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Ramón de Vilanova

Biografía

Vilanova, Ramón de. Señor de Villanueva. ?, c. 1320 – ?, c. 1402. Camarero de Pedro IV el Ceremonioso, comendador de Montalbán, almirante, defensor de Atenas.

Nació en el seno de una familia aristocrática que había hecho carrera al servicio de los reyes de Aragón.

Su abuelo Ramón de Vilanova aparece en diversas ocasiones al servicio de Jaime II, con el que participó en Sicilia en las aventuras románticas del rey como la que le unió con la bella Gerolda, aunque será su padre Vidal de Vilanova quien alcance auténtica consideración social, primero como embajador ante la Santa Sede, donde consiguió que el papa Juan XXII promulgase la bula Ad fructus uberris con la que se aprobó la Orden Militar de Montesa, impulsada por Jaime II tras la disolución de la Orden del Temple, y cuyas rentas de Montcada (Valencia) recibió como premio a sus gestiones (“plurimum laboravit”, dice el documento); después como miembro destacado en las negociaciones para conseguir una ayuda papal a la expedición contra Almería.

Más tarde, también como embajador plenipotenciario, en Aviñón favoreció el matrimonio de Jaime II con María de Chipre, hija de Enrique II de Lusignan, que había acudido a Vienne para reclamar del Papa una nueva cruzada; negociaciones que fructificaron, convirtiéndose el propio Vidal en mayordomo de la nueva reina. Acudió a la campaña de Almería junto al rey y a comienzos de los años veinte fue nombrado comendador de Xátiva, en un período de tiempo en el que probablemente nació su hijo Ramón de su esposa María Lladró de Vidaure.

De las mocedades de Ramón de Vilanova poco o nada se sabe, y la primera vez que se tienen noticias de su presencia en un acto público tuvo lugar en Valencia en 1347 con motivo de la llegada del rey Pedro el Ceremonioso acuciado por los problemas de la Unión valenciana. La protesta nobiliaria por la política matrimonial del rey se convirtió en rebeldía con el pretexto de que las naves portuguesas que habían trasladado a Leonor de Sicilia a la Corte no recalaron en Valencia. La situación se hizo insostenible, pues el rey sólo podía contar con el decidido apoyo de Vidal de Vilanova que, por entonces era de avanzada edad y además estaba enfermo de gota. La derrota de las tropas realistas en Bétera agudizó la crisis, lo que le obligó al rey Pedro a tomar dos decisiones: envió a su hermano Fernando, marqués de Tortosa, para solicitar la ayuda del rey Alfonso XI de Castilla, y aceptó la sugerencia de su fiel Vidal de Vilanova para que Ramón fuese nombrado negociador ante los nobles unionistas. Los resultados de las negociaciones no debieron de ser positivos en la medida que el enfrentamiento del rey y la Unión valenciana terminó en una batalla que tuvo lugar en la localidad de Épila el 21 de julio de 1348, donde Lope de Luna, al mando de un fuerte ejército realista, venció y decapitó a los unionistas.

La ulterior batalla de Mislata, el 10 de diciembre de 1348, no hizo sino confirmar la situación.

El relevante papel de Ramón en toda esta crisis motivó que un año más tarde el rey Pedro se acordará de él cuando fue requerido por su homónimo Pedro I de Castilla para que le ayudara en el cerco de Gibraltar según se acordó en el Real levantado frente al Peñón; acuerdo firmado por Juan Hurtado de Mendoza, García Fernández de Barroso, Alfonso Meléndez, Alfonso Fernández, Nieto de Toledo, Pedro Ximénez de Embúm y Juan López de Sessé, vasallos del conde don Lope de Luna. El Ceremonioso contribuyó a la campaña con cuatro galeras que puso al mando del joven Ramón de Vilanova, eligiéndole por delante de otros almirantes de mayor edad y reputación, pero quizás no tan fieles a su causa. La participación de Ramón en la batalla del Estrecho manifestó su excelente predisposición para la guerra marítima.

En 1352, se vuelve a ver a Ramón de Vilanova desempeñando un importante papel en el acuerdo político firmado por el Ceremonioso con Pedro I de Castilla con el fin de aunar esfuerzos en la política peninsular. Pero, la creciente influencia de la reina Leonor de Sicilia en el rey, y en parte también de Bernardo de Cabrera condujo al rey a desplegar una ambiciosa política mediterránea en detrimento de la peninsular y atlántica. El problema sardo no había hecho más que agravarse desde que Mariano de Arborea, aprovechando la crisis de las Uniones aragonesa y valenciana, se había acercado a la República de Génova, derrotando al gobernador del rey de Aragón Guillem de Cervelló en la batalla de Turso.

Durante el verano de 1354, Ramón de Vilanova acudiría con el rey a la campaña de Cerdeña. La flota zarpó de Rosas el 20 de junio para entrar en aguas del Alguer cuatro días más tarde. El asedio duró hasta mediados de diciembre. La plaza se rindió el veintidós.

Pedro el Ceremonioso expulsó de la ciudad rebelde a todos sus habitantes y decidió repoblarla con catalanes y aragoneses. Después de eso, el rey recorrió la isla de un lado a otro en compañía de su camarero Jordán de Huríes y de Ramón de Vilanova, los dos caballeros en quien más confiaba. Esa consideración se extendió incluso al protocolo cortesano, pues Ramón formó parte del consejo que en febrero de 1355 dictó la sentencia de alta traición contra el conde de Donorático, por la cual se le confiscaron sus bienes que pasaron a la Corona real.

Los años siguientes se mantuvo cerca de la Corona hasta que, en 1370, frisando los cuarenta, fue nombrado camarero del rey; momento en que el propio rey Pedro le hizo donación de la villa y castillo de Castalla, y después parece que se ignora con qué fundamento y derecho en 1375, por un hijo del procurador del conde de las Ampurias o bien donación libre o comprado, alcanzó entre ambas jurisdicciones este estado, poseyéndolo cinco o seis años.

En su papel de camarero real, Ramón de Vilanova se reunió en diversas ocasiones con Damián Cattaneo, embajador de la República de Génova con el fin de impulsar de nuevo el tratado de paz firmado meses antes entre los cónsules genoveses y el marqués de Montferrato en nombre del rey dirigido a terminar con el pleito sobre Cerdeña. Los pormenores de esas negociaciones indican el carácter meticuloso de Ramón pues se trataba de impedir que los corsarios al servicio de la República suministrasen ayuda logística a los rebeldes sardos.

Pero la política de Pedro el Ceremonioso y su propio carácter estaban cambiando debido a la creciente influencia de la familia de su nueva esposa, Sibila de Fortiá (una dama ampurdanesa con la que contrajo matrimonio el 11 de octubre de 1377), que terminó dividiendo a la Corte entre los partidarios del infante heredero Juan y los partidarios de la nueva reina, especialmente del nuevo camarlengo real Bernat de Fortiá.

La crisis política provocó la destitución de Ramón de Vilanova de todos sus cargos en la Corte, debido en gran parte a su apoyo al rey Juan, junto a otros importantes miembros del consejo real: el camarero Hugo de Santapau, los mayordomos Pedro Jordán de Huríes y Ramón de Peguera, el protonotario Bernardo de Bonastre, como también Ramón de Cervera y Narcís de San Dionís. Tampoco se libraron de la depuración los miembros de la casa del infante Juan Pedro de Boil, Francesc de Perellós y algunos caballeros más de su consejo. Ramón aprovechó la ocasión para marcharse a sus tierras de Valencia.

En 1380, Buenaventura de Arborea, viuda de Pedro de Jérica, en su condición tutelar de su hija menor Beatriz, vendió Chelva y Tuexa, sus castillos y fortalezas, a Ramón de Vilanova en 26.000 libras, cuya suma fue depositada en la Tabla de Valencia. Compró sólo lo civil, pero no la jurisdicción criminal. Le sucedería en la gobernación de esas tierras su descendiente Pedro Ladrón de Vilanova, habiéndose juntado en él el señorío de Castalla y el de Manzanera; casado con Violante Voil y alcanzando el título de primer vizconde de Chelva, concedido por el rey don Juan I en 1390. Fue el fundador del Convento de San Francisco de Chelva. Tuvo un hijo, llamado Ramón de Vilanova, como su insigne abuelo, que, al casarse con Elvira Pallás, obtuvo el vizcondado de Chelva en 1412.

Pero la vida política y militar de Ramón de Vilanova tendrá un epílogo brillante, producto una vez más del azar que actúa para él como la mano del destino. El escenario que ocuparán sus últimas actuaciones en el gran escenario de la historia tiene lugar muy lejos de su Patria y de sus antiguos lugares de actuación, pero íntimamente ligados con ellos: en Atenas. En 1379, la compañía de navarros de Jacques de Baux, apoyados por el aragonés Juan Fernández de Heredia, maestre de Rodas, puso cerco a la ciudad y a todo el dominio de los ducados de Atenas y Neopatria, creados años atrás por los restos de la Compañía de almogávares, tras el asesinato de Roger de Flor por parte de Miguel IX, hijo de Andrónico, gracias a su victoria en la decisiva batalla de Halmyros, antes conocida como batalla del lago Copais (1311). La defensa del conde de Salona permitió ganar tiempo para reclamar la ayuda de la Corona.

En este ambiente se debe interpretar la famosa carta de Pedro el Ceremonioso a su tesorero Pere del Vall, en la que se realiza el famoso elogio de la Acrópolis de Atenas, aunque también un sobrio pero ajustado diagnóstico político de la situación vivida por los catalanes en aquellas tierras, en los términos siguientes (traducidos del catalán): “Tesorero: sabed que a nos han venido mensajeros, síndicos y procuradores de los ducados de Atenas y Neopatria, con poder suficiente de toda la gente del dicho ducado, y nos han prestado juramento y homenaje y se han hecho vasallos nuestros. Y ahora el obispo de Mégara, que es uno de dichos mensajeros, se vuelve con nuestra licencia, y nos han pedido que para guarda del castillo de Atenas (Cetines) le quisiéramos dar diez o doce hombres de armas. Y nos, viendo que esto es muy necesario y que no es cosa que no se tenga que hacer, principalmente porque el dicho castillo es la joya más rica que en el mundo exista, y tal que entre todos los reyes de cristianos apenas podrían hacerlo semejante, hemos ordenado que el dicho obispo se lleve los dichos doce hombres de armas, los cuales entendemos que han de ser ballesteros, hombres de bien, que estén bien armados y bien pertrechados, y que les sea hecha paga de cuatro meses, pues antes que dichos cuatro meses hayan pasado, nos habremos enviado allí al vizconde Rocabertí y entonces él los proveerá. Por lo cual os mandamos expresamente que vos procuréis los dichos doce hombres y que estén dispuestos de manera que cuando el obispo esté aquí no tenga que retrasarse por ellos ni una hora.

Dada en Lérida bajo nuestro sello secreto a 11 días de septiembre del año MCCCLXXX. El rey, Pedro”.

Pedro el Ceremonioso nombró a Felip Dalmau (1342-1392), vizconde de Rocabertí, conocido simplemente como “Dalmau”, lugarteniente y capitán general de los ducados de Atenas y Neopatria, tierras a las que partió en compañía de su amigo Ramón de Vilanova; pese a que ambos nobles eran fervientes partidarios del infante Juan, de quien se comentaba su deseo de acudir a Atenas como buen humanista que era. En otoño de 1381, Dalmau y Ramón de Vilanova obtienen el castillo “de Cetines” (Atenas) de manos de Romeo de Bellabre, y de inmediato se dispusieron a establecer pactos de amistad y colaboración con los poderosos de la región: con Miguel, emperador de romanos, con Nerio Acciajuoli, y los venecianos de Negroponto y sobre todo con el gran maestre de Rodas el ilustre polígrafo Juan Fernández de Heredia. Decidieron reformar a fondo la Administración y tejieron un sistema de alianza con los nobles de la región a través del matrimonio de Bernat Hug, copero del infante Juan, hijo de Dalmau, con Maria, hija del conde de Salona. En la primavera de 1482 abandona Atenas, rumbo a Sicilia, dejando a Ramón de Vilanova en el gobierno de Atenas y en la defensa de la ciudad y el castillo.

Fue después de la muerte de Pedro el Ceremonioso, cuando Ramón regresa a la península ibérica para ponerse al servicio directo del nuevo rey Juan I. Los ducados de Atenas y Neopatria, fuera de su protección, cayeron en manos de Nerio Acciajuoli, y de los venecianos el 2 de mayo de 1388, tras un largo asedio en el que mostró sus dotes militares Pere de Palau. La dominación de los Acciajuoli duró hasta 1456, año en que los ducados pasaron a depender del Imperio Otomano.

Juan I le utilizó en diversas misiones diplomáticas en Sicilia, y le apoyó en su deseo de promoción social, favoreciendo la causa de sus descendientes. Tras la muerte del Rey en un accidente de caza (1396), Ramón de Vilanova se puso al servicio de la reina María de Luna, esposa de Martín el Humano, el hermano menor de su adorado Rey, a quien ayudó en diversas cuestiones patrimoniales delante del conde de Ampurias.

Casó con Elvira Monteagudo, señora de Alcudia.

 

Bibl.: W. Miller, The Catalans at Athenas, Roma, 1907; A. Rubió i Lluch, Los catalanes en Grecia, Madrid, Voluntad, 1927; D. Jacoby, “La Compagnie catalane et l’état catalan de Grèce. Quelques aspects de leur historie”, en Journal des Savants, (1966), págs. 78-103; K. M. Setton, Catalan Domination of Athens 1311-1388, Cambridge, Mass., 1948 (ed. rev. Londres, Variorum, 1975; versión española Los catalanes en Grecia, Barcelona, Aymá, 1975); J. Zurita, Anales de Aragón, ed. de A. Canellas López, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1978, libs. VIII y X; R. J. Loenertz, “Athènes et Néopatria. Regestes et notices pour servir à l’histoire des duchés catalans (1311-1394)”, en Byzantina et Franco-Graeca (Roma), vol. II (1978), págs. 183-395.

 

José Enrique Ruiz-Domènec