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Mateo Vázquez de Leca

Biografía

Vázquez de Leca, Mateo. ¿Argel? (Argelia), c. 1544 – Madrid, 5.V.1591. Secretario de Felipe II y del Consejo de la Inquisición, canónigo de la Catedral de Sevilla y arcediano de Carmona.

Se carece todavía de una biografía adecuada sobre este importante personaje de la Corte del Rey. Prudente, a pesar de que hubo varios intentos de elaborarla por parte de Miguel de Bethencourt y Gaspar Muro entre 1870-1871, y de Ángel González Palencia y Guillermo de Osma hacia 1917. La monografía de Lovett (1977) es lo más cercano a un estudio biográfico del secretario. Sus orígenes familiares fueron un tanto novelescos, hasta el punto de que 1572 se vio obligado a solicitar una información sobre su ascendencia, llevada a cabo por la inquisición de Cerdeña.

En ella se estableció que había nacido entre 1542 y 1544 en Córcega, hijo de Santo de Ambrosini e Isabel de Luchiano. Los testigos recabados confirmaron que su madre había sido capturada por piratas berberiscos cuando se hallaba embarazada y que, cautiva en Argel, debió de dar a luz a Mateo. Esto nunca se aclaró del todo, pero fuere cual fuere el lugar de nacimiento y sus orígenes familiares, lo que resulta indiscutido es que, gracias a un rescate financiado por el duque de Medina Sidonia, su madre fue liberada y llevada hasta Sevilla. Aquí existía una nutrida colonia italiana, de modo que Isabel de Luchiano se avecindó en el humilde arrabal de Triana, y entró, al poco tiempo, en el servicio doméstico de Diego Vázquez de Alderete, canónigo de la catedral. Éste se encargó de la educación del pequeño Mateo, y cuando falleció en 1556 gratificó en su testamento a madre e hijo con munificencia, además de consentir que empleara su apellido.

Semejante liberalidad ha llevado a creer que el futuro secretario de Felipe II fue el resultado de las relaciones ilícitas entre el canónigo y su sirvienta. Tan humilde ascendencia preocupó a Mateo Vázquez durante toda su vida, quien, en 1585, no tuvo reparos en prepararse un árbol genealógico que vinculaba a sus ancestros con los patricios romanos y entroncaba a los más cercanos con el conde de Ginarca, Juan Paulo de Leca.

En la casa del canónigo Vázquez de Alderete, Mateo conoció a diversos personajes relacionados con los asuntos eclesiásticos, judiciales e indianos, que habrían de favorecer su posterior acceso a la Corte.

Quizás llegara a estudiar en el colegio de Santa Catalina, fundado por los jesuitas, hacia 1556, pero también completó su formación en la Casa del provisor del arzobispado, Juan de Ovando, nombrado en 1555 por Fernando de Valdés, titular de la archidiócesis sevillana.

Cuando, en 1565, Ovando fue comisionado para inspeccionar la universidad de Alcalá de Henares, Vázquez de Leca aprovechó para matricularse en la universidad durante un curso. Es entonces cuando inició su acercamiento a la Corte. Con la decidida recomendación del propio Ovando, que alabó su caligrafía, estilo de vida y costumbres, Vázquez entró al servicio del cardenal Espinosa el 28 de septiembre de 1565. En esta promoción habían concurrido varias circunstancias: por una parte, el deseo de Ovando de permanecer al tanto de los acontecimientos de la corte y de informarse por medio de su anterior oficial; en segundo lugar, la necesidad de Espinosa, nuevo presidente del Consejo Real, de disponer de servidores fieles para llevar a cabo el difícil proceso de confesionalización que comenzaba a implantar, ya que carecía de una red clientelar propia. Además, Espinosa le había conocido años antes en Sevilla, en las reuniones que hacían en la casa del canónigo Vázquez.

Así pues, como secretario privado de Diego de Espinosa, obispo de Sigüenza, cardenal e inquisidor general además de presidente del Consejo Real, Vázquez se familiarizó con el manejo de los diversos asuntos de gobierno y, en particular, con las cuestiones religiososociales y del Santo Oficio, ya que fue nombrado secretario del Consejo de Inquisición para la Corona de Aragón en 1568. Un año después, se ordenó como sacerdote. Durante estos años, colaboró con Espinosa en tareas como la reforma de las órdenes religiosas, la adaptación de los acuerdos tridentinos a la Monarquía hispana, la realización de concilios provinciales, el impulso a la predicación y a la catequesis diocesana, el control de la enseñanza y las reformas inquisitoriales, administrativas e institucionales. La complejidad de este proceso obligó a Espinosa a asesorarse por numerosos letrados, a los que convocó en juntas, organismos que pronto definirían el gobierno de España durante el reinado de Felipe II. Su labor como secretario del cardenal debió de ser observada con atención por el Monarca pues, cuando Espinosa falleció en septiembre de 1572, le encargó custodiar y conservar los diversos papeles y documentos del cardenal, y a mediados de marzo de 1573 recibió el título de secretario personal del Rey.

Tan sorprendente nombramiento fue recibido con sorpresa en la Corte. Como secretario de Felipe II, Vázquez debía organizar toda la correspondencia que el Monarca recibía (memoriales, consultas, cartas), lo que le otorgaba un importante papel como intermediario en la actividad política de la Monarquía así como en la difusión de la liberalidad regia. Consciente del gran valor político de estas labores al lado del Rey, en 1574 Vázquez se ofreció a renunciar al oficio que desempeñaba en la Suprema para trabajar sólo como su secretario personal. Desde esta trascendental posición, logró recoger el legado político de Espinosa y ponerse al frente de la red clientelar conformada por éste. La muerte de Ruy Gómez de Silva y la caída en desgracia del duque de Alba, tras su fracaso en apaciguar los Países Bajos, llevaron a la privanza real a otro secretario, Antonio Pérez, quien mantuvo hasta 1578 un indiscutible predomino cortesano, a través de la articulación de un “partido papista”, que preconizaba un acercamiento a los intereses del Pontífice tanto espirituales como temporales. Sin embargo, en su ascenso cortesano Pérez se granjeó fuertes enemistades.

La más significativa fue la de Mateo Vázquez, que laboriosamente intrigó contra su rival.

En primer lugar, el secretario corso, que, desde junio de 1573, actuaba también como secretario en la Junta de Presidentes, promocionó a los miembros de su facción. En enero de 1574 Juan de Ovando, su antiguo patrón, que también era presidente del Consejo de Indias, recibió la presidencia del Consejo de Hacienda, consejo en el que Vázquez también introdujo a Juan Fernández de Espinosa como tesorero general, en detrimento de Melchor de Herrera, íntimo amigo de Antonio Pérez. A la muerte de Ovando, Vázquez consiguió en junio de 1579 que Hernando de Vega, un letrado antaño apadrinado por Diego de Espinosa, fuera nombrado presidente del Consejo de Hacienda.

De esta forma, el secretario se garantizó el control de las decisiones financieras. Es en esta época, en 1577, cuando Miguel de Cervantes le envía desde Argel su famosa Epístola. Su pugna con Pérez fue a más hasta que el asesinato de Juan de Escobedo, secretario de don Juan de Austria, el 31 de marzo de 1578, le dio la oportunidad de forzar la caída de su adversario. Vázquez no tuvo reparos en incitar a la familia de Escobedo para que presentase sus quejas ante el Rey, reclamando justicia por el asesinato del padre, al tiempo que presentaba a Felipe II pruebas que pusieron al descubierto los manejos y mentiras de Antonio Pérez.

En la primavera de 1579, el Rey Prudente dio diversos pasos en la reorganización del gobierno, nombrando individuos afectos a Mateo Vázquez. La caída final de las cabezas del “partido papista”, se produjo el 28 de julio de 1579, con el arresto de Antonio Pérez y de la princesa de Éboli. Destruido su máximo rival en la privanza, Vázquez se apresuró a atraerse al cardenal Granvela, recién llegado a la corte, llamado por Felipe II para dirigir el gobierno de Castilla durante la jornada de Portugal (1580-1583).

Cuando se produjo el regreso de Felipe II a Castilla era ya evidente el triunfo de Mateo Vázquez, cabeza del “partido castellanista” (en palabras de Martínez Millán), que había salido reforzado tras la crisis cortesana iniciada en 1578. Incluso desde Roma se le alagaba con la posible concesión de un capelo cardenalicio, y las grandes familias italianas, en especial los Colonna, daban por buena la ascendencia del secretario, enorgulleciéndose de su parentesco. Fue por estas fechas cuando el secretario puso particular empeño en apadrinar o, al menos, apoyar para recibir nombramientos como consejeros y secretarios a determinados personajes, que –según su parecer– le mantendrían fidelidad. Tras el viaje a Aragón en 1585 se produjo una profunda reforma institucional de la Monarquía, que se manifestó en la aparición de la Junta de Noche, en la que se sentaban además de Mateo Vázquez, Juan de Idiáquez, Cristóbal de Moura y el III conde de Chinchón. Esta junta se convirtió en el centro desde el que se planificaban todos los asuntos relativos a la administración y gobierno de la Monarquía.

La Junta permitió a Mateo Vázquez mantener su influencia en determinadas decisiones o acuerdos, e incluso logró que en 1588 su cuñado Jerónimo Gassol ejerciera como secretario de este organismo, pero la misma Junta, por su composición, concentró tal poder que inevitablemente Vázquez sufrió una pérdida de su influencia. El desastre de la Gran Armada contra Inglaterra (1588) dañó de manera notable su reputación.

De manera paralela a su actividad política, Vázquez desempeñó una actividad de mecenazgo notable. La Epístola que Cervantes le dedicara en 1577 constituye un testimonio bien conocido, y se considera que la Canción de Damón, en La Galatea (1585), también está dirigida al secretario. Es posible que su formación sevillana, bajo el magisterio de Francisco Pacheco y de Arias Montano, le inclinara hacia las letras, y que incluso adquiriera la suficiente pericia poética como para componer un soneto para los preliminares de la Primera parte de Cortés valeroso (Madrid, Pedro Madrigal, 1588), de Gabriel Lobo Lasso de Vega.

Asimismo, los inventarios de su biblioteca en 1579 y 1581 nos ofrecen un jugoso panorama, en el que se mezclan los libros propios de una biblioteca profesional, con obras de historia y de temática lírica. Y así, por ejemplo, entre los poetas latinos, Virgilio, Horacio, Ovidio, Juvenal y Terencio; entre los italianos, tres ejemplares del Orlando furioso de Ariosto y dos de las obras de Dante; y entre los castellanos, las Trescientas de Juan de Mena, la Ulixea de Homero en la traducción de Gonzalo Pérez, la Aracauna de Ercilla, los Triumphos morales de Guzmán, las Coplas de Mingo Rebulgo y las Obras de Aldana en dos volúmenes, en 4º. Estos testimonios permiten confirmar el interés que por la poesía tenía el secretario regio. Esta faceta poética la compaginó con la protección que otorgó al cisterciense fray Pablo de Mendoza mientras escribía, hacia 1587, su Cortesano desengañado, obra que quedó, al parecer, inédita, o a la Philosophia cortesana de Alonso Barros, dedicada ese mismo año a Vázquez, como dueño de los hilos que se movían en los laberintos de la corte filipina.

La Philosophia, sin embargo, no debe ocultar el hecho de que entre 1585 y 1588 se percibe un gradual declive del poder del “archisecretario”. Este proceso de decadencia política coincidió con las visitas que entre 1586 y 1593 afectaron a veteranos clientes de Vázquez en los Consejos de Indias, Hacienda y Órdenes.

Así pues, aunque hasta su muerte continuó entrando en juntas y acompañando al Monarca, resultaba patente que otros personajes habían desplazado a Mateo Vázquez del lugar preferente de la gracia real.

En abril de 1591 enfermó gravemente y otorgó testamento.

Sus últimas preocupaciones, casi obsesivas, se encaminaron al bienestar de su familia. Harían efecto sus recomendaciones a Felipe II para que se sirviera de su cuñado, Jerónimo Gassol, y procuró que sus sobrinos recibieran las diversas prebendas eclesiásticas que había disfrutado, como la canonjía y arcedianato de Carmona para Mateo, y el beneficio de Morón y pontifical del Sarro para Agustín; asimismo, dejó a su sobrina Isabel una manda de 2.000 ducados. Falleció el 5 de mayo de 1591 a las seis de la mañana.

 

Obras de ~: Soneto “Los Altos hechos de inmortal memoria”, en G. Lasso de Vega, Primera parte de Cortés valeroso, Gabriel Lobo Lasso de Vega, Madrid, 1588; Documentos y avisos del Secretario Matheo Vásquez para sí mismo, s. f.; Relación de la institución en Roma de la Orden militar de la Inmaculada Concepción de la Virgen N.S. por la Santiadad del Papa N. señor Vurbano VIII, Madrid, Viuda de Cosme Delgado, 1624; Copias de cartas de mucha edificación, para desengaño de las honras de el mundo, Sevilla, Diego Pérez, 1627.

 

Bibl.: J. Hazañas y la Rúa, Vázquez de Leca, Sevilla, Sobrinos de Izquierdo, 1918; A. W. Lovett, “A cardinal’s papers: the rise of Mateo Vázquez de Leca”, en English Historical Review, 88 (1972), págs. 241-61; Philip II and Mateo Vázquez de Leca: the Government of Spain (1572-1592), Genève, Librairie Droz, 1977; G. Marañón, Antonio Pérez (El hombre, el drama, la época), Madrid, Espasa-Calpe, 1998 (reed.); J. Martínez Millán y C. de Carlos Morales (dirs.), Felipe II (1527- 1598). La configuración de la Monarquía hispana, Madrid, Junta de Castilla y León, 1998; J. A. Escudero, Felipe II: El rey en el despacho, Madrid, Universidad Complutense-Colegio Universitario de Segovia, 2002; J. L. Gonzalo Sánchez-Molero, “Mateo Vázquez de Leca, un secretario entre libros. 1. El escritorio”, en Hispania, 221 (2005), págs. 813-846; M. Márquez de la Plata, “Un texto atribuido al secretario Mateo Vázquez”, en Dicenda: Cuadernos de filología hispánica, n.º 25 (2007), págs. 247-251; J. L. Gonzalo Sánchez-Molero, La epístola a Mateo Vázquez [Texto impreso]: historia de una polémica literaria en torno a Cervantes, Alcalá de Henares, Madrid, Centro de Estudios Cervantinos, 2010.

 

José Luis Gonzalo Sánchez-Molero

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