Santillán González, Ramón. Lerma (Burgos), 31.VIII.1791 – Madrid, 19.X.1863. Reformador de la Hacienda liberal y gobernador del Banco de España.
Los padres de Ramón Santillán, Francisco Santillán Cubo y Catalina González, eran naturales de Lerma y de Cerezo de Arriba (Segovia), respectivamente. Diversos autores indican que Francisco fue escribano, que participó muy activamente en el levantamiento de Burgos contra los franceses y que desempeñó, asimismo, los cargos de personero del común y alcalde constitucional de Lerma. Fue en Lerma donde nació Ramón Santillán. La familia, según el propio Santillán, poseía una escasa fortuna, pero esta circunstancia no impidió que le proporcionasen la mejor educación que en aquel pueblo podía recibirse: “después de las primeras letras, la gramática latina, que allí se enseñaba con bastante esmero”. El padre tuvo un interés especial en la formación del pequeño Ramón, en el que cultivó el “hábito de leer y escribir de continuo”.
El estudio de la Gramática lo hizo bajo la dirección de Ignacio López, prebendado de la Colegiata de Lerma, y el de la Lógica, en 1804, con el carmelita fray Juan de la Cruz Alegría, quien durante la Guerra de la Independencia fue redactor de la Gaceta de Alicante.
De éste —dice Santillán— recibió no sólo las lecciones correspondientes, sino “útiles inspiraciones” que le aficionaron al estudio. En noviembre de 1805 ingresó en la Universidad de Valladolid, donde el primer año cursó Filosofía y el segundo se inclinó por la carrera de Leyes, decisión recibida con satisfacción por sus padres. No obstante, su principal afición era en aquellos años de Valladolid, la de las armas, por lo que acudía todas las tardes al Campo Grande, donde seguía con fruición los ejercicios de las tropas de Infantería y donde aprendió todos los movimientos que allí se enseñaban, aprendizaje que le sirvió no pasando mucho tiempo.
En efecto, en 1808 se consumó la invasión francesa y comenzó la Guerra de la Independencia. La vida normal se quebró y la de Santillán también. Éste abandonó sus estudios universitarios y se alistó en la guerrilla del cura Merino en 1809. Su carrera militar tuvo dos fases: una fue la del guerrillero, entre 1909 y 1813; la segunda se inició en 1814, cuando acabó la guerra con el grado de capitán de Caballería y duró hasta 1825, cuando con el grado de teniente coronel decidió abandonar el Ejército, e ingresó en la administración de la Hacienda. Por tanto, Santillán vivió las tensiones entre absolutismo y liberalismo de la revolución liberal española en el seno del Ejército, y su trayectoria personal no escapó a las mismas, hasta llevarle al abandono de la milicia.
En 1821 se había casado en Lerma con María Concepción Herrera Ayala, sobrina del hacendista José López Juana Pinilla. Gracias a las gestiones de éste, entró Santillán en Hacienda como oficial de la Contaduría General de Valores. Pinilla fue, según Fontana, “una figura clave en la modernización de la Hacienda española en la primera mitad del siglo xix, tanto por su labor como funcionario como por las ideas con que ayudó a preparar la reforma de 1845”.
Con él, Ramón Santillán aprendió el oficio y, lo más importante, adquirió buena parte de su particular estilo de interpretar y abordar los grandes problemas de la Hacienda. Así como en la infancia y en la adolescencia, el influjo de su padre y de su profesor de Lógica, Juan de la Cruz Alegría, fueron decisivos para su disciplina y su inclinación al estudio, a partir de 1825 la influencia de Pinilla fue determinante para forjar en Santillán una cultura reformadora de la Hacienda, atenta al diagnóstico de sus principales debilidades presentes, al influjo de las herencias recibidas y a las posibles alternativas o soluciones. La relación entre ambos trascendía, por otra parte, lo estrictamente profesional; José Pinilla le tenía un cariño “extremado” a su sobrina y a él: los vínculos familiares eran tan estrechos que, a decir de Santillán, ambas familias formaban casi una sola.
Don Ramón fue un personaje central en la historia económica española de los dos primeros tercios del siglo xix. En él destacan, sobre ningún otro plano, sus “tareas” en la administración pública, labores en las que hay que distinguir al menos cuatro niveles. El primero, el desempeño de cargos de gestión en la administración tributaria; el segundo, la labor técnica de fundamentación y asesoramiento en materia fiscal y presupuestaria, una de las más importantes, persistentes y fructíferas de su vida pública; un tercero, la dirección de la política fiscal, como titular (breve) de Hacienda en 1840 y 1847 y director general de Contribuciones en 1844-1845; por último, su cometido más duradero (1849-1863) de gobernador del Banco de España, la institución financiera más influyente en la ordenación de la política monetaria a mediados del siglo xix; el Banco era en realidad una entidad privada, aunque con el reconocimiento de Banco oficial, por los estrechos vínculos entre la institución y la financiación pública.
Santillán entró a trabajar en el Ministerio de Hacienda en 1825 y en él realizó una carrera de ascenso continuado. En 1833 fue contador de la provincia de Madrid y adquirió la categoría de intendente; en 1837 fue contador general de Valores con Mendizábal; en 1838 ocupó la jefatura de la Sección de Ultramar, en la Secretaría de Hacienda, después de que Alejandro Mon le hubiese ofrecido la Subsecretaría del Ministerio. Ese mismo año rehusó la cartera de Hacienda, que le había ofrecido Armendáriz, un departamento del que sería titular al fin en 1840, aunque sólo por tres meses en el gobierno de Evaristo Pérez de Castro. Santillán tenía clara, ya entonces, la dirección que había de seguir la reforma de la Hacienda, reforma que exigía afirmar la soberanía fiscal del Estado y suprimir la fiscalidad de la Iglesia, según explicó en las Cortes. En ese momento llevaba acumulada una experiencia de quince años de funciones administrativas en Hacienda, en las que había destacado como un hombre organizador, con un carácter “formado para el mando” y una extraordinaria dedicación al estudio y al asesoramiento. En efecto, desde 1828 sus trabajos en la Contaduría General de Valores “empezaron a tomar importancia y extensión”, y así en 1829 colaboró con Pinilla en la redacción de una Memoria sobre el estado de las rentas con la propuesta de medios para incrementar los ingresos del Estado. Fue su primera asesoría importante. En 1833 redactó una Memoria sobre el estado de los Resguardos y una propuesta para su reorganización, a petición del ministro de Hacienda, Antonio Martínez, en la que se oponía a la exclusiva organización militar del servicio de resguardos. En 1837 vino la reorganización de la Contaduría General de Valores, para la que le había nombrado Mendizábal. También en 1837 formó parte, como contador general, de la Comisión encargada de proponer ingresos para reemplazar la parte del diezmo correspondiente al Tesoro. En 1838, ya diputado, Santillán fue nombrado por las Cortes presidente de la Comisión para hacer el repartimiento del subsidio extraordinario de guerra en las islas de Cuba y Puerto Rico.
Esa presidencia marcó un hito en la trayectoria de Santillán porque fue la primera vez que éste puso a disposición del parlamento sus conocimientos hacendísticos.
Con todo, las empresas mayores al servicio de la Hacienda española vinieron a partir de 1843, cuando formó parte activa, y decisiva, de la Comisión de reforma tributaria nombrada por García Carrasco el 18 de diciembre, cuyos trabajos desembocaron en la reforma fiscal de 1845, de ahí lo oportuno de denominar dicha reforma de Mon-Santillán. Hasta la segunda mitad de los cincuenta, don Ramón tuvo “una parte muy principal [...], por sus conocimientos y larga práctica en las materias de Hacienda, en casi todos los trabajos y proyectos de importancia, ya como alto funcionario, ya como Ministro, ya como individuo de muchas Comisiones, ya como Diputado y Senador”. En 1848 fue presidente de la Junta de la Deuda y de la Comisión para arreglo de la misma; en 1849 presidió otras dos comisiones, una que preparaba un proyecto de ley sobre Administración y Contabilidad, otra dedicada a estudiar los derechos de los empleados fuera del servicio activo. En 1850 volvió a formar parte de la Junta de la Deuda, que preparó el arreglo aplicado por Bravo Murillo, y también presidió la Comisión evaluadora del sistema fiscal, creada por Bravo Murillo, pero inspirada en el Consejo Superior de Hacienda que Santillán había defendido en 1845. A su vez, en 1854 presidió la comisión de evaluación del sistema fiscal nombrada por Collado.
Desde 1849 hasta 1863, año de su muerte, el puesto de gobernador del Banco de San Fernando le otorgó, por añadidura, una posición privilegiada para conocer las situaciones del Tesoro e interpretar las necesidades de la Hacienda y de la economía española.
Cuando llegó al Banco —denominado de España, desde 1856—, ni los asuntos bancarios, ni la entidad que pasó a dirigir, le eran totalmente desconocidos.
Él había decidido, desde el Ministerio de Hacienda, la incorporación del Banco de Isabel II al de San Fernando, el 25 de febrero de 1847, para hacer frente a la crisis bancaria en la difícil coyuntura económica de aquel año. En 1850 promovió la ley del Banco, aprobada en 1851, que contrarreformaba la de 1849, gracias a tres modificaciones: la rebaja del capital de la entidad de 200 a 120 millones de reales, un aumento en la cantidad de billetes emitibles, y —en fin— la garantía de esos billetes, porque hacía desaparecer el departamento de emisión.
Muchos ministros de Hacienda contaron, entre 1828 y 1863, con la eficaz colaboración de Ramón Santillán. Mon y, sobre todo, Juan Bravo Murillo fueron quizás los más beneficiados de la misma. Ahora bien, ese asesoramiento no fue incondicional y Santillán no dudó, cuando lo entendió necesario, manifestar sus discrepancias con dichos ministros. Las expresó con Mendizábal respecto a la supresión del diezmo, en 1837, y al cuadro de ingresos públicos contenidos en la Memoria de los Presupuestos para 1837-1838. Con Mon discrepó en varias ocasiones: en junio de 1838, por la cuantía y las bases para el reparto de la Contribución extraordinaria de guerra y en 1849, por la política comercial: Santillán era un protonacionalista económico, defensor de un arancel decididamente protector y de un modelo de desarrollo industrialista e introvertido, en tanto que Mon defendía un modelo comercial e industrial extrovertido, que había de ser facilitado por una política arancelaria de signo liberalizador que racionalizase la protección.
En 1850-1851, la colisión vino por la reforma bancaria de Mon, quien saneó y reorganizó el Banco Español de San Fernando en 1849: Bravo Murillo y Santillán, ya al frente de la entidad, la contrarreformaron en 1851 con una regulación menos restrictiva, y más favorable a los intereses de los accionistas del Banco. Con Bravo Murillo tampoco faltaron las diferencias, bien respecto a los servicios de préstamo del Banco de España al Tesoro, que le acabó negando, o con relación a sus proyectos involucionistas de reforma constitucional... Los nombramientos con que aquellos ministros de Hacienda habían colmado las aspiraciones de Santillán no fueron óbice para que éste manifestase disconformidad con sus medidas, cuando las estimaba improcedentes. Colaboración y conflicto formaron, pues, parte de la relación que Santillán mantuvo con las principales autoridades económicas de la época que le tocó vivir. Eran la expresión de una relativa independencia respecto a los gobiernos, que se acrecentó en sus años al frente del Banco, durante los cuales aplicó una política de rigor, consistente en concederles colaboración financiera si presentaban garantías suficientes. Así lo hizo en 1852 con Bravo Murillo, quien en respuesta creó la Caja General de Depósitos, y en abril de 1854 con Domenech, quien le cesó, un cese que duró poco pues el primer gobierno del Bienio progresista lo repuso en el cargo cuatro meses después. En 1855, frente a los proyectos de liberalización de la emisión de billetes, volvió a manifestar su oposición, al defender el monopolio que la ley de 1849 había otorgado al Banco de España.
Ramón Santillán aparece, en consecuencia, como una especie de Guadiana que recorre la historia de Hacienda pública española entre 1829 y 1863, que sólo se hace visible políticamente durante sus breves permanencias al frente del Ministerio de Hacienda, en 1840 y 1847, o a través de sus intervenciones parlamentarias, a las que no fue excesivamente aficionado.
Debido a la solidez de sus conocimientos, y a su significación, actuó en las distintas fases de la política fiscal: en la de reconocimiento de problemas y elaboración de propuestas de reforma; en la fase política de discusión parlamentaria; en el momento de aplicación, como alto cargo de Hacienda; más tarde, en la fase de evaluación de dichas reformas —tributaria y administrativa—, en 1847, en 1851 o en 1854 y fundamentalmente casi siempre desde una posición técnica, de asesoramiento (el “estudio y trabajos sobre las materias de Hacienda”), que era en la que se sentía más cómodo.
Esa misma actitud vital de instruirse y divulgar, para asesorar, le llevó a redactar dos excelentes Memorias, editadas por su hijo Emilio Santillán en 1865 y 1888.
La primera, la Memoria Histórica sobre los Bancos, es una historia del Banco de España desde sus precedentes del Banco de San Carlos hasta la fecha en que don Ramón deja el cargo, en 1863. Se trata de una minuciosa monografía acerca de los tres establecimientos de emisión y descuento más importantes de nuestro país hasta aquel momento, de ineludible consulta para todos aquellos que quieran conocer los primeros pasos del Banco de España, del que él fue, pues, primer historiador. La segunda es la Memoria Histórica de las reformas hechas en el sistema general de impuestos de España y de su administración desde 1845 hasta 1854, uno de los mejores estudios sobre la Hacienda aparecidos en el siglo xix, por la amplitud y la calidad de sus análisis sobre la reforma tributaria de 1845 y la evolución del sistema fiscal liberal hasta 1863. Una tercera Memoria de Santillán, también inédita a su muerte, es la que condensa su biografía, de interés para conocer tanto la trayectoria del autor como algunos aspectos relevantes de la historia política de la primera mitad de siglo xix, al igual que la evolución de las finanzas públicas españolas entre 1825 y 1856. En 1888 afirmaba su hijo Emilio que la obra sería “publicada dentro de poco tiempo”; no obstante, la publicación se hizo esperar hasta 1960 (en que la editaron Federico Suárez y Ana María Berazaluce) y 1996, en que la reeditó Pedro Tedde, con el añadido de un capítulo inédito, referente a la primera época de su carrera militar.
La inclinación tecnocrática de Ramón Santillán no fue, en todo caso, obstáculo para que atendiese las cuestiones y responsabilidades políticas. De hecho, fue diputado en seis ocasiones entre 1837 y 1845, senador vitalicio desde 1845 a 1863, y dos veces ministro de Hacienda, como se dijo. Fueron más, no obstante, sus negativas a desempeñar una alta responsabilidad ministerial, pues renunció a varias propuestas para la cartera de Hacienda, e incluso a la presidencia del Gobierno. “Nunca tuve inclinación a esta carrera [de la política], para la cual tampoco me encontraba con el genio que para progresar en ella se necesita”, afirmó Santillán en su memoria biográfica.
Obras de ~: Observaciones sobre la Memoria que en 18 de agosto de este año presentó a las Cortes el señor ministro que fue de Hacienda don Juan Alvarez Mendizábal, Madrid, Imprenta de don Tomás Jordán, 1837; Memoria histórica sobre los Bancos Nacional de San Carlos, Español de San Fernando, Isabel II, Nuevo de San Fernando y de España, Madrid, 1865 (reed. de P. Tedde de Lorca, Madrid, Banco de España, 1982); Memoria histórica de las reformas hechas en el sistema general de impuestos de España y de su administración desde 1845 hasta 1854, añadida con notas de sus ampliaciones y efectos hasta 1863, Madrid, 1888 (reed. de J. Fontana Lázaro, Madrid, Fundación Fondo para la Investigación Económica y Social, 1997); Memorias (1815-1856), intr. de F. Suárez, Pamplona, Estudio General de Navarra, 1960, 2 vols.; Memorias (1808-1856), ed. de P. Tedde de Lorc, intr. de F. Suárez, epíl. de M. Artola, Madrid, Tecnos- Banco de España, 1996.
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Rafael Vallejo Pousada