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Eugenio Larruga y Boneta

Biografía

Larruga y Boneta, Eugenio. Zaragoza, 15.XI.1747 – Madrid, 15.II.1803. Erudito, historiador y bibliógrafo.

Cursó estudios superiores en las Universidades de Zaragoza y Gandía, recibió los grados en Filosofía, Cánones y Leyes, y obtuvo el doctorado en Teología.

Fue suplente de una cátedra de Cánones en Zaragoza.

Su curiosidad e inquietudes le llevaron a completar sus estudios con múltiples lecturas de los autores más destacados en el panorama europeo de su época; a ello le ayudó su amplio conocimiento de lenguas, ya que dominaba el francés, el inglés, el alemán y el italiano.

Sus elevados conocimientos le hicieron acreedor de un primer encargo, en 1773, consistente en ordenar y catalogar la biblioteca que Josef Rodrigo y Villalpando, marqués de la Compuesta, a la sazón ministro de Gracia y Justicia durante el reinado de Felipe V, había legado al convento de San Ildefonso de Zaragoza, y que constaba de veinte mil volúmenes.

En 1778 abandonó la carrera eclesiástica y se trasladó a Madrid, en donde, en 1782, contrajo matrimonio con la también aragonesa Joaquina Amo y Becha.

Recién llegado a la corte recibió el encargo de la Real Junta de Comercio, Moneda y Minas de ordenar sus múltiples fondos y formar el archivo de los mismos, labor que llevó a cabo en el plazo de dos años y que resultó costosa, ya que la Junta había sido creada entre 1679 y 1682 y sus fondos se encontraban amontonados y sin orden alguno.

Más adelante, en 1780, recibió un nuevo encargo del mismo organismo, consistente en realizar una historia de las actuaciones de la Junta de Comercio, desde sus inicios, en la que se recogiese cuanto había enderezado y promovido con señalamiento puntual de la normativa emanada de su seno. A esta labor dedicó, junto a sus subordinados, los años de 1780 y 1781, suspendiéndose los trabajos para ser retomados entre 1786 y 1789, fecha en que se caligrafiaron doce gruesos infolios más otro de índices, de los que se hicieron seis copias, con el título de Historia de la Real y General Junta de Comercio, Moneda y Minas y Dependencia de Extranjeros, y colección íntegra de los reales decretos, pragmáticas, resoluciones, órdenes y reglamentos que por puntos generales se han expedido para el gobierno de los comercios y manufacturas del reino.

El trabajo, en opinión del propio Larruga, contenía algunas imperfecciones derivadas de la dificultad del tratamiento de tan vasta y desorganizada información, si bien pensaba que sería útil para los ministros del Tribunal, para cuyo uso se habían compuesto los escasos ejemplares. Fue realizado a plena satisfacción de sus ordenantes, motivo por el cual Larruga fue promovido al puesto de secretario de la Junta, en la que permaneció hasta 1795, año en el que se creó la Oficina de la Balanza de la que fue nombrado oficial mayor.

La oficina respondía a la preocupación de Godoy por disponer de una información estadística fiable; en ella colaboraron prestigiosos políticos, como Cabarrús, el marqués de Iranda o Bernardo de Iriarte.

Con posterioridad, en 1797, Godoy creó la Dirección de Fomento General del Reino, de la que Larruga pasó a ser secretario con un sueldo de 24.000 reales.

La dirección fue puesta bajo la responsabilidad del prestigioso proyectista Juan Bautista Virio, y desde ella se elaboró el censo de población de 1797 en el que Larruga tuvo un protagonismo decisivo. En relación con ella, y bajo la dirección del propio Virio, junto a J. A. Melon se impulsó la aparición del Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos.

Larruga también participó en otros proyectos editoriales como el Correo Mercantil de España y sus Indias, colaborando a su fundación. El primer número del diario vio la luz el 1 de octubre de 1792.

Por los mismos años en los que trabajó en la Historia de la Real Junta de Comercio, Moneda y Minas, elaboró la que fue su principal obra, las Memorias políticas y económicas sobre frutos, comercio, fábricas y minas de España, con inclusión de los reales decretos, órdenes, cédulas, aranceles y ordenanzas para su gobierno y fomento.

Las Memorias, publicadas entre 1787 y 1800 en cuarenta y cinco volúmenes, fueron escritas muy probablemente entre 1782 y 1785.

De difícil localización, en tanto colecciones completas, fueron reeditadas por el Gobierno de Aragón, el Instituto Aragonés de Fomento y la Institución Fernando el Católico, en edición facsimilar en quince volúmenes entre los años 1995 y 2000.

Como ha explicado el prestigioso historiador Felipe Ruiz Martín, al cerrarse el último volumen las Memorias no cubrían más que parte de los reinos de Castilla, “lo de más bulto que faltaba era lo tocante a Andalucía y Murcia y a Canarias, escapándose también León con Ponferrada y Asturias. Porque de Vascongadas y Navarra, como de Aragón, Cataluña y Valencia, se habían prescindido, porque si en principio estuvieron esos territorios sometidos a la Junta de Comercio, la vinculación en la práctica fue muy relajada” (Ruiz Martín, 1997: 9).

Larruga había diseñado las Memorias, dividiéndolas en tres partes: la primera constituía una descripción panorámica, provincia por provincia, de España; la segunda consistía en el tratamiento particular de los bienes objeto del tráfico, ya procedieran de la naturaleza o de las artes, y la tercera se refería a la organización de las liquidaciones, cobros y pagos. Sin embargo, tan sólo pudo publicar la primera parte y no de forma completa. En 1800 se paralizó la publicación de las mismas, y a su fallecimiento la viuda realizó algunas gestiones con el Gobierno para la venta de los libros y papeles de su marido, entre los que se contaban el resto de las Memorias. Las gestiones no fructificaron y la biblioteca fue vendida. Se ignora si los papeles se extraviaron o sucumbieron a los sitios de la Guerra de la Independencia.

En cualquier caso, los cuarenta y cinco volúmenes que han llegado hasta nosotros permiten realizar una aproximación a su pensamiento económico. En la introducción o “Discurso proemial, e idea de esta obra”, el autor cita como antecedentes de las Memorias el Dictionnaire universel du commerce, 1723-1730 de Savary y el Universal dictionary of trade and commerce, 1751-1755 de Malachy Postlethwayt. Sin embargo, las Memorias rebasan esta especie de manuales prácticos para comerciantes y contienen ideas económicas de más profundo calado. Ello conduce, en opinión del profesor Fontana, “al terreno en que se mueven los mercantilistas italianos de mediados del siglo xviii, con las Lezioni di commercio o sia d’economia civile de Genovesi o los Elementi del commercio de Verri, quienes desarrollaron [según Karl Pribram] ‘una síntesis de teoría económica y conocimiento empírico’ aplicada a la comprensión de la realidad de los estados italianos y, sobre todo, ‘a cuestiones importantes de política económica, tales como el modo de organizar la vida económica en sus distintos campos para promover el bienestar general y el de establecer el adecuado equilibrio entre los diversos sectores de la economía’” (Fontana, 1995: 13).

En este sentido, el acopio de datos, sobre todo acerca de la industria española, es formidable. En ellos se apoya Larruga para defender la necesidad de potenciar en nuestro país la producción industrial y el comercio. Cree que es necesario comparar la situación económica de España con la del resto de potencias comerciales europeas y a partir de ello establecer las reglas para nuestro mejor gobierno en el tráfico y en las manufacturas. Igualmente, considera imprescindible analizar y revisar el marco institucional y muy especialmente los estatutos y reglamentos de los artesanos que, en la mayoría de los casos, constituían un auténtico estorbo para el desarrollo de la industria. Estas ideas propiciaron que el historiador de los economistas aragoneses Herranz y Laín situase a Larruga entre los partidarios de la escuela industrial.

Más recientemente, en su introducción a la reedición citada de las Memorias, el profesor Fontana, retomando el testimonio de Herranz y Laín, considera que Larruga fue un “industrialista a la moderna” y que, frente al agrarismo dominante, no es casual —como también ha destacado el profesor Lluch— que varios economistas aragoneses, como el periodista Nipho o el jesuita expulso Generés, autor de unas interesantes Reflexiones Políticas y Económicas sobre el Reyno de Aragón, fuesen industrialistas. Hay que matizar, no obstante, que Larruga nunca perteneció al llamado “Partido Aragonés” al que se le ha supuesto una gran influencia sobre la camarilla del príncipe de Asturias y cuyos principales cabecillas fueron el marqués de Mora y el conde de Aranda. Larruga era un hombre de confianza de Manuel Godoy, como el mismo príncipe de la Paz afirma en sus Memorias, y dedicado en cuerpo y alma a los encargos de naturaleza estadística recibidos tanto en la Junta de Comercio como en la Oficina de la Balanza y el Departamento de Fomento, sin mostrar inclinación por las banderías políticas.

Lo que sí es cierto es que, desde tales organismos, se plantearon en ocasiones propuestas que no coincidían forzosamente con las que podrían considerarse oficiales y que tenían un tinte, aunque liberalizador, marcadamente agrarista. Larruga se alejaba del modelo campomanesiano de la industria popular, entendiendo por industrial algo muy distinto: “Mientras Campomanes condena expresamente la gran industria urbana que arrebata los hombres al campo, y quiere actividades domésticas que aseguren la permanencia en él de brazos abundantes, y por consiguiente baratos, Larruga invierte el razonamiento para decir: ‘Quando una provincia no tiene la industria correspondiente para la subsistencia con el trabajo, la agricultura no puede florecer; por lo general ésta se hallará estancada en pocas manos. La mayor parte de los habitantes que permanecen no son más que unos meros jornaleros del campo, que sólo a temporadas tienen una ocupación transeúnte y precaria’. Lo cual, como se ve, encierra un razonamiento mucho más complejo, y más moderno” (Fontana, 1995: 16).

Finalmente, en lo relativo a la concepción de la industria que subyace en sus Memorias, debe precisarse que Larruga defendió una industria protegida frente al extranjero y, por tanto, sus tesis son netamente proteccionistas, lo que no fue óbice para que defendiese la libre competencia en el mercado interior como estímulo para el desarrollo económico del país.

En los últimos años de su vida recibió nuevos encargos oficiales que no pudo terminar personalmente.

Tal es el caso del Censo de frutos y manufacturas, que, referido a la fecha de 1799, no fue publicado hasta el año de 1803, finalizándolo su colaborador directo, el economista aragonés Juan Polo y Catalina. Este último terminará también dos trabajos que le fueron solicitados pocas fechas antes de su muerte, en 1802, a Larruga: un nomenclátor estadístico y otro de los despoblados de España.

Sus múltiples méritos y su celo incansable, le hicieron ser promovido al rango de intendente de provincia.

Igualmente, fue nombrado individuo de varias academias y sociedades económicas, en particular la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, que ya en 1796 lo había nombrado socio de mérito literario. El 15 de febrero de 1803 falleció en Madrid, a la edad de cincuenta y seis años, dejando tras de sí la obra económica más ingente de nuestro siglo xviii.

 

Obras de ~: Historia de la Real y General Junta de Comercio, Moneda y Minas y Dependencias de Extranjeros, y colección íntegra de los reales decretos, pragmáticas. Resoluciones, órdenes y reglamentos que por puntos generales se han expedido para el gobierno de los comercios y manufacturas del Reino, 1786-1789 (inéd.) (12 infolios más otro de índices); Memorias políticas y económicas sobre los frutos, comercio, fabricas, y minas de España, con inclusion de los reales decretos, órdenes, cédulas, aranceles y ordenanzas expedidas para su gobierno y fomento, 45 ts., Madrid, Imprenta de Benito Cano, 1787-1800 (ed. con presentación de E. Lluch, E. Fernández y A. Sánchez Hormigo, introd. de J. Fontana, Zaragoza, Gobierno de Aragón-Institución Fernando el Católico-Instituto Aragonés de Fomento, 1995-2000, 15 vols.); Manual histórico, cronológico y geográfico de todos los paises, reinos, emperadores y reyes de Europa, desde J. C. hasta 1787, con la serie de los principales concilios, explicacion de ceremonias religiosas, muy expresivas tablas de Papas, etc., y muchas noticias curiosas é interesantes, 1788 (inéd.); Historia verdadera de Juana de Santa Remy, ó Aventuras de la condesa de Lamota, 1788 (trad.); Compendio de los Anales del reino de Aragón, Zaragoza, 1802 (inéd.).

 

Bibl.: F. Aguilar Piñal, Bibliografía de autores españoles del siglo xviii, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1981; C. Herranz y Laín, “Estudio crítico sobre los economistas aragoneses”, en J. Infante (ed.), La Cátedra de Economía Civil y Comercio fundada y sostenida por la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País (1784- 1846), Zaragoza, Universidad, 1984, págs. 19-73; E. Lluch Martín, “La España vencida del siglo xviii. Cameralismo, Corona de Aragón y ‘Partido Aragonés’ o ‘Militar’”, en Sistema, 124 (1995), págs. 13-41; J. Fontana, “Introducción”, en Larruga, Memorias políticas y económicas [...], op. cit., págs. 11-19; F. Ruiz Martín, “Las memorias de un ilustrado”, en Saber Leer, 103 (1997), págs. 8-9; E. Fernández Clemente, “Los últimos ilustrados aragoneses”, en J. A. Ferrer Benimeli (dir.), El conde de Aranda y su tiempo, vol. I, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2000, págs. 415- 433; A. Sánchez Hormigo, J. L. Malo y L. Blanco, La Cátedra de Economía Civil y Comercio de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País (1784-1846), Zaragoza, Ibercaja, 2003; E. Fernández Clemente, Estudios sobre la Ilustración aragonesa, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2004.

 

Alfonso Sánchez Hormigo