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Gaspar Casal y Julián

Biografía

Casal y Julián, Gaspar. Gerona, 31.XII.1680 ant. – Madrid, 10.VIII.1759. Médico clínico, descriptor de la pelagra.

Nació Gaspar Casal en Gerona y fue bautizado el 31 de diciembre de 1680. Bachiller en Artes en 1713 por Sigüenza, se ha afirmado desde Anastasio Chinchilla que estudió en Alcalá de Henares, pero la realidad de su formación médica no cuenta con información segura. Si bien pudo estudiar en Alcalá según Fermín Canella Secades, también pudo obtener el título en una universidad menor, como la de Sigüenza. Ejerció por las tierras del obispado de Sigüenza, próximas al ducado de Medinaceli. Conoció bien y estudió las condiciones geográficas y médicas de esta zona, así como algunas fábricas del duque del Infantado. Desde 1706 a 1712 mantuvo una activa relación con Juan Manuel Rodríguez de Luna, botánico, naturalista y químico, buen conocedor de la historia físico-médica. Aragonés de origen, fue éste a trabajar con el boticario del papa Inocencio XI, con quien vino a visitar a Carlos II; entonces se quedó Rodríguez de Luna en Atienza, desde donde proporcionaba medicinas químicas a los boticarios de Madrid. Su relación permitió a Gaspar Casal un buen conocimiento de la moderna ciencia, y despertó en él un gran interés por el estudio de la enfermedad en su medio, así como de las posibilidades de curación.

En 1714 pasó Gaspar Casal a Madrid, donde tiene éxito como médico de una notable clientela. “El año 1713 fui a Madrid con el ánimo de permanecer allí; pero me probó tan mal su seco temperamento (muy frío en invierno y caliente en el verano), que conociendo el riesgo que me amenazaba, me vi precisado a dejarlo y marchar a Asturias en el verano de 1717.

Llegué a la ciudad de Oviedo, y experimentando que con el húmedo temple y alimentos más fáciles y ligeros de aquel país, iba cada día mejorando, hice propósito de mantenerme allí toda mi vida.” En efecto, llega en 1717 a Oviedo como médico de los duques de Parque. Ejerce también como médico de la ciudad en 1720, hasta que en 1729 lo es del cabildo, asistiendo en diversos hospitales y consiguiendo una gran experiencia y un enorme prestigio. Su proximidad a la celda de Feijoo le hace interesarse por Bacon, contagiado por la pasión del clérigo por la observación y la experiencia; también le anima Sarmiento a profundizar en Historia natural, en especial en productos propios y útiles, así como en Física, temas a los que el clérigo era muy aficionado.

Más tarde, en 1751, va a Madrid para ocupar cargos reales. Gustaba del clima y de la vida en Asturias, pero no fue buena su relación con las instituciones, e incluso tuvo problemas con la Inquisición por su primera mujer, motivos que le llevaron a aceptar el honor de médico de la Real Cámara, así como el ser miembro de la Real Academia Médica Matritense y del Protomedicato de Castilla. Murió en la capital el 10 de agosto de 1759. Su estudio Historia natural, y medica de el principado de Asturias se publicaba póstumamente en Madrid en 1762, por Juan Joseph García Sevillano, médico de familia del Rey en el Real Sitio del Buen Retiro, que ocupó puestos en instituciones a las que Casal había pertenecido. Incluye la edición una interesante carta atribuida a Martín Sarmiento, en que lo anima a proseguir sus estudios de Historia natural por medio de la observación y del estudio desde la ciencia moderna. De ahí surgen interesantes páginas sobre el ámbar o las sales, las aguas o el muérdago del roble. Se inicia la mencionada obra con una “Historia Physico- Medica de el Principado de Asturias”, en que se interesa por las características de Asturias, así estudia el clima, la geografía y sus productos, como aguas, animales, vegetales, minerales... Según la atmósfera considera el temperamento del país muy sano, templado y húmedo. Pasa de ahí a las enfermedades endémicas, mentales, bocios, úlceras de las piernas, fiebres.

Describe la historia de la constitución de los tiempos con sus enfermedades entre 1719-1721 y 1747-1750, aunque también aparecen otras fechas y epidemias, como viruelas, tos ferina, fiebres ardientes, perineumonías y otras. De gran interés es un caso clínico que consulta con eminentes médicos de París, en que se debate la cura con el mercurio. Siempre se preocupa por la descripción muy cuidada de los enfermos, así como de conseguir un tratamiento que sea moderno, es decir, con los adelantos de la ciencia, pero también poco agresivo y eficaz. Se ocupa en especial de las enfermedades propias de Asturias; entre otras, la sarna, el escorbuto, la lepra y la pelagra. Considera que estas enfermedades no son atribuibles ni a la dieta de los enfermos ni a las constituciones de los años en que se sufren, por lo que las denomina “vernáculas familiares, o endémicas de Asturias”.

Muestra así Gaspar Casal en su obra un gran interés por el principado de Asturias, pero su obra pretende y consigue mejorar la Medicina española y también la europea. Su labor minuciosa y cuidada es “obra de naturalista”, sin duda recordando las enseñanzas de los escritos hipocráticos y de Thomas Sydenham, que también seguía. Para Gregorio Marañón, esta tarea de describir la enfermedad es lo que permanece en su obra médica, así como en la de todo clínico eminente.

En el mismo sentido escribía Melquíades Cabal: “El éxito de Casal ante el enfermo y ante la sociedad que constituían su entorno fue debido sin duda a ser un médico naturalista, al ver y considerar al enfermo como parte esencial de la naturaleza viva”. Se mantuvo Gaspar Casal fiel a las lecturas hipocráticas durante la primera mitad del siglo xviii, a la vez que era un buen estudioso de la Medicina renacentista —cuando resurge el hipocratismo— y no menos de la europea de su tiempo. No se ha podido probar, sin embargo, que este enlace con la Medicina renacentista española la hiciera en las aulas de la Universidad de Alcalá de Henares.

En sus palabras prologales reconoce él mismo la deuda con estos médicos, así como su adhesión al empirismo y la observación médica, que le hacen alejarse de los sistemas. Él quiere llegar a las “cosas naturales”, gracias a su mirada, así como lograr penetrar en la naturaleza.

No desconoce los cambios que han surgido en las ciencias química y física, ni la disección, que no pudo realizar, tal como hubiese deseado, sobre cadáveres humanos. Piensa que las enfermedades son debidas a la constitución individual, así como al clima y al suelo. Tanto el medio interno como el externo actúan por dos tipos de disposiciones o accidentes, visibles o no por los sentidos. Entre aquéllos temperatura, humedad, turbación y serenidad son bien evidentes, y éstos que no lo son, se muestran al médico a través de la enfermedad. Parece referirse a átomos venenosos, o bien al miasma, que se hereda de los autores clásicos, se unen así ideas químicas con el contagio animado. En sus páginas están presentes Fracastoro, Lancisi y Sydenham, tal como ha afirmado el maestro Pedro Laín Entralgo.

Como en todas las topografías médicas, aparece en la obra de Gaspar Casal una evidente identificación con el territorio. Su interés se muestra en sus alabanzas, por su buena salud —contrapuesta a la madrileña— y por la falta de peligrosidad de sus animales; ni siquiera hay allí víboras, y las que son llevadas de fuera desaparecen en poco más de un mes. Está su obra escrita en el estilo de las topografías médicas, recogiendo sus pacientes observaciones. El índice de la obra, si bien es complejo y reiterativo, podría agruparse en tres temas o intereses principales. Así, dedica una parte a los estudios de geografía, clima, biología y temperamento, comparados con las enfermedades propias de Asturias; otra a las constituciones epidémicas; por fin, otra a las enfermedades endémicas. En las primeras páginas, llamadas historia físico-médica, se encuentra el estudio de la geografía y la población, las aguas, las piedras, los minerales y los metales, las plantas y los animales, la atmósfera y los vientos, el temperamento y el clima, que califica de húmedo y templado. Siempre está atento a los peligros que este tipo de clima tiene sobre sus productos y sobre la salud y las enfermedades de la población. En la herencia de Hipócrates, relaciona estas características con las enfermedades más frecuentes. Se ocupa, en la segunda parte, de las constituciones epidémicas, interpretadas en el sentido de la katástasis clásica, que se renueva a partir de Sydenham, como las características meteorológicas y clínicas de un año determinado, y relacionadas con las enfermedades en Asturias entre 1719 y 1750. Prosigue, en fin, con las principales enfermedades endémicas y siempre su empirismo revela excelentes dotes de observación. Describe con gran pormenor la histeria, que llama “mal de madre”. Considera escasas las posibilidades de la acción del médico, siendo decisivo en la mejora o empeoramiento el transcurso del tiempo y de la situación personal de las mujeres jóvenes. Nos dice que “se liberaron de él, y de sus invasiones, sin más remedio, que haber pasado de la edad floreciente, y vigorosa de su mocedad”.

Gaspar Casal ha pasado a la historia de la Medicina por la descripción de la pelagra, que realiza en el más puro estilo hipocrático. Lector de Sydenham, pesa en él toda la tradición empirista de los médicos modernos.

Así escribía de forma certera Agustín Albarracín Teulón sobre la calidad de las historias clínicas de Gaspar Casal: “En resumen, el estudio minucioso de la historia natural de las enfermedades —more hipocrático—, la inducción de los datos recogidos por observación sensorial hasta inferir especies morbosas que excluyan toda consideración a la esencia de la enfermedad —more baconiano— y el conocimiento de la inescrutabilidad e inexplicabilidad de tal esencia por parte de la mente humana —more lockiano—, constituye el trípode que permite definir tales especies morbosas como reales regularidades de la naturaleza genérica del hombre enfermo, en cuya definición debe excluirse enérgicamente toda alusión a su esencia, para apoyarse tan sólo en la descripción de los síntomas con que se resuelve a los ojos y sentidos del clínico”.

Ahí estriba el verdadero interés de la labor descriptora de Gaspar Casal. Tal como Delfín García Guerra y Víctor Álvarez Antuña han señalado: “Cuando, a partir de la descripción de casos individuales, el médico pretende pasar a la tipificación y clasificación de las enfermedades nos encontramos ante lo que ya constituye un verdadero problema, el nosológico, estrechamente relacionado con el concepto de especie morbosa”.

Sus observaciones sobre el “mal de la rosa” son sin duda muy cuidadas. Señala que se presenta en personas de bajo nivel social, con una alimentación a base de maíz en primavera y verano. Da como signos diagnósticos las costras que se forman en manos y pies, así como el collar que aparece en el cuello.

Otros síntomas son fiebre, mareo, cansancio, somnolencia o insomnio, melancolía, alteraciones del tacto, ardor al orinar; también alteraciones en la lengua, que aparece sucia, y el ardor de boca. La encuentra en una pequeña zona a pesar del alimento común, por tanto, añade como causas la idiosincrasia individual y la atmósfera.

Da explicaciones fisiológicas de tipo hipocrático; así, habla de las alteraciones y metástasis del humor indómito. Señala la semejanza con la lepra, el escorbuto, así como la sarna. El “mal de la rosa” sería un “escorbuto lepriforme”, o bien la “lepra escorbútica”. Duda, por tanto, que se trate de una enfermedad nueva: es un miembro especial de la lepra escorbútica. Mejorar el pan —los hornos—, leche con manteca, pero también diaforéticos, diuréticos, purgas, vomitivos, baños, sanguijuelas, sangrías son posibles remedios.

No usa el mercurio, pero sí otros medicamentos en infusiones, cocimientos, jarabes y caldos. De manera certera, recomienda el cambiar de alimentos; que sean distintos y sanos.

Escribe para las sociedades o academias médicas, pidiendo autopsias para hallar la causa próxima en partes sólidas, en grandes hospitales o enfermerías.

Este deseo de llegar al conocimiento de los grandes médicos europeos, explica que parte de su obra esté redactada en latín. Si bien utiliza el castellano en muchas de sus partes, algunas descripciones como la de la pelagra, o bien la correspondencia con los médicos de París están redactadas en el idioma clásico, que seguía siendo la forma de transmitir los conocimientos a través de las fronteras. En efecto, la descripción de la pelagra es conocida en Francia gracias a François Thiéry, médico del embajador en Madrid, y fue incluida en la clasificación de enfermedades de François Boissier de Sauvages como Lepra asturiensis. Cuando se traslada Casal a Madrid para servir en la Corte, conoce a Thiéry, que está interesado en el estudio de las novedades que la Medicina española pudiera ofrecer.

Así, en 1755 es informado el decano de la Facultad de Medicina de París Jean Baptiste Louis Chomel, quien lee un extracto en las reuniones de esa institución.

Diversas publicaciones de Thiéry, así como la aceptación por Sauvages en 1760 de esta nueva enfermedad, permiten aceptar a Gaspar Casal como el descriptor y estudioso primero de la enfermedad que se conocerá como pelagra.

 

Obras de ~: Historia natural, y médica de el principado de Asturias, Madrid, Oficina de Manuel Martín, 1762.

 

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José Luis Peset