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Jacob Fugger

Biografía

Fugger, Jacob. El Rico. Augsburgo (Alemania), 6.III.1454 – 31.XII.1525. Banquero del emperador Carlos V.

Miembro de una familia de mercaderes de Augsburgo, el primer componente conocido de la saga fue Hans, un agricultor y tejedor de Graben, cuyo hijo, llamado también Hans, abandonó en 1367 el campo para instalarse como tejedor en Augsburgo.

Allí, después de dos matrimonios ventajosos, logró adquirir la ciudadanía e ingresar en el consejo de administración de la más importante corporación artesanal de la ciudad, la de los tejedores. Para entonces contaba con una pequeña tienda de hilos, lana y tejidos cuyos beneficios le permitieron dejar de trabajar personalmente en el telar y consagrarse por entero a una actividad mercantil más lucrativa.

A su muerte en 1409, la viuda continuó con el negocio de su marido ayudada por sus dos hijos, Andrés y Jacob, el Viejo. En 1442, un documento de la ciudad los menciona entre los mercaderes de Augsburgo que comerciaban con el extranjero. Ambos explotaron el negocio en común hasta 1454. Se repartieron entonces el capital conformándose dos empresas. Los descendientes de Andrés (Lucas, Mateo, Jacobo y Juan) fueron conocidos como la rama “del Corzo” (vom Reh) por las armas que en 1462 le concedió el emperador Federico III al tercero de los hijos: un corzo sobre campo azur. Éstos extendieron su comercio de fustanes, sedas y especias por Alemania, Italia, Países Bajos y Polonia, ocupándose también de transferencias de fondos y transacciones financieras. A finales del siglo xv contaban con oficinas permanentes en Venecia, Milán, Núremberg y Amberes, pero Lucas hizo negocios ruinosos que a principios del siglo xvi provocaron el hundimiento de su, hasta entonces, floreciente emporio.

La otra rama familiar, la de Jacob, el Viejo, fundó una empresa semejante a la que acababa de clausurar.

Su negocio, también muy próspero, no experimentó, sin embargo, un desarrollo tan meteórico como el de su hermano. Murió en 1469 y dejó once hijos. Su viuda, Bárbara Bäsinger, prosiguió con éxito el comercio de la lana, el algodón, los fustanes, las sedas y las especias. Sus hijos, Ulrico (1441-1510), Andrés (1443-?), Juan (1445-1561), Pedro (1450-1473) y Jorge (1453-1506), ingresaron uno tras otro en la empresa, mientras Marcos (1448-1478) entró en religión y se estableció en Roma desde 1471 como secretario de preces de la Cancillería Apostólica. De las cuatro mujeres de esta extensa saga, una entró en religión y tres casaron con miembros de las más ricas familias de mercaderes de la ciudad. Por último, el más pequeño de los vástagos, Jacob, el Rico, sólo tenía diez años cuando murió su padre y, dado que sus hermanos cubrían con suficiencia el manejo de los negocios, fue destinado al sacerdocio. De hecho, desde su juventud disfrutaba de una canonjía en Herrieden. También esta rama familiar alcanzó la condición patricia en 1473 cuando proporcionaron a Federico III y a todo su sequito tejidos de seda, lana y brocados de oro que fueron agradecidos por el Emperador con un escudo de armas: dos lises de oro y azur sobre campo azur y oro. De ahí, la denominación a la que se hicieron acreedores desde entonces, los “Fugger de las lises” o de los lirios (von der Lilie).

Varios miembros del clan murieron jóvenes. En 1478 sólo quedaban tres de los siete hermanos. Ulrico y Jorge no podían hacer frente al volumen de negocio que habían generado y pidieron al benjamín de la familia que abandonara su canonjía y se dedicase también a la actividad mercantil. Así lo hizo, y en primer lugar se desplazó a Venecia donde probablemente su padre ya había fundado una oficina y donde con seguridad estuvieron destinados sus hermanos fallecidos, Andrés y Juan. Era Venecia la escuela de negocios de los hijos de los grandes mercaderes alemanes. Allí aprendían el idioma que les era indispensable, ya que el comercio de las ciudades de la Alta Alemania estaba principalmente orientado a las ciudades italianas. La gestión de Jacob amplió la capacidad negociadora de la casa. A lo largo de sus viajes entre Augsburgo y Venecia, pudo apreciar el inmenso negocio potencial que suponía introducirse en la industria minera del Tirol.

Este condado del Sacro Imperio era el país de la plata y del cobre. Su explotación a gran escala comenzó a mediados del siglo xv y muy pronto encabezó la lista de los países productores de plata en Europa. Su gobernante, Segismundo, el Rico, nieto de Leopoldo III y primo del emperador Federico III, se convirtió en un príncipe con grandes recursos económicos en virtud del rendimiento de sus propias minas y de los derechos de regalía que recibía por la explotación del subsuelo de todo el condado. Sin embargo, la falta de liquidez de Segismundo, provocada por las urgencias financieras derivadas de las luchas que mantenía con los cantones suizos, le obligó a solicitar créditos sobre los futuros ingresos de sus impuestos y sobre los rendimientos de sus minas. En ese floreciente negocio percibido por Jacob, creció la fortuna de los “Függer de las lises”. Durante los años siguientes Jacob consolidó su posición en el Tirol y extendió su actividad por todo el Imperio de la mano del nuevo emperador Maximiliano I (1493).

Aunque a finales del siglo xv el Sacro Imperio Romano Germánico constituía, jurídicamente, el Estado más extenso de Europa, el poderío efectivo del Emperador era muy reducido. Todos sus territorios gozaban de gran independencia y en ellos la autoridad imperial no suponía que existiera una administración política, hacendística o militar centralizada.

Esta “debilidad” tenía como consecuencia la insuficiencia de medios para poder afrontar una política activa. Desde un punto de vista financiero, Maximiliano sólo podía contar con los rendimientos de Tirol y del resto de sus estados patrimoniales que poco a poco fueron puestos en manos de Jacob Fugger y de otros banqueros, como los Gossembrot y los Herwart, para poder afrontar sus necesidades.

Cuando Maximiliano consolidó su posición como monarca de Hungría (1491), el banquero de Augsburgo encontró nuevas expectativas de negocio en la explotación de yacimientos de cobre argentífero situados en lo que entonces era el norte de aquel reino y hoy es Eslovaquia en asociación con el minero Johann Turz. También el favorable desenlace de la Guerra de Sucesión bávara (1504-1505) proporcionó al Emperador ricos distritos mineros, como los de Kufstein, Kitzbühel y Rattenberg, sobre los que suscribió nuevos empréstitos en los que Jacob Függer tuvo una activa participación. Su banco se convirtió entonces en una empresa mundial que mantenía negocios no sólo con el Imperio, sino con Inglaterra y la curia romana.

Jacob Függer, durante las primeras décadas del siglo xvi, supo establecer en Roma una sucursal importantísima.

Desde el siglo xiii, los banqueros eran indispensables para la administración de las finanzas pontificias, ya que las rentas eclesiásticas afluían a Roma procedentes de toda la cristiandad. A finales del siglo xv, los grandes mercaderes y banqueros de la Alta Alemania conquistaron el lugar preponderante en el tráfico europeo de la plata y así Jacob consiguió ocupar un lugar análogo al que tenían anteriormente los florentinos (Médicis) y más tarde los genoveses.

Su firma también se dedicó a adelantar a los obispos recién elegidos las tasas debidas a la curia por su nombramiento, cobrándolas a medida que el prelado recibía sus rentas añadiendo, además de la comisión por la transferencia, los intereses por el empréstito facilitado.

Incluso buscaron la manera de influir sobre las concesiones de prebendas. Su posición de influencia cerca de la “Silla de Pedro” la describía muy bien Ulrico von Hutten en sus Brigands cuando señalaba: “Los Fugger merecen ser llamados los príncipes de los cortesanos [...]. Han plantado allí, en Roma, su tenderete y compran al Papa para revender luego a un precio superior, no solamente beneficios sino también indulgencias plenarias; en su casa se encuentran sellos y timbres; las peticiones de dispensas pasan por su banca y no hay medio tan seguro para lograr el sacerdocio como tener a los Fugger por amigos [...].

Son los únicos por quienes se puede obtener todo en Roma”.

Pero en la “Ciudad Eterna” Jacob Fugger no era solamente banquero, sino también negociante en metales y además arrendatario de la Casa de la Moneda pontificia, aunque la prosperidad de su banca en Roma cesó poco después del Saco de Roma.

En medio de este imparable crecimiento de su negocio, en enero de 1518 la firma atravesó un trance peligroso. La Dieta convocada en Innsbruck exigió al emperador Maximiliano el saneamiento de sus cuentas maltrechas por una guerra que en esos momentos mantenía con Venecia. El Emperador expuso que ese conflicto había agotado sus ingresos ordinarios y comprometido, vendido o gravado todas las rentas futuras, los derechos de aduanas y peajes y los beneficios mineros. Por ello, pedía a sus estados que le otorgaran el dinero preciso para anular los contratos sobre los metales tiroleses devolviendo a los mercaderesbanqueros, y en particular a los Függer, los adelantos que le habían hecho. La respuesta de la Dieta fue que Maximiliano debía rescindir todos esos contratos. Sin embargo, Jacob evitó la catástrofe gracias a la coyuntura que le propició la elección imperial del futuro Carlos V.

En la primavera de 1517, Maximiliano cayó enfermo, lo que le obligó a prever un fin próximo. Su nieto y heredero, Carlos de Gante, había llegado a la mayoría de edad y, por ello, entabló negociaciones con los príncipes electores para que fuera elegido “rey de Romanos”. Sin embargo, el rey de Francia, Francisco I, también anhelaba el título y mediante grandes ofertas de dinero obtuvo la promesa por parte de cuatro de los siete electores de que, en caso de producirse la vacante, éstos le darían sus votos. En estas condiciones, Maximiliano debía ofrecer a los príncipes electores cantidades superiores a las prometidas por el monarca francés. Maximiliano declaró sin rodeos a su nieto que en la elección imperial los lazos de parentesco contaban poco y que “para ganarse a las gentes hay que aventurar mucho y desembolsar dinero antes del golpe [...] pues más se creerá en el dinero contante y sonante de Francisco que en nuestras buenas promesas y palabras”.

Esta carta, fechada el 18 de mayo de 1518, estaba escrita en Innsbruck en donde la Dieta general de los países austríacos se disponía a sanear las finanzas del Tirol anulando los contratos sobre los metales firmados con Jacob Függer. Sin embargo, Carlos V, tras la muerte de Maximiliano el 12 de enero de 1519, se convirtió en el titular de los territorios del Tirol.

Jacob puso a disposición de Carlos en el momento decisivo de la campaña electoral imperial cantidades que en su totalidad sobrepasaban el medio millón de florines renanos. La garantía de pago para los electores fue, sobre todo, el nombre del banquero de Augsburgo que anteriormente se había negado a ser el depositario de las letras de cambio de Francisco I.

Finalmente, Carlos V fue elegido Emperador. El total de los gastos de la elección acaecida en Fráncfort, el 28 de junio de 1519, ascendía a 851.918 florines.

De ellos, 543.585 los había proporcionado Jacob.

Fue el empréstito más importante que éste había hecho a los Habsburgo sin recibir metales en prenda.

El reembolso resultaba muy difícil, ya que Carlos V, en ninguno de sus territorios, disponía de fondos suficientes para satisfacerlo, aunque se había precisado desde un principio que las rentas del Tirol y de España servirían para saldar la deuda y así fue como el nuevo Emperador adjudicó a Jacob la producción de cobre y plata de Schwaz de 1524 a 1526. También le cedió casi todas las rentas de regalía procedentes de las minas tirolesas. Además le vendió las fundiciones señoriales de Rattenberg y le asignó una renta perpetua de 40.000 florines al ocho por ciento anual que situó sobre los productos de las salinas de Hall.

Por supuesto, Carlos V reconoció además las deudas contraídas por Maximiliano. Por lo que respecta a las rentas españolas, cuatro años después de la elección, la firma de Jacob todavía no había recibido nada.

Fue entonces cuando decidió reclamar directamente a Carlos V y le escribió una célebre carta entregada en Valladolid el 24 de abril de 1523 en la que en un tono de innegable orgullo afirmaba: “Es notorio públicamente y claro como el día, que Vuestra Majestad Imperial no hubiese podido obtener sin mí la Corona romana [...]”.

La muerte del papa León X y la elección del nuevo pontífice Adriano de Utrecht, antiguo preceptor de Carlos V, favoreció al Emperador de modo sobresaliente, pues por una bula de 3 de mayo de 1523 el nuevo Papa vinculó la administración de los maestrazgos de las tres órdenes de caballería castellanas de Santiago, Alcántara y Calatrava al Monarca, asegurándole así la plena propiedad de rentas importantes, de las que no podía disfrutar hasta entonces sino con expresa autorización del Pontífice. A fines de 1524, Carlos V arrendó estas rentas a Jacob Függer por tres años contra una renta anual de 135.000 florines renanos o 50.000.000 de maravedís. Los Függer se quedarían con la mitad de esta suma en concepto de satisfacción de la deuda electoral. El banquero alemán halló así, en el arrendamiento de los maestrazgos, un nuevo campo de actividad que a lo largo del siglo sería tan importante para la firma, como lo fue hasta 1525 la explotación de las minas de Hungría.

Fue en estos últimos años de su vida cuando la sucursal de Amberes se convirtió en la más importante de cuantas tenían en activo. Aquella ciudad canalizaba entonces toda la vida económica del norte europeo y el primero entre sus artículos de exportación era el cobre, cuyo gran suministrador en el mercado de Amberes fue el propio Jacob Függer.

Asimismo, desde allí, su empresa cada vez más y en mayor escala mediatizó el comercio de las especias con la Corona de Portugal, aunque no desestimó otras alternativas, pues es conocido su grado de implicación en la expedición protagonizada por García de Loaysa a las Molucas. Pero desde la elección de Carlos V y hasta su muerte, tendió a evitar nuevos compromisos y nuevos riesgos procurando poner en seguro el fruto de cuarenta años de eficaz labor. Parecía haber tenido la intuición de que la casa había alcanzado su apogeo y de que una expansión excesiva podía realizarse a expensas de su rentabilidad.

Precisamente el año 1525 debía haber señalado el cénit de las actividades de Jacob Fugger si su empresa más floreciente no hubiese sufrido entonces una grave crisis. Los negocios de Hungría experimentaron un importante revés, ya que al someter a control la contabilidad del tesorero general del reino parecía existir una grave malversación de fondos que les implicaba directamente. Al final de su vida, Jacob, el burgués de Augsburgo, el consejero y financiero imperial, el banquero del Papa y uno de los hombres más influyentes y poderosos de su tiempo, fue tratado como un vulgar estafador con su fortuna requisada, expulsado de sus minas y con buena parte de sus colaboradores en prisión. Éstos, convenientemente presionados, firmaron documentos que permitían condenar a Jacob sin someterle a un proceso regular. Éste activó entonces toda su inmensa red de relaciones y finalmente en abril de 1526 un nuevo contrato, con validez para quince años, restituía a los Függer sus bienes. Les devolvía las minas en las condiciones exigidas por el banquero, comprometía al Gobierno húngaro a pagar una importante indemnización que debía cobrarse sobre los alquileres de las minas y se reconocía además públicamente la arbitrariedad de las acusaciones deshonrosas que se habían vertido contra la firma. Sin embargo, Jacob no pudo disfrutar de este éxito. Enfermo y sumido en un mar de preocupaciones murió el 31 de diciembre de 1525, a la edad de sesenta y seis años, en el gran complejo de edificios que había construido en el Weinmarkt de Augsburgo.

 

Bibl.: C. von Haebler, Die Geschichte der Fugger’schen Handlung im Spanien, Weimar, E. Felber, 1897; E. Hering, Los Fucar, México, Fondo de Cultura Económica, 1944; G. von Polnitz, Jacob Fugger, Tubinguen, 1949-1951, 2 vols.; R. Ehrenberg, Le Siècle des Fugger, Paris, SEVPEN, 1955; L. Schick, Jacobo Fucar. Un gran hombre de negocios del siglo xvi, Madrid, Aguilar, 1961; R. Carande, Carlos V y sus banqueros. Madrid, Sociedad de Estudios y Publicaciones, 1967, 3 vols.; H. Kellenbenz, Los Fugger en España y Portugal, Salamanca, Junta de Castilla y León, 2000.

 

Carmen Sanz Ayán

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