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Modesto Manuel Cortazar Leal de Ibarra

Biografía

Cortázar Leal de Ibarra, Modesto Manuel. Briviesca (Burgos), 15.VI.1783 – Madrid, 25.I.1862. Magistrado y estadista.

Aunque el linaje del apellido Cortázar es originario del País Vasco, Modesto Manuel Cortázar pertenece a una de las ramas del tronco principal que se extendió por Castilla. Con todo, su padre, el licenciado Juan Manuel Cortázar Mijangos, mantuvo vínculos con aquella tierra, ya que contrajo matrimonio con la alavesa del valle de Ayala, Vicenta Antonia Leal de Ibarra. Por su parte, el hijo de ambos, Modesto, lo hizo con la vallisoletana Nemesia de Buedo.

Ahí, en el lugar de donde era natural su mujer, en la Facultad de Derecho de su universidad, fue donde, siguiendo los pasos paternos, Modesto Cortázar estudió Leyes, recibiendo el grado de bachiller en diciembre de 1803. Alcanzado el grado de bachiller en Cánones en abril de 1805 y tras impartir durante los cursos académicos siguientes, en calidad de profesor sustituto, las asignaturas de Instituciones Civiles y Partidas y Recopilación, en julio de 1808 obtuvo el título de abogado.

El primer ejercicio de esta profesión durante la Guerra de la Independencia no pudo complicarle más su existencia. Así, con más o menos convicción, apoyó el reformismo ilustrado que por la fuerza quería recuperar para España la Francia napoleónica, ocupando durante su dominio militar el cargo de oidor de la Audiencia de Zaragoza. El fracaso de este proyecto con la derrota de las tropas galas, obligó a Modesto Cortázar, en calidad de afrancesado, a tener que exiliarse en el país vecino del norte. Aquí, desde Bayona, ante el incumplimiento, por parte de la Monarquía absoluta restaurada por Fernando VII, de lo acordado sobre los colaboracionistas en el tratado de Valençay, intentó buscar una salida individual. A ella corresponden las distintas representaciones elevadas a este Monarca durante el verano de 1814, en las que, manifestando la total fidelidad a la nueva situación, planteaba la permuta de información sobre un depósito de dinero y alhajas perteneciente a uno de los empleados principales de José Bonaparte por su retorno a España en libertad.

Como este negocio no fructificó, a Modesto Cortázar no le quedó más remedio que sumarse al grueso de los compañeros de exilio, trasladándose a Burdeos, uno de los núcleos principales de reunión. Esta convivencia con expatriados de distintas convicciones políticas, afectó a su ideario, haciéndole bascular por el liberalismo modulado en las Cortes de Cádiz y en la Constitución de 1812. Así, cuando en 1817 pudo acogerse a la tímida amnistía decretada para algunos afrancesados, y regresar a España, instalándose en Burgos, durante el ejercicio libre de la abogacía en esta ciudad, parece que mantuvo estrechos contactos con los que abogaban por un cambio en el sentido liberal mencionado.

De ahí que, una vez inaugurado el trienio constitucional con el restablecimiento de ese Código político, el 1 de julio de 1820 se le nombrara juez interino y provisional de primera instancia de la ciudad de Burgos. Cumplido este cometido a satisfacción de los nuevos dirigentes constitucionales, no sólo a mediados de julio de 1821 le otorgaron en propiedad esa plaza del ya nuevo partido judicial encabezado por esa capital provincial, sino que asimismo fueron ellos los que neutralizaron las voces que recordaban su pasado afrancesado. Y es que éste había quedado en el olvido, no pudiéndose dudar de su firme adhesión al régimen liberal. Así, cuando se produjo la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis, Modesto Cortázar acompañó a las autoridades liberales en su huida a Sevilla y Cádiz, ocupando además una plaza de magistrado en el tribunal especial establecido en esta última ciudad a mediados de julio de 1823.

Lógicamente, sufrió su misma suerte, el exilio, que en esta segunda ocasión, como a la mayoría de los refugiados en Gibraltar, le llevó a Gran Bretaña. Aquí, en Londres, verdadero centro político e intelectual de emigración liberal española, Modesto Cortázar, durante los diez largos años de estancia, labró importantes relaciones de amistad, destacando la que entabló con Juan Álvarez Mendizábal. Pero todo señala que, al igual que ocurrió en gran parte de sus correligionarios, templó bastante más que éste su ideario liberal.

Su expresión fueron las recomendaciones que sobre su persona realizó a principios de 1831 el entonces embajador de España en Gran Bretaña, Francisco Cea Bermúdez, al ministro de Estado, Manuel González Salmón.

Con todo, hasta la muerte de Fernando VII y la apertura a la Monarquía constitucional llevada a cabo por el Estatuto Real, Modesto Cortázar no retornó a España. Fue entonces, en el verano de 1834, cuando se pusieron en funcionamiento las relaciones sembradas.

Así los indican los nombramientos, primero, a mediados de agosto de alcalde del Crimen de la Real Audiencia de Barcelona, que no llegó a tomar posesión, e inmediatamente después, a finales de septiembre el de alcalde mayor teniente corregidor de Madrid. Conferidos al siguiente mes los honores de magistrado de la Audiencia de la capital (judicatura de primera instancia), Modesto Cortázar se mantuvo en el cargo durante los mandatos de los gobiernos moderados de Francisco Martínez de la Rosa y del conde de Toreno, siendo de destacar la labor realizada durante el verano de 1835 en la instrucción del voluminoso proceso contra el alcalde y dependientes de la cárcel de Madrid por sus connivencias con los carlistas.

Este tiempo estival lo fue de movilizaciones populares, que acabaron provocando un cambio político a favor del liberalismo avanzado liderado por Juan Álvarez Mendizábal. Esta ya disonancia política con Modesto Cortázar no implicó su exoneración, pero sí su traslado fuera de la capital. Desde primeros de noviembre Pamplona le esperaba como nuevo regente del Consejo Real de Navarra. A finales de año tomó posesión del cargo y en él se mantuvo durante una primera etapa hasta el verano de 1836. Fue entonces cuando el grupo moderado, que en la primavera con el auxilio de la Reina Gobernadora había regresado al poder con Francisco Javier Istúriz como principal exponente, le volvió a traer a la capital en calidad de regente de su Audiencia. Doce días de agosto fueron los que desempeñó esta magistratura, la recta final de unas nuevas y más amplias movilizaciones populares, cuyo triunfo significó el restablecimiento de la Constitución de 1812. Como ello implicaba la recuperación de las riendas del poder por el liberalismo progresista, Modesto Cortázar retornó a Navarra, a la regencia de su Consejo Real, en la que en esta segunda etapa estuvo hasta abril de 1837.

Desde esta fecha hasta septiembre de 1840 fue regente de la Audiencia de Valladolid. Por lo tanto, algo más de tres años, lo que convierte a este cargo en el de mayor duración de su carrera judicial. Pero no sólo eso. Además, este tiempo, el del primer período de vigencia de la Constitución de 1837, fue cuando Modesto Cortázar, vinculado más estrechamente al partido moderado, inició y desarrolló una meteórica carrera política.

Ésta comenzó en las elecciones legislativas de agosto de 1839, en las que esta fuerza política, entonces en poder bajo la presidencia de Evaristo Pérez de Castro, le colocó en la lista de candidatos por Zamora, donde, además de contar con amistades de infancia, de estudios y de exilio, era una provincia integrada en la Audiencia en la que él ocupaba la máxima autoridad judicial. Así, aunque el partido moderado no lograra la mayoría, si bien ese gobierno se perpetuó en el poder sostenido por la prerrogativa regia, Modesto Cortázar sí consiguió el respaldo de los electores.

Con el acta de diputado se sentó por primera vez en el Congreso, en una corta legislatura que estuvo dominada por el debate sobre los Fueros vascos.

Pues bien, en esta discusión Modesto Cortázar tuvo una notoria participación, en la que el gobierno y, particularmente, los fueristas vascos encontraron en él a uno de los mayores avales en su propuesta de confirmación foral sin restricción alguna. Así, quizá porque por sus venas —como señalara— circulaba sangre vascongada, lo cierto es que a él se debió la conversión del Convenio de Vergara en un “contrato innominado”, con lo que la guerra carlista, sin tener un origen foral, al final se convertía en una contienda por los Fueros, siendo el mantenimiento de éstos el precio pagado por la paz.

Esta destacada intervención le afirmó en su puesto de diputado. Así en los comicios de enero de 1840, indicados, en primera instancia, a homologar ideológicamente a las Cortes con el ya mencionado gobierno moderado, Modesto Cortázar volvió a ser candidato por Zamora. Esta vez él y el resto de sus compañeros de partido, tras unas elecciones llenas de irregularidades, a las que no fue ajena la provincia de Modesto Cortázar, coparon los asientos del Congreso. Y, con este soporte, lo que pretendían, en segunda instancia, era modificar el sistema político mediante una serie de proyectos legislativos, tan restrictivos que acababan anulando al partido progresista como fuerza política.

Entre ellos se encontraba el referido al régimen municipal que, convirtiendo a los ayuntamientos en simples órganos consultivos, recuperaba para el ejecutivo el nombramiento de los alcaldes. Sobre este punto intervino Modesto Cortázar en el debate, intentando rebatir la argumentación de inconstitucionalidad que centraba la oposición de los progresistas.

Como es sabido, esta normativa se convirtió en el caballo de batalla del enfrentamiento en toda regla entre los progresistas y moderados, y de las autoridades que, respectivamente, les respaldaban, el general Espartero y la Reina Gobernadora. El fracaso de sus negociaciones y la decisión de la regente de sancionar el 14 de julio la controvertida ley de ayuntamientos, generó, en un ambiente de creciente efervescencia popular, una situación de impasse político, traducida en una sucesión de gabinetes. El último de estos ejecutivos de signo moderado fue el que desde el 29 de agosto presidió interinamente Modesto Cortázar, a la par que se responsabilizaba en propiedad del Ministerio de Gracia y Justicia, pero cuyos hombres fuertes eran los titulares de Guerra y Gobernación, respectivamente, el general Francisco Javier Azpíroz Jalón y Fermín Arteta Sesma. Poco es lo que pudo hacer un gabinete que recordaba tanto ideológicamente al de Evaristo Pérez de Castro, sino servir de combustible para encender un proceso revolucionario que, auspiciado por los progresistas, el 11 de septiembre lo derribaría y arrastraría con todas las posiciones ostentadas por los moderados, como ocurrió cuatro días después con el cargo de regente de la Audiencia de Valladolid, que Modesto Cortázar aún ostentaba formalmente.

De esta manera comenzaba el segundo período de vigencia de la Constitución de 1837, el trienio dominado por los progresistas bajo la regencia de Espartero, que para el magistrado burgalés fue un tiempo de silencio. Por el contrario, la primera década del reinado de Isabel II que le sucedió, monopolizada por los moderados, fue la época de su madurez política y judicial.

Así es, participó como diputado por Zamora en las Cortes que procedieron a la reforma conservadora del sistema político mediante la Constitución de 1845 y consecuentes desarrollos legislativos, en las que, además, ocupó interinamente la presidencia. En abril de 1846 fue nombrado miembro en la clase de ordinario del Consejo Real, y octubre, con ocasión del enlace real, recibió la Gran Cruz de la Orden americana de Isabel la Católica. De nuevo en la legislatura, que se abrió tras los comicios de diciembre del mismo año en curso, volvió a afirmar su lugar en el Congreso, de una parte, al ser elegido diputado por los distritos de Puebla de Sanabria (Zamora) y Briviesca (Burgos), optando por el primero, y, de otra, al repetir en la presidencia, también con el carácter de interino. En definitiva, Modesto Cortázar consolidó su posición política, asentándose en ello su nombramiento el 12 de septiembre de 1847 como ministro de Estado. Eso sí, todo hay que decirlo, una vez que el duque de Frías propuesto en primer lugar no aceptó el encargo.

Este retorno a la alta esfera gubernativa, que le obligó a cesar en el puesto de consejero real, lo hacía dentro de un ejecutivo con unas características si no iguales sí muy similares a las del anterior en el que había participado. En efecto, el gabinete en que se integraba, el presidido por el magistrado de talante moderado puritano, Florencio García Goyena, pero que se encontraba bajo la dirección política del titular de Hacienda, José Salamanca Mayol, fue el último del período de mayor inestabilidad ministerial de la década moderada, el que medió de febrero de 1846 a octubre de 1847, entre los dos largos ejecutivos presididos por el general Ramón María Narváez.

Pues bien, este carácter de gobierno puente se anunció ya con su heterogénea composición (moderados sensu stricto, moderados puritanos y progresistas). Se afirmó con su dispar gestión que, enmarcada en una atmósfera de crisis económica e intranquilidad social, no sólo no logró atraer a los progresistas, que era el objetivo buscado, sino que concitó la hostilidad de los moderados. Y se acortó a sólo veintidós días por la intervención directa del mencionado duque de Valencia, que para que no apareciera como un acto de pura fuerza, permitió sustituir la exigencia de la exoneración por la presentación de la dimisión. Así lo hizo el 3 de octubre Modesto Cortázar, como el resto de sus compañeros, que siendo admitida al día siguiente supuso el traspaso de su responsabilidad ministerial al propio general Ramón María Narváez, presidente a la vez del nuevo gabinete formado entonces.

De esta forma tan incivil el magistrado burgalés fue desplazado, y de manera definitiva, del poder ejecutivo, pero siguió participando en el legislativo.

Primero, en el Congreso, cuyo escaño revalidó en las sucesivas elecciones de agosto de 1850 y de mayo de 1851 como diputado por distritos, respectivos, de Briviesca y Puebla de Sanabria; además, en este último año volvió a ocupar interinamente la presidencia.

Después, en la Cámara Alta, al conferírsele por el decreto de 20 de octubre de 1851 el título de senador. Dado el carácter vitalicio de esta alta dignidad, aquí, en el Senado, con excepción del bienio progresista de 1854-1856 en que fue suprimido, Modesto Cortázar se mantuvo hasta el final de sus días, que concluyeron en Madrid el 25 de enero de 1862.

Para poder ser nombrado entonces senador se exigía, además de haber desempeñado funciones en las altas instituciones del Estado, disfrutar de al menos 30.000 reales de renta anual. Ésta era la cantidad que Modesto Cortázar percibía en concepto de pensión de jubilación, después de la revisión efectuada en marzo de 1850. Pues bien, la batalla administrativa que a partir de entonces llevó a cabo por recuperar la cuantía máxima asignada originariamente en octubre de 1847, que no terminó, eso sí de manera satisfactoria, hasta agosto de 1858, nos da una idea de la modesta posición económica, muy similar a la política, en la que se hallaba el patricio burgalés con relación a la alta clase política isabelina. En un lugar muy similar se encontraba el patrimonio familiar que, formado por bienes urbanos y una importante colección de pintura, él y su mujer legaron a la que, dado el fallecimiento a temprana edad del primogénito, era su única hija, Luisa Cortázar Buedo.

 

Obras de ~: Discurso que en el día 2 de Enero de 1836 pronunció el Señor Don Modesto Cortázar, Regente del Consejo Real de Navarra en la apertura solemne del mismo, Pamplona, Imprenta de Javier Goyeneche, 1836; Discurso pronunciado en el Congreso de los Diputados el día 7 de Octubre de 1839, con motivo de la discusión sobre el Proyecto de ley relativo a los Fueros de las Provincias Vascongadas y Navarra, Madrid, Diario de sesiones de Cortes. Congreso de los Diputados, 1839; Discurso que el 2 de enero de 1840 leyó en la apertura de la Audiencia territorial de Valladolid su regente D. Modesto Cortázar, Valladolid, Julián Pastor, 1840.

 

Bibl.: Los Ministros en España desde 1800 a 1869. Historia contemporánea por Uno que siendo español no cobra del presupuesto, vol. III, Madrid, J. Castro y Compañía, 1869-1870, págs. 743-744; A. y A. García Carraffa, Diccionario heráldico y genealógico de apellidos españoles y americanos, t. 27, Salamanca, Imprenta Comercial Salmantina, 1927-1933, págs. 205-207 y t. 50, págs. 29-32; J. F. Lasso Gaite, El Ministerio de Justicia, su imagen histórica (1714-1981), Madrid, J. F. Lasso (Imprenta Sáez), 1984, pág. 82; J. Cruz, Los notables de Madrid. Las bases sociales de la revolución liberal española, Madrid, Alianza Editorial, 2000; J. López Tabar, Los famosos traidores. Los afrancesados durante la crisis del Antiguo Régimen (1808-1833), Madrid, Biblioteca Nueva, 2001.

 

Javier Pérez Núñez

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