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Ruy López de Villalobos

Biografía

López de Villalobos, Ruy. Málaga, 1505-1510 – Ambón (antes Amboina), Islas Molucas (Indonesia), 1546. General de la Armada de Poniente destinada a las islas Filipinas (1542-1546).

Sus datos biográficos son escasos. Puede afirmarse que nació en Málaga, en una fecha probablemente situada entre 1505 y 1510. Fue “hijo de padre valeroso y privado del Rey Católico”, es decir, de alguien del círculo inmediato de Fernando de Aragón. Fue, por tanto, miembro de una distinguida familia, posiblemente asentada en la ciudad malagueña tras su conquista en la guerra de Granada. “Caballero hijodalgo”, según su propia declaración, seguramente fue hombre de letras más que de espada, quizás licenciado en Derecho. Fue cuñado de Antonio de Mendoza, el primer virrey de Nueva España, a quien debió su nombramiento al frente de la Armada de Poniente y a quien encomendó el cuidado de sus hijos en caso de muerte. La relación anónima, una de las tres que existen sobre la expedición (junto con las escritas por García de Escalante, relator oficial y factor del Rey, y por Jerónimo de Santisteban, prior de los agustinos de Manila y defensor de la actuación de Villalobos), lo describe como “alto de cuerpo mas muy delgado [...] de sutil y muy claro ingenio [...] casto y amigo de sus amigos [...] hombre suficiente para proveer cosas de la mar, aunque en cosas de guerra ni de las que llevaba entre manos nada experimentado”. La opinión sobre su solvencia como navegante parece quedar confirmada por el conquistador Pedro de Alvarado, que lo consideraba “caballero muy experto y práctico en las cosas de la mar”. En lo demás, hay que remitirse a su actuación como general de la Armada de Poniente.

Una vez que el Tratado de Zaragoza, firmado con Portugal por Carlos V (1529), puso fin a las aspiraciones españolas sobre las islas Molucas, se cerró el primer ciclo de las exploraciones hispanas en el Pacífico: Magallanes-Elcano (1519-1522), García Jofre de Loaysa (1525-1527), Álvaro de Saavedra (1527- 1529) y Hernando de Grijalva (1536-1537). De este modo, se inició una segunda etapa que tuvo como meta concreta la ocupación de las islas Filipinas (llamadas islas de Poniente) y el establecimiento de una ruta que garantizase el contacto regular del archipiélago con las costas occidentales de América, mediante una serie de expediciones organizadas desde el virreinato de Nueva España. Es en este segundo ciclo en el que se encuadra la expedición de Villalobos, que efectivamente contribuyó al conocimiento de las Filipinas, aunque no condujo a una ocupación permanente del archipiélago ni a la determinación de una ruta de retorno a las bases novohispanas.

En este contexto, el proyecto encomendado a Villalobos, cuyos propósitos genéricos eran los de descubrimiento, exploración, colonización y evangelización de nuevas tierras en el Mar del Sur, tenía como objetivo principal y específico la determinación de la ruta que permitiese el retorno a las costas novohispanas, es decir, resolver el problema del tornaviaje, que hasta ahora se había revelado como insoluble para los anteriores viajeros, que habían fracasado hasta cuatro veces en el intento.

La flota estaba compuesta por seis barcos: la nao capitana Santiago (con Villalobos como capitán), las naos San Jorge (capitán Bernardo de la Torre), San Antonio o San Felipe o Los Siete Galigos (capitán Francisco Merino) y San Juan de Letrán (capitán Alonso Manrique), la galeota San Cristóbal (capitán Pedro Ortiz de Rueda) y una unidad caracterizada según las fuentes como bergantín San Cristóbal o fusta San Martín (capitán Juan Martel). La expedición, mandada por Villalobos, como teniente de gobernador y capitán general de la Armada, y con Íñigo Ortiz de Retes como alférez general, estaba integrada por cerca de cuatrocientos hombres (de trescientos setenta a cuatrocientos) entre marineros y soldados, además de algunos funcionarios, cuatro religiosos agustinos y otros cuatro clérigos, junto con otro grupo también cercano a las cuatrocientas personas compuesto por indios novohispanos y esclavos negros.

Las naves de Villalobos zarparon el 1 de noviembre de 1542 del puerto de Juan Gallego, en Bahía Navidad, en el actual estado mexicano de Jalisco. En la ruta tropezaron primero con las islas de Revillagigedo, descubriendo algunas de ellas y redescubriendo otras ya avistadas por la expedición de Grijalva (noviembre de 1542). Adentrándose en el Pacífico, tropezaron más tarde con el archipiélago de las Marshall, donde avistaron dos grupos de islas o complejos atolónicos, unas nunca exploradas y otras quizás descubiertas por Saavedra (diciembre de 1542-enero de 1543). Poco después alcanzaron el archipiélago de las Carolinas, dando nombre a las islas de los Matalotes y de los Arrecifes. Finalmente, la flota arribó a las Filipinas, atracando en una bahía, llamada de Málaga en honor a la ciudad natal del jefe de la expedición, en la isla de Mindanao, que llamaron Cesárea Caroli en honor de Carlos V (febrero de 1543). Tras un mes de descanso, las naves zarparon de nuevo, arribando llevada por los vientos a la isla de Sarangani, situada frente a la punta meridional de Mindanao, donde permanecerían durante un año y donde la flota se dividiría a fin de buscar ayuda para proseguir la empresa.

Mientras la nao San Juan de Letrán partía a Nueva España y la galeota San Cristóbal zarpaba en dirección al Norte, a la isla de Leyte (agosto de 1543), Villalobos recibía la primera visita de los portugueses, iniciándose el pleito que acompañaría desde este momento la presencia de la expedición española en la región.

De este modo, los dos requerimientos de Jorge de Castro, el gobernador de las Molucas, fueron contestados con la doctrina oficial española de que Mindanao y Sarangani estaban incluidas dentro del área asignada a la Monarquía hispánica por los Tratados de Tordesillas y Zaragoza.

Acuciado por la falta de provisiones, Villalobos se vio impelido a poner rumbo al Norte, sosteniéndose un tiempo en la isla de Leyte, pero finalmente los vientos le impusieron la derrota de las Molucas portuguesas.

Se inauguró así una nueva fase en la expedición, durante la cual los españoles contemplaron una posible alianza con los reyes de Gilolo (la actual Halmahera) y de Tidore, descontentos con la actitud de los portugueses acantonados en Ternate. Sin embargo, prevaleció la aceptación de los tratados, tal como se expuso, por un lado, en la respuesta al nuevo requerimiento portugués, donde Villalobos argumentaba que la arribada había sido por “necesidad y que cumpliendo ésta que se volvería a las Filipinas” y, por otro, en la respuesta al rey de Tidore, cuya amistad se aceptaba, pero con la “condición que no se había de hacer guerra a los portugueses ni a cosa suya ni se les había de quitar su contratación del clavo”.

Entretanto, la nao San Juan de Letrán, al mando del capitán Bernardo de la Torre, protagonizaba el quinto intento fallido de encontrar la ruta de regreso a las costas americanas. En su periplo atracó en la isla de Leyte, avistó tres islas del grupo de las Marianas (todavía llamadas de los Ladrones) y alcanzó otras islas del grupo de las Volcano y las Bonín. Incapaz de hacer frente a los vientos desfavorables, Bernardo de la Torre decidió regresar al punto de partida, navegando por el laberinto del archipiélago filipino y alcanzando finalmente la isla de Leyte, justo cuando López de Villalobos acababa de abandonarla, tras haber arribado a la misma desde Sarangani, y de poner rumbo a las Molucas. El viaje marcó, sin embargo, algunos hitos, pues, al margen del descubrimiento de nuevas islas al este de las Filipinas, el San Juan de Letrán fue el primer barco en pasar el estrecho de San Bernardino, el primero en atravesar el estrecho de San Juanico entre las islas de Samar y Leyte y el primero en circunnavegar la isla de Mindanao.

Las negociaciones entre los reyes moluqueños de Gilolo y Tidore, los españoles asentados en Tidore y los portugueses de Ternate, se prosiguieron durante los años 1544 y 1545. En junio de este último año, Jordán de Freitas, el nuevo gobernador de las Molucas, propuso a Villalobos una alianza contra el rey de Gilolo que los españoles rechazaron unánimemente.

Sin embargo, al mismo tiempo, el comandante español aseguró al gobernador que, en cambio, tampoco prestaría ninguna ayuda a los moluqueños contra los portugueses, garantizando así a unos y a otros su estricta neutralidad y su voluntad de abandonar las Molucas en cuanto le fuese posible (septiembre de 1545).

En efecto, siempre falto de bastimentos, Villalobos se había decidido meses antes a ordenar un nuevo intento de tornaviaje, designando a tal fin a la misma nao, la San Juan de Letrán, poniéndola esta vez al mando de Íñigo Ortiz de Retes, que zarpó de Tidore (mayo de 1545), alcanzando el Ecuador, para no apartarse ya mucho de esta línea en su derrota hacia Nueva España. Así visitó las islas Talao (sin duda una de las Talaud, entre Halmahera y Mindanao), avistando después otras del grupo de las Schouten, hasta alcanzar una gran isla a la que dieron el nombre de Nueva Guinea, de la que tomó posesión para el rey de España (junio de 1545). Finalmente, la imposibilidad de proseguir el tornaviaje les indujo a regresar a Tidore, adonde arribaron el 3 de octubre de 1545, poniendo así fin al sexto intento infructuoso de encontrar la vuelta de Poniente.

En el ínterin, Villalobos había permanecido en Tidore, viendo impotente cómo quedaba inutilizada su flota y cómo se deterioraba su situación frente al acoso de las autoridades portuguesas, que desde el primer momento se habían manifestado recelosas de la presencia española en un área claramente situada en la parte lusitana reconocida por el tratado de Zaragoza.

La llegada del San Juan de Letrán, que descartaba toda posibilidad de obtener ayuda exterior, fue el momento escogido por Jordán de Freitas para enviar tres requerimientos a Villalobos, a los oficiales reales y a los soldados de la Armada, pidiendo su incorporación a la guarnición de Ternate, solicitud que fue rechazada por los destinatarios y a la que sucedieron nuevas negociaciones que no condujeron tampoco a ningún resultado.

Villalobos se atuvo siempre al escrupuloso cumplimiento de las instrucciones recibidas sobre el respeto a los derechos de los portugueses, frente a la opinión de una parte de los hombres a su mando, que llegaron a remitirle una carta urgiéndole a actuar en sentido contrario: “Estas tierras no están averiguadas ni sabidas que sean del Serenísimo Rey de Portugal, antes, por lo que hemos oído a Vuestra Merced, que entiende de cosmografía y a otros muchos, son y pertenecen a Su Majestad (Católica)”.

Finalmente, Villalobos renunció, también contra el parecer de algunos de los expedicionarios, a realizar un tercer intento de tornaviaje, y llegó a un acuerdo con el capitán mayor Hernando de Sousa para repatriar a todos los expedicionarios en naves portuguesas y regresar a la Península Ibérica por la ruta de la India.

El retorno (iniciado en Ternate en febrero de 1546) estuvo jalonado de calamidades, hasta su desenlace en Lisboa, adonde llegaron en 1548 un total de ciento cuarenta y cuatro supervivientes, entre los que no se contó el comandante. En efecto, Villalobos murió de fiebres palúdicas en la escala realizada en la isla moluqueña de Amboina, el Viernes de Ramos de 1546, con el consuelo de la asistencia espiritual del misionero jesuita Francisco Javier, siendo enterrado en el pueblo de Zozanibe.

Algunos estudiosos han hecho recaer una sentencia negativa sobre la expedición de Villalobos, reprochándole que, al margen de su desastrado final y del conflicto de jurisdicción con los portugueses, apenas si pudo apuntarse en su haber una tercera toma de posesión de Filipinas (tras las de Magallanes y Jofre de Loaysa) y el descubrimiento de algunas islas menores. Sin embargo, tal juicio es sin duda demasiado severo. Por un lado, la expedición fue afortunada con los nombres: Villalobos llamó Felipina a la isla de Leyte, y en plural, Felipinas, seguramente al grupo de islas Samar-Leyte (“unas islas por donde había andado, que llamamos Filipinas, del nombre de nuestro bien aventurado príncipe”), de donde un documento oficial, fechado en 24 de septiembre de 1559, extendió ya la denominación a la totalidad del archipiélago, mientras Ortiz de Retes daba su nombre actual a la isla de Nueva Guinea, por la piel oscura de sus pobladores melanesios. Y, por otro, los descubrimientos no fueron tan insignificantes, ya que se identificaron numerosas islas en los archipiélagos de Revillagigedo, Marshall, Carolinas, Filipinas, Volcano, Bonín y Schouten y en torno a Nueva Guinea.

Del mismo modo, se aportaron nuevos datos para el conocimiento del área, tanto en el Pacífico como en el interior del laberinto de las Filipinas. Finalmente, quedó la rotunda constatación de que las Filipinas estaban situadas en el área concedida a España por el Tratado de Tordesillas y, por tanto, podían ser puestas libremente bajo la soberanía de la Monarquía hispánica, como así ocurriría dos décadas después.

 

Bibl.: C. Pérez Bustamante, La Bula de Alejandro VI y el meridiano. Portugueses y españoles en Oceanía. La expedición de López de Villalobos, Santa Cruz de Tenerife, Imprenta de Sucesores de M. Curbelo, 1922; “La expedición de Ruy López de Villalobos”, en A. Teixeira da Mota (comp.), A Viagem de Fernâo de Magalhâes e a questâo das Molucas (Actas del II Coloquio Luso-español de Historia Ultramarina), Lisboa, 1975, págs. 611-626; C. Varela, El viaje de don Ruy López de Villalobos a las islas de Poniente, 1542-1548, Milán, ed. Cesalpina- Goliardica, 1983; A. Landín Carrasco, Islario español del Pacífico, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1984; H. Kelsey, “Ruy López de Villalobos and the Route to the Philippines”, en Terrae Incognitae, n.º 17 (1985), págs. 29-44; “Finding the way home: Spanish Exploration of the Round- Trip Route across the Pacific Ocean”, en The Western Historical Quaterly, t. XVII, n.º 2 (1986), págs. 145-164; C. Martínez Shaw (ed.), El Pacífico Español. De Magallanes a Malaspina, Madrid, Lunwerg Ediciones, 1988; A. Landín Carrasco, Descubrimientos españoles en el Mar del Sur, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1991; E. Anguita Galán y J. Moreno Gómez, “Ruy López de Villalobos o el fracaso asumido desde la lealtad”, en Malagueños en América. Del Orto al Ocaso, Málaga, Diputación Provincial, 1992, págs. 107-164; M. L. Díaz- Trechuelo, “El Tratado de Tordesillas y su proyección en el Pacífico”, en Revista Española del Pacífico, n.º 4 (1994), págs. 11-21; G. Parker, “Hacia el primer imperio en que no se ponía el sol: Felipe II y el tratado de Tordesillas”, M. Cuesta Domingo, “La fijación de la línea —de Tordesillas— en el Extremo Oriente”, y M. L. Díaz-Trechuelo, “Consecuencias y problemas derivados del Tratado en la Expansión Oriental”, en Congreso Internacional de Historia “El Tratado de Tordesillas y su época”, t. III, Madrid, Junta de Castilla y León, 1995, págs. 1417-1431, págs. 1483-1517 y págs. 1519-1539, respect.; García de Escalante Alvarado, Relación del Viaje que hizo desde Nueva España a las Islas del Poniente, después Filipinas, Ruy López de Villalobos, est. prelim. de C. Martínez Shaw, Santander, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cantabria, 1999.

 

Carlos Martínez Shaw