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Luis Martín García

Biografía

Martín García, Luis. Melgar de Fernamental (Burgos), 19.VIII.1846 – Roma (Italia), 18.IV.1906. Jesuita (SI), 24.º prepósito general de la Compañía de Jesús.

Posiblemente es el general de los jesuitas del que se conocen más datos personales de primera mano.

En 1895 comenzó a escribir sus Memorias: una autobiografía (hasta 1902) de unas cinco mil páginas, en la que utilizó seis idiomas. Conservada en el Archivo Histórico de Loyola, J. R. Eguillor la redescubrió en 1974. Había sido utilizada previamente sin citarla, pero en la década de 1930, para evitar que esos papeles se perdiesen en tiempos de persecución y destierro de los jesuitas, se sacaron del archivo y, cuando volvieron a él, se ocultaron con un título desorientador.

Tras su redescubrimiento, se publicaron en gran parte en 1988. La etapa que se refiere a sus años previos al generalato está ordenadamente narrada. En los años posteriores, se acumulan documentos de asuntos que debió abordar, en ocasiones acompañados de una narración orientadora. Dejó también escritos dos Cuadernos, escritos con la mano izquierda tras la amputación de su brazo derecho a causa de un sarcoma, en los que narra su última enfermedad.

Nació en una familia de pequeños propietarios agrarios, tercero de siete hermanos, muertos casi todos niños.

Tras recibir educación primaria y rudimentos de Latín en su pueblo, fue con doce años al seminario de Burgos. Allí estudió Filosofía y tres años de Teología.

En 1864 ingresó en el noviciado jesuítico de Loyola.

Recién trasladado a Burgos para repasar Filosofía, la Revolución de septiembre de 1868 le obligó a exiliarse a Francia. Allí completó estudios, enseñó Retórica a estudiantes jesuitas, se ordenó sacerdote (1876) y realizó la última etapa de su formación jesuítica, la tercera probación. Inteligente y trabajador, se formó sólidamente y se abrió a formas de pensar de jesuitas de otros países. Le destinaron a ser formador de estudiantes jesuitas. Permaneció en Francia hasta que la Ley Ferry (marzo de 1880) obligó a trasladar a España las casas de formación jesuíticas. A partir de entonces le destinaron a cargos de gobierno pese a su salud delicada: rector del seminario de Salamanca, confiado a la Compañía de Jesús (1880-1884), director un año, en Bilbao, de la revista El Mensajero del Corazón de Jesús y en 1885 superior del Centro de Estudios Superiores, que pronto sería la Universidad de Deusto.

Adquirió fama de organizador activo, mente estructurada, sólido formador y hombre hábil para el gobierno y las relaciones, desde el obispo salmantino Narciso Martínez Izquierdo hasta Francisco Giner de los Ríos. La Congregación provincial de Castilla, aunque no estaba entre los congregados, le eligió como representante suyo en la congregación de procuradores (1886). Allí empezó a conocerle el padre general Anton Anderledy.

El mismo año fue nombrado provincial. Aunque ya había conocido el problema antes, tuvo que enfrentarse ahora como autoridad con la inclinación al integrismo de una parte de los jesuitas de su territorio, que incluía el País Vasco. Era un problema delicado, político, pero planteado con pasión y ambigüedad desde una perspectiva moral. Puesto que los Papas habían condenado el liberalismo, Cándido y Ramón Nocedal argüían que el católico que siguiese la enseñanza del Papa íntegra (de ahí el nombre), tenía necesariamente que ser carlista, ya que las otras opciones políticas eran liberales. La Facultad de Teología de Oña (Burgos) y las casas de Loyola y Bilbao eran las que vivían más agudamente la polémica. Ésta brotó sobre todo en la Congregación Provincial de 1889. El problema era entonces candente: la fracción integrista existía con anterioridad, pero se acababa de constituir como partido político. Martín abordó con decisión el problema. Era consciente de que no se podía impedir que cada jesuita tuviese sus propias preferencias políticas. Sabía además que en algunos de sus aspectos doctrinales el integrismo defendía ideales católicos.

Pero insistió en separarse de los integristas en sus metas políticas. Aconsejó predicar en el tono de la encíclica Libertas: condenando errores, ordenaba no hablar de liberalismo, pues se podía entender como crítica al régimen vigente y eso no era misión sacerdotal.

No era tarea fácil porque todos los partidos querían recibir el apoyo de la Compañía.

Respecto a este problema, como provincial, Martín tuvo tres tipos de actuaciones: secundar las iniciativas del general (que en gran parte se inspiraban en la opinión del provincial de Castilla) y actuar directa e indirectamente.

Transmitió a los jesuitas la instrucción del general Anderledy que ratificaba su propia línea.

Por indicación del general realizó una encuesta entre obispos españoles (febrero-marzo de 1890) para que diesen su opinión sobre la actuación de los jesuitas en cuestiones de moral política dentro de sus diócesis.

Casi la totalidad (50 de 55) dio un testimonio favorable.

Igualmente apoyó una medida excepcional, que venía del general de la Orden, respecto a los jesuitas de Loyola: durante las elecciones de 1891 les prohibió predicar, leer periódicos políticos y recibir y hacer visitas sin permiso del superior. Martín estaba convencido de la prudencia de los jesuitas de Loyola y de la desproporción de la medida, pero, ante la insistencia del general, la apoyó. Era una decisión discutible y fue con certeza inútil: carlistas e integristas acusaron a los jesuitas de Loyola de favorecer a sus adversarios.

Directamente tuvo que intervenir para solucionar conflictos menores. Ordenó además que, pese a que habían sido invitados, los jesuitas de su provincia no participasen en el I Congreso Católico Español (Madrid, 1889). De forma indirecta colaboró a aminorar los efectos de la división, fomentando obras intelectuales y apostólicas. En los cinco años de su provincialato concluyeron las obras de Deusto y Comillas, aunque ésta no abrió sus aulas hasta meses después, y el ala oeste de la casa de Loyola. Restableció el colegio de La Merced (Burgos), donde colocó a los júniores jesuitas. Edificó e inauguró las residencias e iglesias de Santander y Bilbao y los colegios de segunda enseñanza de Gijón y Tudela. En todas las provincias jesuíticas españolas se dieron fenómenos similares, posibles por la abundancia de vocaciones. Pero estas fundaciones, en la mente de Luis Martín, además de su interés específico, eran un medio para desviar la atención de los jesuitas de las cuestiones políticas y de centrarlos en la enseñanza y la pastoral.

En 1890 la Santa Sede amonestó públicamente a la Compañía de Jesús española en dos momentos. En carta de León XIII al obispo de Urgel, Salvador Casañas, el 20 de marzo, el Papa aludía pública e inequívocamente, aunque sin nombrar a los jesuitas, a “algunos religiosos de antiguo distinguidos por su fidelidad y amor a la Santa Sede”, que contribuían a la división de los católicos españoles. Días después, el 7 de abril, en carta privada al general, Rampolla, secretario de Estado, insistía: los jesuitas debían adoptar una actitud nueva ante la división. De nada valieron los testimonios episcopales favorables.

Su provincialato finalizó meses antes de lo previsto, porque en abril de 1891 el general de la Compañía lo llamó a Fiésole, sede de la Curia General de la Orden tras la ocupación de Roma por el reino de Italia. Oficialmente iba a un cargo menor: sustituto (ayudante) del secretario de la Compañía. De hecho, le encargó otra tarea. La Congregación General XXIII (1883) había pedido al padre Beckx que publicase una ordenación de los estudios de los jesuitas. Una comisión de cinco profesores no había llegado a un acuerdo.

Anderledy pensó que el antiguo profesor, buen negociador y organizador que era Martín, podría enderezar ese trabajo. Quería además tenerle cerca para aprovechar sus ideas, que había valorado mucho en el quinquenio anterior. Era explicable que le nombrase vicario. El 19 de enero de 1892, horas después de la muerte de Anderledy, se conoció la designación.

Su tarea principal fue la de convocar la Congregación General para elegir nuevo general.

No era fácil encontrar un lugar. Por la situación política italiana y para librarse de presiones, era preciso obtener de León XIII el permiso para que, no obstante lo aconsejado en las Constituciones, la Congregación se celebrase fuera de Roma. El Papa propuso elegir en Roma al general y tratar en otro lugar los demás asuntos. Martín le convenció de los inconvenientes de esta solución y consiguió la libertad deseada.

Con los asistentes eligió Loyola como sede, por primera y hasta ahora única vez en la historia de la Orden.

Negociaciones con la regente, María Cristina de Habsburgo, y con el presidente del Gobierno, Cánovas, consiguieron la aprobación del proyecto en junio.

Por esto la convocatoria de la congregación se hizo en dos momentos: el 23 de marzo se convocó sin lugar ni fecha y el 20 de julio se comunicaron estos extremos, que no debían hacerse públicos hasta el 8 de septiembre.

La congregación comenzó el 24 de noviembre de 1892 y duró hasta el 5 de diciembre de ese año.

Además de las Actas oficiales y de las Memorias de Luis Martín, los diarios de algunos congregados aclaran sobre su desarrollo. El 2 de octubre Martín fue elegido general en la segunda votación y su elección fue comunicada al Papa por telégrafo. Tras la elección, siete comisiones abordaron los temas propuestos a la Congregación. En los decretos, que obligaban al nuevo general, se mantenían la Ratio Studiorum y el cuatrienio de Teología, se recomendaban los ministerios con varones, especialmente obreros y pobres, se exhortaba a mantenerse lejos de cuestiones políticas y a no mezclarse en las administrativas. Se le hicieron al nuevo general dos recomendaciones: que trasladase cuanto antes la Curia General de Fiésole a Roma y que activase la publicación de una Historia de la Compañía de Jesús. En las fechas previstas (1896, 1899 y 1902) se celebraron las congregaciones de procuradores, que tienen como fin determinar si es preciso convocar una congregación general, puesto que en la Compañía no hay fecha predeterminada para ello. En todas se decidió que no era precisa esta medida extraordinaria. No se celebró, en cambio, la congregación de procuradores prevista para 1905 por enfermedad de Luis Martín, que acabaría en su muerte meses después.

Martín ejecutó las líneas de la Congregación General que le eligió. Acabada ésta presentó a León XIII su plan de traslado de la Curia a Roma, invocando los deseos de san Ignacio, una mayor cercanía al Papa y un gobierno más rápido y eficaz. El Papa accedió a fines de 1894. En 1895 la Curia se instalaba provisionalmente en el Colegio Germánico. Aunque Martín continuó buscando edificio propio y definitivo, no lo logró.

Más trabajosa fue la ejecución de una historia de la Compañía, que respondía a deseos suyos anteriores.

Tomó tres decisiones previas. Para salvar los archivos jesuíticos de una posible incautación por parte del Gobierno italiano, ordenó su traslado a Exaten (Holanda) y orientó su clasificación de acuerdo con los criterios del futuro cardenal Franz Ehrle (SI). Alentó la publicación de subsidios historiográficos: el Atlas Geographicus Societatis Jesu (Ludwig Carrez), la continuación de la bibliografía de Sommervogel, la creación de una biblioteca histórica y la comunicación de fuentes archivísticas interesantes. Finalmente creó la colección Monumenta Historica Societatis Iesu. En 1894 empezó a publicarse en fascículos mensuales de ciento sesenta páginas, mientras continuaba la publicación de las cartas de san Ignacio. De hecho Martín siguió muy de cerca estas tareas y actuó como director de Monumenta en su primer decenio.

Logró de los provinciales un equipo de historiadores, que se consagraron enteramente a escribir la historia de las asistencias. Era imposible escribir una historia de la Compañía universal sin esta parcelación, que a su vez se dividió en dos grandes secciones: antes y después de la supresión (1773). Fruto de estos esfuerzos son las historias de asistencias que comenzaron a publicarse a comienzos del siglo xx. Dentro también del campo histórico, dada la sensibilidad religiosa de Italia y el Vaticano, Martín tuvo que recomendar (1901) a los Bolandistas y a Hartmann Grisar prudencia en sus críticas históricas.

Las relaciones del general Martín con los dos Papas con los que convivió (León XIII hasta 1903 y Pío X desde entonces) fueron mejores que las de su predecesor y sucesor, los padres Anton Anderledy y Francisco Javier Wernz. Durante su generalato, Martín tuvo que enfrentarse con el modernismo y el americanismo.

Modernismo. Desde 1895, Tyrrell había recibido avisos sobre algunos de sus escritos. Con la elección de Pío X, las aprensiones vaticanas subieron de grado.

Tyrrell, ya antes separado de la Casa de Escritores, comenzó a sentirse a disgusto en la Compañía de Jesús.

Desde 1904, Martín le escribió varias cartas de su puño y letra, para que ni siquiera los asistentes se enterasen de lo tratado. No compartía sus ideas ni tal vez entendía sus planteamientos. Tampoco estaba del todo de acuerdo con el punto de vista de los censores, pero debía seguirlo. El peso de la Santa Sede coartó la capacidad de maniobra del general, que se vio forzado por el Vaticano y por el mismo Tyrrell a la dimisión de éste. Martín procuró evitarla y le trató siempre con lealtad y cariño.

Americanismo. Esta forma de liberalismo católico defendía la separación Iglesia-Estado, la supresión de centros educativos confesionales, la abolición de la censura eclesiástica y la extinción de las Órdenes religiosas, Surgieron los primeros conflictos por la cuestión de las escuelas católicas y la pretensión de que la Compañía cediese las Facultades de Medicina y Derecho de Georgetown. Martín debió seguir los deseos de León XIII, expresados en su carta al cardenal Gibbons (enero de 1899), y mantuvo a los jesuitas en esa línea, mientras soportaba la desilusión de quienes esperaban más apoyo en la campaña antiamericanista.

De su gobierno de la Compañía es importante su actuación múltiple en España. También como general actuó directa e indirectamente respecto al integrismo.

De forma indirecta creó obras intelectuales que mantuviesen a los jesuitas ajenos a la polémica: la revista Razón y Fe (1901), el logro para el seminario de Comillas del rango de Universidad (1904), impulsó los observatorios del Ebro (Tortosa) y Cartuja (Granada) en 1906) y la fundación del Instituto Católico de Artes e Industria (ICAI), ocurrida tras su muerte (1908).

Directamente tuvo que enfrentarse con dos personas difíciles que atacaron a la Orden desde su postura ante el integrismo. Segismundo Pey i Ordeix acusaba a los jesuitas de liberales mientras que Miguel Mir, jesuita y Académico que abandonó la Orden, tildaba a los superiores de integristas. Pero el enfrentamiento más fuerte por este motivo fue con Ramón Nocedal. Éste, aislado, necesitaba el apoyo de la Compañía que ya no se lo daba. Martín había tomado medidas eficaces.

No sólo impidió imprudencias en escritos o reuniones, sino sobre todo nombró provinciales y superiores ajenos a la división partidista. Finalmente apoyó los artículos de Venancio Minteguiaga y Pablo Villada en Razón y Fe, que defendían que en ciertos casos se podía votar a un candidato liberal y logró que Pío X aprobase esta línea en su carta al obispo de Madrid Inter Catholicos Hispaniae (1906). En esta situación decidió algo que había intentado ya en sus años de provincial: prohibir la entrada en las casas jesuíticas de El Siglo Futuro, rompiendo así todo lazo de la Orden con Nocedal. Martín logró así separar a los jesuitas españoles de la polémica que dividía a los católicos.

En su generalato la Compañía de Jesús creció. Los jesuitas eran 13.275 en 1892 y 15.661 en 1906, un aumento de 2.386, descontados los que murieron o dejaron la Orden. Aumentaron también los colegios (de 170 a 209) y las instituciones intelectuales.

Sus dos cualidades dominantes fueron la claridad de mente y la voluntad. Mostró ésta en la redacción de sus Memorias y especialmente en su última enfermedad: la amputación de su brazo y antebrazo derechos se le realizó sin anestesia y consiguió escribir y firmar con letra apreciable con la mano izquierda. Recortó su sensibilidad e imaginación como lo muestra la evolución de sus escritos literarios latinos y castellanos (de un romanticismo y barroquismo excesivos a un aticismo más clásico). Tuvo cualidades para el gobierno: capacidad de crear objetivos, facilidad en el trato con todo tipo de personas, tenacidad, sentido de la organización y equilibrio. No fue un general carismático, pero si un buen mantenedor de lo existente que supo también acrecentar. Hombre religioso, de piedad y bondad sinceras, mortificado y humilde, buena parte de esa mortificación la ejercitó en la tarea de gobernar, que para él, como confesaba en un desahogo a su amigo M. Abad, consistía en el triste oficio de luchar con las pasiones humanas.

 

Obras de ~: Memorias del P. Luis Martín, General de la Compañía de Jesús (1846-1906), ed. de J. R. Eguillor, M. Revuelta, R. M.ª Sanz de Diego, Roma-Madrid-Bilbao, 1988, 2 vols. [catálogo de sus obras en vol. 2, 1019-1023 y de sus biografías: vol. 2, 1017-1018].

 

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Rafael María Sanz de Diego, SI

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