Velasco Salinas, Alonso de. Conde de La Revilla (I). San Llorente de Losa (Burgos), 1558 – Madrid, 13.VII.1620. Embajador.
Alonso de Velasco era hijo de Pedro de Velasco y Hurtado de Mendoza, VIII señor de La Revilla, comendador de Hornachos en la Orden de Santiago, y capitán general del Ejército de Andalucía en el año 1596, y de Juana de Salinas y Sáenz de Angulo, señora de Trespaderne.
En el año 1572, entró al servicio de Felipe II como paje y enseguida sintió vocación por la Armada.
En 1576, muy joven, siendo teniente de capitán de la Guardia del Rey, se casó en el valle de Mena con su prima Casilda de Velasco, señora de la casa y torre de Ungo, y heredera de Francisco del Campo y Velasco y de Ana de Velasco. Del matrimonio, nacieron tres hijos: Pedro, II conde de La Revilla; Alonso, que falleció sin sucesión, y Ana, que casó con Jerónimo de Medinilla, corregidor de Valladolid.
Alonso de Velasco fue gentilhombre de la casa de Felipe II, y miembro de su Consejo Real. Alcanzó el grado de general de Galeras, y Felipe II le nombró, en 1589, veedor general de los Ejércitos y Armadas de España. Tuvo el mando de las Galeras del Reino de Nápoles, bajo las órdenes del príncipe Carlos, duque de Saboya y capitán general.
En el año 1587, tomó el hábito en la Orden Militar de Santiago, de la que fue administrador de la encomienda de Villahermosa, hasta que en el año 1598, fue nombrado por el Rey, comendador de Mérida en la Orden. Ese mismo año, fallecía su padre don Pedro, estando don Alonso al mando de las Galeras en Nápoles.
En el año 1600, ya bajo el reinado de Felipe III, el príncipe Filiberto de Saboya, sobrino del monarca español, le nombró mayordomo mayor y sumiller de corps, de su casa. El 4 de junio de 1609, el Rey le nombró embajador en Inglaterra ante Jaime I Estuardo, sustituyendo en el cargo a Pedro de Zúñiga, marqués de Flores-Dávila. Durante los cuatro años de su gestión hasta octubre de 1613 —en que desempeñó un destacadísimo papel tratando de salvar la vida de muchos católicos, duramente perseguidos por los anglicanos—, se intentó relanzar el Tratado de Londres, firmado en 1604, y buscar la colaboración inglesa, tan necesaria para el éxito de la política exterior española. La Paz de Londres no había podido restañar antiguas heridas y en ambos países se mantenía el recelo y la suspicacia por las acciones del pasado. Los españoles consideraban a los ingleses corsarios, que habían tratado de desestabilizar a la Monarquía hispánica además de —según circulaba en muchos escritos de la época— “favorecer los rebeldes de los Estados de Flandes y de las islas, sino también en las Indias y en la misma España”.
Sin embargo, a nadie escapaba que una alianza anglo-española produciría importantes efectos positivos para ambos países. Por ello, entre las instrucciones recibidas por Alonso de Velasco estaban las de aproximar posiciones entre las Cortes de Madrid y Londres. Un hipotético acuerdo permitiría: aprovechar la estratégica posición de Inglaterra en la costa, especialmente en el Canal y en el Mar del Norte; el reclutamiento de tropas en el ámbito militar, particularmente católicos irlandeses, ingleses y escoceses, así como el comercio de suministros militares, pólvora y barcos de guerra mediante buques mercantes ingleses; la preservación de los territorios españoles en las Indias de los ataques ingleses, con la erradicación, al menos en teoría, del corsarismo inglés de los mares; y mejorar las condiciones del catolicismo en Inglaterra, según las predicciones de los teólogos españoles. Además, tendría, un particular efecto sobre las siempre peligrosas relaciones anglo-holandesas.
Con respecto a este último punto, España debía intentar explotar un viejo filón: las rivalidades comerciales anglo-holandesas que ya venían de antaño, fundamentalmente, para dirimir los derechos pesqueros en aguas inglesas, en el área del Ártico en torno a Spitzbergen y en el comercio con las Indias Orientales.
De su embajada en Londres también quedan escritos de algunas de las penurias económicas por las que atravesó. En cartas al Consejo de Estado se lamenta de haber prácticamente dilapidado su fortuna y la de su esposa al servicio de la embajada, “con apretado estado en que se halla de hazienda”, solicitando mantener el cargo de veedor para su hijo Alonso con el sueldo anual asignado.
Como dato interesante, hay que mencionar el conocido como “Mapa Velasco”, el único de la época sobre la costa atlántica de Norteamérica, en concreto, el territorio de Virginia, que Alonso de Velasco consiguió y envió desde Londres a Felipe III el 22 de marzo de 1610 (Archivo General de Simancas).
En 1613 Alonso de Velasco era relevado de su misión en Inglaterra, siendo cubierta la embajada de Londres por Diego Sarmiento de Acuña, conde de Gondomar. De hecho, las relaciones hispano-inglesas debían de pasar por un mal momento a la salida de don Alonso, a tenor de las referencias a dicha labor por parte del embajador de Flandes, que consoló a don Diego con las palabras de que sería breve su asistencia, “porque las cosas están en estado que es imposible que pasen seis meses sin romperse la guerra con España”. Vaticinios que el de Gondomar evitaría, al menos, en los próximos diez años.
En 1615 se encontraba Alonso como capitán en Flandes, donde dejó una completa relación de servicios.
En 1618 y como agradecimiento a una vida de servicio a la Corona, el hasta entonces IX señor de La Revilla se convirtió, por merced de Felipe III, en I conde de La Revilla. Con la salud muy debilitada, falleció el 13 de julio de 1620 y sus restos fueron depositados en el Monasterio de la Victoria, de la Orden de Santiago, de Madrid. Posteriormente, su hijo y sucesor, Pedro Fernández de Velasco, II conde de La Revilla, los trasladó al panteón de los condes de La Revilla, en Barrio de Díaz Ruiz (Burgos).
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Porfirio Sanz Camañes