Lucena, Luis de. Guadalajara, 1491 – Roma (Italia), 1552. Médico, humanista, arqueólogo.
Nació en Guadalajara, era hijo de Juan Rodríguez de Lucena, quien había servido al papa Pío II (1458- 1464), Enea Silvio Piccolomini. Este Pontífice nombró a Juan Rodríguez protonotario apostólico, de cuyo título siempre blasonarían los Lucena, padre e hijo. Esta relación con Piccolomini explica en buena medida el influjo que Luis de Lucena recibió de la obra literaria de este autor italiano. Eran los Lucena una familia descendiente de judeoconversos, a juzgar por el autorizado criterio de Julio Caro Baroja. Se sabe que Juan Rodríguez de Lucena tuvo roces con el Santo Oficio. El caso es que la lectura de su obra Epístola exhortatoria a las letras despertó sospechas de herejía en el canónigo de la santa iglesia de Toledo Alfonso Ortiz. Éste encontró, al menos, diecinueve errores contra la fe y, alarmado, escribió Ortiz al inquisidor Tomás de Torquemada y a los Reyes, señalando la gravedad del caso. La refutación a la obra de Juan Rodríguez de Lucena se publicó en Sevilla en 1493 bajo el título Tratado contra la carta de Protonotario Lucena. La contestación de Juan Rodríguez no convenció a Ortiz, por lo que el protonotario Lucena hubo de reconciliarse con la Iglesia en Córdoba, ante muchos prelados y maestros de Teología. Esta condición de descendiente de cristianos nuevos debió ser determinante en la andadura biográfica de Luis de Lucena, como se dirá más adelante. Las aspiraciones cortesanas del joven Luis de Lucena se vieron frustradas, y su exilio voluntario, primero en Francia, para recalar definitivamente en Roma, donde murió, coinciden con la de muchos judeoconversos españoles del primer tercio del siglo xvi. Aunque Marcel Bataillon sugiere que Lucena se movió en los círculos erasmistas, parece que además su estirpe judía debió motivar su marcha de España. Antes de finalizar el siglo xv Lucena refiere haber visitado Francia e Italia. Su estancia en Tolosa de Languedoc se conoce por su libro sobre la peste, impreso en esta ciudad en 1523 confirma el anterior aserto. Durante sus dos estancias en Roma, pero sobre todo la segunda entre 1540 y 1552, Luis de Lucena estuvo en estrecha relación con la nutrida colonia de españoles residentes en la ciudad pontificia. En Roma asistió a los círculos en los que concurrían otros descendientes de judeoconversos sobre todo con el anatomista palentino Juan Valverde de Amusco, los hermanos Juan y Antonio Aguilera, médicos y astrónomos salmantinos, así como con el médico y humanista segoviano Andrés Laguna. El exilio occitano primero y más tarde romano del médico alcarreño, unido a los antecedentes familiares confirman plenamente su definitiva partida de España.
Luis de Lucena vivió dos temporadas en Roma, la última entre 1540 y 1552, año que se ha dicho en que murió. Solía asistir el humanista a la Academia del cardenal Colonna, donde conoció al gran humanista y filólogo Juan Páez de Castro. Al parecer el círculo romano en el que se movía Lucena incluía a artistas e intelectuales españoles e italianos, como Juan Pérez, Diego Ruiz Rubiano, Juan Bautista Otonel de Gerona y Ginés de Reina Lugo. Entre las relaciones italianas de Lucena figuran Ignacio Danti y Guillermo Philandier. De la estancia romana de Lucena ha quedado, entre otros testimonios de primera mano, la “Carta latina de Luis de Lucena a Juan Ginés de Sepúlveda”, que publicó la Real Academia de la Historia de Madrid en las Obras Completas de este autor últimamente citado. En el testamento de Luis de Lucena figura como albacea el anatomista Juan Valverde de Amusco, razón que abona las anteriores sugerencias. El talante humanista del médico le llevó a manifestar una múltiple inquietud intelectual en la que también se inscriben sus trabajos de epigrafía y arqueología. Influido por la añoranza clásica del humanismo, Lucena, aun antes de partir de España, realizó una intensa búsqueda en suelo hispano de inscripciones antiguas. Estos materiales llevados a Italia fueron reunidos por el autor con el título Inscriptiones aliquot collectae ex ipsis saxis a Ludovico Lucena, Hispano medico. Estos trabajos en 1546 pasaron a los fondos del Archivo Vaticano. Las inscripciones recogidas por Lucena fueron dos siglos más tarde copiadas por Francisco Cerdá y Rico, quien las llevó a la Real Academia de Madrid. Esta inquietud por las Bellas Artes, rasgo que comparte con numerosos humanistas, llevó a Lucena a diseñar la capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, añadida a la iglesia de San Miguel que se levantó en su patria de origen, Guadalajara.
En Roma Lucena alcanzó uno de los cargos más estimados, como el de arquiatra del pontífice Julio III. En Roma murió Lucena anciano el día 4 de los idus de agosto de 1552, en la misma casa donde vivió, situada en la puerta Leonina en el Campo Marcio.
Según refiere el testamento editado por Juan Catalina García (1899), se pueden extraer algunas valiosas noticias sobre su existencia histórica. Este documento, cuya autenticidad no se ha verificado, es la mejor fuente de información de las escasas noticias que existen sobre su vida. La copia del testamento hecha en 1703, de la que refiere Catalina García que existía un ejemplar en la Delegación de Hacienda de Guadalajara, confirma su condición clerical antes de morir, manifestando su deseo de ser enterrado en Guadalajara en la capilla que hizo a Nuestra Señora de los Ángeles. Entre los testigos de su acto de última voluntad figuran los antes nombrados, el médico y anatomista Juan Valverde de Amusco, Ginés de Reina Lugo, de la Diócesis de Cartagena, Francisco de Juan Pérez, de Tortosa, así como Diego Ruiz Rubiano, escritor apostólico, y Luca de Tena, criado del testador.
Asimismo estuvieron presentes Eloy Federico de Clesa y Juan Bautista Otonel, de Gerona. La lectura del testamento refiere su condición de clérigo, natural de Guadalajara, ordenando su entierro en la capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, y después de recordar a su madre y hermanas, instituye heredero a Rodrigo Núñez, su sobrino. Entre los beneficiarios de su testamentaría figura el maestro Jerónimo de Arce, a quien le debía una pintura. Entre los deudores de Lucena se cita a Ginés de Reina y el canónigo Jiménez de Logroño. También se refiere a Diego de Neila y con quien trabajó Luis de Lucena en el Breviario del cardenal Quiñones. Repartió sus libros el humanista Lucena de la siguiente manera: los de Leyes a Antonio Núñez; los de Medicina a un sobrino de Núñez; otros libros de medicina los legó al doctor Juan Valverde de Amusco, su amigo, y dos Homeros y unos instrumentos de arquitectura a Antonio de Guzmán. Dejó asimismo “a Bautista, pintor que yo —Lucena— tuve aquí en casa” algunas cosas propias del arte. Entre las amistades y pertenencias del humanista alcarreño se puede deducir su múltiple inquietud intelectual desde la literaria, el arte y la arquitectura, incluso su condición de clérigo en los últimos años de su vida. Mayor interés reviste su propósito de instituir una “Librería Pública de Libros en Lengua Castellana”. Las razones que le movieron fueron “porque haia un pocos libros en castellano de la calidad que se requiere para la dicha librería, mando que a falta de ellos se puedan poner y ponga los que hubiere en Portugués, Valenciano, e Cathalán, o Francés, porque los aragoneses no lo cuento por diferente del Castellano”. Es claro que Lucena, en escasas líneas, evidencia una cultura e interés literario extraordinario, acorde con su estancia en Francia e Italia, y la lectura que en algunas obras suyas aparece, de la literatura y poesía en las diferentes lenguas peninsulares.
Su cultura literaria y lecturas están en consonancia con las disciplinas impartidas en los grados de bachiller en Artes; así refiere que los libros deben distribuirse en la manera siguiente. “Los libros de gramática —prosigue Lucena— Lógica y Rethórica y otro —banco o anaquel— para Libros de Aritmética, y Geometría, y otro para libros de música, y Astrología, y otro para Libros de artes manuales como son la Arquitectura, Pintura y semejantes y otros para Libros de Filosofía natural y otro para Libros de Historia, y otros dos para Libros de Filosofía moral”. Manifiesta su rechazo a los libros de Medicina y Teología que no deben figurar en esta Librería “por ser cosa tan peligrosa en una para la salud de la Ánima, y en la otra pare el Cuerpo”. Manda asimismo Lucena que “no se ponga Libro alguno en la dicha Librería y mucho menos Libros de Historias fingidas como son las de Amadís y de los Pares de Francia, y los semejantes”.
En estas palabras Lucena muestra su rechazo a los libros de Caballerías, para seguidamente recomendar los de Leyes y Pragmáticas porque “estos tales —refiere su testamento— se pueden contar entre los Libros de Filosofía Moral”. Su preocupación bibliográfica le lleva a aconsejar una serie de normas para la redacción de tres inventarios. El primero reúne los libros según el momento de su adquisición, precio y librero; el segundo inventario consigna por orden las materias y su ubicación en la Librería, mientras que el tercer inventario se refiere a los títulos de los libros.
Como médico, ha dejado un opúsculo titulado De tuenda pressertin a peste, impreso en Tolosa de Languedoc por la oficina de Mondete Guimbaude, tras el fallecimiento del impresor Joannis Fabri, finalizado hacia septiembre de 1523. En Tolosa parece que residió Lucena, donde se supone obtuvo el grado de doctor en Medicina. La obra dedicada al juez Juan Chavanhago se consagra al mal pestífero. Dos partes bien diferenciadas integran este breve impreso; la primera se ocupa de las cuestiones preventivas y de las recomendaciones dietéticas, se basa en la higiene individual de Galeno y el galenismo medieval. En cambio la segunda parte se ocupa de la peste sus señales el contagio y los recursos curativos.
Completa la rica y múltiple inquietud intelectual del ilustre alcarreño su dedicación a la arqueología, de cuya labor da testimonio su escrito Inscriptiones aliquot collectae ex ipsis saxis a Ludovico Lucena, Hispano médico, que en 1546 pasaron a los archivos vaticanos.
Estas inscripciones —refiere Catalina García— fueron copiadas por Francisco Cerdá y Rico, quien las depositó en el siglo xviii en la Real Academia de Madrid.
Es autor Lucena, como arquitecto, de la capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, añadida a la de San Miguel del Monte en Guadalajara. A pesar de su explícito deseo de ser enterrado en su ciudad natal, los restos del médico y humanista reposan, tras su muerte en 1552, en la iglesia de Nuestra Señora del Populo en Roma.
Obras de ~: De tuenda pressentim a Peste integra valetudine deque huius morbi remediis nec futilis neque contenendus Libellus, Tolosa, 1523; Inscriptiones aliquot collectae ex ipsis Saxis a Ludovico Lucena hispano medico, 1546 (ms. en la Real Academia de la Historia).
Bibl.: A. Hernández Morejón, Historia Bibliográfica de la Medicina Española, t. II, Madrid, Imprenta de A. Jordán, 1842-1852, págs. 211-213; J. Catalina García, Biblioteca de Escritores de la Provincia de Guadalajara y Bibliografía de la misma hasta el siglo xix, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1899, págs. 282-293; A. Carreras Panchón, La Peste y los Médicos en la España del Renacimiento, Salamanca, Ediciones de la Universidad, 1976, pág. 37; J. Caro Baroja, Los Judíos en la España Moderna y Contemporánea, Madrid, Istmo, 1986, 3 vols.; J. Serrano Belinchón, “Luis de Lucena, médico humanista”, en Diccionario Enciclopédico de la Provincia de Guadalajara, Guadalajara, AACHE Ediciones, 1994, pág. 292; A. Herrera Casado, La Capilla de Luis de Lucena, Guadalajara, AACHE Ediciones, 1998; B. Morros, “Una nueva fuente de Luis de Lucena”, en Bulletin of Spanish Studies, vol. 81, n.º 1 (2004), págs. 1-14.
Cristina Riera Climent y Juan Riera Palmero