a José I y pasó a servirlo como funcionario con el rango de comisario de caminos.

Resulta obvio que su implicación en la Administración afrancesada se vinculó con un vasto proyecto de nacionalización y geometrización del territorio español, tendente a liquidar particularismos y centralizar la acción del Estado. Residente en España desde mediados de 1809, Lanz asumió las direcciones de la primera división del Ministerio del Interior y del Depósito Hidrográfico, y trabajó en la futura demarcación y la organización del cuerpo de ingenieros civiles que la llevaría a la práctica. Por fin, entre agosto y diciembre culminó el borrador de división prefectural, que se dio a conocer de manera prematura en abril de 1810 para evitar los peores efectos del brutal decreto napoleónico de anexión militar de las provincias de la margen izquierda del Ebro, emitido dos meses antes.

Los límites jurisdiccionales de la división prefectural de España configurada por Lanz reflejan a cabalidad su personalidad y trayectoria. Sólo alguien tan acostumbrado al cálculo sublime podía aventurarse a determinar la superficie de cada nueva entidad administrativa mejorando sustancialmente la medida finisecular.

La futura prefectura de Madrid tenía el aire de una gran capitalidad al estilo de París, y llama la atención la relativa ignorancia del interior peninsular y el uso de una nomenclatura física de ríos y cabos para definir los límites, rasgos ambos propios de un marino.

También resultó patente su desconocimiento de la red urbana española. De ahí que propusiera algunas capitalidades insostenibles, y que mostrara cierta indiferencia respecto a las identidades culturales del territorio, en favor de abstracciones geométricas.

Como se ha señalado, el proyecto de homogeneización territorial josefino debía ser ejecutado por un cuerpo de ingenieros que, por primera vez en España, fueron denominados “civiles”. A finales de 1809, el ministro del Interior Almenara ordenó a Lanz preparar tanto un decreto fundacional como un reglamento que regulara su actividad. En ambos mostró un soberbio talante organizador. La inspiración de Lanz en el Cuerpo español de Ingenieros de Caminos y Canales organizado entre 1799 y 1803 resulta patente, pero también es significativa la influencia del modelo politécnico revolucionario. Pese a la aparente falta de promulgación del Real Decreto fundacional y del Reglamento, algunas evidencias muestran que el Cuerpo de Ingenieros josefino llegó a constituirse, y convivió con la antigua dirección general de caminos, que continuó funcionando a pesar de la guerra. En su plantilla profesional, Lanz reunió a buena parte de sus antiguos compañeros y discípulos; de los quince miembros del nuevo cuerpo, siete habían sido alumnos suyos en la antigua Escuela. En ella destacaron figuras como Larramendi, Gutiérrez, Monasterio, Azas, Bauzá y López de Peñalver.

La dirección del Depósito Hidrográfico, que Lanz ejerció entre agosto de 1809 y marzo de 1810, constituyó un complemento natural de las actividades referidas y le vinculó de nuevo a la Real Armada. Es lógico pensar que su nombramiento como director fue obra de José de Mazarredo, ministro de Marina, que evitó en 1812 el saqueo de la institución por la soldadesca francesa. Durante su período de dirección se promulgaron unas Instrucciones para el régimen y gobierno de la Dirección Hidrográfica elaboradas por Mazarredo y se publicaron libros y cartas fundamentales de América y Europa. También estuvo vinculado a otros proyectos científicos josefinos, relacionados con el Instituto de Ciencias y Letras, el Museo de Historia Natural, la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País y el Conservatorio de Artes y Oficios, y actuó como censor de libros científicos.

Estas provechosas actividades se interrumpieron en diciembre de 1811, cuando fue nombrado prefecto de Córdoba. Cumplió esta nueva misión con la eficacia y el reglamentismo acostumbrados; su escasa relación con la municipalidad cordobesa se limitó a transmitir las onerosas órdenes de entregar al Ejército invasor contribuciones mensuales ordinarias y extraordinarias, reses y cereales. El 22 de julio de 1812, la brillante victoria de Los Arapiles cambió la suerte del Ejército invasor y precipitó su retirada de Andalucía. Se trasladó entonces a Valencia, rindió cuentas de su moderado gobierno prefectural, y se hizo cargo de su nuevo destino, el de un exiliado político. El 19 de octubre se unió a una columna que se retiraba por la vía de Zaragoza, y el día de Navidad ya se encontraba en París.

A pesar de contar con un auxilio del gobierno, su situación económica y profesional en la Francia post-napoleónica era difícil. De ahí que no dudara en aceptar la oferta que le hizo el porteño Bernardino Rivadavia, figura fundamental de la emancipación y futuro presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, para que se convirtiera en “director y primer profesor de ciencias exactas y naturales” de la Academia de Matemáticas bonaerense. En febrero de 1816, Lanz partió para Buenos Aires por la ruta de Río de Janeiro. Siete meses después de llegar, un decreto del gobierno le confió la formación de “toda clase de ingenieros de tierra”, civiles y militares, y le encomendó la redacción de un plan de estudios, a estas alturas una de sus especialidades profesionales. Apenas dos meses después, tenía listo un Reglamento provisional de la Academia de Matemáticas, que fue aprobado y publicado de inmediato. En él esbozó un plan de estudios y organización claramente inspirado en el sistema de la Escuela de Caminos madrileña, con algunas modificaciones, que lo adaptaron a las circunstancias particulares del país. Desde enero de 1817, sucesivas promociones de alumnos superaron los exámenes finales; los egresados formaron el grupo de científicos y educadores que institucionalizó la Matemática en Argentina.

En enero de 1817, José María de Lanz renunció a su cargo y emprendió el retorno a Francia, dejando a Rivadavia, que tanto lo había apoyado, en una delicada posición. Sus motivaciones fueron políticas y personales. Entre las primeras, hay que destacar su hartazgo de las luchas partidistas y, entre las segundas, figura la falta de tranquilidad para desarrollar un proyecto científico, y la nula adaptación a la vida en Buenos Aires de su esposa. Otro elemento que explica su retorno a Europa fue su participación en un intento de conciliación entre la Monarquía fernandina que lo había condenado al exilio y los patriotas americanos a los que servía, obviamente destinado al fracaso. En aquella ocasión, elaboró una Memoria sobre la pacificación de la América española. Su hilo conductor fue la descalificación de toda política no basada en la conciliación, así como la crítica del despotismo godoyista y de Fernando VII, a quien consideró un Monarca sanguinario, traidor a la palabra dada e instalado en el delirio.

Es posible que la reanudación de los contactos con las autoridades peninsulares hicieran concebir a Lanz la esperanza, si no del perdón, sí de una cierta tolerancia.

De ahí que se atreviera a pedir permiso para trasladarse a La Habana como preceptor de los dos hijos de Teresa O’Farrill Herrera. El permiso fue denegado.

La frustración del viaje a Cuba, así como la imposibilidad de retornar a España, abocaron a Lanz y su familia a una existencia en París que bordeaba la miseria. Los espías de la policía francesa informaron que residía en casa de su cuñada, carecía de empleo estable e impartía lecciones de lenguas para sobrevivir.

En tales circunstancias, no dudó en aceptar el contrato que le ofrecía su amigo el naturalista neogranadino Francisco Antonio Zea, para trasladarse a la Gran Colombia como ingeniero geógrafo “encargado principalmente de levantar la carta del país y de ir formando un cuerpo de este ramo, del que será director perpetuo”. En marzo de 1822, se encontraba en Caracas, y en octubre llegó a Bogotá. De inmediato, el general Santander, vicepresidente de la república y su gran valedor, le encargó dirigir la oficina de la agrimensura de tierras. Poco después, preparó, por orden suya, un Proyecto de Reglamento provisional para el régimen interior de la Escuela de Ingenieros Geógrafos, en el que repitió con ligeros matices el plan de estudios y organización de la Escuela de Caminos madrileña. Si esta iniciativa se vinculó a la experiencia de Lanz y a su extraordinaria peripecia personal, su colaboración en los planes pedagógicos de Santander muestra su integración en la vida intelectual y política de la Gran Colombia, con su recto y sensato republicanismo y espíritu de innovación; de ahí que también elaborara un interesante plan de organización de una casa de educación del Estado. En otro orden de cosas, hacia 1824 dibujó un exacto Plano de Bogotá, bien conocido porque fue impreso junto al Compendio histórico del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada del coronel Joaquín Acosta, editado en París en 1848, y un Mapa de la república de Colombia. Éste constituyó el punto de partida de la cartografía nacional, y formó parte del Atlas en cuarto que acompañó la influyente Historia de la revolución de la república de Colombia de José Manuel Restrepo, publicada en París en 1827.

Las actividades científicas de Lanz en esta etapa también incluyeron la participación en diversas expediciones científicas. Junto al naturalista francés Boussingault tomó parte en una excursión al valle del río Supía y Sonsón con fines cartográficos y de observación mineralógica. A fines de 1822, se hizo cargo del Observatorio Astronómico bogotano, y en 1824, el vicepresidente Santander lo envió a estudiar la situación de las defensas de Cartagena y Santa Marta. El 30 de septiembre se encontraba en Puerto Cabello, donde participó en una ceremonia de la Masonería, organización a la que pertenecía ya en 1809. En noviembre recibió de Santander la licencia temporal y el pasaporte que le había solicitado para viajar a Francia y traer a su familia. Tan comprensibles motivaciones personales encubrían su nombramiento como agente confidencial de la Gran Colombia ante Francia, justo cuando su gobierno se debatía entre la necesidad del reconocimiento británico y la amenaza de una reconquista española con el apoyo francés. Lanz llegó a Le Havre procedente de Nueva York en marzo de 1825 y de inmediato pidió pasaporte para desplazarse a París.

Durante los meses siguientes, sostuvo entrevistas con el prefecto de policía y con el jefe de gabinete, Jean Baptiste Villele, y logró neutralizar las acusaciones en torno al carácter anárquico, destructivo y cruel de los dirigentes de la Gran Colombia, así como su oportunismo en política exterior, que encubría una velada acusación de anglofilia. Aunque Santander lo nombró miembro de la Academia Nacional, una institución que pretendió reunir a los sabios más distinguidos, en 1826 se le comunicó el relevo de su cargo y la orden de presentarse en Bogotá. El empeoramiento de su salud le impidió el viaje, y en 1829 el propio libertador Simón Bolívar, que se había encumbrado a la dictadura y había eliminado a Santander y a quienes le rodeaban, ordenó que le expidieran letras de retiro y se le separara “de toda inteligencia y conocimiento en los negocios de Colombia”.

Durante sus últimos años, viudo y enfermo, Lanz intentó retornar a España como profesor del Conservatorio de Artes y Oficios fundado en 1824, sin conseguirlo.

En 1837, el antiguo favorito Manuel Godoy lo mencionó en sus Memorias: “Don José Lanz existe todavía en París, vive en la soledad y goza, sin embargo, de un gran nombre entre los sabios”. Por aquellas fechas, debía encontrarse preparando la tercera edición del Ensayo sobre la composición de las máquinas, que no llegó a conocer. Según una persistente tradición oral, Antonio Gutiérrez, su amigo y discípulo, presenció su último suspiro en 1839 en la casa de los Bréguet situada en el 79 del Quai de l’Horloge, donde debió residir sus últimos años de vida. Sus restos fueron depositados en un lugar desconocido.

 

Obras de ~: con A. de Betancourt, Essai sur la composition des machines, Paris, 1808 (2.ª ed., Paris, 1819; 3.ª ed., Paris, 1840; 1.ª ed. en ingl., London, 1817; 2.ª ed., London, 1820; 1.ª ed. en al., Berlín, 1829; 1.ª ed. en esp., Madrid, 1990): “Mapa de la República”, en J. M. Restrepo, Historia de la revolución de la república de Colombia, París, 1827; “Plano de Bogotá”, en J. Acosta, Compendio histórico del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada en el siglo décimo sexto, París, 1848; P. Bret y E. L. Ortiz, “Dos documentos sobre el matemático José María de Lanz, en el París de la última década del siglo XVIII”, en Revista de Obras Públicas (Madrid), CXXXVIII, n.º 3305 (1991); J. A. García Diego y E. L. Ortiz, “On a Mechanical Problem of Lanz”, en History and Technology, vol. V, New York, 1988.

 

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Manuel Lucena Giraldo

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