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Juan de Vega

Biografía

Vega, Juan de. Señor de la villa de Grajal (VI). ?, c. 1507 – Valladolid, 20.XII.1558. Virrey de Navarra, embajador en Roma, virrey de Sicilia y presidente del Consejo Real.

El impulso definitivo a la cúspide de la magistratura castellana de este lejano pariente del emperador tuvo lugar al socaire del fortalecimiento cortesano del grupo de poder “ebolista”. Ya recién iniciada la regencia de Juana de Austria, no ocultaba Juan de Vega desde Sicilia la buena relación que mantenía con Ruy Gómez. Como decía a un allegado cortesano, “[...] porque tened por cierto que no os engañays en que procede con nosotros como cavallero y amigo, y también lo podeys tener que la gente principal de Portugal por lo general son hombres muy honrrados y muy hidalgos, allende de lo particular que se vee en todo a Ruy Gómez, y aunque lo aya poco menester, es razón que siempre se reconozca la virtud y claridad con que ha tratado con nosotros [...]”. Entre otros factores, esta sintonía se apuntaló por una común transigencia religiosa, que Juan de Vega selló a través de su boda en 1524 con Leonor Osorio Sarmiento, hija mayor del tercer marqués de Astorga y seguidora espiritual de Ignacio de Loyola. Desde ese momento, el matrimonio se convirtió en protector de los comienzos de la Compañía de Jesús. Carácter que quedó patente no sólo en la decidida ayuda que brindó Leonor Osorio para que Ignacio fundara el monasterio de Santa Marta para mujeres descarriadas, sino en la sincera amistad que Juan de Vega le profesara durante su ejercicio como embajador en Roma.

Crítico feroz de la irresolución política de los letrados, el origen de esta actitud bien pudo estar en su larga actividad guerrera y diplomática, así como en el desempeño de cargos principales generalmente reservados para personajes “de capa y espada”. Según los datos biográficos aportados por el marqués del Saltillo y por González Palencia, su intervención en el sitio de Fuenterrabía en 1524 le valió la elección por Carlos V entre los acompañantes de su viaje a Alemania en 1532. A continuación, tomó parte en la conquista de Túnez y se señaló por sus acertadas intervenciones en las Cortes de 1538. Seguidamente participó en el frustrado ataque a Argel en 1541, a cuyo regreso tomó posesión del virreinato de Navarra, en el que no reprimió su vocación guerrera pues defendió una incursión de Sancho de Leyva con sus tropas guipuzcoanas sobre San Juan de Luz. Abandonó el virreinato de Navarra para suceder en 1543 al marqués de Aguilar como embajador en Roma, en la difícil coyuntura de preparación y convocatoria del concilio de Trento, que convulsionó las relaciones del emperador con la Sede Apostólica. Tuvo ocasión de apuntar su ideología religiosa en la propia asamblea, pues asistió a ella desde su apertura en 1545 hasta que hubo de abandonar su cargo de embajador en 1547, en el polémico ambiente de la suspensión de la primera etapa conciliar.

Pero este relevo no supuso retornar a la Corte, ya que pasó a Sicilia como virrey, cargo en el que surgieron y fueron estrechándose los contactos con el grupo de poder que Ruy Gómez estaba coordinando en la Corte. Esta orientación política le valió ataques por parte del inquisidor general Valdés, quien el 31 de enero de 1556 se quejaba a la regente doña Juana de la hostilidad de Vega hacia el Santo Oficio siciliano, plasmada en la prisión del inquisidor obispo de Pati y del visitador Orozco. Tales ataques autorizaron la oposición a sus mandatos de buena parte de la sociedad siciliana, manifestada en el pleito sostenido con su yerno el duque de Bivona. A decir de Saltillo, este caso influyó en la remoción de Vega. Su paso por Sicilia también se caracterizó por conducir el uso diplomático que Carlos V y Felipe II daban al trigo de la isla, acentuando el recelo de sus habitantes hacia su autoridad.

Pero el abandono del cargo de virrey de Sicilia no significaba lejanía de la gracia regia, pues regresó a la Corte para suceder al difunto Antonio de Fonseca como presidente del Consejo Real, con entrada simultánea en el Consejo de Estado. De esta manera concluía la interinidad de Vaca de Castro al frente del Consejo y se frustraban las expectativas albergadas al respecto por el presidente de Indias Luis Hurtado de Mendoza. La intervención de Ruy Gómez resultó decisiva para asegurar el futuro político de Vega, pues su nombramiento en abril de 1557 tuvo lugar después de desplazarse aquél a Valladolid para acallar resistencias a la confirmación de su grupo como dominador de la escena política. No existe certeza del día de abril en que se firmó su título, que algún autor fija el 18, pero tomó posesión el 21 de julio.

El asentimiento de Felipe II a esta promoción estuvo influido por el profundo conocimiento de la Sede Apostólica obtenido por Vega durante su ejercicio diplomático en Roma, en un momento en que arreciaban las diferencias con Paulo IV. De hecho, su nombramiento ponía fin a nueve lustros de presidencia ininterrumpida de eclesiásticos, y esta circunstancia marcó su actividad al frente del Consejo Real, pues centrado principalmente en estas cuestiones, delegó el control del despacho administrativo y judicial en Cristóbal Vaca de Castro, a quien estaba particularmente unido por su común origen leonés. En esta decisión también influyó su proverbial repugnancia por las ocupaciones de los letrados, que le opuso a gran parte de los consejeros que presidía. Con todo, la inclinación de Vega se tradujo en una mayor agilidad en la toma de decisiones políticas que distinguió aventajadamente su labor al frente del Consejo respecto a su predecesor y provocó alegatos contra los escrúpulos legales de los letrados, procedentes en especial del grupo “ebolista” insatisfecho con los improductivos oficios de Fonseca en su favor. Según Diego de Simancas, al acceder Juan de Vega a la presidencia de Castilla, “[...]entre idiotas y enemigos de justicia se levantó una voz falsa contra los letrados, diciendo que atados a sus leyes no sabían gobernar”. Al tiempo, Vega, quien desde 1552 era comendador de Hornachos, supervisó el Consejo de Órdenes ante la ausencia y posterior fallecimiento el 14 de noviembre de 1557 de su presidente Pedro de Córdoba. Por ello, este organismo solicitó la pronta provisión de su vacante.

En testimonio de la orientación imprimida por Juan de Vega a su labor al frente del Consejo Real, el secretario Francisco de Eraso fue destinatario de sus repetidas peticiones de merced. Asimismo, al producirse su temprana muerte el 20 de diciembre de 1558 actuaron como testamentarios el jesuita Francisco de Borja y su paisano Vaca de Castro, quien desempeñaría una nueva presidencia interina a la que pondría fin el nombramiento —con el regreso de Felipe II a Castilla— de otro protegido de Éboli, el presidente de Indias Luis Hurtado de Mendoza. La proximidad a los jesuitas quedó también patente en sus últimas voluntades, en las que les dejó 400 ducados. Todavía en Bruselas el Rey decidió cubrir la otra vacante dejada por Juan de Vega, la de contador mayor de Cuentas, en la persona del conde de Olivares (5 de julio de 1559), ya sin la potestad extraordinaria de nombrar tenientes de contador.

 

Bibl.: D. de Simancas, “La vida y cosas notables del Señor Obispo de Zamora Don Diego de Simancas, natural de Córdoba, colegial del colegio de Santa Cruz de Valladolid, escrita por el susodicho”, en M. Serrano y Sanz (ed.), Autobiografías y Memorias, Madrid, Bailly-Baillière, 1905, págs. 151-210 (espec., pág. 154); L. von Pastor, Historia de los Papas, vol. XI, Barcelona, Gustavo Gili, 1911, pág. 35; R. B. Merriman, The rise of the spanish empire in the old world and in the new, IV, Philip the Prudent, Nueva York, MacMillan, 1934, pág. 417; F. Cereceda, Diego Laínez en la Europa religiosa de su tiempo, 1512-1565, vol. I, Madrid, Cultura Hispánica, 1945, págs. 160-161; “Ecumenicidad y españolismo en Trento”, en El Concilio de Trento. Exposiciones e investigaciones por colaboradores de ‘Razón y Fe’, Madrid, Razón y Fe, 1945, pág. 462; Marqués del Saltillo, Juan de Vega, embajador de Carlos V en Roma, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1946; A. González Palencia, Gonzalo Pérez, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1946, pág. 41; J. J. Salcedo Izu, El Consejo Real de Navarra en el siglo XVI, Pamplona, Universidad de Navarra, 1964, pág. 273; M. Fernández Álvarez, “Valdés y el gobierno de Castilla a mediados del siglo XVI”, en VV. AA., Simposio Valdés-Salas, Oviedo, Universidad, 1970, págs. 84-110 (espec., pág. 88); J. L. González Novalín, El Inquisidor General Fernando de Valdés, II, Oviedo, Universidad, 1971, págs. 159-161; M. Fernández Álvarez, Corpus Documental de Carlos V, IV, Salamanca, Universidad, 1979, doc. DCLXIV, págs. 204-205; doc. DCLXVI, págs. 207-210; P. Gan Giménez, El Consejo Real de Carlos V, Granada, Universidad, 1988, pág. 271; M.ª A. López Gómez, “Los presidentes y gobernadores del Consejo Supremo de Castilla”, en Hidalguía, 210 (1988), pág. 681; J. Paniagua, “Don Cristobal Vaca de Castro, un leonés del siglo XVI en el Nuevo Mundo”, en Tierras de León, 71 (1988), pág. 71; M. I. Viforcos y J. Paniagua, El leonés don Cristobal Vaca de Castro: gobernador y organizador del Perú, Madrid, S.A. Hullera Vasco-Leonesa, 1991, págs. 113-116; M. J. Rodríguez Salgado, Un imperio en transición. Carlos V, Felipe II y su mundo, Barcelona, Crítica, 1992, págs. 160-161; S. Fernández Conti, Los Consejos de Estado y Guerra de la Monarquía Hispana en tiempos de Felipe II, 1548-1598, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1998, pág. 67; J. Martínez Millán y C. J. de Carlos Morales, Felipe II (1527-1598). La configuración de la Monarquía Hispana, Salamanca, Junta de Castilla y León, 1998, pág. 60; I. Ezquerra Revilla, El Consejo Real de Castilla bajo Felipe II. Grupos de poder y luchas faccionales, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000; J. Martínez Millán (dir), La corte de Carlos V (2.ª parte). Los Consejos y Consejeros de Carlos V, vol. III, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000.

 

Ignacio J. Ezquerra Revilla