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Félix Fernando Masones de Lima y Sotomayor

Biografía

Masones de Lima y Sotomayor, Félix Fernando. Duque de Sotomayor (III). Cagliari (Italia), 3.XII.1684 – Madrid, 18.XII.1767. Diplomático.

Era oriundo de una noble y antigua familia, de la que una rama se hallaba establecida en Galicia (y antes en Portugal) y otra en Cerdeña. A esta última pertenecía José Masones de Lima y Manca, conde de Montalvo (1656-1730), quien con toda su familia abrazó el partido de Felipe V y participó en la defensa de la isla contra los aliados. Al perderse esta posesión en 1709, José pasó a España con sus hijos, volviendo más tarde a Cerdeña, donde murió. Se quedaron en la Península sus cuatro hijos. Los tres más jóvenes, José (1692-1745), Francisco (1694-1763) y Jaime (1696-1778) ingresaron en el ejército. El mayor, Félix Fernando, llevó una vida tan apacible y discreta que hasta que pasó de los sesenta años, no se sabe casi nada de él y sólo se puede sugerir unas hipótesis. Es posible que de vez en cuando haya estado al lado de su padre en Cerdeña, quizás aprovechando esta oportunidad para casarse, en fecha desconocida, con su prima también Sarda, María Laura Masones y Manca (muerta en 1741), de cuya unión nació una hija única, Ana María (1718-1789), casada en 1734 con el conde de Ablitas, del que no tuvo sucesión. También puede ser que Félix Fernando hubiera pasado unas temporadas en Valladolid con su tía materna, María de Lima y Sotomayor, duquesa de Sotomayor, marquesa de Tenorio y condesa de Crecente, de la que heredó, a su muerte en 1726, sus títulos y estados en Galicia. Y es muy probable que de vez en cuando el duque hubiera pasado en esos estados unos ratos de ocio o de trabajo.

Por otra parte, tenía fama de hombre muy culto, muy curioso, aficionado al estudio, a la lectura y a los libros. Mantenía un comercio de cartas eruditas con varios sabios y literatos de su época, entre ellos el portugués padre Antonio Caetano de Sousa: correspondencia conocida del rey de Portugal y de su hija, la reina de España. Fuera de este ámbito, es cierto que el duque tenía una buena red de provechosas amistades, como las de Carvajal o de Ensenada (también próximos a su hermano Jaime), aunque no se sabe nada de cómo ni de cuándo empezaron.

El período documentado de la vida del duque coincide con la subida al trono de Fernando VI (9 de julio de 1746). Desde los primeros momentos, conforme a los avisos confidenciales de Carvajal, los Reyes echaron el ojo a Sotomayor para la embajada de Portugal: en este nuevo reinado era un puesto de primera importancia por ser la reina María Bárbara hija del Rey Fidelísimo, posible mediador para el restablecimiento de la paz. Desmintiendo los rumores que le atribuían una vocación eclesiástica, el duque aceptó su nombramiento que se declaró el 22 de julio. Recibió su instrucción el 12 de septiembre, se puso en camino el 16 y el 30 llegó a Lisboa, donde se tomó unas semanas para observar la situación. A pesar de su corta estatura y de lo mediocre de su figura, reunió los sufragios del rey de Portugal y de sus ministros, el cardenal da Mota y el secretario Marco Antonio de Azevedo: se le calificaba de hombre prudente, bien intencionado, sincero, virtuoso, dotado de excelentes cualidades. No les iba a la zaga el embajador francés Chavigny, quien alababa su cautela, su recto proceder, su inteligencia, su cultura, su moderación y hasta su conversación.

Tan sólo le dolía la convicción, fuertemente arraigada en su colega español, de que Francia miraba a España “como a un hermano menor”. Mientras en Lisboa se tomaban estos contactos, en Madrid se precipitaban los acontecimientos. La reina y el embajador portugués, vizconde de Vilanova de Cerveira, lograban persuadir al Rey Católico la necesidad de reorganizar el Gobierno, dando entrada a elementos nuevos, bajo la dirección de un ministro principal. Para este cargo se barajó un momento el nombre de Sotomayor, pero finalmente salió elegido Carvajal, con el título de “ministro de Estado” (4 de diciembre de 1746). Rompiendo con los términos medios y prudencias hasta ahora practicados, el ministro se apresuró a enviar a Sotomayor nuevas instrucciones (12 de enero de 1747) que endurecían notablemente las condiciones de paz anteriormente entregadas al embajador. Éste, juzgándolas exorbitantes y abocadas al fracaso, se limitó desde entonces a escuchar sin convicción ninguna las propuestas austro-británicas, más o menos apoyadas por Portugal. Esta actitud pasiva refleja el paulatino alejamiento sobrevenido entre Carvajal y Sotomayor, compensado por un claro acercamiento entre Sotomayor y Ensenada, quien informaba puntualmente al embajador de cuanto ocurría en Madrid.

En 1747 y 1748 menudearon las quejas de Carvajal: “Nuestro hombre escribiendo más oscuro que el marqués de San Felipe”, “Con todo su saber, el estilo ininteligible, poca acción y menos espíritu”. Por su parte, Sotomayor se dedicaba a escribir una Iliada de Homero en octavas castellanas, de doze libros y, por lo que tocaba a los negocios, no escondía su desanimo y su escepticismo en palabras que relataba Chavigny: “Bien se podrá decir, como hizo en otros tiempos el cardenal Mazarin, que España no sabía hacer ni la guerra ni la paz”, o “al ver cómo nos gobernamos, no somos buenos ni para vosotros ni para nosotros”. De hecho, así conducidas, las negociaciones de Lisboa no contribuyeron para nada a la conclusión de la paz de Aquisgrán (1748).

De esta primera e infeliz experiencia y de la mutua incomprensión que originó, se desprende la casi total ausencia de Sotomayor en otro punto esencial de las relaciones hispano-portuguesas, el de los respectivos límites en la América meridional. Durante varios meses (1748-1749) fue en Madrid donde se celebraron unas apretadas conversaciones entre Carvajal y el embajador portugués, vizconde de Vilanova de Cerveira, hombre de confianza del ministro Azevedo. Por fin, se llegó a la firma en Madrid del “Tratado de límites en las posesiones españolas y portuguesas de América” (13 de enero de 1750). Simultáneamente se seguían discutiendo las cláusulas de un tratado de comercio.

Pero este mismo año las muertes de Azevedo (19 de mayo) y del rey Juan V (31 de julio), el advenimiento de José I y la llegada al ministerio de Carvalho (3 de agosto), cambiaron radicalmente el escenario diplomático.

El nuevo Gobierno lusitano, convencido de que el tratado lesionaba sus intereses, puso incesantes obstáculos a su aplicación. Sotomayor no había disimulado nunca “que no tenía ninguna fe en la ejecución del tratado”. Por fin, apartado de los negocios, en desacuerdo con Carvajal, amargado, desalentado, sintiéndose inútil, solicitó y consiguió su retirada (diciembre de 1752), saliendo de Lisboa el 25 de marzo de 1753, unos pocos días después de llegar allí el vizconde de Vilanova, desautorizado por su ministro por haber sido un eficaz artífice del tratado de límites.

Las desavenencias entre Carvajal y Sotomayor no perjudicaron al duque. El 4 de diciembre, día de la fiesta de la reina, fue declarado presidente del Consejo de las Órdenes Militares, y unos meses después, ingresó en la de Santiago (1754). El 15 de diciembre de 1765, con motivo del matrimonio del Príncipe de Asturias, fue nombrado consejero de Estado. Después de fallecer en Madrid, recibió sepultura en la colegiata de San Pedro del Arrabal de Crecente (Pontevedra).

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Simancas, Dirección General del Tesoro, invent. 16, g. 22, leg. 50; Tribunal Mayor de Cuentas, leg. 2093; Archivo Histórico Nacional, Órdenes Militares, Santiago, exp. 5006.

J. A. Pinto Ferreira, Correspondência de D. João V e D. Bárbara de Bragança, rainha de Espanha (1746-1747), Coimbra, Livraria Gonçalves, 1945; D. Ozanam, La diplomacía de Fernando VI, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1975; F. Barrios, El Consejo de Estado de la Monarquía española (1521-1812), Madrid, Consejo de Estado, 1984; D. Ozanam, “La política exterior de España en tiempo de Felipe V y de Fernando VI”, en J. M.ª Jover (dir.), Historia de España Menéndez Pidal, t. 29, vol. I, Madrid, Espasa Calpe, 1985; D. Ozanam, Les diplomates espagnols du XVIIIe siècle, Madrid-Bordeaux, Casa de Velázques-Maison des Pays Ibèriques, 1998.

 

Didier Ozanam

 

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