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Pedro Cortés y Larraz

Biografía

Cortés y Larraz, Pedro. Belchite (Zaragoza), 6.VII.1712 – Zaragoza, 7.VII.1786. Arzobispo, cronista.

El 6 de julio de 1712 nacía, de familia acomodada, en Belchite (Zaragoza), Pedro Cortés y Larraz. Se inclinó por la carrera sacerdotal y el 30 de septiembre de 1732 recibía el presbiterado en el seminario de su pueblo natal. Cultivó con esmero su formación humanística y teológica y en 1741 se graduó de doctor en Teología en la Universidad de Zaragoza, en donde fue profesor. Desde un principio mostró una acusada nobleza y entereza de carácter. Desempeñó el ministerio pastoral entre los años 1743 y 1754 en varias parroquias de la diócesis zaragozana. Esta actividad pastoral, unida a su sólida preparación intelectual configuraron en Cortés una personalidad que le acompañará siempre, en la que se aunaban perfectamente la firmeza de su carácter, el pastor de almas y el hombre ilustrado. En 1754 es nombrado penitenciario de la seo de Zaragoza. Años después, en 1766, es designado arzobispo de Guatemala, en cuya capital, Santiago de los Caballeros, hizo su entrada el 21 de septiembre de 1768.

En Guatemala, en donde realizó una intensa labor de gobierno eclesiástico y llevó a efecto múltiples actividades pastorales, logró, con toda justicia, un lugar destacado dentro de la jerarquía eclesiástica de la América hispana del siglo xviii, y, sobre todo, nos dejó un extraordinario legado sociorreligioso, único y singular, para la iglesia y la historia de Guatemala, fruto de la completa, minuciosa e intensa visita pastoral que realizó, en tres etapas, los años 1768 a 1770.

La entonces diócesis de Guatemala abarcaba una extensísima región que incluía gran parte de la actual nación guatemalteca y la vecina de El Salvador. Eclesiásticamente estaba dividida en ciento veintitrés parroquias o curatos, que el arzobispo visitó personal e individualmente. A caballo o a pie, según lo permitía la escabrosa orografía de los lugares, e incluso, a veces, a su pesar, a hombros de los indígenas, dado la peligrosa inclinación de algunas pendientes, recorriendo cientos de leguas por sendas y trochas y caminos no pocas veces intransitables, sorteando ríos, soportando climas extremos, desde los más fríos de los Altos guatemaltecos a los muy calientes de las costas del Pacífico, Cortés y Larraz llegó a conocer a fondo muchas de las realidades sociales y políticas de su diócesis y pudo entrar en contacto directo con sus feligreses hasta en los más recónditos lugares.

Es preciso detenerse en la forma y contenidos de su visita pastoral, pues, gracias a ella, Cortés ha llegado a alcanzar importante lugar en la historiografía americana.

Apenas llegado a Guatemala, en febrero de 1768, pensó que su tarea primordial era visitar detenidamente la diócesis para obtener un conocimiento cabal de la misma, tratar de enmendar errores, asegurar y perfeccionar las instituciones eclesiásticas existentes y aplicar los remedios convenientes. Antes de comenzar la visita, para hacerla más fructífera, tuvo la excelente idea de confeccionar un detallado cuestionario de diez preguntas a cada uno de los ciento veintitrés párrocos, cuyas respuestas pidió se las enviaran por escrito. Se les pedía le informaran detalladamente de las rentas de sus curatos; de los idiomas nativos que en ellos se hablaban; del lugar en donde se encontraba la cabecera parroquial y de otros lugares habitados y de sus distancias; del padrón de sus poblaciones, individual, por familias, sexos, edades, casados y solteros, si había poblaciones dispersas, y de la etnia a la que pertenecían; de los vicios y escándalos más comunes que se cometían en sus curatos, de las posibles supersticiones practicadas y de los remedios usados para combatirlos; del cumplimiento de los feligreses del precepto pascual de la comunión y confesión; de la asistencia a la doctrina, especialmente de los niños; de si había escuelas para los indios y de su funcionamiento; de los posibles malos tratos que recibían los indios. A este cuestionario hay que añadir otro de gran interés, elaborado por el arzobispo, en el que se pedían datos muy concretos del número y funcionamiento de cofradías indígenas y de hermandades.

Con este copioso bagaje de datos, Cortés dio comienzo personalmente a su larga visita pastoral parroquia por parroquia. En ella contrasta los datos recibidos con las realidades que va descubriendo, que no siempre coinciden, corrige los erróneos y completa los omitidos por los curas y emite, a su vez, numerosos juicios y reflexiones de tipo religioso, moral y social. El resultado final de la visita lo dio a conocer en una obra manuscrita, que tituló Descripción geográfico- moral, obra de una enorme riqueza de datos de todo tipo, de observaciones y juicios de gran valor, que es referencia imprescindible para el conocimiento de la historia de Guatemala en el último tercio del siglo xviii y que representa una de las mejores visitas pastorales realizadas en la América española. A continuación, un apretado resumen de su contenido.

Desde los primeros años de la presencia española se elaboraron censos de la población que vivía en Guatemala, especialmente de los indios nativos, con mucho la más numerosa, con fines políticos, sociales, religiosos y recaudatorios, pues la población indígena pagaba tributos. Por regla general los padrones fueron incompletos y defectuosos. Habría que esperar a Cortés y Larraz para que, en 1774, viera la luz un censo, completo y fiable de la población, como nunca se había hecho antes y quedara como ejemplo y referencia obligada en el futuro. En el mismo, no sólo aparecen los números totales de la población, sino que se especifican en detalle por familias, sexos, edades, pertenencia étnica y lugares.

Con relación al clero se contabilizan 289 sacerdotes dedicados al servicio parroquial, a los que Cortés y Larraz examina y enjuicia en sus actividades y comportamientos, señala la escasa formación de muchos de ellos y su excesiva tolerancia ante los desórdenes cometidos por sus feligreses. Mención aparte merece el capítulo referente a los cuadrantes de las rentas parroquiales que el arzobispo pidió bien detallados, no siempre bien expuestos por los curas. Especial hincapié hace Cortés en denunciar los dos grandes vicios morales de la población, las borracheras y los excesos sexuales, que detecta en casi todos los curatos, tanto por parte de los indígenas como de los ladinos (mestizos), y la dificultad casi insuperable de remediarlos.

Con especial cuidado se detiene el prelado en el cristianismo practicado por los indígenas, mezclado en ocasiones por prácticas paganas, en los comportamientos morales, en la asistencia, no siempre satisfactoria a la misa dominical y a la predicación, en el obligado cumplimiento anual de la confesión y comunión pascual y en los métodos que utilizan los párrocos para obtener estos fines. Siempre se interesó Cortés en los curatos habitados por los indígenas, si se cometían abusos con los indios y si recibían malos tratos, cuidando de poner los remedios necesarios y denunciarlos a las autoridades reales. Como buen ilustrado, el arzobispo se fijó en la existencia y funcionamiento de las escuelas para los niños indios, que, desde Felipe II, la corona española trató de que se instauraran, pero con escasos resultados. No se olvida Cortés de citar las más de veinte lenguas indígenas habladas por los indios en sus pueblos, a la vez que repara en la ignorancia que de las mismas tenían no pocos curas con las negativas consecuencias para la normal evangelización de los indios. El capítulo dedicado a las cofradías indígenas y hermandades es de un gran valor para los estudios de antropología social y religiosa de Guatemala.

No acaban aquí las aportaciones del prelado, pues en la visita continuamente aparecen datos económicos, geográficos y de todo tipo, ya que apenas nada escapa a su consideración. Tanto es así, que llevó consigo a un clérigo, buen dibujante, que nos dejó plasmados en color un plano de cada una de las parroquias, en el que se encuentran los núcleos de los pueblos, según su tamaño, las distancias y caminos y los accidentes geográficos más importantes, como ríos y montañas. Mención especial merecen los abundantes juicios de valor que emite el prelado, especialmente sobre la situación moral y religiosa de su diócesis, que aplica a cada uno de los curatos, con una sinceridad tal que nunca oculta la realidad que observa por muy desagradable que pudiera aparecer.

A partir de 1773 la vida y actividad de Cortés y Larraz va a sufrir un cambio radical. El 29 de julio de ese año, conocido como de Santa Marta, un devastador terremoto causa grandes destrozos en Santiago de los Caballeros. Ante la magnitud del desastre el capitán general de Guatemala, Martín de Mayorga, ordena el traslado de la capital al valle de la Virgen, distante varias leguas, lugar actual de la capital de Guatemala. Se trataba nada menos que de construir una nueva ciudad civil y religiosa. El arzobispo, desde un principio se opuso al traslado movido por serias razones, ya que, por un lado, el nuevo emplazamiento era tan propenso a los terremotos como el anterior y, por otro, el traslado iba a suponer para la iglesia graves trastornos y pérdidas tanto religiosas como económicas. El enfrentamiento entre la autoridad religiosa y real era evidente. Como el capitán general, apoyado por el Consejo de Indias, no cejó en su empeño y el prelado seguía sin cambiar su postura, la autoridad real tomó la decisión de relevar a Cortés de la diócesis.

El entonces ministro real de Carlos III, José de Gálvez, obtuvo de la Santa Sede el nombramiento de Cayetano Francos y Monroy como nuevo arzobispo de Guatemala, pero cometió un grave error en el procedimiento seguido. Se apoyó en la renuncia que Cortés había hecho a su arzobispado el 31 de agosto de 1769 al percatarse de que era una carga superior a sus posibilidades.

Pero Gálvez olvidó que esa renuncia no había sido aceptada por el Consejo de Indias el 5 de julio de 1770 y, por tanto, la posterior aceptación por parte del ministro real, fechada el 25 de septiembre de 1777, carecía de valor jurídico. Cortés y Larraz tomó conciencia de la ilegalidad cometida con él y de que, en consecuencia, se le había despojado de su diócesis contra todo derecho y justicia, el nombramiento del arzobispo Cayetano era, en opinión, nulo de derecho y él, legalmente, seguía siendo el prelado legítimo. Cortés, en ningún momento cedió en sus derechos conculcados, lo cual dio origen a un largo y enojoso pleito entre el prelado y la autoridad real, que supuso para el arzobispo un verdadero calvario de varios años. Los pormenores del pleito se pueden encontrar en la bibliografía.

El 30 de septiembre de 1779 el capitán general expulsa a Cortés de Guatemala, a la vez que el nuevo arzobispo, Cayetano Francos y Monroy, hace su entrada el 7 de octubre del mismo año. Cortés, en el camino del destierro, sigue defendiendo la justicia de su causa, escribe diversos alegatos en su defensa, excomulga al nuevo arzobispo y eleva su protesta a la Santa Sede. La mejor demostración de que Cortés estaba, al parecer, legal y moralmente en lo cierto, es el Breve sanatorio que emitió Pío V el 28 de diciembre de 1780, en cuyo documento se revalida el nombramiento de don Cayetano y valida todos los actos de jurisdicción eclesiástica realizados por el prelado desde su toma de posesión, le absuelve de la posible excomunión, emitida contra él por Larraz, así como de otras consecuencias, ya que la cascada de actuaciones jurídicas que se realizaron entre los años 1775 y 1779, eran mucho más que dudosas.

El 5 de diciembre de 1778, apenas Cortés había abandonado Guatemala, es propuesto por el rey para la sede de Tortosa. Sin embargo, Larraz no regresará a la Península hasta 1782, permaneciendo esos años por tierras americanas. En noviembre de 1782 hace su entrada en su nueva diócesis, en la que permanecerá escasamente tres años, ya que en 1785 presentó su renuncia por motivos de enfermedad, que le fue aceptada. Se trasladó a Zaragoza en donde falleció el 7 de julio de 1786 a la edad de setenta y cuatro años recién cumplidos. Fue enterrado en el panteón del templo de Nuestra Señora del Pilar.

Fue Pedro Cortés y Larraz un excelente arzobispo de Guatemala, siempre preocupado por el bien espiritual de su pueblo y el buen funcionamiento de las instituciones eclesiásticas. Aunque por falta de medios y de personal eclesiástico idóneo no pudo poner en práctica la mayoría de los remedios que veía necesitaba la diócesis, no por eso cayó en el desánimo y luchó sin descanso. Siempre apegado a la justicia y a la verdad, su gobierno en la diócesis estuvo regido por la prudencia y el buen trato, tanto al clero como al resto de los feligreses, especialmente a los indígenas, para los que nos legó páginas entrañables no siempre exentas de reproches.

La defensa de su dignidad y su apego a la justicia caracterizaron los últimos años de su vida.

 

Obras de ~: Carta Pastoral a los curas de su diócesis sobre la obligación de residir en sus Parroquias y cumplir por sí mismos los oficios de Curas, Guatemala, 1768; Reglas y estatutos para el gobierno de la Santa Iglesia Metropolitana de Santiago de Guatemala. Reglas y estatutos del clero de la Santa Metropolitana Iglesia de Santiago de Guatemala, Guatemala, 1770; Razón y advocación de las enunciadas Cofradías y Hermandades, del aprovechamiento y perjuicio que resulta a los fieles y de si se deben reformarse en todo o en parte y en qué términos, 1771 (en Archivo General de Indias [AGI], Guatemala 948); Testimonio de las respuestas dadas por los curas seculares del arzobispado de Guatemala en su visita canónica que de sus beneficios hizo el Ilustrísimo Señor Don Pedro Cortés y Larraz del Consejo de su Majestad, Arzobispo del dicho Arzobispado, 1771 (en AGI, Guatemala 948); Razón individual, cierta y circunstanciada de los funestos acontecimientos sucedidos en la Ciudad de Goathemala en Indias desde el día 10 de junio de 1773 hasta 12 de agosto del mismo año (en Biblioteca Nacional, ms. 18745); Instrucción pastoral sobre el Método Práctico de administrar con fruto el Santo Sacramento de la Penitencia, Guathemala, 1773 (Valencia, 1785); Disertación Teológica en que se prueba que Dn. Cayetano Francos de Monroy, que se dice Arzobispo de Guatemala no es verdaderamente Obispo, Tehuacan, 12 de octubre de 1780; Adición, Puebla de los Ángeles, 31 de enero de 1781; Apología de la verdad y justicia vulneradas notablemente y desfiguradas en un papel impreso en la Ciudad de Guatemala en 2 de abril de 1784, Tortosa, 5 de mayo de 1785; Descripción geográfico-moral de la diócesis de Goathemala, ed., paleogr. y est. introd. de J. Martín Blasco y J. M. García Añoveros, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Madrid, 2001.

 

Bibl.: J. M. García Añoveros, Población y estado sociorreligioso de la diócesis de Guatemala en el último tercio del siglo xviii, Guatemala, Editorial Universitaria, 1987; J. Martín Blasco y J. M. García Añoveros, El Arzobispo de Guatemala Don Pedro Cortés y Larraz, Badajoz, Ayuntamiento de Belchite, Aprosuba, 1992 (incluye fuentes del Archivo General de Indias, del Archivo General de Centroamérica y otros archivos).

 

Jesús María García Añoveros