Ayuda

Diego García de Herrera

Biografía

García de Herrera, Diego. ?, 1416 – Fuerteventura (Las Palmas), 22.VI.1485. Conquistador, fundador militar.

Hijo del mariscal de Castilla Pedro García de Herrera, señor de la villa de Ampudia y de la casa de Ayala y su valle, merino mayor de Guipúzcoa y del consejo del Rey, y de su esposa, María de Ayala Sarmiento.

Fue regidor del Cabildo sevillano. Contrajo matrimonio en 1453 con Inés de Peraza, hija y heredera de Fernán Peraza, que, en el momento de su fallecimiento, acaecido en 1453, era señor de Canarias, extendiendo su señorío a Lanzarote, Fuerteventura, Gomera y Hierro. Había llegado a esta soberanía tras los acuerdos consumados con el también noble sevillano Guillén de las Casas y sus propios esfuerzos expansivos, de los que sería víctima su hijo, Guillén el Mozo, muerto precisamente en el transcurso de una expedición a la isla de La Palma.

Ya por entonces, mediados del siglo XV, la presencia de linajes de la pequeña aristocracia sevillana —como los Peraza o los de Las Casas— en el señorío de las islas era una realidad, por lo que el régimen señorial isleño —dado el interés monárquico— se equiparaba con el de otras partes de Castilla. Sus titulares siempre quisieron compaginar sus intereses en las islas con los de tierra firme, consiguiéndolo en muchas ocasiones.

El nuevo matrimonio, Inés de Peraza y Diego García de Herrera, no fue una excepción. No abandonaron sus negocios en Andalucía, desde donde gestionaban su patrimonio. Así, en 1453 vendieron la alcaría de La Vaca junto a la frontera de Portugal por 24.000 maravedís dada su baja rentabilidad —la propiedad había sido adquirida por Fernán Peraza en 1427, cuando ejercía el cargo de fiel ejecutor sevillano por 32.000 maravedís— y sin embargo, mantuvieron arrendada la magnífica hacienda olivarera de Valdeflores por precios anuales que se fueron elevando al compás de la depreciación del maravedí, desde 12.000 maravedís en 1452 hasta 35.000 maravedís en 1473. Aunque no descuidaron, pues, sus negocios en Andalucía, concentraron desde un primer momento mayores esfuerzos en las Islas Canarias. La reunificación del señorío en sus personas supuso un paso más en la política de consolidación y expansión iniciada por Fernán Peraza.

Hasta 1464 realizaron diferentes proyectos de expansión y conquista, patentes en sus intentos por incorporar las islas todavía insumisas. Para ello, renovaron la construcción de fortalezas que servirían de base a intercambios comerciales, a la vez que eran sustento de un cierto control político. Así, levantaron la torre de Gando en Gran Canaria y de Añazo en Tenerife, postergando su presencia en la isla de La Palma dado el descalabro sufrido por el joven Guillén en la misma. El papel político de las torres se vio reforzado por actos solemnes de posesión, como el desarrollado en Tenerife, en el que nueve menceys besaron la mano de Diego García de Herrera en un pretendido reconocimiento de vasallaje. Algo similar ocurrió en Gran Canaria, donde tomaron posesión simbólica de la isla ante notario en un acto celebrado en Las Isletas (1461). A pesar de estos esfuerzos, las torres no se mantuvieron mucho tiempo, ya que los desmanes de las guarniciones ocasionaron su destrucción.

Es muy posible que, para estas empresas, Inés de Peraza y Diego García de Herrera contaran con la colaboración y ayuda de algún otro aristócrata sevillano, como Gonzalo de Saavedra. Así se explica, por lo menos, la cesión que el monarca Enrique IV les hizo en 1463 de los mismos derechos de pesquería, “rescate” y conquista en la costa africana, entre los cabos de Aguer y Bojador, que en 1449 había recibido el duque de Medina Sidonia. Tras diferentes discusiones y pleitos, el duque llegó a un acuerdo de iguala con ambos. Él conservó su merced, García de Herrera y Saavedra renunciaron a sus derechos a cambio de una compensación económica, 1.500.000 maravedís.

El Rey confirmó el acuerdo en abril de 1464 y García de Herrera y su esposa pudieron comprar entre 1465 y 1467 veintidós hazas de tierra cerealística en Carmona, cuya propiedad y rentabilidad parecía asegurada.

Su política expansionista en el archipiélago canario suscitó el recelo portugués, que se enmarca en la pugna que ambas coronas, Portugal y Castilla, iban a sostener por el poder en el Atlántico. En esta ocasión, además, la competencia portuguesa resultaba alentada por la política real. En 1460, Enrique IV había cedido los derechos de conquista en Tenerife, Gran Canaria y La Palma a los condes de Atouguia y Vila-Real, Martín de Ataide y Pedro Meneses de Castro, bajo soberanía castellana. Ellos los traspasarían más tarde al infante don Fernando. Aunque la concesión fue anulada por la petición de García de Herrera, dio pie a la intervención de los lusitanos aprovechando la situación de guerra que vivía Castilla. Ésta se tradujo en una expedición comandada por Diego de Silva Meneses, que ocuparía la torre de Gando. Para recuperarla, García de Herrera casó a una de sus hijas con el capitán portugués, concediéndoles el tercio de las rentas de dos de sus islas. Con las fuerzas de Silva se intentó otro ataque a Gran Canaria, que fue rechazado por el jefe guanche Tenedor Semisar, quien, no obstante, les salvó de una muerte segura en Galdar. También se reconstruyó la torre de Gando, cuya guarnición volvió a perecer por sus excesos, y se repitieron las lamentaciones por las continuas depredaciones portuguesas, incrementadas a raíz de la delicada situación que se vivía en Castilla. Las dificultades iban aumentando; los daños afectaban a todos y ponían claramente de manifiesto que los intentos de expansión señorial en Canarias tocaban a su fin. Era evidente el fracaso en el mantenimiento de las torres; lo era también el del ejercicio del señorío. En esta situación, las reacciones hostiles de los vasallos descontentos se multiplicaron, y la Corona se preparó para una mayor intervención en el archipiélago, fruto tanto de la consolidación del Estado como de la agudización de la pugna con Portugal por el control del Atlántico.

Cuando Inés de Peraza y Diego García de Herrera iniciaron su dominio, Lanzarote, Fuerteventura, Gomera y Hierro estaban sometidas a su señorío, y emprendieron el de Gran Canaria y Tenerife que ahora se revelaba imposible. Resultaba evidente la impotencia de los señores para culminar la conquista. Pero no pensemos, sin embargo, en una incapacidad personal.

Ésta obedecía a la realidad humana y económica de las islas que señoreaban —muy diferente a la idílica planteada por la crónica Le Canarien— y a la limitación de los recursos, reflejada en las características de su ejército, pequeño y en parte integrado por forzados.

Esto hacía que los títulos de conquista no pudiesen ejercerse con plenitud. Las armadas contra las islas no conquistadas, aunque se titulasen “armadas”, no eran más que empresas destinadas a la obtención de botín, esclavos y ganados, que beneficiaba exclusivamente a sus participantes directos al poder suministrar mercancías cada vez más apreciadas en los mercados nacionales e internacionales.

Las épocas de confrontación se alternaban con otras de relación pacífica, durante las cuales se desarrollaban intercambios comerciales y se intentaba hacer avanzar la evangelización de la mano de los franciscanos.

Pero ni siquiera en estos momentos de mayor tranquilidad, los señores canarios se plantearon sustituir las estructuras aborígenes en las islas, sino tan sólo influir en las mismas, tratando de conseguir una orientación favorable a sus intereses. Su ineficacia en el ejercicio de sus derechos era una realidad que justificaba plenamente la intervención real. Ésta, cuando se produjo, se mostró totalmente respetuosa con los derechos señoriales consolidados.

La intervención real en el archipiélago se inició con el encargo de una pesquisa a Esteban Pérez Cabitos, vecino de Triana, el 16 de noviembre de 1476, “sobre cuyo es el derecho de Lanzarote y conquista de las Canarias”, documento conocido como la Pesquisa de Cabitos. Su elaboración obedecerá a dos causas fundamentales: la revuelta antiseñorial protagonizada por los vecinos de Lanzarote en 1475 y el deseo monárquico de mayor control sobre el archipiélago. Los vecinos de Lanzarote se quejaron ante los Monarcas del maltrato de los señores Herrera-Peraza, de la dureza del régimen fiscal y de las prestaciones abusivas que debían realizar. Pedían también a los Monarcas que tomasen la isla bajo su jurisdicción. El informe del pesquisador, que se ha convertido en pieza clave para conocer el siglo XV canario, en especial el período conocido como “época señorial”, sirvió también para establecer los derechos de conquista sobre las islas aún no conquistadas. Con esta base, los Reyes negociaron con los señores de Canarias. Su negociación tuvo como resultado legal más inmediato, la compra de esos derechos por 5.000.000 de maravedís, y la facultad para fundar mayorazgos en algunas islas del señorío, que se hicieron efectivos varios años después de haberse negociado. Los derechos regios, sin embargo, se iban a ejercer de inmediato. Gran Canaria fue la isla elegida como primera etapa de la conquista realenga que culminaría en 1478. Su localización, estratégicamente situada para sus planes en la vecina costa africana, de cara a las pesquerías saharianas y al boicot de los intereses lusitanos, no fue ajena a su elección ni a la celeridad de los preparativos.

Tras el fin de su aventura canaria, García de Herrera dirigió sus ambiciones hacia la costa africana.

El interés por las pesquerías, por los esclavos y por la proximidad a las rutas de tráfico entre Sudán y Marruecos, le animaron a ello. Fundó la fortaleza de Santa Cruz de la Mar Pequeña (Ifni) en 1476, como base para razzias de esclavos, y en otra expedición se apoderó de Tagaos. Pero tampoco aquí cosechó demasiados éxitos. A finales de 1477 o principios de 1478 tuvo que acudir en socorro del fuerte de Santa Cruz, ya que fue asaltado por los indígenas. Debió de ser destruido, ya que lo reconstruyó Alonso Fajardo hacia 1496.

García de Herrera murió en Fuerteventura en 1485.

Su esposa, Inés de Peraza, regresó a Sevilla. El matrimonio había tenido cinco hijos: Fernán Peraza, señor de la Gomera y Hierro, Sancho de Herrera, señor de Lanzarote, María de Ayala, condesa de Portoalegre, Constanza Sarmiento, señora de Fuerteventura, y Pedro García de Herrera, el Desheredado, excluido de la herencia por sus progenitores en castigo a su desobediencia y contumaz rebeldía. De todos ellos, el más conocido resulta Fernán Peraza, señor de la Gomera y Hierro. Fue beneficiario del mayorazgo instituido por su madre, Inés de Peraza, el 15 de febrero de 1488. Había contraído matrimonio en Madrid, en 1482, con Beatriz de Bobadilla, dama de la Reina.

Fue precisamente esta unión la que aceleró el cobro de la indemnización prometida por los Reyes en el momento de la renuncia del matrimonio Herrera-Peraza sobre las islas mayores en 1476. Pero, a pesar de ello, cuando Diego García de Herrera falleció, todavía no se había cobrado ni un solo maravedí, y su viuda volvió a reclamar el pago por enésima vez, cobrándose por fin en cuatro plazos, entre 1487 y 1490, la indemnización estipulada. El hijo de Fernán Peraza y Beatriz de Bobadilla, Guillén de Peraza, fue el primero en titularse conde de Gomera, primer título de nobleza ostentado en Canarias.

 

Bibl.: E. Serra Rafols, Los Portugueses en Canarias, San Cristóbal de la Laguna, Universidad de La Laguna, 1941; E. Serra Rafols y L. de la Rosa, “Proceso de mayorazgo de Doña Inés de Peraza”, en Reformación del Repartimiento de Tenerife en 1506, Santa Cruz de Tenerife, 1953; J. Álvarez Delgado, “El episodio de Iballa”, en Anuario de Estudios Atlánticos, 5 (1959); A. Rumeu de Armas, “La reivindicación por la Corona de Castilla al derecho de conquista sobre las Canarias mayores y la creación del condado de la Gomera”, en Hidalguía, VII, 32 (1959); E. Aznar Vallejo, La integración de las Islas Canarias en la Corona de Castilla (1478- 1520), Madrid, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla y La Laguna, 1983 (col. Viera y Clavijo); Pesquisa de Cabitos. Estudio, transcripción y notas, Madrid, Cabildo Insular de Gran Canaria, 1990; E. Aznar Valleno, “La transición del señorío de Canarias en el siglo XV. Nuevos documentos y nuevas perspectivas”, en F. Morales Padrón (coord.), XV coloquio de Historia canario-americana, Las Palmas de Gran Canaria, 2002.

 

Betsabé Caunedo del Potro