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Jimeno de Luna

Biografía

Luna, Jimeno de. ?, c. 1262 – Alcalá de Henares (Madrid), 16.XI.1337. Obispo de Zaragoza, arzobispo de Tarragona y Toledo, embajador.

Figura relevante del episcopado hispano en el primer tercio del siglo xiii, sucesivamente obispo de Zaragoza (1296-1317) y arzobispo de Tarragona (1317- 1328) y de Toledo (1328-1337) y, como tal, canciller de Castilla. Por su hermano Juan, fue tío abuelo del papa Benedicto XIII, perteneciente como él a la rama de los Martínez de la ilustre casa de Luna, entonces en pleno proceso ascensional, cuyos miembros fueron ocupando durante la vida de Jimeno altos cargos políticos y participando en empresas militares al servicio de la Corona. Además, por su hermana Teresa, fue tío carnal de Gil de Albornoz, que le sucedería en la sede toledana; y fue también pariente y contemporáneo suyo, aunque de la rama de los Ferrench de Luna, el arzobispo de Zaragoza (1318-1345) y canciller de Aragón Pedro López de Luna.

Se desconoce el lugar de su nacimiento, que debió de ocurrir probablemente en uno de los señoríos paternos de Alcalá de Ebro, Pola o Almonacid de la Sierra. En cuanto a la fecha, se puede conjeturar que sería en torno a 1262, dada en primer lugar la de su promoción al episcopado (1296) y los treinta años normalmente requeridos por el Derecho Canónico para la misma; y en segundo lugar la consideración de “anciano” de que en 1322, siendo arzobispo de Tarragona, le hace objeto algún historiador.

Tampoco se sabe el lugar donde realizó sus estudios eclesiásticos (él mismo intervendría más tarde eficazmente en la fundación de la Universidad de Lérida en 1300), probablemente en la misma Zaragoza. En 1284 era ya arcediano de Teruel, en la primera referencia documental que de él se conserva, cuando, con el arcediano de Belchite, como procurador del prior y cabildo zaragozanos, recibió del rey Pedro III los bienes que éste había embargado al Obispado, seguramente con ocasión de su expedición a Sicilia. Dos años después, Alfonso III le arrendó, en sede vacante, las rentas de la Cámara de Zaragoza. En los disturbios unionistas, dos candidatos se disputaron la sede episcopal: el unionista Fortún de Vergua y el candidato real Hugo de Mataplana.

Entronizado éste al fin en 1289, aparece, junto a él, Jimeno en los años sucesivos como sacristán de la Seo, segundo puesto en importancia del Cabildo después del prior. En el marco de las misiones diplomáticas desempeñadas por Mataplana al servicio de la Corona, Jimeno le acompañó a Roma, en 1296, al año siguiente del Tratado de Anagni. Y al fallecer allí el prelado el 29 de junio, Bonifacio VIII, que ya había tenido ocasión de conocer las virtudes y cualidades de Jimeno, temiendo las alteraciones que podían seguirse de nuevo si se esperaba una nominación del Cabildo, le nombró para sucederle en el Obispado. Nombramiento que fue grato al Rey, que pronto utilizaría los buenos servicios de Jimeno y que en noviembre del mismo año nombraba procurador general de Aragón a su pariente Lope Ferrench de Luna.

Como obispo de Zaragoza (1296-1317), bajo su presidencia y la presencia de otros tres prelados se constituyó por vez primera un brazo eclesiástico en las Cortes aragonesas. Esto ocurrió en las celebradas en Zaragoza en 1300 (asistencia) y 1301 (constitución oficial), en las que pronto se desplegó el talante conciliador del obispo en las tensiones entre el Rey y los nobles (algunos Luna entre ellos), descontentos por la presión económica resultante de la reciente expedición contra Sicilia y la guerra con Castilla. Poco tiempo después (1303) presidió una misión diplomática enviada a Narbona, y el mismo año fue nombrado, con el obispo de Vic, por Bonifacio VIII colector de los diezmos (1303-1306) para la empresa de Cerdeña, reino del que, con Córcega, había sido investido Jaime II por el Papa en Roma el 4 de abril de 1297; si bien la campaña hubo al fin de diferirse para más adelante. Importante fue la contribución de Jimeno a la paz con Castilla, alcanzada en 1304 gracias a la sentencia arbitral dada en Torrijos (actual Torrellas), siendo él el árbitro designado por Aragón, junto con el infante Juan por Castilla y el rey Dionís de Portugal. De nuevo Jaime requirió sus servicios en el asunto de los templarios, nombrándole inquisidor en 1307, con el obispo de Valencia y otro dominico. Abolida la Orden, Jimeno fue encargado por Clemente V (1312) de proveer a las iglesias del Temple de su diócesis, y en 1321, ya en Tarragona, por Juan XXII, de regular el paso de varios templarios catalanes a otras Órdenes y sustentar a algunos templarios portugueses.

No menos relevante fue su contribución a la cruzada de Almería. En 1309 al iniciar el Rey la campaña, el Papa nombró a Jimeno, de nuevo con el obispo de Vic, conservador de la persona y tierras de Jaime II.

Aunque no es segura su participación personal en la expedición, diversos documentos dan testimonio de su importante aportación económica, la mayor entre las diócesis del reino, correspondientemente a su riqueza.

No muchos años después, en 1314, prestaría él solo al Rey la mitad de la cantidad establecida por el difunto conde de Urgel para el matrimonio de su heredera Teresa con el futuro rey Alfonso IV.

La expuesta trayectoria explica que a la muerte el arzobispo de Tarragona Guilllem de Rocabertí, y después de un vano intento del Rey por lograr la promoción a ella de su hijo el infante Juan, fuese nombrado Jimeno para ocupar la sede vacante, mientras su pariente y antiguo canónigo, el abad de Montearagón (que quedó para el infante), Pedro López de Luna, era designado obispo de Zaragoza. Con los Luna así situados en las dos sedes principales se facilitaba (aunque no faltaron tensiones) la elevación de Zaragoza a Arzobispado y la consiguiente distribución de la diócesis, lo que tuvo lugar al año siguiente en Aviñón por la bula Romanus Pontifex de 18 de julio de 1318, llamados allá ambos prelados por Juan XXII. Como arzobispo de Tarragona, Jimeno hubo de intervenir en el doloroso asunto de la renuncia al trono del primogénito Jaime (1319) después de la misa nupcial celebrada por él en Gandesa y el abandono por aquél de la infanta castellana Leonor. Y fue también seguramente él quien, en la noche de Navidad de 1322, celebró en la catedral de Tarragona la misa nupcial de Jaime II y Elisenda de Montcada. Pero sobre todo fue importante una vez más su apoyo económico a la expedición a Cerdeña del infante Alfonso (1323). Todo ello no le impidió manifestarse. Celoso defensor de sus prerrogativas cuando el infante Juan, consagrado por los dos arzobispos Luna en la catedral de Lérida (1320) después de su nombramiento como arzobispo de Toledo, atravesó el reino como primado con cruz alzada contra los antiguos derechos de Tarragona, ni en diversos conflictos de jurisdicción con el Rey, dada la pertenencia de Tarragona y su campo a la Iglesia desde su reconquista. Celebró dos Sínodos Provinciales en 1318 y 1324 (convocado éste a fines de 1323), aunque en cartas de Jaime II se alude a otros dos (1322 y 1325), quizás simplemente diocesanos. En el de 1318, estudiado por el P. Fita, se promovió el proceso de canonización de san Ramón de Penyafort.

Fallecido Jaime II, las circunstancias del matrimonio del nuevo rey Alfonso IV con la infanta castellana Leonor (reparando el anterior desaire de su hermano Jaime) y la traslación a Tarragona desde Toledo de su hermano Juan como administrador apostólico y patriarca de Alejandría, dieron lugar al traslado de Jimeno a la sede primacial toledana, donde, aunque tendría que jurar lo contrario de lo que había hecho en Tarragona, se manifestó definitivamente su espíritu integrador y conciliador, a pesar de las reticencias expresadas a su nombramiento por las Cortes de Madrid de 1329 y la enemiga de don Juan Manuel, adversario de los Albornoz, parientes del nuevo arzobispo.

No era el primero procedente de la Corona de Aragón: le habían precedido ya, además de Pedro de Cardona (1181-1182), los infantes Sancho (1266- 1275) y su predecesor Juan (1319-1328), y le seguiría más tarde Pedro de Luna, de su misma rama familiar (1403-1414). El cargo llevaba aneja la Cancillería de Castilla, para la que fue nombrado el 13 de octubre de 1330, por lo que, habiendo sido designado su pariente Pedro López de Zaragoza para la de Aragón (1327), durante unos años las Cancillerías de ambos reinos estarían en manos de la familia Luna. Jimeno hubo de moverse con discreción en delicadas situaciones por las vicisitudes políticas de la relación entre Aragón y Castilla y la posición de Leonor de Guzmán en la Corte de Alfonso XI, a la que por cierto hizo donación ad vitam de Villaumbrales (1335) y cuyo hijo Pedro de Aguilar, aunque menor, recibió durante un tiempo la Cancillería efectiva (1335-1337). Jara califica por todo ello a Jimeno de “prelado acomodaticio”: en todo caso no lo fue más que su sobrino y sucesor Gil, introducido por él en la Corte hacia 1332.

Celebró dos Sínodos Provinciales: el primero, del que no quedan actas (sólo alguna constitución), en Alcalá de Henares en 1333, y el segundo en 1336, del que quedaron interesantes constituciones sobre la celebración anual de sínodos diocesanos, familiares de beneficiado difunto y días festivos. El sentido hispánico integrador de Jimeno se manifestó por última vez en 1336, con su meritorio desplazamiento a Zaragoza para intermediar en la Aljafería, junto con los nuncios papales, en las relaciones con Navarra y las muy deterioradas entre Castilla y Aragón por la enemistad del nuevo rey Pedro IV con su madrastra Leonor (que había tenido que huir a Castilla) y los infantes, sus hermanastros. Murió al año siguiente en Alcalá de Henares, el 16 de noviembre de 1337 (diversos autores señalan equivocadamente el 1338) y fue enterrado en la capilla de San Andrés de la catedral de Toledo, en el lugar de la actual antesacristía. Como en Tarragona, donde renovó el coro (testimonio, sus escudos) y otros interiores, en Toledo inició la obra del claustro con derribo de casas contiguas a la catedral.

 

Bibl.: Apuntamientos para la Hist. de Toledo y Sres. Arzobispos, s. f. (ms. del Archivo de la Catedral de Toledo, fols. 185- 191); D. de Espés, Historia eclesiástica de la ciudad de Zaragoza desde la venida de J. C., Señor y Redentor nuestro, hasta el año de 1575, Zaragoza, post. 1575; J. B. Pérez, Archiepiscoporum toletanorum vitae, 1591-1597 (ms. 1.529 de la Biblioteca Nacional de España); B. Porreño, Historia de los Arzobispos de Toledo y cosas de España, Toledo, 1604-1606; M. Carrillo, Historia del glorioso san Valero, Zaragoza, por Iuan de Lanaja y Quartanet, a costa de Iuan de Bonilla, 1615; L. de Zaragoza, Teatro histórico de las Iglesias del reyno de Aragón, Pamplona, 1780-1785; M. Marí, Thesaurus Sanctae Metropolitanae Ecclesiae Tarraconensis, Tarragona, 1783; F. Latassa, Biblioteca antigua, t. I, Zaragoza, 1796; J. Villanueva, Viage literario por las iglesias de España, t. XIX, Madrid, 1803-1851, págs. 200- 204; F. Fita, “Concilio de Tarragona en 1318”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, 28 (1896); E. Morera, Tarragona cristiana, Tarragona, Est. Tipográfico de F. Arís e Hijo, 1897-1899; J. Vincke, “Die Errichtung des Erzbistums Zaragoza”, en Spanische Forschungen der Görresgesellschaft, I Reihe, I Band, Münster, 1931; J. Blanch, Archiepiscopologi de la S. Esglesia Metropolitana de Tarragona, Tarragona, 1951; A. Fábrega, “Ayuda económica de la Iglesia a Jaime II de Aragón para la conquista de Cerdeña”, en Antológica Annua, 11 (1963); J. F. Rivera Recio, Los arzobispos de Toledo en la Baja Edad Media, Toledo, Diputación Provincial, 1969, págs. 81-83; B. Palacios, La Coronación de los Reyes de Aragón (1204-1410),Valencia, Anubar, 1975; F. de Moxó, “Prelados de la Casa de Luna en los albores del s. xiv”, en Hispania Sacra, XXVIII (1985); “Notas sobre el pontificado tarraconense de don Ximeno de Luna”, en Hispania Sacra, XLI (1989); La Casa de Luna (1276-1348), Münster, 1990; “Don Ximeno de Luna, arzobispo de Toledo y Canciller de Castilla (1328- 1337)”, en VV. AA., Actas del XV Congreso de Historia de la Corona de Aragón, t. II, Jaca, 1997, págs. 231-248; F. de Moxó y Montoliú, Estudios sobre las relaciones entre Aragón y Castilla (ss. xiii-xv), Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1997.

 

Francisco de Moxó y Montoliú