Ayuda

Bernardo Velasco y Huidobro

Biografía

Velasco y Huidobro, Bernardo. España, 1752 – Asunción (Paraguay), 1823. Gobernador de las Misiones y último de la provincia del Paraguay.

Nació en el seno de una ilustre familia española. Se inició desde muy joven en la carrera de las armas, conquistando honores en sendas campañas contra los ingleses y los franceses. Participó en la campaña del Rosellón (1793), hasta la Paz de Basilea, donde obtuvo sus galones de teniente de Infantería.

Sus contemporáneos lo describen como un hombre de excelente apariencia, cortés y afable, poseedor de altas dotes clásicas, así como científicas. Había estudiado Matemáticas en Barcelona y contaba con treinta y seis años de servicio militar cuando fue llamado a ocupar el cargo de gobernador político y militar de los treinta pueblos Guaraníes y Tapes, mediante Real Provisión fechada en 1803, conferida por el rey Carlos IV.

En mayo de ese mismo año, el Monarca promulgó una Real Cédula por la cual dispuso un nuevo plan para los pueblos guaranís, sustituyendo el anterior sistema por otro en el que otorgaba la libertad de los indios para “el mejor y más conveniente gobierno y administración de justicia en aquel distrito”.

Entre otras cosas, la citada ley derogó el sistema de encomiendas, tanto de yanaconas como de mitayos; ordenó la repartición de tierras y ganados a los naturales y sus familiares.

Dispuso además el establecimiento de escuelas en lengua castellana en todas las localidades; la dotación de curatos, muy necesarios para la buena administración espiritual y la prohibición de vender las ex-tierras comunales a los españoles. Por último, se suprimió el empleo del administrador general cuyo asiento se hallaba en la capital del virreinato.

Se pretendía con estas medidas, devolver a las Misiones su antiguo esplendor y paralelamente aumentar las rentas estatales. La elección de un gobernador- militar que pusiera en práctica el citado plan de libertad y defendiera las posesiones hispanas de las ambiciones lusitanas era el modelo de administrador anhelado por las autoridades peninsulares.

Bernardo de Velasco arribó al Río de la Plata (5 de enero de 1804) y, ante la presencia del escribano mayor del virrey de Buenos Aires, tomó posesión del gobierno de la recién creada provincia de Misiones e inició sus gestiones como administrador político y militar, con el cargo de coronel de Infantería (junio de 1804).

Luego de inspeccionar los pueblos, Velasco informó al virrey de las urgentes necesidades de su gobernación.

Como militar con largos años de servicio, comprobó, primero, el débil estado de defensa de las fronteras, especialmente las que lindaban con las siete reducciones ocupadas temporalmente por los portugueses desde 1801, región rica en ganados vacuno y caballar y de campiñas fértiles, bañadas por varios ríos. El gobernador era consciente de la ambición expansionista lusitana, que podría extenderse hasta el Perú, si no se la detenía mediante una buena fortificación y un considerable número de efectivos militares.

A ese efecto, propuso incrementar el número de plazas con el reclutamiento de tropas nacionales, fundar de fortines —sobre todo en las fronteras orientales— y adquirir una importante dotación de armamentos.

Sólo de esta manera, podría contrarrestarse cualquier invasión proveniente del Brasil.

Velasco era un hombre de acción, y de inmediato trató de solucionar las dificultades. Propuso al virrey la creación de un cuerpo de naturales con seiscientas plazas divididas en cuatro compañías, escogidos de los veintitrés pueblos de los cuatro departamentos, con sueldos y vestuarios. El proyecto incluía, además, una considerable remesa de armas para reponer las piezas inservibles. En poco tiempo constató en los naturales cierta capacidad para la milicia y pretendió utilizar esta aptitud para la formación de un cuerpo militar.

Como hombre público, fue un estricto cumplidor de las ordenanzas reales. Demostró honestidad en las cuentas y rectitud en la administración de la economía.

En una comunicación (diciembre de 1804) informó a la Corte que, después de una exhaustiva observación realizada en varios pueblos, había verificado lo existente en el gobierno, ordenando nuevos inventarios de los haberes en los almacenes, estancias y haciendas de campo, padrones de población, listas de deudas y créditos de cada pueblo. Comprobó, asimismo que los templos conservaban aún los ricos ornamentos heredados de los misioneros pero, que se hallaban totalmente destruidos por la despreocupación de las anteriores autoridades. Casi no existían productos en los almacenes; los naturales carecían de herramientas de labranza; las estancias no podían estar peor manejadas y algunas, incluso carecían de ganado. De toda la producción agrícola —algodón, caña dulce, arroz, maíz, mandioca, maní— sólo el algodón daba algún beneficio.

Cuando Velasco se hizo cargo del gobierno de las Misiones, se enfrentó a un panorama desolador. Al efectuar la inspección, constató que el sistema de comunidad se encontraba en plena decadencia, situación oportuna para establecer el régimen de libertad, ya que para aquel momento los nativos subsistían de sus propios trabajos. Las haciendas presentaban un estado deplorable y el tiempo empleado por los indígenas en los trabajos de comunidad, según su criterio, podrían emplearlo en provecho propio. En cuanto terminó la inspección de los pueblos, el gobernador sugirió al virrey la implantación inmediata del sistema libertario.

La emigración continuaba siendo el principal problema misionero, pues a finales del siglo xviii llegó al 143 % con relación a la cifra de más de cien mil habitantes en el tiempo de la expulsión de los jesuitas.

Los naturales que emigraban de sus pueblos, lejos de internarse en los montes, se movían —geográfica y socialmente— convirtiéndose en campesinos de la provincia del Paraguay o en mano de obra en Santa Fe o Buenos Aires. Como resultado del masivo éxodo, las comunidades sufrían una decadencia formal y material derivada, según Velasco, de la división de mandos dentro de la misma provincia.

De acuerdo a las instrucciones emanadas de la Real Cédula de 1803, mediante la cual, las Misiones se convirtieron en gobernación autónoma, los treinta pueblos fueron distribuidos en cinco departamentos: Candelaria, Concepción, Santiago, San Miguel y Yapeyú.

El gobernador residía en Candelaria y cuatro tenientes nombrados por el virrey tenían asiento en los demás distritos administrándolos con tanta potestad como el propio gobernador. Igualmente, se eligió un subdelegado por cada departamento, pero la mencionada Cédula no especificaba sus funciones. En opinión de Velasco, estos debían estar directamente sujetos a sus órdenes para comunicar las necesidades de cada comunidad, realizar sumarios si ameritaban los casos y corregir o castigar los delitos menores. Al mismo tiempo, sugirió en su informe que la elección de dichos subdelegados fuese facultad privativa del gobernador. Recomendó, igualmente, la nominación de un asesor para casos contenciosos y de justicia; y el concurso de un mayordomo por cada pueblo para un exacto control de la cría de ganados, del cultivo de algodón y de caña de azúcar, recolección y custodia de los frutos del común y otros ramos. El cargo de asesor fue inmediatamente ocupado por un sobrino suyo, Benito Velasco y Marquina, único familiar del gobernador proveniente de España, quien a su vez se desempañaba como secretario de la gobernación.

Respecto a lo económico, el ramo de la Real Hacienda aún dependía de las intendencias de Buenos Aires y del Paraguay, motivo de preocupación de Velasco.

Su intención era convertirla en una institución independiente, con ese fin quiso instalar en las Misiones un ministro u oficial encargado de las recaudaciones y como urgía solucionar el problema del éxodo masivo de los nativos, trató de asegurar la subsistencia particular de las familias y al mismo tiempo confiar a los naturales sus bienes propios, organizando de la mejor manera el trabajo particular y el comunitario.

Velasco era el típico administrador que trataba de economizar la hacienda del Rey. Repartía escrupulosamente los sueldos, dando cuenta exacta de lo sobrante, especialmente cuando los soldados desertaban o fallecían. El remanente lo empleaba en la adquisición de herramientas necesarias para la labranza y armamentos. Las listas y las cuentas de cada departamento y de cada pueblo misionero, eran presentadas por los administradores a los subdelegados y éstos a su vez a los tenientes, quienes debían depositarlas en las oficinas reales con las consabidas recaudaciones.

No obstante, los libros contables eran revisados por el propio Velasco antes de entregarlas a las oficinas reales y en muchos casos, aunque le asistía un secretario, prefería efectuar él mismo minuciosamente los balances. De hecho, su injerencia en este orden tuvo resultados favorables y en cuanto a las exportaciones, logró incrementar la producción de cueros y de la yerba mate.

Con el fin de lograr resultados efectivos en su administración, buscó los mejores medios para disciplinar a delincuentes, vagos y ociosos, de tal modo que no fuesen una carga en las cárceles para la Real Hacienda. Solicitó al virrey Sobremonte la reapertura de una calera en la estancia de San José de Yapeyú para que allí trabajasen tales sujetos.

Con respecto a la educación, en cumplimiento de una de las instrucciones de la Real Cédula del 17 de mayo de 1803, que preveía el establecimiento de escuelas en idioma castellano, el gobernador, junto a los miembros del Cabildo y caciques de los pueblos, solicitó al virrey la apertura de colegios de primeras letras y gramática castellana para instruir a los jóvenes indígenas. Tanto Velasco, como los demás administradores civiles que estuvieron al frente del gobierno de las Misiones con anterioridad, planearon desterrar definitivamente el guaraní e imponer la lengua castellana como requisito indispensable para aprender las ciencias o promover la capacidad intelectual de los naturales. El utópico proyecto no prosperó, pues los indígenas, aún conociendo rudimentos del castellano, encontraban muy difícil estudiar en ese idioma. Primero, porque los mismos se negaban a hablar en otra lengua que no fuera la suya, y segundo, porque los maestros no demostraban interés en que sus alumnos estudiasen y comprendiesen los textos en castellano.

El gobernador tampoco descuidó la salud de los naturales.

A principios de 1806, ordenó una vacunación masiva contra la viruela, mal común en esos parajes y en esa época. A fin de evitar gastos excesivos a la Corona, instruyó que la vacunación debía ser realizada por los empleados del Estado con experiencia en el tema, sin necesidad de contratar a los facultativos de Buenos Aires, hecho que implicaría gastos en traslados, equipos y estadía. Sin embargo, debido a la burocracia con que se manejaban los asuntos políticos y administrativos en ese entonces, el nuevo sistema recién comenzó a funcionar en los pueblos misioneros tres años más tarde de su promulgación (30 de mayo de 1806). Por otra parte, las reiteradas protestas recibidas en la Corte contra el gobernador-intendente del Paraguay, Lázaro de Ribera, quien gobernaba la provincia desde 1796, motivaron a que el Rey resolviera (12 de septiembre de 1805) otorgar el gobierno del Paraguay a Bernardo de Velasco. Este acto determinó la incorporación de los territorios de las Misiones a la Intendencia del Paraguay, no como gobierno independiente según el plan de 1803, sino como parte de la jurisdicción paraguaya.

Desde el inicio de su administración en el Paraguay, Velasco animó a los agricultores a mejorar e intensificar la labor agrícola, promoviendo la producción de la yerba mate a igual que el tabaco y dio un gran impulso a la comercialización de estos rubros. Para el transporte de estos productos, mejoró las vías de comunicaciones y mandó reconstruir caminos y puentes necesarios y útiles para el tiempo en que vivía la provincia.

Manifestaba estar complacido y fascinado por los atractivos del país. En sus correspondencias dirigidas a sus amigos y familiares de la metrópoli, expresaba el amor que sentía hacia el Paraguay y se maravillaba de la obediencia y particular estima que todas las clases del pueblo le demostraban. Igualmente, siempre hacía alusión al excelente clima, a la majestuosa naturaleza y a la existencia cómoda que pasaba en la provincia. Su salud, aquejada por las bajas temperaturas de Europa, había mejorado notablemente y experimentaba grandes satisfacciones por las que apreciaba vivir en estas latitudes.

Se interesó por mejorar el aspecto de presentaba Asunción y a ese efecto trató de renovar la infraestructura urbanística y de optimizar la sanidad e higiene de la población. Ordenó la refacción de algunos edificios, el mejoramiento de las calles, la construcción de muros de contención, de una franja costera y la apertura de otras rutas para el acceso y salida de la ciudad, bajo el control técnico de un especialista en la materia. A ese efecto, recomendó la contratación del ingeniero Eustaquio Gianninni, gobernante interino de la provincia mientras el tiempo en que Velasco estuvo ausente por las invasiones británicas.

Además, contrató a un médico, proveniente de Buenos Aires para dirigir el hospital y al mismo tiempo instruyese a todos aquellos interesados en trabajar en pro de la salud ciudadana. Estas cuestiones fueron atendidas paulatinamente, aunque por la burocracia existente y por la revolución de mayo, no llegaron a introducirse todos los adelantos solicitados por el gobernador.

Con relación al orden militar, el servicio se caracterizó por ser obligatorio y gratuito y aunque el empleo era en forma rotativa, resultaba gravoso para los milicianos, el costearse ellos mismos sus armamentos, municiones y víveres, sin mayor carga al Real Erario.

Además, los soldados debían servir en lejanos fortines, situación que alentaba las deserciones. Con el fin de evitar esta contravención y de reemplazar las bajas de los regimientos y de los fuertes, Velasco dictó veintidós ordenanzas, las cuales reglamentarían en lo sucesivo, el sistema de alistamiento y del servicio militar obligatorio y para precaver la ilegalidad, procedió al régimen de sorteos en cada partido.

Como militar avezado en el cumplimiento y observancia de disposiciones reales, fue un acérrimo defensor de la integridad territorial de su gobernación. No sólo se preocupó de replegar los ataques indígenas y portugueses, o de acudir al llamado de sus superiores, al mando de una milicia paraguaya, a combatir contra los ingleses en el Río de la Plata, sino que defendió los límites del Paraguay contra las mismas pretensiones de sus pares hispanos, quienes en reiteradas ocasiones intentaron no respetar las demarcaciones establecidas en la Real Ordenanza de Intendentes (1782).

Por dos veces consecutivas (1806 y 1807), los ingleses invadieron el Río de la Plata y en consecuencia, Velasco, con la urgencia del caso, dispuso, en breve tiempo, un ejercito de 534 plazas que partió de Asunción el 4 de agosto de 1806 para sumarse a las fuerzas porteñas. Aunque, pensaba no intervenir en estos acontecimientos, sintiéndose presionado por el virrey Sobremonte, tuvo también que desplazarse al escenario de los hechos. Una vez en Buenos Aires, gracias a su experiencia y por ser el militar más veterano, se le otorgó el mando de las tropas de ataque e inclusive el cargo de subinspector de la ciudad. Organizó el ejército, que al poco tiempo estuvo presto para el combate.

Finalizada la guerra con la victoria española, el nuevo virrey, Santiago de Linniers, solicitó la ayuda de Velasco para realizar la difícil tarea de reorganizar por los canales de paz y legalidad la existencia, tanto civil como militar de la capital porteña. En 1808, fue ascendido por el Rey a brigadier de Infantería, en atención a los servicios y méritos prestados en la contienda pasada y retardó su regreso por un año más. Cuando hubo concluido todas las tareas encomendadas, en los primeros días de marzo de 1809, solicitó al virrey su traslado a “su amada provincia de la que sólo se había separado por el digno motivo con que fue llamado”.

No obstante, el permiso de salida le fue concedido unos meses más tarde. Finalmente, después de un largo viaje por el territorio del Uruguay y de las Misiones, regresó a la provincia del Paraguay, tras dos años de ausencia. De nuevo en el mando, siguió en la temática de ejercer un gobierno de orden y de paz. Incentivó la cría de ganado vacuno y ovino en las estancias reales. Arrendó tierras con el propósito de impulsar el cultivo de caña de azúcar, algodón y otros rubros y, fomentó el comercio de la yerba mate, del tabaco y de cueros, cuyos usos se extendían e incrementan aceleradamente en las provincias del Río de la Plata.

Los sucesos acaecidos en España por la invasión napoleónica (1808) sembraron desconcierto y turbación entre los miembros de la clase dirigente en cada provincia indiana, situación considerada como preludio al posterior estallido revolucionario. Efectivamente, fue en esta época en que se iniciaron los trabajos independentistas en Buenos Aires logrando así, los criollos su objetivo el 25 de mayo de 1810. El Paraguay, por su parte no estuvo ajeno a estos acontecimientos y en consecuencia, el 24 de julio de 1810, Velasco convocó a un Congreso Extraordinario con asistencia de todos los representantes de la sociedad provincial, donde se resolvió guardar fidelidad a Fernando VII (preso en Francia), reconocer al Consejo de Regencia constituido en la metrópoli y mantener relaciones armoniosas con la Junta de Buenos Aires, el nuevo gobierno independiente instalado en aquella ciudad, que pretendía la adhesión de las demás provincias hispanas.

Poco después, entre septiembre de 1810 y abril de 1811, Velasco tuvo que reprimir varios intentos subversivos.

Entre tanto, la Junta de Buenos Aires no retrocedía en sus intenciones anexionistas y por consiguiente envió una misión militar con el propósito de someter al Paraguay por la fuerza, Velasco preparó un ejército que se enfrentó con el dirigido por el jefe militar porteño, Manuel Belgrano. Los criollos paraguayos exaltados por las proclamas del gobernador, a que luchasen como hijos dignos de España, decidieron combatir por la causa española y sus representantes.

Durante los días 17 y 18 de enero de 1811, se produjeron algunos ligeros choques entre las dos fuerzas, pero fue la madrugada del 19, la jornada elegida para iniciar la batalla. En plena oscuridad colisionaron ambas milicias y durante media hora la lucha fue indefinida. La lobreguez y la confusión coadyuvaron en el desbande de las tropas paraguayas, las que fueron perseguidas por las porteñas hasta llegar a Paraguarí. Al iniciarse la contienda, Velasco se hallaba en su cuartel general y producida la dispersión de su estado mayor, él también huyó, de manera precipitada a refugiarse en la cordillera de los Naranjos, no sin antes desvestirse y arrojar el uniforme al suelo para no ser reconocido. La historia relata este acontecimiento como un acto de cobardía del último gobernador español y la generalidad de los paraguayos lo recuerda más por este episodio, que por toda su obra gubernamental. El hecho citado constituye una asaz incongruencia en el perfil de un hombre que luchó bizarramente en Europa y en América en terribles campañas contra los enemigos de su patria y quien por su coraje y valentía consiguió todos sus galones, hasta merecer el de brigadier general de Infantería.

Lamentablemente, su huida ante el primer embate contra el enemigo y el abandono de sus tropas desacreditaron su extraordinaria carrera militar y administrativa ante los ojos de toda la provincia del Paraguay. Por otra parte, las milicias, al mando de los coroneles criollos Gamarra y Cavañas derrotaron con éxito al ejército invasor en las batallas de Paraguarí y dos meses más tarde en Tacuarí (9 de marzo de 1811). Si bien, el gobierno prosiguió por un breve tiempo en manos de Velasco, Paraguarí había significado la caída definitiva del poder español en el Paraguay.

El ejército invasor había tenido la habilidad de sembrar entre los criollos algunas ideas independentistas, las que no tardaron en germinar y llegar a la concreción en la madrugada del 15 de mayo de 1811. El gobernador entregó el mando a los patriotas y así, de manera nomológica, llegaban a su fin los tres siglos de coloniaje en el Paraguay.

Declarada la independencia, se formó un gobierno provisional en donde Velasco, acompañado por dos diputados del Cabildo, el criollo José Gaspar Rodríguez de Francia y el español Juan Valeriano Zevallos, continuó hasta el 9 de junio, fecha en que fue suspendido de sus oficios juntamente con los miembros del Cabildo por la imputación de intentar entregar la provincia a los portugueses. Disposiciones ulteriores del gobierno independiente dejaron nuevamente en libertad a Velasco, quien optó por quedarse en el país, pese al propósito de los cónsules Francia y Yegros, quienes en 1814 decidieron proscribir del Paraguay, a cierto número de españoles considerados peligrosos.

De todos los intendentes españoles que administraron las gobernaciones integrantes del virreinato del Río de la Plata, en los últimos años coloniales, Bernardo de Velasco y Huidobro fue el único que permaneció en la ex provincia a su cargo en el transcurso del período independiente. Estimado por toda la ciudadanía por sus excelentes prendas personales y por su afectuoso carácter, residió en una humilde vivienda cercana a la casa de gobierno, sostenido por una paga de 60 pesos mensuales recolectados por los españoles residentes. En 1821, en virtud de una orden del dictador Francia, fue apresado con más de trescientos compatriotas. En su reclusión de dieciocho meses, enfermó y fue absuelto, falleciendo pocos días después.

Tanto amó al Paraguay que decidió terminar sus días en esta tierra, lejos de su patria, aún cuando tuvo la oportunidad de volver a ella.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Nacional de Asunción, vol. 3465. N.E., Correspondencia de su primo Pepe al Gobernador Velasco, 14 de septiembre de 1808; S.H., vol. 208, n.º 13 y C.V.R.B, cat. 107, doc. n.º 3, año 1806; S. H. vol. 203, n.º 1, fols. 29 y 40, año 1806; S.H. vol. 200, Correspondencias del gobernador Ribera, Asunción, 24 de marzo de 1806; S.H., vol. 200, fols. 40-41, año 1806; S.H. vol. 202, n.º 3, fols. 67-68, Reglamento sobre el Servicio Militar, 24 de noviembre de 1806; S.H. vol. 205, n.º 1, fols. 1-2- Correspondencia de Sobremonte a Velasco, 21 de junio de 1806; S.H. vol. 205, n.º 1, fol. 7, 17 de julio de 1806; S.H. vol. 204, 25 de febrero de 1807; N.E. vol. 3405, 19 de octubre de 1808; N.E. vol. 802, 14 de noviembre de 1808; Archivo General de la Nación Argentina, Sala IX-8-5-17, exp. 250, 5-I-104; Sala IX-18-8- 8, Carta n.º 112; Sala IX-8-5-17, exp. 253, año 1804; Sala IX, leg. 20-5-5, De Velasco a Sobremonte, Santo Tomé, 3 de julio de 1805; Sala IX-25-2-14, Informe de la Junta Consultiva de Fortines y Defensa de Indias, año 1805; Sala IX, leg. 4-6-2, 2 de junio de 1806; Sala IX, leg. 4-6-2, 2 de junio de 1806; Archivo General de Indias (Sevilla), Audiencia de Buenos Aires, leg.

323, Informe de Velasco al Virrey Sobremonte, 1 de diciembre de 1804; Audiencia de Buenos Aires leg. 323, Representación de Velasco a Sobremonte; Audiencia de Buenos Aires, leg. 48, 25 de noviembre de 1801; Audiencia de Buenos Aires, leg. 45, Carta 456, 29 de junio de 1807; Archivo General de Simancas, Guerra y Marina, leg. de Bernardo de Velasco, 1803.

A. Zinny, Gobernantes del Paraguay, Buenos Aires, Imprenta y Librería de Mayo, 1887; F. Fernández Ramos, Apuntes históricos sobre las Misiones, Madrid, Espasa Calpe, 1929; E. Cardozo, El Chaco en el Régimen de las Intendencias, Asunción, Imprenta Nacional, 1930; J. Yaben, Biografías Argentinas y sudamericanas, t. V, Buenos Aires, Editorial Metrópolis, 1938; J. Linch, Administración colonial española 1782-1810, Buenos Aires, Eudeba, 1962; T. Mateo Pignataro, El gobernador Velasco ante las invasiones inglesas. Estudios sobre la emancipación americana. Contribución al Sesquicentenario de la Emancipación, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones científicas, Instituto Fernández de Oviedo, 1963; J. C. Garavaglia, Mercado Interno y Economía Colonial, México, Grijalbo, 1982; R. E. Velázquez, Transformaciones de la época de la Intendencia en el Paraguay, vol. XX, Asunción, Anuario de la Academia de la Historia, 1983; M. Monte de López Moreira, El ocaso del Colonialismo español, Asunción, Fondo Nacional de la Cultura y las Artes, 2006.

 

Mary Monte de López Moreira