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Antonio de Araoz

Biografía

Araoz, Antonio de. Bergara (Guipúzcoa), 1515 – Madrid, 13/30.I.1573. Jesuita (SI), predicador y superior.

Antonio de Araoz fue el primer jesuita que llegó a la Península, en 1539, cuando la Orden no estaba aún aprobada por la Santa Sede. Su actividad en ella como superior, así como sus relaciones con la Corte, fueron decisivas para la implantación de la Compañía de Jesús en España.

De su familia le venía una larga tradición de servicios a la Monarquía. Su abuelo Pedro había sido preboste de San Sebastián, teniente de Enrique Enríquez, mayordomo mayor del Rey, veedor de la Armada contra los turcos y del ejército de Nápoles. Con el nombre de Capitán de Oñate, parece que fue uno de los trece que se enfrentaron a otros tantos franceses ante Barletta. Fue sepultado en la catedral de Nápoles en 1502. Su hijo Juan Pérez de Araoz, bachiller en decretos, secretario de cámara del Consejo (1504), fue alcalde de hijosdalgo de la Chancillería de Valladolid y colegial del Colegio Mayor de Santa Cruz desde 1519, y allí murió en 1524. Una hermana de éste, Magdalena, dama de honor de la reina Isabel, se había desposado en 1498 con el mayorazgo de Loyola, y fue una segunda madre para el huérfano Íñigo. Su madre, según Ribadeneira, habría sido una dama napolitana, noticia que debe compaginarse con la afirmación de Pedro II de Araoz sobre la ilegitimidad de sus dos sobrinos, Isabel y Antonio (de once y nueve años), cuando cede su tutoría al bergarés Domingo Martínez de Zabala. Antonio de Araoz cursó artes en Salamanca (1533) y obtuvo el bachillerato el 8 de julio de 1536, título con el que es nombrado hasta 1541 (Epistola Ignaciae, I: 162). En noviembre de 1542 es ya “licenciado en teología” (Epistola Ignaciae, I: 232) y más tarde “doctor”, pero se ignora dónde y cuándo obtuvo estos títulos, y dónde realizó sus estudios teológicos.

Por sugerencia de su hermana Isabel (monja en Azpeitia desde 1535 por consejo de Íñigo de Loyola), fue a Roma en 1538, probablemente en busca de un beneficio (“con designios de mundo”, dice el secretario padre Juan de Polanco); visitó a Ignacio de Loyola, hizo los Ejercicios a fines de año y comenzó el noviciado (“vestido de seda, como venía”) predicando por las calles. En octubre de 1539 regresó a España y visitó a las familias de los compañeros al tiempo que predicaba (“exhortaba”, dice él) en Barcelona, en la Corte de Valladolid, y por los pueblos vascongados en euskera. Volvió a Roma en agosto de 1541, en compañía del sobrino del fundador, Millán, que poco después ingresó en la Orden. Recibió el sacerdocio en diciembre y fue el primer profeso (1542) después de los Padres fundadores. De nuevo estaba en Barcelona en 1542 para conocer y tratar al virrey de Cataluña, Francisco de Borja, y para prevenir el proyectado viaje a Roma de algunas damas barcelonesas, que habían ayudado al peregrino Íñigo.

En 1543 volvió a Barcelona, con seis estudiantes destinados al recién fundado colegio de Coímbra; pasó luego por Valencia (donde se fundó el primer “colegio” en España de jóvenes jesuitas estudiantes) y Madrid (donde predicó ante las infantas), para dirigirse a Coímbra y Almeirim, residencia de los reyes portugueses. En marzo de 1545 llegó con el padre Fabro a la Corte de Valladolid. En adelante, su vida religiosa tendrá una doble proyección: por un lado, hacia el interior de la Orden, como provincial de España en 1547 (en 1550 acompaña al duque de Gandía —ya jesuita en secreto— en su viaje a Roma), de Castilla en 1554 y comisario para la Península desde 1552; por otro, hacia la Corte, como confesor del privado del Rey, Rui Gómez de Silva, jefe del partido “ebolista”, de otros nobles y de la princesa de Portugal, Juana de Austria, a la que en 1554 se le concederán los dos años de probación o noviciado, antes de emitir en secreto los votos simples de jesuita. Rui Gómez y la princesa pensaron en proponerle en 1557 para arzobispo de Toledo; y un testigo cuenta que el príncipe Felipe, disfrazado como paje de Rui Gómez, acudía con éste a visitarle. Era también visitado en sus enfermedades por el nuncio Poggio. Cuando se proyectó el viaje del Rey a Flandes, se trató de que lo acompañara como confesor; y el Rey tuvo que tranquilizar al confesor titular y obispo de Cuenca, retenido por su deber de residencia. Las cartas que el Rey y los nobles enviaron a la Santa Sede en recomendación del Colegio Romano habían sido redactadas por Araoz. En las noticias que envía al padre Ignacio detalla con explicable complacencia las numerosas amistades y benevolencias que se habían conciliado entre personalidades civiles y eclesiásticas (es significativo el epíteto “bendito” con el que obsequia a muchas de ellas).

Muerto san Ignacio, Araoz fue acusado de secularismo o “aulicismo”. El colegio donde residía, dice un testigo, “parecía chancillería” por las continuas visitas de solicitantes. Poco a poco se dejó influir por el anticurialismo de la Corte, que favorecía la independencia de las órdenes españolas de sus superiores romanos, y se oponía a la admisión de descendientes de conversos y al envío de sujetos y de caudales al extranjero.

A éstas añadía Araoz razones de gobierno de la orden: multiplicación de colegios, diferencias de clases y de votos, nombramiento de superiores por el general, perpetuidad de éste, en contra del trienio impuesto por Pablo IV. Su falta de sintonía con el comisario F. de Borja o el visitador J. Nadal malogró en parte sus actuaciones. No asistió a las dos primeras Congregaciones Generales: para la primera (1558) se puso en camino por tierra, y no por mar como sus compañeros, pero no pudo pasar la frontera, a lo que se añadió el deseo en contra de la princesa gobernadora. Para la segunda (1565), las insistentes invitaciones y facilidades que le daba el vicario Borja no lograron moverle de la Corte. En ausencia fue elegido asistente de España por voto unánime; tras una vacilación inicial, pensó ponerse en camino, pero las repetidas súplicas del general Borja al Rey y al ministro Rui Gómez no lograron disipar la sorda irritación de la Corte, y al año siguiente el Rey pedía al General que lo dejase definitivamente en España. Muchos pensaron —y lo recoge el historiador Sacchini— que el interesado habría podido evitarlo.

Sus últimos ocho años fueron de redoblados achaques y aparente inactividad. A su paso por Madrid en 1571, el general Borja firmó una circular a todas las provincias elogiando magnánimamente sus servicios pasados y concediéndole amplias exenciones en la vida común.

 

Obras de ~: [documentos], en Archivum Romanum Societatis Iesu, Hispania 140; Real Academia de la Historia, ms. 9/7289; “Correspondencia y referencias”, en Monumenta Historica Societatis Iesu, Fontes narrativi, vol. I, pág. 821; vol. II, pág. 600; vol. III, pág. 830; vol. IV, pág. 1000; J. M. March, “Carta a Doña Estefanía de Requesens (1547)”, en Estudios Eclesiásticos, 5 (1926), págs. 332-334.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Clero, lib. 4595, fols. 131-143; Archivo de la Universidad de Salamanca, lib. 569, fols. 66 y ss.; Real Academia de la Historia, Colección Salazar y Castro, Relación de la villa de Oñate, hecha por Juan López de Ernani el viejo [...] de los nobles del apellido de Araoz, ms. 9/359, fols. 254-256.

P. de Guzmán, Historia de la Provincia de Castilla, s. f. (inéd.); P. de Ribadeneira, Historia de la Asistencia de España, s. f. (inéd.); F. Sacchini, Historia Societatis Iesu, Ignatius, Lainius, Borja, ts. I-III, Roma, 1614-1622; B. Alcázar, Chrono- Historia de la Compañía de Jesús en la provincia de Toledo, vol. I, “Índice”, Madrid, Juan García Infanzón, 1710; A. Astrain, Historia de la Compañía de Jesús en la asistencia de España, ts. IIII, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1902; L. Serrano, Correspondencia diplomática entre España y la Santa Sede durante el pontificado de S. Pio V, vol. I, Roma, 1914, págs. 407 y 421; R. Vargas Ugarte, Historia de la Compañía de Jesús en el Perú, vol. I, Burgos, Aldecoa, 1963, pág. 249; M. Scaduto, Storia della Compagnia di Gesù in Italia, vol. III, Roma, La Civiltà Cattolica, 1964; vol. V, 1992; C. de Dalmases, “S.F. de Borja y la Inquisición española, 1559-1561”, en Archivum Historicum S.I., 41 (1972), págs. 48-135, [131 y ss.]; Institutum Historicum Societatis Iesu, “Araoz, Antonio de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, t. I, Madrid, Instituto Enrique Flórez, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1972, pág. 77; R. G. Villoslada, San Ignacio de Loyola. Nueva biografía, Madrid, La Editorial Católica, 1986; G. Schurhammer, Francisco Javier, su vida y su tiempo, trad. de F. de Areitio Ariznabarreta, vol. I, Bilbao, Mensajero, 1992, págs. 582-585 y 976; W. V. Bangert y Th. M. Mc- Coog, Jerome Nadal: Tracking the First Generation of Jesuits, Chicago, Loyola University Press, 1992; F. J. Bouza Álvarez et al., La Corte de Felipe II, dir. por J. Martínez Millán, Madrid, Alianza Editorial, 1994; F. B. de Aguinagalde, Los notables guipuzcoanos. Linajes de Guipuzkoa de los siglos xv a xix (en prensa).

 

José Martínez de la Escalera, SI