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Juan María Salvatierra

Biografía

Salvatierra, Juan María. Milán (Italia), 15.XI.1648 – Guadalajara, Jalisco (México), 18.VII.1717. Misionero jesuita (SI) y explorador.

Aunque nacido en territorios italianos de la Monarquía hispánica, su padre era un andaluz que pertenecía a una familia destacada de la villa de Andújar, mientras que su madre era miembro de una familia lombarda de los Visconti. Sus primeros estudios eclesiásticos se desarrollaron en el Seminario de Parma, continuando en su Milán natal los estudios de Filosofía por espacio de dos años. Contaba con el ejemplo de su hermano mayor Giovanni, que había entrado en la Compañía de Jesús desde hacía veinte años. Entraba en la Compañía en Chieri, en Turín, y no había concluido el noviciado cuando enseñaba y leía Gramática Latina en la ciudad de Génova, entre 1670 y 1674. Fue entonces cuando solicitó al prepósito general su envío a las Indias. Se había ordenado como sacerdote, aunque todavía le restaba concluir su formación teológica. Con todo, este italiano de origen español, zarpó desde la ciudad atlántica de Cádiz hacia América, en mayo de 1675, y no alcanzó el puerto de Veracruz hasta mediados de septiembre de ese mismo año. Los mencionados estudios teológicos los concluyó en una de las casas más prestigiadas de los jesuitas en las Indias: el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, de Ciudad de México.

Era necesario que este jesuita, destinado a futuros trabajos apostólicos entre grupos lingüísticos alejados, aprendiese algunas de las lenguas indígenas, como la náhualt, que era la más extendida de las de Nueva España, dentro de un universo plurilingüe como era éste. Sin embargo, su formación previa le facilitó el dominio de hasta once lenguas diferentes, pues desde el latín y el griego, conocía desde su etapa milanesa, el italiano y el castellano, paterno y materno, así como el francés. Todo ello facilitó después el aprendizaje de otras propias de los indígenas, de las tribus del norte de Nueva España.

Su siguiente destino, desde el verano de 1677, fue el Colegio de Puebla de los Ángeles, donde continuó con sus estudios de Teología. Al mismo tiempo, ya leía Retórica —culminación de las disciplinas del latín— entre los criollos y mestizos del Colegio del Espíritu Santo. No fue el único de sus trabajos, pues enseñaba Catecismo a los indios en la iglesia de San Miguel. Poco más de un año después, Salvatierra era remitido por sus superiores a la Ciudad de México, continuando con los estudios de Teología y los ministerios apostólicos entre los que habitaban las cárceles, pues fue éste uno de los trabajos más llamativos de los realizados por los jesuitas desde su fundación.

Uno de los riesgos de la atención a los faltos de salud era el contagio de las enfermedades que padecían. Así ocurrió con Salvatierra cuando, por espacio de dos años, la peste del tabardillo asoló a la población indígena y este jesuita padeció la dolencia, aunque se pudo recuperar con prontitud. Tras haber finalizado su formación, empezó a ejercer como operario, entre 1680 y 1693, en distintos espacios de la sierra Tarahumara. En esos tres últimos años, fue visitador de las misiones de Tarahumara y Pimería. Allí fue donde se encontró con el padre Eusebio Kino.

Desde esa situación, comenzó su labor de exploración de las regiones de Sonora, Sinaloa y Tarahumara. Los indígenas de estas regiones no aceptaron de buena gana la sumisión a la Corona española. Salvatierra tuvo que “enfrentarse” a tareas de pacificación, tras haberse producido en 1690 una insurrección que ocasionó diferentes víctimas entre los de la Compañía. Desde esa mencionada labor, Salvatierra se convirtió —a los ojos de los indígenas— en hermano de raza.

Cuando comenzaba el año 1693, Salvatierra era nombrado rector del Colegio de Guadalajara, donde desarrolló un intenso apostolado entre la juventud novohispana. Era además un recurso humano muy reconocido para la formación de futuros jesuitas. Por eso, tres años después del anterior encargo, fue nombrado maestro de novicios y rector del Colegio de Tepotzotlán. Con todo, su contribución a la formación de sacerdotes para que trabajasen en los territorios de Nueva España, no hicieron olvidar a Salvatierra su contribución más conocida: la de las misiones norteñas, como se conocía a las de Sinaloa, Tarahumara y Pimería, además de las propias de las tierras que se hallaban al otro lado del Mar de Cortés, California, a cuya definición geográfica como península contribuyó este jesuita. Salvatierra, junto con otros miembros de la Compañía —como Juan de Ugarte—, sabía que la Corona española consideraba que la empresa de California era improductiva. Ante la imposibilidad de obtener los medios económicos para llevar a cabo su exploración primero y evangelización después, estos jesuitas crearon, gracias a lo aportado por un grupo de bienhechores, el Fondo Piadoso de las Californias, con el fin de aportar seguridad e independencia a la labor pastoral que iban a llevar a cabo. Conseguido este respaldo, la Corona autorizó a la Compañía de Jesús a llevar a cabo la exploración de estos territorios que habían resultado, finalmente, una península. Eso sí, pusieron por condición que no se gastase ni tampoco se cobrase nada del real erario. Los jesuitas que trabajaban en California eran los que debían pagar a los soldados que se encontraban dedicados a esta misión, auxiliando militarmente a los misioneros, a cuya autoridad se hallaban subordinados. Fue el 19 de octubre de 1697 cuando el padre Salvatierra desembarcó en la bahía de La Paz. A partir de ahí, como ocurrió con otros tantos jesuitas que habrían de convertirse en observadores inquietos de una nueva realidad, Salvatierra puso por escrito la narración de los viajes, el relato del establecimiento de las misiones y la propia exploración del Noroeste: “passamos el mar, que separa la California del nuevo México, baxo los auspicios y protección de Nuestra Señora de Loreto, cuyo retrato llevamos”. Así empezaban a dar cuentas los jesuitas Juan María de Salvatierra y Francisco María Piccolo de esta misión. Fueron siete años de permanencia entre estos indios que se reían de ellos cada vez que se equivocaban en la expresión de la lengua indígena.

De tal forma, el proyecto misionero de California, en su preparación y ejecución, se convirtió en toda una aventura. Se manifestó como un misionero tenaz, dotado de una asombrosa energía y constancia, superando lo que conquistadores como Hernán Cortés no habían conseguido culminar. El objetivo había vuelto a ser retomado por el virrey de Nueva España, Tomás Antonio de la Cerda, conde de Paredes. Una primera expedición alcanzó el puerto californiano de La Paz en 1683, con el jesuita italiano Eusebio Francisco Kino como principal impulsor, acompañado de Pedro Matías Goñi. Salvatierra pretendía establecer una población fija en tierras de California, considerada como una “isla imaginaria de un libro de caballería”. Mientras que la evangelización consideraba esencial la fijación de la población, no así se asociaba al proceso de hispanización. En esos días de Salvatierra, se establecieron cuatro misiones: la de Concho o Nuestra Señora de Loreto; la de San Francisco Javier; la de Yovidineggé o Nuestra Señora de los Dolores y la de San Juan de Londo. Cada una de las misiones comprendía varios pueblos. La de Loreto, por ejemplo, tenía nueve.

Por esta forma de financiar la evangelización de estos territorios del Norte, gracias a la iniciativa privada, se entiende que el bachiller Juan Caballero, comisario de la Inquisición y de la Bula de Cruzada, fuese el fundador de las dos primeras misiones. Sin embargo, la misión de Nuestra Señora de los Dolores fue fundada por los congregantes del Colegio Máximo de México, compuesta por caballeros de la ciudad, casa en la que se había formado el padre Salvatierra. Se enfrentaron con importantes dificultades, como fue la recepción que la doctrina cristiana iba a tener entre los indios, así como la complicada subsistencia en una tierra donde había que aprovechar adecuadamente los recursos naturales con los que contaban.

Se consiguió, con el tiempo, que las cosechas de maíz fuesen abundantes. Se había transformado lo áspero en fértil y se cuidaba el ganado vacuno y equino adecuadamente.

Los jesuitas subrayaban una serie de recomendaciones para consolidar las misiones de California. Se deberían conceder algunas recompensas a los primeros soldados que viniesen a estas tierras, para con ellas valorar también su valentía y trabajo. Además de abogar por el establecimiento de familias nobles, resultaba imprescindible que existiese una unidad entre los misioneros y los gobernadores de California. Así, por ejemplo, los misioneros no deberían encargarse de funciones como el cuidado de las tropas, tal y como lo habían realizado hasta entonces. Para estas tareas, el Monarca habría de nombrar un intendente o comisario general, “para que todos, sin distraerse á otras cosas, se aplicasen á su deber y para que no se arruinase en un solo día, como muchas veces ha sucedido, la ambición y el interés una obra, que con tanto tiempo, trabajos y peligros se ha establecido”. Proponían estos misioneros jesuitas que se realizasen dos embarcos anuales. El más importante de ellos debía ser para la Nueva España, pues con aquel virreinato era necesario mantener un comercio útil. Las provincias de Sinaloa y Sonora iban a ser tierras desde las cuales traer nuevos misioneros, así como víveres que fuesen menester para la subsistencia de California. Entre uno y otro embarque, los bajeles utilizados podían ser usados para realizar nuevos descubrimientos hacia el norte. Había que consolidar, además, la mencionada subsistencia y seguridad de los españoles que se habían establecido en California. Para ello, era importante regularizar una pensión de la Corona, que anualmente había establecido Felipe V en 6000 pesos, “por razón de los progresos que hacía la Religión en esta nueva Colonia”. Con el nuevo Rey se había conseguido una atención que la Monarquía del último de los Austrias no había prestado hasta entonces.

Desde 1701, y acompañado de Eusebio Kino, Salvatierra recorrió las costas de Sonora, convertida en un auténtico desierto, con el fin de dictaminar si California era una isla o una península. Hasta entonces era una intuición que se llegó a confirmar en favor del segundo concepto. Los trabajos del padre Salvatierra entre los que consideró sus “hijos californianos” se prolongó por espacio de siete años, hasta que en octubre de 1704 fue nombrado provincial, labor de gobierno que ejerció hasta dos años después. Con todo, fue un tiempo en el que viajó por las misiones norteñas. A partir de 1707, se vio liberado para continuar sus labores apostólicas en California, ya el resto de su vida. Prosiguió, también, con su afición a explorar tierras desconocidas. Aquellas tierras californianas eran muy pobres y sus habitantes resultaban muy indómitos a la hora de aceptar una autoridad. Por otra parte, se enfrentaron a la ambición de los blancos, en busca de perlas del mar de California.

Salvatierra fue muy abierto a la realidad existencial, cotidiana y cultural que se encontró y descubrió. De esta manera, permitió la continuación de costumbres, incorporó bailes y ritos indígenas dentro de la liturgia, en lo que podían ser rasgos de inculturación, así como la lengua nativa de estas tierras. No creía oportuna la imposición de la lengua castellana, dentro de una tradición práctica de valoración de las lenguas autóctonas e indígenas. En ese sentido, contradecía lo que establecían las autoridades civiles y eclesiásticas desde el virreinato mexicano. Con todo, Salvatierra no fue un rebelde a lo ordenado pues supo conseguir un equilibrio entre lo establecido y la deseada independencia para las misiones.

El virrey requirió de su consulta en 1717 e inició camino hacia la capital virreinal. Salió de California, siendo considerado por los indios como un padre. Pero su existencia se agotó en el camino, y murió en Guadalajara, un final acompañado por una dimensión popular. Su cuerpo fue enterrado en la capilla que el propio jesuita había edificado en honor a la que era invocada como patrona de las Californias, Nuestra Señora de Loreto.

El otro gran protagonista de la labor apostólica de este escenario, el padre Eusebio Francisco Kino, había muerto ya en 1711, integrándose su recuerdo en la memoria histórica de los Estados Unidos. Su estatua, la del padre Kino, fue situada incluso en el Capitolio de Washington. Con todo, en el período de 1700 a 1725, Sonora y Pimería quedaron prácticamente abandonadas por falta de misioneros. Consolidar California tuvo importantes costos militares, aunque también fueron notables los abusos de los soldados. Hasta la expulsión decretada en 1767, la población de diecinueve misiones que se fundaron alcanzó un total de doce mil indios; fueron enviados cincuenta y dos misioneros y murieron en aquellos trabajos dieciséis jesuitas. El mencionado Kino, en su avance hacia el Norte, llegó hasta el actual estado de Arizona con la misión de San Javier del Bac.

 

Obras de ~: [Diario de la entrada de 1701] en E. J. Burrus, Kino and Manje, págs. 587-618; Tres cartas Indipetae, 1670- 1672, en P. Tacchi Ventura, “Per la biografia del P. Gianmaria Salvaterra: Tre nouve lettere”, en Archivum Romanum Societatis Iesu, 5 (1936), págs. 76-83; Selected Letters about Lower California, trad. E. J. Burrus, Los Angeles, 1971, págs. 81-137.

 

Bibl.: “Memorial sobre el estado de las Missiones nuevamente establecidas en la California por los Padres de la Compañía...”, en Cartas edificantes y curiosas de las missiones estrangeras y de Levante por algunos misioneros de la Compañía de Jesús, traducidas por [...] Diego Davin, de la misma Compañía, vol. III, Madrid, Imprenta Viuda de Manuel Fernández y del Supremo Consejo de la Inquisición, 1753-1767, págs. 119- 121; M. Venegas, El apóstol mariano representado en la vida del V.P. Salvatierra, México, 1754; M. Sallo, “The First Church built in California: Sketch of the Life and Labors of Father Salvatierra, the Apostle of California”, en Woodstock Letters, 10 (1881), págs. 28-42; M. E. Wilbur (trad.), Juan María Salvatierra, Missionary in the Province of New Spain and Apostolic Conqueror of the Californias, Cleveland, 1929; C. Bayle, Misión de la Baja California, Madrid, Editorial Católica, 1946; P. E. Dunne, “Salvatierra’s Legacy to Lower California”, en The Americas, 7 (1950), págs. 31-50; E. J. Burrus, “Juan María Salvatierra, Founder of the Californias”, en Neue Zeitschrift für Missionswissenschaft, 26 (1970), págs. 201-215 y 266-278; M.ª C. Velázquez, El Fondo Piadoso de las misiones de California, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1985; A. M.ª González, “La California entre el mito y realidad a través del jesuita Giovanni Salvatierra”, en L’America tra reale e meraviglioso, Roma, Bulzoni, 1990, págs. 53-77; E. J. Burrus y J. Gómez F., “Salvatierra, Juan María”, en Ch. E. O’Neill y J. M.ª Domínguez, Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús, vol. IV, Roma-Madrid, Institutum Historicum Societatis Iesu, Universidad Pontificia de Comillas, 2001, págs. 3479-3480; J. Burrieza Sánchez, Jesuitas en Indias, entre la utopía y el conflicto, Valladolid, Universidad, 2007, págs. 298-306.

 

Javier Burrieza Sánchez

 

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