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Leonardo de Figueroa

Biografía

Figueroa, Leonardo de. Utiel (Valencia), c. 1655 – Sevilla, 9.IV.1730. Arquitecto.

Nacido a mediados del siglo xvii en el pueblo de Utiel, entonces territorio castellano perteneciente al obispado de Cuenca, aunque limítrofe con Valencia.

Así, debió de formarse en contacto con la tradición levantina, de la que puede proceder su característica cúpula de perfiles curvos-contracurvos o en “s”. A pesar de este origen, Figueroa se vinculó sobre todo a Sevilla, ciudad en la que vivió la mayor parte de su vida, desde que llegó a ella siendo aún joven hasta que falleció con cerca de ochenta años en 1730. De esta manera se explica la total identificación del arquitecto con Sevilla y su tradición, encontrándose aquí uno de los fundamentos de su arte. En efecto, se muestra como un típico arquitecto sevillano cuyas obras acusan los tradicionales usos de la ciudad, tanto constructivos como ornamentales, caso de la reiterada utilización del ladrillo, bien visto, bien enlucido, con la posibilidad también de enmarcarlo con elementos de piedra sillera o de combinarlo con cerámica vidriada, sin olvidar las características tipologías arquitectónicas de iglesias, patios, espadañas, etc. Aprendida bien la lección que Sevilla le proporcionaba, alcanzó a crear una arquitectura de concepción grandiosa y monumental, de amplios espacios y robustas masas, aunque con particular habilidad supo conjuntar la grandeza de las fábricas con los complementos o detalles arquitectónicos, como las espadañas, las buhardillas, las hornacinas o los ventanales, cuyo diseño cuidó al máximo, si bien son las cúpulas el elemento protagonista al que prestó especial atención, hasta el punto de llegar a las más ingeniosas soluciones. Son estos aditamentos los que hacen que su arquitectura sea singular, ya que por lo común sus trazas resultan sencillas, según se manifiestan en sus iglesias de cajón, aunque ya en la madurez se involucró en proyectos más elaborados de complejas plantas de tipo central o combinado, que ciertamente pueden figurar entre las máximas realizaciones de esta clase en la arquitectura española del Barroco.

El principal mérito de Figueroa fue llevar a una plenitud barroca la arquitectura sevillana, o sea, protagonizar una renovación fundamental de la misma, pero aprovechando e incorporando en ella su tradición, sin producir rupturas radicales. Básicamente hizo que las tipologías tradicionales de la ciudad se barroquizaran, sobre todo con un gran despliegue ornamental, que siempre fue fundamental en su obra, aunque se advierte una evolución desde las formas más abultadas de estilo seiscentista hasta otras más menudas que parecen evocar lo plateresco. En ello aprovechó hasta las posibilidades que ofrecía el muro, valorando las texturas, las calidades, los efectos plásticos y cromáticos, en base a sus características combinaciones de ladrillo visto o revocado, piedra labrada, elementos de barro cocido y también los motivos incrustados de cerámica vidriada, por lo general de azul cobalto. Así, la superficie del muro es concebida como un rico tejido brocado o bordado. Este afán ornamental también le llevó a revestir ingeniosamente los propios elementos arquitectónicos, tal como hizo con las columnas, cuyos fustes dan lugar a formaciones de la mayor originalidad, o con los cornisamientos, que hace ondular conforme al orden salomónico.

Este detalle revela el conocimiento por parte de Figueroa de Guarino Guarini, aunque asimismo habría que considerar a otros importantes arquitectos del Barroco italiano, como Borromini y el padre jesuita Andrea Pozzo. Obviamente, tal conocimiento no es consecuencia de un viaje a Italia, sino del manejo de libros e ilustraciones, lo cual constituye también una de las fuentes principales de su arte. Éste manifiesta una y otra vez las referencias y citas extraídas de las publicaciones, cuyo repertorio abarcó igualmente desde los italianos del Renacimiento, como Serlio, hasta los manieristas del norte, caso de un Dietterlin.

Pero en especial interesa resaltar el uso de motivos y soluciones derivadas de los maestros italianos del Barroco, que en última instancia contribuyeron a darle un aire de modernidad a su arquitectura. Su impacto se percibe en pequeños detalles de puertas y ventanas, pero asimismo en la concepción tan barroca de las cúpulas. Ello lo acoplará Figueroa a la tradición sevillana, creando soluciones plenamente barrocas, que acusan una vigorosa personalidad capaz de conjuntar tradición e innovación, lo local y lo foráneo con particular originalidad.

El traslado del arquitecto a Sevilla no tuvo nada de particular, habida cuenta la continua afluencia de artistas a la ciudad, aun cuando para ésta ya habían pasado los días de mayor gloria en la segunda mitad del siglo xvii. El joven artista, a su llegada, supo establecer contactos con arquitectos y maestros ya consagrados para introducirse en el ambiente de su arte y así poder trabajar y prosperar. Esto fue lo que sucedió con Juan Domínguez, del que primero fue auxiliar y luego sucesor en la obra del Hospital de los Venerables, donde se constata la presencia de Figueroa a partir de 1686, aunque su relación con el mismo debía de venir de antes. Aquí se aprecia claramente cómo el maestro parte sin más de la tradición seiscentista sevillana y asimismo se manifiesta ya su predilección por lo decorativo, como lo demuestra el segundo cuerpo de la fachada, de original composición de hornacina entre óculos de aparatosos marcos.

La iglesia del antiguo convento de dominicos de San Pablo, actual parroquia de la Magdalena, realizada a partir de 1691, representa el solemne pregón del gran Figueroa. Condicionado por el antiguo plan mudéjar del templo, lo reconstruyó como un edificio de tres naves con crucero de profundos brazos y alargada cabecera, un esquema que pudiera evocar aspectos del de Palladio para San Giorgio Maggiore. El centro del crucero lo coronó con una impresionante cúpula, su primera gran cúpula. Semiescondida entre los tejados, sus superficies se revisten de un espectacular adorno cromático, aprovechando diferentes materiales y técnicas, lo mismo que las buhardillas y espadañas que también enriquecen esos tejados, conformando todo ello un conjunto verdaderamente inusual. Tanto en las espadañas como en unas puertas interiores utilizó las columnas salomónicas, a tono con las cuales está la cornisa ondulada, que resalta en la base de la cúpula, lo que demuestra ya el uso de las fuentes italianas del Barroco. Ese orden salomónico y la inspiración específica en Guarini resultan sorprendentes en el patio que se formó junto a la iglesia, decorado con pilastras onduladas.

Otra gran obra de esa época es la iglesia del Salvador, a la que se asocia Figueroa entre 1696 y 1711 y también algunos años después. El templo, de traza catedralicia, como colegial que fue, lo tomó bajo su responsabilidad el arquitecto en una fase ya avanzada de su construcción, correspondiéndole a él la difícil tarea del abovedamiento, incluida la cúpula que voltea delante del presbiterio, donde una vez más se revela como un maestro consumado en la fábrica de esta clase de obras, aunque aquí sin el ornato de la cúpula de San Pablo, acentuándose más bien su aspecto clásico, a tono con la propia naturaleza del edificio.

También se ocupó de la fachada, resuelta según un modelo de Serlio, pero característica por ser de ladrillo con enmarcaciones de sillería. Como remate de ella dispuso una buhardilla, en sí misma una fachada en miniatura, cuyas esquinas son cóncavas, o sea, a la manera borrominesca, aunque, quizá, la inspiración viniera del padre Pozzo, dadas las notables relaciones con ilustraciones suyas.

El eco de Borromini se hace patente en la iglesia de San Luis de los Franceses, iniciada en 1699 y prolongada en su construcción y ornato hasta 1731. Fue propia del antiguo noviciado de los jesuitas y al igual que San Andrea del Quirinal de Roma, también antiguo noviciado de jesuitas, se concibe como una planta central, aunque muy diferente de ésta. La planta central determinó la importancia de la cúpula, que al exterior se muestra inmensa, sobre gran tambor, encuadrada por dos torres menores que se adelantan para montar directamente encima de la fachada, más o menos como en la iglesia romana de Santa Inés. Éste es, sin duda, uno de los aspectos de mayor carácter borrominesco del edificio, aunque en la propia fachada hay otros más, como las puertas laterales, de nuevo a semejanza de las de Santa Inés. Esto no es incompatible con el típico alarde decorativo, ya de apariencia más menuda y, por tanto, más dieciochesca, aunque curiosamente incorpora motivos y rasgos de ascendencia plateresca, ilustrando perfectamente una nueva orientación de Figueroa, del Figueroa plenamente dieciochesco. Tras esta suntuosa pantalla aparece el interior dominado por una gran rotonda central, de la que sobresalen unos brazos en cruz de terminaciones absidales, entre los que se intercalan a su vez nichos. Este plan y la propia elevación de la rotonda, que culmina en la espléndida cúpula, parecen evocar soluciones francesas, incluso pudiera mencionarse la famosa iglesia parisina de los Inválidos, lo que no tiene nada de particular dado el interés del arquitecto por conocer otros estilos barrocos. La grandeza de la rotonda se ve resaltada por el uso de unas monumentales columnas salomónicas, que van bien con el carácter del templo.

Los diez últimos años de vida de Figueroa, a pesar de sus enfermedades, fueron de gran actividad, incluso en ellos se sitúan algunas de sus más importantes obras. En 1721 comenzó la capilla sacramental de la parroquia de Santa Catalina. A pesar de su reducido tamaño, impuso una de sus más originales arquitecturas con una planta combinada en que destaca el primer tramo, sobre el que va una bóveda vaída con linterna, aunque lo verdaderamente espectacular es el revestimiento exterior, donde la linterna adquiere tales dimensiones que prácticamente equivale a una cúpula y tan curiosa que, si cabe, es una de las más extraordinarias creaciones del arquitecto, quien alardea como en pocos casos de sus conocimientos de arquitectura oblicua y de una predilección por las estructuras de curva, o sea, de una verdadera madurez barroca. Tiene tambor ochavado con esbeltas ventanas entre salientes pilastras, en las que una vez más se repite la rica decoración de estirpe plateresca, si bien es su remate lo más peculiar. Diseñado a base de escalonados paramentos cóncavos, viene a culminar en un pequeño cuerpo bulboso, concebido todo ello como una ostentosa peana de la estatua de la Fe. Las superficies son objeto del típico decorativismo de ladrillo y cerámica cromática, que pese a lo usual adquiere aquí especial significación. Este rico forro no logra disimular los verdaderos efectos de su dinámica estructura y su intenso barroquismo, equiparable a los diseños de Borromini y Guarini, incluso en la falta de correspondencia entre interior y exterior.

En 1721 también se involucra Figueroa en otra obra fundamental, el colegio de San Telmo, que por su ambición y riqueza representa uno de los grandes conjuntos del Barroco español. El arquitecto inició su colaboración ocupándose de la capilla, pero a partir de 1724 su labor se extendió a la fachada, resuelta en diálogo con la herreriana de la Casa de la Contratación —Archivo de Indias—, y a la propia portada que la preside. Ésta se distingue por el mayor fasto decorativo, más que en ningún caso anterior, pero igualmente por su imponencia arquitectónica, también más que en ningún otro caso, resolviéndose como un magno retablo de piedra elevado en tres cuerpos y compuesto por vistosas agrupaciones de columnas, en las que no pasa inadvertida una cierta relación con las composiciones del padre Pozzo. Dichas columnas por sí solas revelan una rara invención, incluso se utilizan fustes de estrías quebradas y onduladas. La calle central, con el balcón principal, se enriquece extraordinariamente, incorporando a su repertorio claros motivos de inspiración borrominesca.

Figueroa llevó a cabo estas obras finales con la colaboración de sus hijos, sobre todo de Matías José, que en ese tiempo era como su alter ego, incluso tuvo gran responsabilidad en San Telmo. Así se conforma un linaje de arquitectos, que también incluye a otros descendientes, lo que permitió que la familia tuviera un particular protagonismo en el Barroco sevillano y que se prolongara la herencia de Leonardo de Figueroa, realmente determinante en la arquitectura dieciochesca de Sevilla.

 

Obras de ~: Iglesia del antiguo convento de San Pablo, Sevilla, 1691-1709; Iglesia del Salvador, Sevilla, 1696-1711; Iglesia de San Luis de los Franceses, Sevilla, 1699-1731; Capilla sacramental de la parroquia de Santa Catalina, Sevilla, 1721-1736; Colegio de San Telmo, Sevilla, 1721 post.

 

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Jesús Rivas Carmona