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Pedro de Mendinueta y Múzquiz

Biografía

Mendinueta y Múzquiz, Pedro. Elizondo (Navarra), 6.VI.1735 – Madrid, 18.II.1825. Capitán general y virrey del Nuevo Reino de Granada.

Nació en el seno de una clásica familia de la elite local del valle navarro del Baztán. El matrimonio de sus padres, Juan Martín Mendinueta y Urrutia, administrador de la real renta de tabacos de Elizondo y jurado de la Junta general del valle, y María Josefa Múzquiz y Goyeneche, hermana de Miguel Múzquiz y Goyeneche, secretario de Hacienda durante el gobierno de Carlos III, se convirtió en una pieza más del engranaje familiar baztanés que dio lugar a la barojiana hora navarra del siglo xviii.

Tras realizar sus estudios de bachiller en el colegio de los jesuitas de Toulouse, Pedro Mendinueta se inició en la carrera de las armas como cadete del Regimiento Inmemorial de Castilla, el 31 de octubre de 1756. Su primera acción militar importante fue durante los meses de septiembre de 1762 y febrero de 1763 cuando, al mando del brigadier Alejandro de O’Reilly, participó en la campaña de Portugal. La impresión del irlandés debió de ser positiva, ya que, a pesar de que el nombre de Pedro Mendinueta no aparecía en ninguna de las relaciones de oficiales del “Estado Mayor Suelto de América”, O’Reilly lo reclamó personalmente, en abril de 1763, para formar parte de la expedición a La Habana. Una empresa que tenía como objetivo recuperar el control de plaza, tras la salida de los ingleses en julio de 1763, y que formaba parte del proyecto de reorganización de la defensa de América, cuyo fin fue corregir los errores que posibilitaron las victorias inglesas en Cuba y Filipinas.

Mendinueta formó parte del grupo de jóvenes oficiales, la mayoría de los cuales habían participado a las órdenes de O’Reilly en la mencionada campaña de Portugal, a los que el militar irlandés envió a recorrer el territorio de Cuba y, posteriormente, Puerto Rico, recogiendo información para la realización de un padrón general, un plan de reorganización de los cuerpos milicianos y, por último, un informe sobre la situación defensiva de ambas islas. Este último documento se convirtió en punto de partida y referencia fundamental para la futura política metropolitana con respecto a las posesiones antillanas y representó la génesis de las reformas de Carlos III en América.

La creación, por Real Orden de 31 de enero de 1774, de la Real Escuela Militar de Ávila de los Caballeros, dirigida por O’Reilly y proyectada para la instrucción de oficiales de Infantería y Caballería en el ejercicio de mandos superiores, significó el reencuentro, diez años después, de parte de la joven oficialidad del “Estado Mayor Suelto de América”. Pedro Mendinueta y Múzquiz, Antonio Olaguer y Feliú, José de Ezpeleta y Galdeano, Gonzalo O’Farril y Herrera y Bernardo de Gálvez, entre otros, fueron parte de la primera promoción de una Academia cuyo propósito principal era la conceptualización del modelo de oficial ilustrado que, instruido en la disciplina y la jerarquía, pilares de la nueva concepción militar, simbolizó la profesionalización del militar de carrera y la consolidación del Ejército como institución permanente al servicio de la Monarquía.

La derrota del Ejército español en la expedición de Argel en julio de 1775 significó, por un lado, el comienzo del fin de la influencia de O’Reilly en la esfera militar y política y, por otro, el recrudecimiento de las disputas entre golillas y aragoneses, enfrentamientos que marcaron, casi por completo, la política española durante los quince años siguientes. Mendinueta, al que unían diferentes lazos con las distintas facciones que protagonizaban la política del momento, se mantuvo al margen de este tipo de disputas y alternativas de poder y, de este modo, logró mantener su relación, tanto con O’Reilly como con el resto de sus compañeros y los miembros de las facciones enfrentadas, entre los que destacaba su tío Miguel Múzquiz. Como contrapartida a las difíciles consecuencias que supuso la derrota de Argel, el año 1776 estuvo repleto de reconocimientos a su labor militar. Comenzó el año graduándose de coronel de los Reales Ejércitos y en junio fue ascendido a teniente coronel del Regimiento de Mallorca. En apenas veinte años, desde que comenzó su carrera como cadete del Regimiento Inmemorial de Castilla en 1756, Mendinueta había recorrido todos los rangos de la oficialidad. Como colofón a un año pleno de ascensos, el 7 de diciembre de 1776 fue investido caballero de la Orden de Santiago de manos de Miguel Múzquiz y Goyeneche.

A finales del año 1781 se embarcó de nuevo hacia América, en el contexto de la Guerra de Independencia de las Trece Colonias, y entró a formar parte del grupo de colaboradores de la más relevante figura militar del momento, Bernardo de Gálvez, comandante general del ejército de Operaciones de América y sobrino del secretario de Indias José de Gálvez.

En febrero de 1782 desembarcó con un importante contingente militar en Guarico, como parte de la expedición francoespañola que tenía como objetivo la conquista de Jamaica. Mendinueta fue nombrado comandante del cuerpo de voluntarios del ejército de Gálvez y permaneció en Guarico hasta noviembre del año 1782, momento en el que, ante el temor de un posible ataque inglés, pasó a Puerto Rico al mando de quinientos hombres. Con la firma de la Paz de Versalles, en septiembre de 1783, y el desmantelamiento del ejército de Operaciones se reincorporó a su regimiento, que se encontraba destinado en La Habana.

Dos años más tarde, el 21 de junio de 1785, se le confirió la subinspección general de tropas de Nueva España, en la que sucedió al también navarro José de Ezpeleta y Galdeano.

En el nuevo cargo, Mendinueta combinó su labor como subinspector con el estudio y la puesta en práctica de medidas para la reforma y transformación del ejército del virreinato. Esta tarea se convirtió, durante la segunda mitad del siglo xviii, en la máxima preocupación de los gobernantes novohispanos. Mendinueta permaneció en Nueva España hasta octubre de 1789, tiempo en el que, al margen de sus obligaciones militares, tuvo que hacer frente a una complicada relación con la Audiencia de la capital. La repentina muerte del virrey Bernardo de Gálvez, en 1786, colocó a la Audiencia al frente del gobierno virreinal, hecho que dio pie a continuos desencuentros entre los miembros de este tribunal y Mendinueta, máxima autoridad del ejército novohispano, en torno a las competencias sobre la jurisdicción militar.

En 1793 España entró en guerra con la Convención francesa. A las órdenes del general Ricardos y, posteriormente, del conde de la Unión, Mendinueta participó activamente en la organización de las dos campañas del Rosellón. Con el fin de la guerra, en el año 1795, se le concedió la Gran Cruz de Carlos III y fue nombrado teniente general de los Reales Ejércitos y segundo general en jefe y mayor de Infantería del ejército del principado de Cataluña. No terminaron aquí los reconocimientos a su carrera militar, ya que solamente un año después, el 28 de diciembre de 1796, fue nombrado sucesor de José de Ezpeleta y Galdeano al frente del virreinato del Nuevo Reino de Granada.

Pedro Mendinueta se hizo cargo de la Nueva Granada, el 2 de enero de 1797, en un contexto internacional complicado. Apenas un año antes había dado comienzo una nueva contienda bélica contra Inglaterra, hecho que subrayó, todavía más si cabe, la importancia geoestratégica del virreinato neogranadino.

Cartagena de Indias, primer puerto comercial del Caribe, seguía siendo uno de los enclaves más apetecibles para los ingleses, que ya intentaron su conquista en 1741, motivo por el cual el nuevo virrey dedicó sus primeros meses de gobierno a organizar y reforzar la defensa de la plaza. Tras llegar a la capital virreinal, el primer asunto que tuvo que tratar Mendinueta fue la toma de contacto y el conocimiento de la realidad de su virreinato. Descubrió entonces que se enfrentaba a un vasto territorio, con una topografía muy difícil, mal comunicado, con un déficit de obras públicas y vías de comunicación internas, que adolecía de importantes diferencias entre las zonas del interior y las de la costa y que, por último, compartía, bajo la casi teórica denominación de virreinato del Nuevo Reino de Granada, diferentes realidades administrativas y jurisdiccionales. Dichas diferencias fueron motivo de discrepancia entre las audiencias de Santafé, Quito y la Capitanía general de Caracas, por las ambigüedades que regían la dirección política de los territorios fronterizos y que dificultaban la correcta definición y dirección administrativa de los mismos y, en general, de todo el contingente virreinal.

Los años de gobierno de Mendinueta se enmarcaron en las directrices generales de la política borbónica para el territorio americano, unas nuevas medidas que tuvieron dos características básicas: por un lado, la implantación de un sistema administrativo ágil y enérgico, acompañado de una creciente protección militar, y, por otro, la promoción de nuevas empresas mercantiles. De este modo, tres fueron los ejes que definieron la administración de Mendinueta al frente del virreinato neogranadino. En primer lugar, el fomento de las obras públicas y el desarrollo de proyectos de actuación para renovar las vías de comunicación existentes y, paralelamente, definir otras nuevas.

En segundo, el saneamiento de la economía del virreinato. Con este fin, el virrey, por un lado, continuó la política de reforma fiscal iniciada por sus antecesores, que fue contestada por parte de la población, como por ejemplo en la localidad de Túquerres en el año 1799, donde el intento de imposición de nuevas cargas fiscales acabó con el asesinato del corregidor y el recaudador de diezmos; y, por otro, prosiguió la lucha contra el comercio ilegal. Con este objetivo, en un primer momento y en el contexto que definió la liberalización comercial de 1778, se promulgó la ley de comercio con potencias amigas y neutrales, que respondió, en cierto modo, a las necesidades impuestas por el conflicto armado con Inglaterra. Mendinueta en ningún momento dio su apoyo explícito a esta medida que en 1799, apenas un año después de su promulgación, fue derogada. Por el contrario, el virrey consideró necesaria la fundación de un nuevo consulado en la capital, que siguiera el modelo del instaurado en Cartagena en el año 1795 y que se convirtiera en un instrumento para la protección y fomento del comercio, tanto exterior como interior, del virreinato y también para el desarrollo de la agricultura y la minería.

A pesar de que la petición de los comerciantes santafereños, apoyados por Mendinueta, no se llevó a la práctica, dicho intento dejó entrever, por un lado, las importantes diferencias que existían entre los comerciantes del interior y los de la costa y, por otro, cómo el virrey abogaba por la dualidad en la dirección del comercio neogranadino. En tercer y último lugar, Mendinueta respaldó el impulso científico y cultural.

La Expedición Botánica, que comenzó sus trabajos en 1786 bajo la dirección de José Celestino Mutis, fue la piedra angular del desarrollo científico del virreinato, llegándose a convertir en un signo de identidad de la personalidad neogranadina. El virrey brindó todo su apoyo y protección a esta empresa. Una iniciativa que se caracterizó por su doble vertiente: por un lado, la científica, basada en la investigación y la clasificación de la fauna y la flora neogranadinas y, por otro, la económica, la explotación de la investigación científica y botánica para usos comerciales y fiscales. A su llegada a Santafé, Pedro Mendinueta se encontró con un mundo cultural y universitario en plena efervescencia.

La capital del virreinato contaba con tres centros de educación muy activos: el Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario, el Colegio de San Bartolomé y la Universidad de Santo Tomás. En dichos centros se fraguaron las inquietudes y necesidades de la intelectualidad santafereña. Una elite que fue responsable, con el beneplácito virreinal, entre otras cosas, de la construcción del Observatorio astronómico, de la publicación del Correo Curioso de Santafé, y de la iniciativa, muy aplaudida por Mendinueta, de crear la Sociedad Económica de Amigos del País.

La dirección virreinal de Mendinueta se vio obstaculizada, primeramente, por las, en ocasiones, difíciles relaciones con los órganos rectores de la administración de la capital, pues tanto, el cabildo como la Audiencia cuestionaron a menudo las acciones de gobierno del virrey y, en segundo lugar, por el constante temor a actuaciones revolucionarias en el seno del virreinato, que pusieran en peligro la tranquilidad y la continuidad del gobierno. La vuelta de Antonio Nariño fue uno de los momentos de mayor intranquilidad del gobierno de Mendinueta. Nariño fue procesado en 1794 por la traducción y publicación en Santafé de la Carta de los Derechos del Hombre. En 1796 Nariño consiguió huir del presidio africano donde cumplía condena y volver a Nueva Granada. En julio de 1797, la noticia de la presencia de Nariño conmocionó al gobierno virreinal. Mendinueta, siguiendo la política instaurada por su antecesor, José de Ezpeleta, intentó mantener la calma y restarle importancia a la presencia del huido, mientras que, de forma encubierta, realizaba todas las maniobras posibles para dar con Nariño y controlar cualquier tipo de movimiento sospechoso. La estrecha relación existente entre Mendinueta y el arzobispo Martínez Compañón posibilitó que el prelado actuara de intermediario y que, finalmente, el traductor de los Derechos del Hombre se entregara a la justicia en agosto de ese mismo año.

En septiembre de 1803 Mendinueta entregó el mando del virreinato a su sucesor, Antonio Amar y Borbón. El virrey saliente dejó el territorio “en perfecto estado de tranquilidad”, según escribió en su relación de mando, aunque, a pesar de todo, recomendó a Amar permanecer alerta “ante el fanatismo filosófico y ante un espíritu de novedad que podría desequilibrar a algunos, induciéndoles a aceptar nociones que indiscutiblemente profesan comos sus propias ideas”.

De vuelta a España, Mendinueta se reincorporó a su labor militar, y en 1805 se le confirió la inspección general de milicias de España. Dos años más tarde, en 1807, fue nombrado miembro honorario del Consejo de Estado y Guerra, cargo que ocupaba en el momento de la ocupación francesa. Su oposición al nuevo régimen instaurado por Napoleón lo llevó como prisionero a Francia, situación en la que vivió hasta el año 1814. La reinstauración borbónica le brindó la oportunidad de volver al terreno político y fue nombrado decano superior del Consejo de Guerra, empleo que ocupó hasta 1822, momento en el que el nuevo gobierno constitucional, creado a raíz del levantamiento de Riego en 1820, le concedió la jubilación.

Pedro Mendinueta y Múzquiz contrajo matrimonio el 26 de julio de 1784. en la Catedral de La Habana, con María Manuela Cárdenas y Santa Cruz, hija de Agustín Cárdenas Vélez de Guevara y Castellón, hacendado, regidor perpetuo, alcalde ordinario de La Habana y I marqués de Montehermoso, y Bárbara Beltrán de Santa Cruz y Aranda, hija de Gabriel Santa Cruz y Valdespino, regidor perpetuo y alcalde ordinario de La Habana, y hermana de Gabriel Beltrán de Santa Cruz y Aranda, I conde de Jaruco. Esta boda supuso la inmersión de Mendinueta en el eje director del poder político, económico y social de La Habana y sumó su nombre a la importante lista de militares españoles que unieron su estatus a la incipiente oligarquía habanera.

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Juana M. Marín Leoz

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