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Manrique Pérez de Lara

Biografía

Pérez de Lara, Manrique. Señor de Molina de Aragón. ?, c. 1118 – Huete (Cuenca), 9.VII.1164. Conde, regente.

Conde castellano, regente de Castilla, tenente de Toledo, Baeza y otras plazas, señor de Molina de Aragón. Hijo del conde Pedro González de Lara y de su esposa Eva. Debió de ser el primogénito de este matrimonio, pues es el primero de sus hijos que confirma en los diplomas reales. A la muerte de su padre, en 1130, quedó bajo la custodia de su tío y pariente mayor, el conde Rodrigo González de Lara, quien por entonces ocupaba la tenencia de Toledo. Junto a él debió de ejercitarse en el arte de las armas, interviniendo en varias algaradas por tierras andaluzas. Su ilustre origen y, posiblemente, sus dotes militares le valieron el favor real, pues Alfonso VII le concedió la alferecía en 1134.

Se mantuvo a cargo de este oficio hasta 1139, aunque sus referencias son escasas entre 1137 y 1144. Pudo acompañar a su tío Rodrigo a Tierra Santa, aunque las fuentes no aportan ninguna noticia al respecto. De hecho, también es posible que por entonces emprendiera la conquista del señorío de Molina. Situado en una zona de vanguardia frente al islam y de futuro incierto desde la muerte de Alfonso I el Batallador, quedaba rodeado por los reinos de Castilla y Aragón, lo que le otorgaba un alto valor estratégico.

Sea como fuere, desde 1144 estaba de nuevo en la Corte, fecha en la que recibió las tenencias de Toledo, Madrid y Ávila. Alfonso VII le concedió el título condal el 21 de agosto de 1145, con el que confirma asiduamente en los diplomas reales. Desde esta posición privilegiada, Manrique intervino activamente en las empresas militares del Emperador. Así lo prueba su decisiva participación en las conquistas de Calatrava, el alto valle del Guadalquivir y Almería, que tuvieron lugar en 1147. Además, a raíz de su ocupación, el conde Manrique recibió el gobierno de Úbeda, Baeza y, por poco tiempo, Almería, hasta que se perdieron estos territorios en 1157. Fue entonces cuando, en el ejercicio de sus funciones, se ocupó de poblar las tierras del alto valle del Guadalquivir, otorgando varios diplomas en nombre de Alfonso VII. El Poema de Almería, fuente coetánea a su conquista, no escatima en elogios al hablar de este magnate: “Ilustre en armas [...] no fingido amigo de Cristo [...] agradable al Emperador [...] preclaro por su fama, querido por todos, espléndido, generoso [...] tenía mente de sabio, gozaba con la guerra, poseía la ciencia militar [...] enriquecido con ‘honor’ en la flor de su juventud y respetado por el Emperador [...] testigo de la ley y mala peste de los sarracenos”.

Su presencia en tierras andaluzas no le impidió continuar al frente de propiedades y tenencias castellanas, pues se sabe que puso en explotación varias heredades en las cercanías de Toledo y otorgó fuero a los habitantes de su señorío de Molina, en el que no dudó en recalcar su autonomía jurisdiccional.

Alfonso VII falleció en 1157, no sin antes dividir sus dominios entre sus hijos Sancho y Fernando. Sancho recibió el Reino de Castilla, contando con el apoyo, entre otros, de los linajes de Lara y Castro. En concreto, el conde Manrique y su hermano Nuño defendieron los intereses castellanos frente a Fernando II de León. Ello pese a que, acaso para facilitar el entendimiento entre ambas Cortes, se concertó el matrimonio entre Nuño Pérez de Lara y Teresa Fernández de Traba.

Pronto estallaron los conflictos, consecuencia de la división territorial o avivados por las desavenencias de algunos magnates con sus respectivos Monarcas. Las hostilidades cobraron relevancia en el entorno de la Tierra de Campos, pues ciertos nobles leoneses acudieron a la Corte castellana, situación que se vio agravada por el fallecimiento de Sancho III en agosto de 1158. Antes de morir había decidido entregar la regencia de Castilla al conde Manrique de Lara y la custodia de su joven heredero, el futuro Alfonso VIII, a Gutierre Fernández de Castro. De esta forma, se garantizaba el gobierno y la defensa del Reino, en manos de un magnate de gran influencia social y política.

No obstante, para evitar la acumulación de un excesivo poder, Sancho III prefirió ceder la custodia de su hijo a su fiel vasallo y antiguo tutor, que debía gozar de bastante prestigio en la Corte.

Sin embargo, no tardaron en surgir desavenencias. Según Jiménez de Rada, el conde Manrique convenció a Gutierre Fernández para que entregara el Rey párvulo al anciano García de Aza, personaje afín a los Lara, que no dudó en ceder a sus presiones. A este respecto, recientes investigaciones permiten revisar la genealogía del de Castro, que resultaría hijo de Fernando García de Hita. En tal caso, García de Aza era tío de Gutierre, pues ambos descendían del conde García Ordóñez. A su vez, al ser García hijo del primer matrimonio de la condesa Eva, quien casó en segundas nupcias con Pedro González de Lara, el de Aza y Manrique Pérez eran hermanos de madre. Por tanto, García poseía vínculos familiares con ambos personajes, lo que explica su intervención en la maniobra política.

La rivalidad entre Fernando Rodríguez de Castro —sobrino de Gutierre— y los leoneses, de un lado, y los Lara y un importante sector castellano, del otro, desembocó en contienda armada al poco tiempo, cuando Fernando II invadió la Tierra de Campos y capturó a Nuño Pérez de Lara. La victoria leonesa obligó a ambos bandos a alcanzar un acuerdo, que permitió a Fernando Rodríguez regresar a Castilla. Pero, lejos de admitir su derrota, Manrique de Lara convenció a García de Aza para que le entregara la custodia de Alfonso VIII (1159). A cambio, confió a su hijo, Pedro García, la mayordomía real castellana. Aunque esta acción y la posterior huida de Fernando Rodríguez y sus hermanos ha sido interpretada desde la animadversión de los Lara —postura defendida por Jiménez de Rada—, Gutierre Fernández no parece abandonar la Corte castellana, pues continúa confirmando los diplomas regios sin aparente solución de continuidad. Es posible que, en realidad, éste admitiera la inicial cesión de Alfonso al regente, quizá recelando de las pretensiones del rey leonés y de su sobrino Fernando Rodríguez. En todo caso, parece que Gutierre, ante la gravedad de la situación, intentó recuperar la tutoría, lo que no consiguió.

En el transcurso de todos estos acontecimientos, el conde Manrique contó con el apoyo de personajes destacados. Junto a él se hallaban, aparte de los miembros de su linaje, los condes Lope Díaz de Haro I, Osorio, Ponce de Cabrera, Vela y Rodrigo Pérez de Traba, quienes confirman con mayor o menor asiduidad en los diplomas reales. Además los linajes de Aza y Cameros y los nobles Gómez González, Gonzalo García de Roa, Gonzalo Rodríguez de Bureba y Gonzalo de Marañón se mantuvieron, aparentemente, del lado del regente. Sería erróneo considerar una simple obediencia o amistad hacia los Lara, pues en muchos casos, sus apoyos estuvieron condicionados por importantes cesiones políticas y territoriales. Un ejemplo evidente es el del señor de Vizcaya, que durante la minoridad regia se hizo con importantes tenencias en La Rioja y gozó de amplia autonomía en las comarcas a su cargo.

Por otra parte, Gutierre Fernández, los obispos castellanos y no pocas ciudades y villas defendieron los intereses de Alfonso VIII, por lo que es posible que, frente a la rivalidad manifiesta que muestran las crónicas, haya que considerar una postura más o menos tolerante con el conde Manrique, acaso fluctuante y, sobre todo, en defensa de Castilla y de su Rey. Algunos obispos, como el de Sigüenza y futuro primado de Toledo, don Cerebruno, fueron fervientes partidarios del de Lara, mientras que otros mezclaron los asuntos políticos con sus intereses episcopales. Lo mismo se podría decir de ciudades como Ávila, que entremezclaba la defensa del Monarca y su regente con ciertos conflictos territoriales con poblaciones leonesas vecinas.

Así las cosas, Fernando II invadió el Reino castellano y logró la sumisión de la ciudad de Toledo y buena parte de la Extremadura, donde parece que Fernando Rodríguez contaba con ciertos partidarios.

Estos sucesos obligaron al conde Manrique a replegarse hasta Soria y buscar de nuevo el acuerdo, alcanzado a costa de la renuncia a la tutoría. La paz propició el entendimiento de ambas Cortes. Entre fines de 1162 y principios de 1163 los Lara y algunos nobles y obispos castellanos parecen acompañar a Fernando II en sus recorridos por Castilla, algo que debió enojar a quienes temían un creciente intervencionismo leonés o una actitud interesada del conde.

No obstante, los acuerdos no fueron duraderos. La Corte castellana se dirigió a Soria mientras Fernando II acudía a pacificar Salamanca, que se había sublevado. Según las crónicas ambos bandos se reunieron en Soria, donde el rey leonés reclamó la custodia de Alfonso VIII, a lo que se opusieron los sorianos. Si bien algunas fuentes indican que Fernando II pretendía el vasallaje de Alfonso, lo más probable es que buscara un reconocimiento a la supremacía leonesa, aunque no su dominio directo sobre Castilla. De hecho, esta actitud concuerda con la política seguida en su día por Alfonso VII, que aceptaba la existencia de reinos dependientes de su autoridad, por lo que no sorprende que, en esta ocasión, se encuentre algún documento que reclame la autoridad imperial para Fernando II.

Sea como fuere, el conde Manrique se opuso a sus exigencias. Es posible, incluso, que su decisión estuviera tomada con anterioridad a la reunión. En todo caso, mientras dialogaban ambas partes, el de Lara dispuso que, con la excusa de dar de comer al Reyniño, un caballero fiel a sus intereses, Pedro Núñez de Fuentearmejil, se escabullera de Soria y se refugiara en San Esteban de Gormaz. Acto seguido, Manrique le siguió y, cuando Fernando II se enteró, acudió en su persecución, aunque no pudo evitar que Nuño Pérez de Lara huyera con el Monarca hacia el castillo de Atienza. El rey leonés sitió sin éxito San Esteban de Gormaz y, ante la inutilidad de tal ataque, regresó a su Reino en agosto de 1163.

Tras estos sucesos se volvió a buscar el entendimiento, entre otros motivos por la necesidad de hacer frente a la invasión navarra de La Rioja. Parece que ambas Cortes lograron un principio de acuerdo, reconociendo a Fernando II el control de Toledo y cierta primacía sobre su sobrino.

No obstante, la paz no duró. El conde Manrique y un importante sector castellano intentaron recuperar el control del Reino y, en concreto, de la Transierra y Toledo. Parece que algunas villas de este sector, entre ellas la capital del Tajo, eran partidarias de Fernando Rodríguez o, al menos, contrarias al entendimiento entre el conde Manrique y Fernando II. Lo más probable es que, detrás de este apoyo al de Castro, se hallara su rechazo a la aparente claudicación del regente a las pretensiones leonesas, mientras que algunas poblaciones, como Ávila, veían en tal actitud un peligro a sus intereses, de ahí que continuaran del lado del regente. El caso es que en el verano de 1164 las tropas del conde Manrique avanzaron hacia Toledo, donde se encontraba Fernando Rodríguez. Éste, tras ser expulsado de la ciudad por partidarios del de Lara, se refugió en Huete, hacia donde se dirigió el regente. Manrique se enfrentó al de Castro en las cercanías de esta villa, sorprendido por una avanzadilla de su rival. En esta batalla falleció el magnate, aunque el de Castro, inseguro en tierras castellanas, tuvo que huir a León, probablemente por carecer de suficientes apoyos.

En tales circunstancias, su hermano Nuño se hizo cargo de la tutoría y la regencia, evitando el desastre y permitiendo a los Lara mantener el control de la Corte castellana hasta la década de 1170.

El conde Manrique Pérez había casado con Ermesenda, hija del vizconde Aimerico II de Narbona. Este matrimonio debe enmarcarse en el entendimiento entre Alfonso VII y Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, a la sazón protector de la ilustre dama tras el fallecimiento de su padre en 1133. No se sabe la fecha exacta del enlace, aunque consta su presencia en Castilla en 1154. De sus hijos, Pedro Manrique recibió el señorío de Molina y la jefatura familiar, diferenciada de la otra rama del linaje. Otros dos, Aimerico y Ermengarda Manrique, heredaron el vizcondado narbonense, acudiendo en ocasiones a tierras castellanas. Además, fueron hijos del conde María y Sancha Manrique, que otorgaron varios documentos relacionados con el patrimonio familiar, y Guillermo, quien puede identificarse con un clérigo de Santa María de Molina.

El conde Manrique fue uno de los nobles más destacados de la Castilla del siglo xii. Inició su andadura como alférez de Alfonso VII y, a partir de la década de 1140, recibió las tenencias de Toledo, Madrid, Ávila, Atienza, Medinaceli, Osma, Segovia y la Extremadura. A estas tenencias añadió, durante poco más de diez años, el gobierno del alto valle del Guadalquivir, centralizado en la tenencia de Baeza, lo que impedía al magnate una intervención directa en todas sus fortalezas. Éste fue el motivo por el que se designaron alcaides que suplieran a su señor o tenente, de los que se conoce el caso de Pedro García, al frente del alcázar de Baeza por el conde en 1156 y, acaso, primer oficio del hijo de García de Aza. Al acceder a la regencia en 1158, Manrique no renunció a estos oficios territoriales, pues consta que se hizo cargo de Toledo, Atienza, San Esteban de Gormaz, aunque se ocupó de recalcar su autoridad como custodio del Reino en los documentos públicos y privados.

Hasta tal punto llegó su poder e influencia que reunió en su entorno una verdadera corte nobiliaria, en la que, aparte de familiares, aliados y vasallos, se constata la existencia de varios oficiales. Así ocurre con su mayordomo y su alférez, presentes, junto a su señor, en un diploma regio de 1161. Pero, sobre todo, destaca Sancho, canciller condal que confeccionó varios documentos por mandato de don Manrique, entre ellos tres privilegios de Alfonso VII que el Monarca ordenó otorgar a su fiel magnate cuando éste gobernaba Baeza.

Manrique Pérez debió poseer un patrimonio considerable, del que han llegado algunas referencias. Sobresale su extenso señorío de Molina, plaza que fue conquistada por Alfonso el Batallador en 1128, aunque su dominio debió ser bastante precario, situación agravada a la muerte del monarca navarro-aragonés. Probablemente, el avance de Alfonso VII por la Extremadura soriana y su temporal control de Zaragoza propiciaron un dominio castellano de Molina. La ausencia documental de Manrique Pérez entre 1137 y 1144 permite intuir una eventual actuación del magnate, que se haría con este señorío en torno a 1138. Su importancia no era desdeñable, pues lindaba con los territorios aragoneses, el Islam andalusí y, tras su conquista, con el señorío de Albarracín. Que era dominio del conde y no una tenencia lo prueba la ausencia de referencias documentales a esta hipotética demarcación, aunque su definición legal debió clarificarse de forma paulatina. Se sabe que en 1154 Alfonso VII confirmó el fuero de la villa y su señorío, que Manrique y su esposa habían otorgado en fecha anterior. Esta acción poblacional debió consolidarse en los años sucesivos, cuando la regencia de Castilla y la situación de inestabilidad política revalorizaron el valor político y militar del señorío, en el que el conde gozaría de plena autonomía.

No era éste el único patrimonio de Manrique, pues dispuso de propiedades en la ciudad de Burgos y las tierras situadas entre el Arlanzón y el Duero. En concreto, poseía las villas de Madrigal, Alcolea y Los Ausines, y compartía con sus hermanos el señorío de Tardajos. En la Extremadura y Transierra contaba con propiedades en Atienza y Cogolludo y, a orillas del Tajo, poseyó las aldeas de Cedillo y Balaguera, que entregó a varios pobladores en 1154.

 

Bibl.: L. de Salazar y Castro, Historia Genealógica de la Casa de Lara, Madrid, Imprenta Real por Mateo de Llanos y Guzmán, 1696; L. Sánchez Belda (ed.), Chronica Adefonsi Imperatoris y Poema de Almería, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1950; R. Menéndez Pidal (ed.), Primera Crónica General de España, Madrid, Gredos, 1955; J. González González, El Reino de Castilla en la época de Alfonso VIII, Madrid, CSIC, 1960; M. Recuero Astray, Alfonso VII Emperador, El Imperio hispánico en el siglo xii, León, Centro de Estudios e Investigación San Isidoro, 1979; R. Jiménez de Rada, De Rebus Hispanie sive Historia Gothica, ed. de J. Fernández Valverde Turnholt (Estados Unidos), Brepols, 1987 (col. Corpus Christianorum. Continuatio Mediaevalis, t. LXXII); J. de Salazar y Acha, “El linaje castellano de Castro en el siglo xii: consideraciones e hipótesis sobre su origen”, en Anales de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, t. I (1991), págs. 33-68; S. Barton, The aristocracy in twelfth-century León and Castile, Cambridge (Gran Bretaña), University Press, 1997; S. R. Doubleday, The Lara Family: Crown and nobility in medieval Spain, Cambridge (Massachusetts)-Londres (Gran Bretaña), Harvard University Press, 2001; A. Sánchez de Mora, La nobleza castellana en la Plena Edad Media: El linaje de Lara, Sevilla, Universidad, 2006.

 

Antonio Sánchez de Mora

 

 

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