Stúñiga (o Zúñiga) y Pimentel, Juan de. ?, 1464 – Guadalupe (Cáceres), 1504. Trigésimo séptimo y último maestre de la Orden de Alcántara, arzobispo de Sevilla y cardenal.
Juan de Stúñiga fue el único hijo varón del segundo matrimonio de Álvaro de Stúñiga, II conde de Plasencia y primer duque de Arévalo, con su sobrina Leonor Pimentel. Esta última, a la que la crónica de Enrique IV atribuye un carácter “entero y varonil”, puso todo su empeño en lograr dos objetivos. El primero, postergar a los numerosos hijos que don Álvaro había tenido en su primer matrimonio con Leonor Manrique; y el segundo que su hijo Juan ocupara el maestrazgo de la Orden de Alcántara. En esto último invirtió un enorme esfuerzo y desde luego mucho dinero, como lo demuestra el gran endeudamiento que tenían sus señoríos a su muerte, hecho que quedó reflejado en su testamento y en el de Álvaro: ella pues, por hacer a su hijo Juan Maestre de Alcántara, del Orden Cisterciense, todo lo removió por fas o por nefas.
Desde una fecha tan temprana como 1467, cuando Juan de Stúñiga no tendría más de dos o tres años, ya tenemos indicios del interés de los condes de Plasencia por las tramas internas de la Orden de Alcántara.
En esa fecha, sus milicias tomaban partido por el maestre, Gómez de Cáceres y Solís, en el cerco de Coria que defendía el clavero Alonso de Monroy. El Maestre pronto se dio cuenta de que el apoyo no había sido gratuito y, en 1469, rehusaba la petición de don Álvaro para que fuera su hijo el que le sucediera en el maestrazgo alcantarino.
Los esfuerzos de los condes de Plasencia tuvieron su primer fruto a comienzos de 1472, cuando el Papa Sixto IV, a petición de Leonor Pimentel, a la que al parecer le unía una antigua amistad, reservaba el maestrazgo de la Orden de Alcántara para su hijo, una vez que falleciera el actual Maestre, lo que sucedió en los primeros meses de 1473. Un año después, en el mes de abril, el mismo Papa le nombraba, cuando no contaba con más de diez años de edad, como nuevo maestre de la Orden. Pero la realidad es que los Stúñiga estaban muy lejos de poder controlar el gobierno efectivo de la Orden, ya que eran mayoría los comendadores y freiles que apoyaban las aspiraciones de Alonso de Monroy. Aún así, los seguidores de Juan de Stúñiga le reconocían, en enero de 1475, como su nuevo Maestre, al tiempo que nombraban a su padre, el Conde de Plasencia, como administrador de la milicia extremeña, hasta que el nuevo Maestre tuviese la edad legítima. En la misma ceremonia recibía el hábito de la Orden, “con canto suave y echando el agua bendita sobre él”.
La muerte de Enrique IV y el problema sucesorio que se planteó a continuación dio un vuelco a la situación política que, en principio, no era muy favorable para las aspiraciones de Juan de Stúñiga. Los condes de Plasencia se pusieron de parte de la hija de Enrique IV, doña Juana, mientras que Alonso de Monroy apoyaba a los Reyes Católicos, lo que le valió que, en enero de 1476, lo confirmaran como maestre de la Orden.
Pero además, Pedro II de Stúñiga, hijo del primer matrimonio de Álvaro, recibía de Isabel y Fernando el importante patrimonio de su padre. Estas dos cuestiones hicieron recapacitar a los condes de Plasencia, sobre todo a Leonor Pimentel, que tomó la iniciativa de acercarse a los Reyes Católicos y llegar a un acuerdo que, entre otras cosas, contemplaba que los Monarcas harían lo posible para que el maestrazgo recayera en las manos de su hijo. La aproximación a los Reyes, a pesar de alguna desafección temporal, permitió a los condes de Plasencia dirigir todos sus esfuerzos a menguar los apoyos con que contaba Alonso de Monroy. Así, en junio de 1477, Sixto IV, respondiendo a la petición de Álvaro, ordenaba a cualquier dignidad eclesiástica despachar monitorios contra Alonso de Monroy y sus seguidores. Pero debieron pasar varios años más para el reconocimiento general del nuevo maestre, y éste sólo llegó en 1480 después de un nuevo acuerdo con los Reyes Católicos, no muy beneficioso para los condes de Plasencia, pero que contemplaba por fin la entrega de los pendones e insignias de la Orden a Juan de Stúñiga. Por su parte, Alonso de Monroy recibió la importante encomienda de Azagala y una participación de los bienes y rentas de la Mesa Maestral.
Desde el verano de 1488, una vez muerto su padre, Juan de Stúñiga administraría la Orden en solitario hasta 1494, en que sería anexionada por la Corona.
Entre esas dos fechas le vemos ocupándose de las labores de gobierno de la Orden, dirigidas sobre todo a salvaguardar sus prerrogativas, como la creación de encomiendas, es el caso de la Portugalesa, en el término de la villa de Campanario, la anexión de Valencia de Alcántara a la Mesa Maestral, el nombramiento de comendadores, etc. Menor fue su actividad militar.
La última participación documentada del maestre alcantarino fue la toma de Málaga, en agosto de 1487, donde tuvo un fuerte protagonismo: “Fue esta la campaña más intensa de D. Juan de Stúñiga y la última, pues, como veremos, ya no volvió a salir en son de guerra de sus tierras extremeña”.
Poco le duró el gobierno de la Orden al maestre, ya que en 1494 tuvo que renunciar al maestrazgo que pasaba a ser controlado directamente por la Corona.
Varias son las razones que esgrimen los historiadores para justificar este proceso. Pero sean estas de carácter político o económico, o incluso militar, la verdad es que ya a mediados de la década de los ochenta tenían diseñado el proyecto que se vio ratificado por la decisión papal, de mediados de 1488, que autorizaba al rey Fernando para hacerse cargo de los distintos maestrazgos, cuando éstos estuvieran vacantes. En el caso de Calatrava esto sucedió un año después, en 1492, y en el de la Orden de Santiago tuvieron que esperar a la muerte de Alonso de Cárdenas en 1493.
Diferente fue el procedimiento con la Orden de Alcántara, seguramente debido a la juventud del maestre que, en principio, alejaba en el tiempo su fallecimiento.
En este caso, los Reyes Católicos optaron por la negociación que tuvo su desenlace en 1494, tal vez al darse cuenta Juan de Stúñiga de que el rumbo de la historia corría en su contra y que la transformación de las órdenes militares era imprescindible para la consolidación del Estado Moderno. En cualquier caso, en junio, Alejandro VI aprobaba la concordia entre el maestre y los Reyes que se hizo efectiva, después de algunas modificaciones, a finales de año.
El acuerdo fue beneficioso para el maestre que consiguió la mayoría de sus exigencias, sobre todo de carácter económico, como el control de la mayor parte de la Serena (“todo el Partido de la Serena con sus rentas e dehesas e derechos e vasallos e jurisdicción civil y criminal”), la concesión de un millón de maravedís sobre las rentas de la mesa maestral, la encomienda de Castilnovo como dote para edificar una abadía en la Serena (la conventual de San Benito en Villanueva de la Serena) que quedaba fuera de toda visita y de la que sería nombrado perpetuo administrador por autoridad apostólica. Hubo otras exigencias de carácter honorífico que también le fueron admitidas como la de que los Monarcas no podían conceder la dignidad maestral mientras él viviese. Terminada la negociación, los Reyes Católicos enviaron a su aposentador mayor, Juan de Ayala, para que tomara posesión del Partido de Alcántara.
Las enormes posibilidades económicas que le procuró su “retiro”, le permitieron dedicarse al mecenazgo cultural y rodearse de diferentes intelectuales y científicos de la época: “Era el Maestre aficionado a todas las buenas letras [...]y era tan aficionado que en un aposento de los más altos de la casa hizo que le pintasen el Cielo con todos sus planetas, Astros y Signos del Zodiaco”. El más importante de todos fue el famoso Elio Antonio de Nebrija, autor que estuvo a su servicio y le dedicó buena parte de sus numerosos trabajos, entre ellos las famosas Introductiones latinae, un manuscrito en el que se inserta una iluminación que representa a Antonio de Nebrija explicando gramática en casa del maestre. Otros eruditos que gozaron de su protección fueron Abasurto, en realidad el célebre astrólogo judío, Abraham Zacut, el jurista y freire alcantarino, frey Gutierre de Tejo, el teólogo dominico, fray Domingo o, por último, el músico Solórzano.
Toda una “corte del Renacimiento” en palabras del historiador Américo Castro.
Pero su dedicación al estudio no le apartó enteramente de la vida pública y religiosa del reino, como tampoco fue olvidado por los Reyes Católicos. En 1503, el Papa Julio II, a instancias de Isabel y Fernando, le nombró arzobispo de Sevilla sustituyendo a Diego Hurtado de Mendoza, para unos meses más tarde hacerle cardenal.
Solamente un año después, exactamente el 26 de julio, Juan de Stúñiga moría a los cuarenta años en la granja de Mirabel que pertenecía al monasterio de Guadalupe, donde fue enterrado. Años más tarde su cuerpo fue trasladado al convento de San Vicente de la ciudad de Plasencia que había sido fundado por sus padres: “Está su sepulcro raso, cubierto con unas losas muy lucidas y bien labradas, sobre que está el Capelo pendiente”.
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En memoria de D. Carlos Díez de Tejada, n.º 2 (2003), págs. 163-196.
Feliciano Novoa Portela