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Máximo Laguna y Villanueva

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Biografía

Laguna y Villanueva, Máximo. Santa Cruz de Mudela (Ciudad Real), 2.XII.1826 – 3.I.1902. Ingeniero de montes y botánico, autor de la primera Flora Forestal de España.

Fue el menor de los dos hijos de Andrés Laguna Maestre, nacido en el mismo lugar, y Ana María Villanueva Fernández del Campo, oriunda de la ciudad mexicana de Xalapa. De “antiguos y prestigiosos hacendados” de la comarca calificó a la familia de Laguna su compañero y biógrafo Pedro de Ávila. Cursó las primeras letras en su localidad natal, pero luego fue enviado al colegio de los padres escolapios de Getafe (Madrid), donde estudió el bachillerato.

Desde finales de 1847, cuando realizó el examen de ingreso, hasta finales de 1851, cuando completó los ejercicios de fin de carrera, siguió los estudios de Ingeniería de Montes, que inauguró junto con sus compañeros. Fue, en efecto, aquélla la primera promoción de la nueva titulación, que se impartió en la recién creada Escuela Especial de Ingenieros de Montes, cuya primera sede fue el castillo o palacio de los Condes de Chinchón, en Villaviciosa de Odón, cerca de Madrid. Entre los profesores que allí tuvo destaca Miguel Bosch y Juliá, encargado de la enseñanza de la Historia Natural y, por tanto, de la Botánica, que iba a ser luego la dedicación principal de Laguna. Para comprender el predicamento y el prestigio que más tarde había de tener Laguna entre los forestales españoles ha de tenerse en cuenta, junto a sus innegables méritos científicos y profesionales, esta circunstancia de haber tomado parte en el momento fundacional de la profesión, en el que adquirió su carácter el Cuerpo de Ingenieros de Montes, creado poco después como nuevo brazo técnico al servicio del Estado.

Obtuvo en su promoción el número dos, por detrás de Joaquín María de Madariaga. En su calidad de alumnos aventajados, ambos fueron seleccionados en 1853 para una primera misión oficial, la evaluación de los daños de los llamados “humos de Huelva”, es decir, de los efectos de la minería del cobre sobre la producción vegetal de la comarca. El mismo año, y juntos de nuevo, fueron comisionados para ampliar su formación en Sajonia, en la Academia Forestal de Tharandt, centro que fue de referencia para las primeras generaciones de forestales españoles. Permaneció así tres años fuera de España, residiendo en Schandau, Dresde y Tharandt, donde, además de seguir estudios regulares, conoció y participó en las prácticas de administración y aprovechamiento forestales seguidas en Sajonia. A su regreso, en 1856, fue nombrado profesor de Botánica de la Escuela Especial de Ingenieros de Montes, puesto que desempeñó, alternándolo con otras comisiones, durante ocho años. Además, acumuló en ocasiones las enseñanzas de Zoología, Selvicultura, Economía y Derecho Administrativo. Más tarde hubo de volver a la Escuela, situada por entonces en San Lorenzo de El Escorial, como director, puesto que ocupó durante el curso de 1871 a 1872, en que también fue profesor, y luego durante los años 1877 y 1878.

Entre las comisiones oficiales desempeñadas durante este período destacan el reconocimiento forestal, que se le encomendó en 1860, del territorio en torno de Ceuta, por entonces recién ampliado tras el fin de la guerra de África, y, en 1862, el estudio para la repoblación de los bosques de la sierra de Guadarrama, entre las provincias de Madrid y Segovia.

Tras su etapa en la Escuela fungió como inspector general en la Junta Facultativa del Cuerpo de Ingenieros de Montes, de la que ya era vocal desde 1859.

A comienzos de 1864 participó en la redacción de los reglamentos orgánicos y de servicio del Cuerpo, que se publicaron al año siguiente. También en 1864 realizó, durante los meses de verano, una “excursión forestal” por los imperios austríaco y ruso, en la que prestó particular atención al carácter y la organización de los centros de enseñanza del ramo.

Pero su gran obra fue la Flora Forestal Española. Para su elaboración se creó, por Real Orden de 5 de noviembre de 1866, una Comisión de la Flora Forestal Española y se encomendó su dirección a Laguna, quien dedicó sus mejores esfuerzos a este empeño hasta 1888, en que se suprimió la Comisión, para pedir al año siguiente la jubilación. Los dos volúmenes, publicados en 1883 y 1890, recogen quinientas cincuenta y tres especies de plantas leñosas que viven silvestres o asilvestradas en los montes de España. De ellas, ochenta fueron objeto de espléndidas ilustraciones debidas al ingeniero de montes Justo Salinas, cuya reproducción en cromolitografía dio un atlas de láminas, compañero de la Flora Forestal, que destaca por sí mismo como exponente del mejor grabado científico en la España contemporánea.

Además de Salinas, quien, aparte de su labor como ilustrador, realizó también algunas excursiones de prospección, colaboraron con Laguna en la Comisión los ingenieros de montes Sebastián Vidal, Luis Gómez y, sobre todo, Pedro de Ávila, que fue su constante compañero en lo profesional y cercano amigo en lo personal.

La edición de la Flora Forestal no fue, sin embargo, más que el resultado final de los trabajos de Laguna y Ávila, pues su redacción requirió que ambos recorrieran extensamente la Península, acumulando incontables jornadas de trabajo de campo. Por su planteamiento, por su alcance y por el propósito que la animaba, la labor de la Comisión de la Flora Forestal Española debe ponerse en relación con los reconocimientos geográficos y geológicos que en la misma época se acometen con carácter oficial y que representan el esfuerzo que en el último tercio del siglo se dio por sentar las bases del conocimiento científico del territorio español, muy atrasado respecto a otros países europeos. Son, en efecto, los mismos años en que ingenieros de minas como Lucas Mallada completaban otra ingente tarea de prospecciones de campo, plasmada en 1889 en el primer mapa geológico que se publicaba con cierto detalle de la Península. Laguna, como Mallada, estaba, por otra parte, en conexión con el movimiento modernizador de la historia natural que simultáneamente, y con independencia de los organismos oficiales, se estaba produciendo en España y cuya mejor expresión fue la Sociedad Española de Historia Natural.

Los trabajos de Laguna y Ávila quedaron bien documentados en dos resúmenes, correspondientes respectivamente a 1867 y 1868 y a 1869 y 1870, que, previamente a la publicación final de la Flora Forestal, recogieron sus itinerarios de viaje, resultados preliminares y consideraciones previas a la elaboración de la obra definitiva. Se registran en ellos treinta y seis recorridos, muchos de ellos, lógica consecuencia de la distribución de las principales masas forestales, por comarcas montañosas. Del sincero sentimiento de la naturaleza que caracterizó a Laguna, dando una clara dimensión afectiva a su labor profesional, y del que hay abundantes testimonios en sus escritos, es también muestra el que durante estas excursiones de reconocimiento forestal por las montañas españolas no dejaran pasar la oportunidad para ascender, adelantándose a los fenómenos socioculturales del alpinismo y el excursionismo, a algunos de los picos más significativos de la Península, como el Mulhacén y el Veleta en Sierra Nevada o el Aneto y el Monte Perdido en Pirineos, aunque estos dos últimos sólo en grado de tentativa, que el mal tiempo frustró.

Desde el punto de vista del contenido científico de la Flora Forestal y los resúmenes previos, importa señalar que su valor no fue sólo florístico y corológico.

Dicho de otro modo, no se limita al inventario de las especies y al registro de las regiones, comarcas o localidades en que están presentes. Hay además, como es propio del punto de vista forestal de sus autores, un interés por la comprensión de la vegetación como tal, de la formación vegetal que, integrada por determinadas especies, vive en un lugar concreto, bajo particulares condiciones de clima, suelo, etcétera. Se aportan así interesantes materiales para una entonces apenas desarrollada geografía botánica de la Península.

Desde el punto de vista social y económico el reconocimiento llevado a cabo por Laguna y sus colaboradores, de nuevo en sintonía con el ideario forestal de la época, se hace desde una especial sensibilidad hacia el estado de conservación, o más a menudo de deterioro, de las masas forestales. Son sobre todo los ingenieros de montes de la segunda mitad del XIX, y entre ellos Laguna, quienes constatan, y documentan en trabajos de carácter técnico, la preocupante situación de la cubierta vegetal española y quienes llaman a su protección y restauración, si bien sus datos y argumentos hayan sido más conocidos a través de los publicistas del regeneracionismo español de entresiglos, como Mallada o Costa, que los incorporaron profusamente a sus denuncias y llamamientos.

De la estima que contemporáneamente gozó en la profesión es muestra el que en 1891, ya jubilado, el Cuerpo de Ingenieros de Montes le tributara homenaje, haciendo modelar un busto con su efigie y editando bajo el título de Montes y plantas una compilación de muchos de sus trabajos dispersos en revistas y folletos. Y sobre la que retrospectivamente le guardaron generaciones posteriores de ingenieros de montes baste citar opinión tan autorizada como la de Luis Ceballos, quien juzgó a Laguna como “la figura botánica de mayor relieve entre los forestales españoles”. A esta muy positiva valoración que de él dejaron sus colegas y discípulos parece haber contribuido su carácter, en el que unánimemente encontraron afabilidad y simpatía. Dotado de “ingenua y natural bondad” y “de trato ameno y grato, que conquistaba pronto las simpatías”, le recuerda Blas Lázaro, quien deja también una estampa de su fisonomía, al pintarlo “de estatura más bien baja y bien proporcionado, delgado, de rostro moreno tan simpático como expresivo, facciones muy regulares y vivo mirar”.

Laguna permaneció soltero toda su vida. Se jubiló voluntariamente en 1889. Murió en los primeros días de 1902 en su localidad natal, donde pasaba, como siempre, los días de Navidad en casa de su único hermano, el cual, impresionado, murió también apenas una hora después.

Laguna fue elegido en 1874 académico de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, en la que ingresó en 1877, para ser desde entonces uno de sus miembros más activos, desempeñando los cargos de vicepresidente y presidente de la Sección de Ciencias Naturales. Miembro desde 1872 de la Sociedad Española de Historia Natural, fundada un año antes, fue su presidente anual por dos veces, en 1882 y 1893. Protegió la fundación y primeros pasos de una primera asociación botánica, impulsada en 1878 por estudiantes y jóvenes licenciados, la Sociedad Linneana Matritense, que funcionó hasta 1884. Entre sus miembros se contaba el licenciado en ciencias naturales Odón de Buen, a quien Laguna comisionó algunos trabajos de campo para la Flora Forestal, patrocinando así el inicio de la carrera profesional de quien iba a ser uno de los científicos españoles más destacados del primer tercio del siglo siguiente. Su papel en la promoción de iniciativas científicas se refleja también en el apoyo que con su prestigio brindó a la Comisión para el Estudio de la Fauna Entomológica de la Península, una iniciativa del zoólogo Ignacio Bolívar, de la que en 1887 Laguna, aun no siendo especialista en insectos, fue nombrado miembro con carácter gratuito. Se dedicó también a la divulgación de temas científicos y forestales como articulista y conferenciante en el Ateneo de Madrid. Entre otras distinciones, recibió la Gran Cruz de Isabel la Católica y la Encomienda de Carlos III.

 

Obras de ~: con L. Satorras, Memoria de reconocimiento de los montes de Sierra Bullones, Madrid, 1861; Memoria de reconocimiento de la Sierra de Guadarrama, Madrid, Imprenta Nacional, 1864; Excursión forestal por los Imperios de Austria y Rusia, Madrid, Sordo-mudos, 1866; “El pinsapar de Ronda”, y “Un pedazo de Sierra Morena”, en Revista Forestal (RF), 1 (1868), págs. 96-107 y págs. 437-450, respect.; “Abetos y pinsapos”, en RF, 2 (1869), págs. 614-624; con P. de Ávila, Comisión de la Flora Forestal Española. Resumen de los trabajos verificados por la misma durante los años de 1867 y 1868, Madrid, 1870; “Pinos”, en RF, 3 (1870), págs. 359-367; “Siembras y plantaciones de E. Burkhardt”, en RF, 4 (1871), págs. 129-135; con P. de Ávila, Comisión de la Flora Forestal Española. Resumen de los trabajos verificados por la misma durante los años de 1869 y 1870, Madrid, 1872; “Observaciones sobre las temperaturas mínimas que pueden soportar los vegetales”, en RF, 5 (1872), págs. 577-591; “Una colección de coníferas”, en RF, 7 (1874), págs. 3-11; “Apuntes sobre un nuevo roble, Quercus jordanae, de la Flora de Filipinas”, en RF, 8 (1875), págs. 255-261 (ed. Madrid, Manuel Minuesa, 1875); Los progresos verificados en el conocimiento de la reproducción de los vegetales y, en especial, en el de la fecundación de las plantas fanerógamas (discurso leído ante la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales [...] en su recepción pública), Madrid, Tipografía Estereotípica Perojo, 1877; “Un folleto forestal del Sr. Barros Gomes”, en Revista de Montes (RM), 1 (1877), págs. 73-77; “Cien helechos de Filipinas”, en Anales de la Sociedad Española de Historia Natural, 7 (1878), págs. 249-267 (ed. Madrid, 1878); Coníferas y Amentáceas españolas, Madrid, Tipografía Estereotípica Perojo, 1878; “Pinus: P. pinea, L.”, en RM, 2 (1878); “El quejigo y la quejigueta” y “El Valle de Iruelas”, en RM, 3 (1879); “Abies pinsapo”, en RM, 4 (1880); “Agallas de los robles”, en Anales de la Sociedad Española de Historia Natural, 9 (1880); “Cupresíneas”, “El Pinus halepensis, Mill. y el P. pinaster, Soland.”, “El Pinus montana, Duroi”, “Género Abies: A. pectinata” y “Pinus laricio, Poir.”, en RM, 4 (1880); Plantas criptógamas. Su importancia en la agricultura, Madrid, 1880; “Taxíneas (género Taxus)”, en RM, 5 (1881); Un esto italiano y varios mestos españoles, Madrid, 1881; “El alcornoque”, “La coscoja” y “La encina”, en RM, 7 (1883); “¿Qué son las plantas?”, Madrid, 1883; Flora Forestal Española: que comprende la descripción de los árboles, arbustos y matas que se crían silvestres o asilvestrados en España [...], Madrid, Imprenta del Colegio Nacional de Sordo- Mudos y de Ciegos, 1883-1890; “Los líquenes y la teoría de Schwendener”, “Opinión de Linneo sobre el origen de las especies vegetales”, “Los sargazos (Sargassum bacciferum, Ag.) como medio de emigración para varios animales marinos” y “La evolución del Reino Vegetal”, en Revista de los Progresos de las Ciencias (RPC), 21 (1886), págs. 26-29, págs. 29-32, págs. 32-34 y págs. 421-424, respect.; Montes y plantas, Madrid, 1891; La Flora americana (conferencia [...] leída el día 14 de abril de 1891), Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1892; “Nota fenológica”, en RM, 21 (1897); “Libros y excursiones”, en RM, 26 (1902), págs. 4-6.

 

Bibl.: P. Artigas, “Forestales españoles: Don Máximo Laguna”, en RM, 23 (1899), págs. 409-415; A. García Maceira, “Don Máximo Laguna”, en RM, 26 (1902), págs. 221-223; P. de Ávila y Zumarán, Discurso leído ante la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en su recepción pública por el Ilmo. Sr. D. Pedro de Ávila y Zumarán y contestación del Sr. Blas Lázaro é Ibiza, Madrid, 1915; L. Ceballos y Fernández de Córdoba, “La Cátedra de Botánica de nuestra Escuela y la labor botánica de los forestales españoles”, en Montes, 100 (1961), págs. 371-378; J. Gómez Mendoza, Ciencia y política de los montes españoles (1848-1936), Madrid, Icona, 1992; “Máximo Laguna y la botánica forestal española”, en J. Gómez Mendoza et al., Geógrafos y naturalistas en la España contemporánea, Madrid, Universidad Autónoma, 1995, págs. 35-79; V. Casals Costa, Los ingenieros de montes en la España contemporánea (1848-1936), Barcelona, Serbal, 1996; J. L. González Escrig y B. Fernández Ruiz, Máximo Laguna y Villanueva (1826-1902). Un manchego autor de la Flora Forestal Española, Ciudad Real, Instituto de Estudios Manchegos, 1997; J. L. González Escrig, Ingeniería y Naturaleza. Aportaciones de los Ingenieros de Montes Españoles a las ciencias naturales durante el siglo XIX, Madrid, Asociación y Colegio de Ingenieros de Montes, 2002.

 

Santos Casado de Otaola