Rubio Peralta, José María. San José María Rubio. Dalías (Almería), 22.VII.1864 – Aranjuez (Madrid), 2.V.1929. Sacerdote jesuita (SI), teólogo, canonista, santo, apóstol de Madrid.
Hijo de agricultores y mayor de trece hermanos, fruto del matrimonio de Francisco Rubio y Mercedes Peralta, vivió una infancia de tradicional marco religioso, hasta que ingresó en el Seminario de Almería, en el que cursó las Humanidades y un año de Filosofía (1876-1879); otro de Filosofía y cuatro de Teología en el de Granada (1879-1886), donde le apadrinó y protegió el profesor y canónigo Joaquín Torres Asensio, a quien no abandonó mientras vivió. Por traslado de su mentor a la capital, estudió el quinto de Teología en Madrid (1886-1887), donde obtuvo la licenciatura en esta materia (1896) y el doctorado en Derecho Canónico en Toledo (1897). Ordenado sacerdote, celebró su primera misa el 12 de octubre de 1887 en el altar de la conversión de San Luis Gonzaga de la entonces Catedral de San Isidro de Madrid, diócesis en la que trabajó por tres años, como coadjutor en Chinchón (1887-1889) y párroco en Estremera (1889-1890). En ambos pueblos destacó por su extrema austeridad, su catequesis de niños y servicio a los más pobres.
Capellán luego de las religiosas Bernardas en la iglesia del Sacramento de Madrid, entonces parroquia de la Almudena, comenzó a señalarse por su actividad en los suburbios de la capital con los traperos y las “modistillas”. Enseñó, además, Literatura Latina, Metafísica y Teología Pastoral (1890-1894) en el Seminario de Madrid, y actuó como notario y encargado del registro de la vicaría de esta diócesis. Un viaje como peregrino a Tierra Santa y Roma (1904) le dejó una huella indeleble. En este período se definía a sí mismo como “jesuita de afición”, ya que desde sus tiempos de estudiante de Teología en Granada había deseado pertenecer a esta Orden, hasta el punto de llegar a ser confundido como tal entre los espectadores anticlericales que organizaron el famoso tumulto tras la representación teatral de la Electra de Galdós. Fallecido su protector Torres Asensio, logró realizar su viejo deseo de ingresar en la Compañía de Jesús en Granada, donde, tras el noviciado (1909), repasó un año la Teología y tuvo una experiencia pastoral en Sevilla (coincidiendo en la residencia con los también jesuitas Francisco de Paula Tarín y Tiburcio Arnaiz, ambos con fama de santidad). Terminada la tercera probación (1910-1911) en Manresa (Barcelona), fue destinado a Madrid, en cuya casa profesa de la calle la Flor Baja residió el resto de su vida.
Hombre de carácter retraído y sencillo, de gran caridad e incansable entrega al trabajo, sobresalió como predicador (aunque no por sus dotes oratorias) y como confesor asiduo, que provocaba largas colas de fieles, quienes buscaban en él además acompañamiento y ayuda espiritual. Pese a carecer de brillantes cualidades académicas, que contrastaban con sus compañeros de casa los académicos de la Historia y la Lengua, padres Fita y Coloma, su eficacia y fama creció en poco tiempo en toda la ciudad. Se señaló por su amor a los pobres, a los que se adelantaba a socorrer.
Evangelizó pueblos y suburbios, y fundó y organizó varias asociaciones, como la “Guardia de Honor del Sagrado Corazón”, la obra de las “Marías de los Sagrarios”, y las escuelas sociales del barrio de la Ventilla, ayudado por los jóvenes maestros Juan y Demetrio de Andrés, conocidos como “los mártires de la Ventilla”, que morirán asesinados durante la Guerra Civil de 1936. También asesoró y dirigió a Cristina de Arteaga y Luz Casanova, fundadoras de las Jerónimas y las Damas Apostólicas respectivamente. Intervino en la histórica consagración de España al Sagrado Corazón, realizada por Alfonso XIII (1917), quien le consultó previamente el texto de la fórmula de este acto redactado por Antonio Maura. Agotado por su intensa actividad con todas las clases sociales, pero especialmente con el mundo marginal, fue trasladado enfermo al noviciado de Aranjuez, donde falleció en olor de santidad (2 de mayo de 1929), sentado en una butaca de pino, después de haber ordenado quemar sus apuntes espirituales. Cuando murió, el arzobispo de Madrid, Leopoldo Eijo y Garay, lo calificó de “apóstol de Madrid” y escribió una pastoral proponiéndolo como modelo al clero de su diócesis.
En vida se le atribuyeron hechos prodigiosos, como bilocaciones, curaciones, profecías y videncia; algunos, tal vez, legendarios, pero otros ratificados por numerosos testigos. Sin embargo, lo que domina en su recuerdo es el testimonio de su ejemplo y su palabra junto al mensaje de que la santidad está al alcance le todos por el sencillo camino de entrega a la voluntad de Dios. Su máxima preferida era: “Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace”. Beatificado por Juan Pablo II en Roma (6 de octubre de 1985) y canonizado en Madrid por el mismo Pontífice (4 de mayo de 2003), sus restos siguen siendo venerados diariamente por el pueblo fiel en la iglesia de San Francisco de Borja y del Sagrado Corazón de la Compañía de Jesús en Madrid. El hecho extraordinario, considerado como milagro por la Congregación vaticana para la Causa de los Santos en orden a su canonización, fue la curación de un cáncer de pulmón del jesuita madrileño José Luis Gómez Muntán (1988).
Obras de ~: Escritos auténticos, dirigidos principalmente a las Marías de lo Sagrarios, Madrid, Apostolado de la Prensa, 1932.
Bibl.: C. Eguia, El Padre José María Rubio, Madrid, Apostolado de la Prensa, 1930; Matriten. Beatificationis et canonizationis servi Die P. Iosephi Mariae Rubio et Perlata, sacerdotis professi e societate Iesu sumarium, Madrid, 1944-2003; T. Ruiz del Rey, Vida del P. Rubio, S. J., Apóstol de Madrid, Madrid, 1957; C. M. Staehlin, El Padre Rubio, Madrid, Egda, 1949 (Madrid, Studium, 1974); P. M. Lamet, De Madrid al Cielo: Biografía del Beato José María Rubio, S. J., Santander, Sal Terrae, 1985; Como lámpara encendida: José María Rubio (1864- 1929), Barcelona, Belacqva, 2004.
Pedro Miguel Lamet