Ayuda

Teodoro de Croix

Biografía

Croix, Teodoro de. Caballero de Croix. Château de la Prévôté, Lille (Francia), 30.VI.1730 — Madrid, 8.IV.1791. Trigésimo cuarto virrey del Perú.

Tercer hijo de Alejandro Francisco Maximiliano de Croix, marqués de Heuchin, y de Isabel Clara Eugenia de Heuchin Longastre, ambos nacidos en la Francia flamenca. Se inició en la carrera militar el 26 de abril de 1747, en el Ejército español de Italia, en calidad de alférez de Granaderos de las Reales Guardias.

Tres años después, el 29 de septiembre de 1750, fue destacado al Regimiento de Guardias Valonas y, como integrante de ese cuerpo castrense, fue ascendido el 30 de abril de 1756 a teniente segundo. Luego de estos sucesos, pasó a Flandes para incorporarse a la Orden teutónica, que lo aceptó en calidad de caballero profeso. Posteriormente, en el mismo instituto fue encomendero de Ramensdorff.

En 1757 retornó a las armas, pues estuvo sirviendo como oficial en Hannover. Concluida su misión en Alemania, fue trasladado a Madrid, donde se le ascendió a coronel de Guardias Valonas el 18 de febrero de 1760, rango con el que apoyó al conde de Aranda en la campaña del Portugal. Cuando se designó a su tío, Carlos Francisco de Croix, marqués de Croix, virrey de la Nueva España en 1765, fue nombrado capitán de su guardia el 28 de febrero del año siguiente. Partió en compañía de su pariente el 29 de abril de 1766 en el navío El Dragón, y aportó a Veracruz el 18 de julio de ese año.

Ya en México, el nuevo virrey juzgó oportuno, sin que perdiese el puesto en su guardia, destacarlo a Acapulco para controlar el contrabando que pudiera efectuarse en ese puerto del Pacífico con ocasión de la llegada del galeón de Manila. El 1 de abril de 1770, gracias a su eficaz labor en esa tarea, fue ascendido a brigadier. En mayo del año siguiente se le confió la inspección de la Caballería e Infantería de las huestes del virreinato mexicano.

Después de que Carlos Francisco de Croix culminó su gobierno y entregara el mando a su sucesor, frey Antonio María de Bucareli y Ursúa, bailío de la Orden de San Juan, el 22 de septiembre de 1771, Teodoro de Croix regresó en compañía de su colateral y del visitador general José Bernardo de Gálvez y Gallardo a la Península Ibérica, donde permaneció por un período de tres años.

En 1775 volvió a la Nueva España como capitán general de las provincias de Sonora y Sinaloa. El 1 de enero de 1777 recibió el nombramiento de comandante general de las Provincias Internas del Norte, que tenían por capital la localidad de Arizpe. Esta jurisdicción, creada en 1776 para combatir los desmanes de apaches, comanches y miembros de otras etnias, y las posibles incursiones de rusos e ingleses por las costas del Pacífico norteamericano, incluía, además de Sonora y Sinaloa, la Nueva Vizcaya, Nuevo México, Nuevo León, Texas, Coahuila y la Alta y la Baja California.

En el ejercicio de este cargo, Croix conformó la más extensa y, a la vez, fuerte línea de frontera desde Sonora hasta Texas, llegando a contar en 1781 con 4.686 hombres en armas. Igualmente, propuso a la Corona la instauración de la diócesis de Sonora, Sinaloa y las Californias, cuya mitra recayó, en 1782, en el franciscano Antonio de los Reyes Almada.

No obstante su buen desempeño en México, se vio obligado a afrontar algunas acusaciones ante el Tribunal del Santo Oficio, como consecuencia de su afición a la lectura de textos cuya autoría pertenecía a ilustrados franceses.

Sus esfuerzos en el septentrión de las posesiones españolas de América se vieron coronados el 13 de febrero de 1783, al ser promovido a teniente general e investido como virrey del Perú dos días después.

El 19 de junio de ese mismo año se suscribieron en el palacio de Aranjuez las instrucciones que le serían extendidas para su gobierno, en las que se le indicaba colaborar con Jorge de Escobedo y Alarcón, visitador general del virreinato y superintendente del Real Ejército y de la Real Hacienda.

Habiendo recibido la documentación del nombramiento y la de sus principales tareas, partió de Acapulco rumbo a las costas peruanas, en compañía de algunos franceses y flamencos, entre los que figuraba su gentilhombre Juan de Mirailles, quien posteriormente destacó como minero en Cajatambo. Arribó al puerto del Callao el 4 de abril de 1784. Dos días después recibió el mando de manos del saliente virrey Agustín de Jáuregui y Aldecoa, quien murió de un ataque cerebral al poco tiempo, el día 27 del mismo mes. Fueron sus asesores de gobierno José de Rezábal y Ugarte, antiguo oidor de Chile y alcalde del crimen de la Real Audiencia de Lima, José de la Portilla y Gálvez, quien había asesorado al virrey Jáuregui, y José de Pareja y Cortés, nuevo aún en esas funciones. En la secretaría del virreinato trabajaron con él Juan María de Gálvez y Montes de Oca, Esteban Varea y el ya mencionado Portilla.

Como virrey, su tarea más importante fue la implantación del sistema de intendencias, el 7 de julio de 1784. Esta institución, impuesta para reemplazar al corregimiento, dio origen a los primeros departamentos del Perú republicano. Recayó la administración de la intendencia de Lima en Jorge de Escobedo y Alarcón; la de Arequipa, en José Menéndez Escalada y Antonio Álvarez y Jiménez; la del Cuzco, en Benito de la Mata Linares y José de la Portilla y Gálvez; la de Trujillo, en Fernando de Saavedra, y más tarde en Vicente Gil de Taboada, sobrino del virrey del mismo apellido; la de Huamanga, en Nicolás Manrique de Lara; la de Huancavelica, en Fernando Márquez de la Plata; la de Tarma, en Juan María de Gálvez, y la de Puno, en Tomás de Samper, la misma que desde su creación formó parte del virreinato del Río de la Plata, y que retornó al Perú durante el gobierno de Ambrosio O’Higgins, marqués de Osorno.

Seis días después de la promulgación de la norma que establecía las intendencias, procedió a la jura de cada intendente en su cargo, cuyo salario oscilaba entre los 5.000 y los 8.000 pesos anuales.

Casi dos años después de la llegada de Croix a Lima, por Real Orden del 8 de diciembre de 1785 facultó Carlos III la creación del Real Tribunal de Minería de Lima. Le cupo tal misión a Jorge de Escobedo, por competerle entonces el ramo económico. Este cuerpo, ubicado en la capital del virreinato, funcionó con las siguientes diputaciones territoriales: Huarochirí, Pasco, Lucanas, Castrovirreina, Curahuasi, Hualgayoc, Cailloma y Huantajaya; cada una estaba a cargo de dos diputados y cuatro sustitutos, elegidos por los mineros de sus respectivas matrículas. La dirección recayó en el metalurgista francés José Coquette y Fajardo, quien posteriormente fue sucedido por Santiago Pérez de Urquizu.

En lo concerniente a navegaciones, Croix dispuso el 13 de marzo de 1786 el reconocimiento del archipiélago y los puertos de Chiloé, lo que encargó a José de Moraleda y Montero, primer piloto de la Armada de la Mar del Sur. La expedición se extendió hasta el 3 de junio de 1790, fecha en la que retornó al Callao y entregó al sucesor de Croix, Francisco Gil de Taboada y Lemus, los derroteros y mapas trazados durante la travesía. También en el aspecto marítimo, en 1788, se vio por vez primera en las costas del Perú naves mercantes estadounidenses, procedentes del puerto de Boston. En abril del año siguiente se detectó a un navío inglés en las cercanías del puerto de Ilo, lo que alarmó a la población del sur peruano, aunque se trataba tan sólo de una embarcación ballenera.

En vista de estas novedades, ordenó al alférez de fragata Antonio Casulo que inspeccionara las islas de San Félix y La Mocha, así como todas las caletas que pudiesen servir de abrigo a posibles invasores. La campaña de Casulo, emprendida a bordo del navío San Pablo con un oficial y veinte soldados del Regimiento de Lima, partió del Callao el 6 de junio de 1789 y cumplió cabalmente su misión.

Durante el mandato de Croix, el 26 de febrero de 1787, la Corona dispuso que se crease la Real Audiencia del Cuzco, y el 3 de mayo de ese mismo año indicó su jurisdicción. Este tribunal, erigido como consecuencia de la rebelión de José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru, reunió a José de la Portilla y Gálvez, quien oficiaría de regente, y a los oidores José de Rezábal y Ugarte, Miguel Sánchez Moscoso y Pedro Cernadas y Bermúdez de Castro, y como fiscal a Antonio Suárez Rodríguez de Yebra y Malagón. A estos magistrados se añadieron más tarde un agente fiscal, un relator y un escribano de cámara.

En lo relativo a la Real Hacienda, durante su período de gobierno fue rematada la fielatura de la Casa de Moneda de Lima, que fue adjudicada al capitán Miguel de Oyague y Sarmiento de Sotomayor, el 23 de septiembre de 1789. También en este ramo dejó, antes de culminar su mandato, más de 6.000.000 de pesos en las arcas fiscales del virreinato.

Mientras Croix ejercía su cargo, el 14 de diciembre de 1788, murió el rey Carlos III. La noticia llegó a la capital peruana en los primeros días del año siguiente.

Por tal motivo, el virrey ordenó la erección de un túmulo en la catedral y dispuso que se celebraran las exequias del Monarca, que motivaron la composición de una multitud de panegíricos, como el del oratoriano Vicente Amil y Feijóo, el camilo José Miguel Durán y los que redactaron los agustinos José Sanz y Bernardo de Rueda.

Al año siguiente, el 10 de octubre de 1789, procedió a celebrar en Lima las festividades por el ascenso al poder de Carlos IV, las que fueron descritas por las plumas del capitán Antonio de Enderica y Apellániz, comisario de gremios de la capital, y la del doctor Juan Francisco de Arrese y Layseca, catedrático de Artes en la Universidad de San Marcos. También, para esa ocasión, dio orden a la Casa de Moneda de Lima de acuñar medallas conmemorativas con la efigie y el nombre del soberano de España.

Fue durante su gobierno cuando la ciudad de Lima se dividió en cuarteles y barrios, contando cada uno de éstos con su alcalde. Mandó colocar un azulejo en cada esquina con el nombre de la calle y obligó a sus habitantes a adosar otro con el número correspondiente a sus casas. También, con respecto a la capital, continuó con la política de persecución de delincuentes, que procedía de la época del virrey Manuel de Amat y Junient. Para mantener el orden público designó como teniente de policía a José María Egaña.

Entre sus contribuciones al desarrollo científico del virreinato cabe destacar la creación del Anfiteatro Anatómico, cuya organización determinó que recayera en el cosmógrafo aragonés Cosme Bueno, pero éste rechazó el encargo por estar enfermo. Debido a ello, el Anfiteatro se inauguró en tiempos de su sucesor y bajo la dirección del médico Hipólito Unanue.

Otro de sus aportes a las ciencias en el Perú fue el establecimiento en 1787 del Jardín Botánico, en un terreno contiguo al Real Hospital de San Andrés, y cuyo cuidado encomendó al padre Francisco González Laguna, de la congregación de San Camilo de Lelis.

También durante su gobierno promovió la fabricación de pólvora, que había escaseado durante la sublevación de Túpac Amaru. Por ello se dispuso que quedara almacenado un mínimo de 11.000 quintales para satisfacer las demandas del Ejército, la Armada y la minería, y que el Perú se convirtiera en un centro de distribución de pólvora para los virreinatos del Río de la Plata y de la Nueva Granada.

En cuanto al aspecto eclesiástico, coincidieron durante su mandato los logros de dos prelados: el obispo de Trujillo, Baltasar Jaime Martínez de Compañón y Bujanda, y el de Arequipa, Pedro Chávez de la Rosa.

El primero, conocido por la visita de su diócesis entre 1782 y 1785, dejó una prolija descripción gráfica de sus observaciones en nueve tomos de láminas, en cuyas páginas se incluía un detallado mapa de su obispado, y que elevó al Monarca español en 1786. El segundo, consagrado en Lima en enero de 1788 por el arzobispo Juan Domingo González de la Reguera, emprendió del mismo modo una larga visita por su jurisdicción, que incluía el agreste valle del Colca; inmediatamente después, reformó los estudios del seminario de San Jerónimo, para los aspirantes al clero secular, y fundó la Casa de Expósitos.

El gobierno de Croix no estuvo exento de catástrofes.

En 1783 se produjo la inundación de los campos del oriente de Santiago de Chile, como consecuencia del desbordamiento del río Mapocho. Al año siguiente, el 13 de mayo de 1784, un terremoto producido en Arequipa dejó 54 muertos y 504 heridos, además de 1.585 casas inhabitables y grandes daños en las torres de templos.

Otro desastre, éste en el ámbito minero, fue el derrumbamiento de la mina azoguera de Santa Bárbara de Huancavelica, el 25 de septiembre de 1786. La causa del colapso se debió a que se había extraído mercurio de los estribos, costados, cielos, arcos y puentes de la mina, lo que debilitó sus estructuras hasta que se provocó el desplome. Como consecuencia de la irresponsabilidad de sus directores, Vicente de Goyenaga y Juan Francisco Marroquín, decidió separarlos de su cargo e iniciarles un proceso. El primero fue condenado a prisión y el segundo fue sentenciado al garrote, aunque luego se le conmutó esta pena por la de encarcelamiento.

fatigado por los años de trabajo acumulado, tanto en la Nueva España como en el Perú, pidió a Carlos IV su relevo. Su solicitud fue atendida por el Monarca, pues éste procedió a designar para sucederle a frey Francisco Gil de Taboaba y Lemus, bailío de la Orden de San Juan, quien arribó a la Ciudad de los Reyes el 25 de marzo de 1790. Inmediatamente después de transmitirle el mando a Gil de Taboada, Croix se retiró a la casa de San Pedro, entonces administrada por los oratorianos de San Felipe Neri. El 17 de abril de ese año se embarcó en el navío Princesa, rumbo a la Península Ibérica.

Pasó sus últimos días en la Corte de Madrid. Se sabe que el Soberano, en atención a su correcto desempeño, lo premió con la dignidad de Caballero de Carlos III. Sin haber contraído matrimonio y sin haber dejado descendencia, murió el 8 de abril de 1791, víctima de una afección respiratoria.

 

Bibl.: D. de Vivero y J. A. de Lavalle, Galería de retratos de los gobernadores y virreyes del Perú (1532-1824), Barcelona, Maucci, 1909; L. E. Fisher, “Teodoro de Croix”, en Hispanic American Historical Review, 9 (1929), págs. 488-504; M. de Mendiburu, Diccionario histórico-biográfico del Perú, adición y notas de Evaristo San Cristóval, t. VII, Lima, Enrique Palacios, 1933 (2.ª ed.), págs. 239-288; A. B. Thomas, Teodoro de Croix and the Northern Frontier of New Spain, 1776-1783: From the Original Documents in the Archive of the Indies, Seville, Norman, University of Oklahoma, 1941; C. Deustua Pimentel, Las intendencias en el Perú (1790-1796), Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1965; R. Vargas Ugarte, SJ, Historia general del Perú. Postrimerías del poder español (1776-1815), t. V, Lima, Carlos Milla Batres, 1966, págs. 71-97; G. Lohmann Villena, Historia marítima del Perú. Siglos xvii y xviii, t. IV, Lima, Ausonia, 1975, págs. 201-203; A. Jansen, Charles et Theodore de Croix. Deux gardes wallons, vice-rois de l’Amérique espagnole au 18es., Paris, Duculot, 1977; J. R. Fisher, Gobierno y sociedad en el Perú colonial: El régimen de las intendencias, 1784-1814, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1981; M. Molina Martínez, El Real Tribunal de Minería de Lima (1785- 1821), Sevilla, Diputación Provincial, 1986; J. A. del Busto Duthurburu, “Los virreyes: vida y obra”, en Historia general del Perú. El virreinato, t. V, Lima, Brasa, 1994, págs. 220-222; E. Dargent Chamot, Presencia flamenca en la Sudamérica colonial, Lima, Universidad San Martín de Porres, 2000.

 

Rafael Sánchez-Concha Barrios