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Publius Cornelius Scipio Africanus (maior)

Biografía

Cornelius Scipio Africanus (Maior), Publius. Escipión el Africano (el Mayor). Italia, c. 235 a. C. – Liternum (Italia), 183 a. C. General romano, vencedor sobre Aníbal.

Perteneciente a una de las más conocidas familias de Roma, fue hijo de Publio Cornelio Escipión y sobrino de Cneo Cornelio Escipión, los generales que habían comenzado la lucha contra Cartago en Hispania el año 218 a. C. Casado con una Cornelia, su hija Cornelia Africana contrajo matrimonio con Tiberio Sempronio Graco; los hijos de este matrimonio y nietos de Escipión el Africano fueron Tiberio y Cayo Graco, los protagonistas de las grandes reformas agrarias de la segunda mitad del siglo II a. C.

De su carrera anterior a la muerte de su padre y de su tío en el 211 a. C., sólo se sabe que había sido tribuno militar el 216 a. C., participando como tal en el desastre de Cannas, y que el año 213 a. C. había sido elegido edil curul. Polibio, que traza unas pinceladas de su carácter en los fragmentos conservados del libro 10 de sus Historias, le atribuye una breve experiencia militar al lado de su padre a los diecisiete años y resalta que disponía de apoyo popular aún en vida de aquél; de hecho, según Polibio, la elección conjunta como ediles curules de Publio y de su hermano mayor Cneo fue debida a la popularidad de Publio.

Tras las graves pérdidas del año 211 a. C., Roma necesitaba elegir un nuevo general que se hiciera cargo del mando de las tropas de Hispania; al no haber acuerdo entre los partidos, ante los comicios reunidos en el Campo de Marte se presentó como único candidato el joven Publio Cornelio Escipión, el futuro vencedor de Cartago, que entonces tenía sólo veinticuatro años de edad, según cuenta Tito Livio (Historia de Roma [ab urbe condita], 26, 18, 7). Elegido por unanimidad, el año 211 fue nombrado procónsul de los ejércitos romanos en la Península Ibérica (Livio, 26, 18, 9), en la que combatiría a los cartagineses hasta el 206 a. C. en el marco de la Segunda Guerra Púnica.

Publio Cornelio Escipión, que no ocupaba un cargo de magistrado que le permitiera asumir el mando de tropas, se convirtió así en el primer privatus (privado, particular) de la historia de Roma que recibió un mando proconsular.

Desembarcó en la Península Ibérica el año 210 a. C. con el objetivo de combatir a las tropas cartaginesas que se encontraban organizadas en tres ejércitos; dos de ellos se encontraban en Lusitania, al mando de Magón y Giscón respectivamente, y el tercero en Carpetania, dirigido por Asdrúbal (Polibio, Historias, 10, 7, 4-5); todos ellos estaban a una considerable distancia de Carthago Nova (Cartagena), la capital administrativa y económica de los cartagineses en Hispania.

Según Polibio (Historias, 10, 7, 5), esa lejanía de los ejércitos cartagineses fue la que animó a Publio Cornelio Escipión a dirigirse hacia esta ciudad, cuya conquista significó el primer gran éxito militar romano de la Segunda Guerra Púnica tras los desastres del 211 a. C. y el inicio de la popularidad hispana del joven Escipión.

El ataque a Carthago Nova no sólo tenía interés estratégico por tratarse del principal de los puertos peninsulares (Polibio, Historias ,10, 8, 2; Estrabón, Geografía, 3, 148), sino que seguramente se hizo con el objetivo de controlar las ricas minas de plata de la región, que habían sido la base económica del dominio cartaginés y cuya posesión podía determinar el curso de la guerra y el control de Hispania.

La conquista de Cartagena por Publio Cornelio Escipión es uno de los grandes hechos de armas que recogen las fuentes antiguas. Narrado principalmente por Polibio, pero también por Tito Livio, Frontino o Zonaras, contribuyó de forma notoria a forjar una auténtica leyenda sobre los Escipiones. A los ojos de todos estos autores la batalla fue, al mismo tiempo que parte de la estrategia de la Segunda Guerra Púnica, la venganza romana por la muerte del padre y el tío de Publio Cornelio Escipión, pero también la evidencia de la fuerza militar de ese joven de sólo 26 años que habría de traer días de gloria a Roma; de hecho, Polibio le hace recibir en sueños las órdenes de Poseidón para atacar Cartagena (Polibio, Historias, 10, 11, 7); Silio Itálico imagina un encuentro en los infiernos entre Publio y su padre, quien le aconseja atacar la ciudad (Guerra Púnica, 15, 188-190); y Tito Livio le imagina arengando a las tropas con referencias a sus antepasados fallecidos (Historia de Roma, 26, 41).

La conquista de Carthago Nova sirvió a Roma para mejorar la situación financiera de una guerra que había pasado por momentos difíciles. Baste recordar que unos años antes los prisioneros de la batalla de Cannas no habían podido ser rescatados por falta de dinero; de aquella tragedia guardarían recuerdo los textos de Tito Livio, Polibio, Appiano o Zonaras; incluso un año antes de la toma de Carthago Nova, en el 210 a. C., Roma había tenido que solicitar víveres para el ejército a Ptolomeo IV Filopator.

Por eso Tito Livio hace tanto énfasis en las proporciones del botín capturado: “Las páteras de oro llegaron a 276, casi todas de una libra de peso, 18.300 de plata trabajada o acuñada; vasos de plata en gran número; 40.000 modios de trigo, 270 de cebada; naves de carga asaltadas y capturadas en el puerto, algunas con su cargamento; trigo, armas, además de cobre, hierro, velas, esparto y otros materiales para armar una flota” (Livio, Historia de Roma, 26, 47, 7).

Mientras Livio se detuvo en la descripción del botín, Polibio centró su relato en la topografía de Carthago Nova, proporcionándonos la más completa descripción que se tiene de una ciudad de la Hispania antigua (Polibio, Historias, 10, 10).

La historia particular de los Escipiones tendría también un referente en esta conquista: tras la toma de Carthago Nova, Publio Cornelio Escipión organizó aquí los funerales en honor de su padre y de su tío, muertos por la traición de los celtíberos en el 211 a. C.; las celebraciones, según Livio, tuvieron como eje central los votos a los dioses y los combates entre personajes ilustres como Corbis y Orsua, primos hermanos, que lucharon entre sí por el principado de la ciudad de Ibes.

El mismo ejército que tomó Cartagena, que Polibio calculó en veinticinco mil infantes y dos mil quinientos jinetes ganaría el año 208 a. C. la batalla de Baecula, llave del poder romano en la Bética, y entre 208- 207 a. C. ocuparía el sur peninsular en un reguero de éxitos militares entre los que destacan la conquista de Castulo e Iliturgi; la batalla de Ilipa, el año 206 a. C. significaría la expulsión definitiva de los cartagineses de Hispania.

La conquista de Carthago Nova y la actividad militar en la Bética fue también la ocasión de Publio Cornelio Escipión de buscar nuevas alianzas con las poblaciones locales. La liberación de los rehenes cartagineses, entre los que se encontraban familiares del rey ilergete Indíbil y la prometida del caudillo celtíbero Allucio, permitió a Roma la formación de nuevos pactos personales y el incremento de las tropas auxiliares. Entre los reyezuelos indígenas que entraron en alianza con Escipión se encontraban Edeco, rey de los edetanos y Culchas, que controlaba el año 206 un total de veintiocho ciudades. Algunos de estos personajes llegarían a proclamar como rey a Escipión.

La política de atraerse a los indígenas con estas concesiones sería imitada luego por T. Sempronio Graco, por Pompeyo, por Sertorio, por César, etc.

Tras la batalla de Ilipa, Gades (Cádiz) se entregó a los romanos; en el valle del Guadalquivir Escipión fundó Italica el año 206 a. C. para acoger a los soldados heridos (Appiano, Iberia, 38, 153) y regresó a Roma desde Tarragona; al decir de Livio, llevó consigo como aporte al erario público un total de 14.342 libras (más de cuatro mil kilogramos) de plata sin acuñar y una gran cantidad de metal acuñado (es decir, monedas), junto a gran número de cautivos y armas. Pese a ello, el Senado romano se opuso a la celebración del triunfo en Roma, como era costumbre en ocasiones similares, por no tratarse de un magistrado, sino de un particular con poderes excepcionales.

El año 205 obtuvo el consulado y recibió el mando sobre Sicilia; desde su regreso a Roma desde Hispania, y en contra de la opinión de amplios sectores del Senado, había defendido la necesidad de la invasión de África como única solución para acabar con la guerra contra Cartago. Al triunfar sus tesis en este sentido, preparó el asalto a la metrópoli cartaginesa, desembarcando en el cabo Farina en la primavera del año 204 a. C.

El apoyo de los antiguos aliados cartagineses como Masinisa permitió a Escipión llevar a cabo una campaña de cuatro años de duración jalonada por victorias sucesivas sobre Sifax y Asdrúbal en la batalla de las Grandes Llanuras (203 a. C.) y sobre Aníbal en Zama (202 a. C.). La paz del año 201 a. C. con la que concluía la Segunda Guerra Púnica obligaba a Cartago a pagar una fuerte indemnización y a entregar su flota, reservándose únicamente el control de un pequeño territorio.

De vuelta a Roma, el año 201 Escipión recibió el apelativo de Africano (Livio, Historia de Roma, 30, 45; Polibio, Historias, 16,23) y esta vez sí pudo celebrar el triunfo que se le había negado al regreso de Hispania.

El año 199 a. C. Publio Cornelio Escipión fue elegido censor y se convirtió en princeps senatus; unos años más tarde, el 194, llegaría la elección para el segundo consulado. Tras unos años alejado de la vida política romana, el 193 Escipión volvió a la primera línea de actividad aceptando participar en una comisión que debía dirimir una disputa en tierras cartaginesas.

Vendría luego su participación en la guerra contra Antíoco III de Siria junto a su hermano (190 a. C.) y con ella se abriría un tormentoso final político en el que primero su hermano fue juzgado por supuestas irregularidades financieras en la gestión del conflicto (187 a. C.) y más tarde el propio Escipión tuvo que afrontar nuevas acusaciones (185 a. C.) de las que sólo salió indemne por el prestigio adquirido en las guerras africanas.

Detrás de estas acusaciones hay que ver la lucha por el poder en una Roma cuya política internacional había estado dirigida por los Escipiones prácticamente durante dos décadas y en la que existían puntos de vista tan divergentes con el del Africano como los defendidos por Marco Porcio Catón, que defendía una mayor intervención en el control de las provincias por parte de la aristocracia romana y el incremento del ritmo de explotación.

Tras las acusaciones del año 185 a. C., Escipión se retiró a su villa de Liternum, en la costa de Campania, donde murió dos años después. Su desaparición, pese a los intentos de sus seguidores por mantener su programa moderado de actuación en el exterior, significó un giro radical en la política de imperialismo mediterráneo desarrollado por Roma, que se preparaba para hacer frente a una de las etapas más activas de su anexión territorial.

La figura de Escipión el Africano marcó la vida de toda una generación de romanos, la que asistió a los inicios de la expansión exterior primero como reacción ante Cartago y luego como solución a la crisis financiera de la República. Pero su imagen adquirió tintes míticos y legendarios que sobrevivieron durante siglos; baste recordar que Paula, una de las grandes figuras de la aristocracia tardorromana y a la que dedicó San Jerónimo un Epitaphium, se consideraba aún descendiente de los Escipiones y de los Gracos.

 

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Juan Manuel Abascal

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