Rojas Untuguren, José Antonio de. Santiago de Chile (Chile), 1737 – Valparaíso (Chile), X.1817. Corregidor, hombre público de Chile, erudito, considerado precursor intelectual de la independencia.
Fue hijo del general Andrés de Rojas y La Madriz, adinerado regidor perpetuo del Cabildo santiaguino, y de María Mercedes Untuguren y Calderón. Pronto se inclinó a la milicia y, siendo adolescente, sentó plaza de cadete en una de las compañías de Infantería del fuerte de Santa Juana. Estudió Matemáticas en la Universidad de San Felipe. El gobernador Manuel Amat y Junient lo nombró capitán de Caballería del Batallón de Santiago el 4 de agosto de 1759. Y cuando Amat partió para Lima como virrey del Perú, se lo llevó consigo y allí le nombró su ayudante el 30 de octubre de 1761. En 1766 fue nombrado corregidor de la provincia de Lampa, destino que sirvió con habilidad, actividad y celo en el real servicio. De su pecunio costeó la reimpresión de Ordenanzas de Su Magestad en que se prescribe la formación, manejo de armas y evoluciones que se debe establecer y observar en la infantería de su real ejército.
En la biografía de Rojas es crucial la historia de su viaje a España. Su vida posterior depende de este viaje que se inició en 1772 y terminó el 1 de octubre de 1778, en que se embarcó en Cádiz para arribar a Buenos Aires en enero de 1779. Lo que hizo tantos años en España no se sabe, y ha dado origen a muchas hipótesis.
Está claro que en cuanto llegó a Madrid hizo imprimir su consabida Relación de méritos y servicios [...], fechada el 25 de agosto de 1772, con la que demostraba sus servicios a la Corona y buscaba algún nombramiento. Barros Arana (1886) dice que “llevó por seis años la vida de solicitante cerca de los ministros del Rey, de los consejeros de Indias y de los secretarios de despacho y adquirió por ellos y por toda la administración colonial una antipatía que le era muy difícil disimular”, lo cual es acercarse un poco a la historia, pero sin demostrar nada, a no ser que se conozcan todas las cartas que escribió a Chile, pues Barros Arana asegura que “la correspondencia que Rojas mantenía con sus amigos de Chile, escrita con verdadero talento y a veces con un delicado espíritu epigramático, revela (...) un notable espíritu de crítica razonada” (ibidem, pág. 407). Sólo algunas de estas cartas están publicadas por M. L. Amunátegui (1853).
Sí se sabe bien de Rojas que en España se impregnó del movimiento intelectual nacional y mucho más del de Francia, y que, debidamente autorizado, compró una buena cantidad de obras, las más representativas de la Ilustración francesa y europea. Cuándo y cómo las compró no se sabe, pero sí es cierto que a Buenos Aires llegó con varios baúles que contenían una insólita carga: los volúmenes de la Enciclopedia francesa, dirigida por D’Alembert y Diderot, la obra del precursor P. Bayle (Diccionario histórico y crítico), las de C.-A. Helvétius (Del espíritu), P. H. Holbach (Sistema de la Naturaleza), Ch.-L. de Secondat, barón de Montesquieu (El espíritu de las leyes, Grandeza y decadencia de los Romanos), S. Pufendorf (Introducción a la historia general y política del Universo), J. J. Rousseau (Contrato social, Julia o la nueva Eloisa), F.-M. A. Voltaire (Ensayo sobre las costumbres) y la del menos conocido abate G. T. Raynal (Historia filosófica y política de los establecimientos y del comercio de los Europeos en las dos Indias), ferozmente crítico contra la colonización española. Y a estas obras hay que agregar otras más científicas y menos filosóficas, aunque avanzadas en su materia, como los 44 volúmenes de la Historia natural, del conde de Buffon, o el Systema naturae, de Linneo.
Y, además, otros libros de botánica, física, geografía, historia, matemáticas, historia natural y otras ciencias. Todo ello, acompañado de aparatos e instrumentos de astronomía, geodesia, física, química, microscopios, etc. Realmente traspasó la Ilustración europea al Reino de Chile. Rojas recabó permisos de la Santa Sede y de la Inquisición española para leer, custodiar y transportar todos los libros prohibidos. Estos permisos no fueron raros en Chile y por entonces el Santo Oficio los concedió, entre otros, al sacerdote Martín Sebastián de Sotomayor, a fray Francisco de Fuenzalida, a fray Jerónimo Arlegui, al dominico fray Sebastián Díaz, al oidor Francisco Díaz de Medina, a Manuel de Salas y a los togados Miguel de Eyzaguirre y Fernando Márquez de la Plata. Añádanse los préstamos de libros que se hacían entre ellos. Rojas facilitó, en los años 1808 y 1809, la Enciclopedia y obras de Bayle, Holbach y Montesquieu (D. Amunátegui Solar, 1924).
Llegado a Buenos Aires en enero de 1778, Rojas se casó, autorizado años antes por la Real Orden de 20 de mayo de 1773, con María Mercedes de Salas, cuyo matrimonio había dejado tratado antes de emprender su viaje a España. Disgustado con su suegra, que le había negado toda dote, a pesar de que Rojas tenía un fuerte patrimonio, le dio permiso, no obstante, para vivir en la casa que poseía en Santiago, que estaba “colgada y aperada de todo menaje”.
El 3 de octubre de 1776 Rojas compró la vara de regidor perpetuo del Cabildo de Santiago, lo que le fue confirmada por Real Cédula de 19 de marzo de 1777.
Estuvo cerca de un año detenido en Mendoza (en la actual Argentina), donde vivía con Ramón de Rozas, casado con su cuñada Francisca de Borja de Salas y Corbalán. Regresó a Santiago el 3 de abril de 1780. Y pocos meses después empezó para Rojas una aventura, un suceso político, todavía no muy bien explicado o bien fijado por la historiografía chilena más reciente. En julio de 1780 otro gobernador más de Chile, Agustín de Jáuregui, ascendía al cargo de virrey del Perú, dejando el gobierno internamente en manos del regente de la Audiencia Tomás Álvarez de Acevedo, quien se limitó a esperar la llegada del nuevo gobernador, el brigadier Antonio de Benavides. El 1 de enero de 1781 el regente Jáuregui recibe una carta firmado por un abogado bonaerense, Mariano Pérez de Saravia y Sorante, de no buena reputación en la Audiencia, pues había recibido varias reconvenciones. Sin embargo, los hechos que relataba eran tan importantes que el regente se reunió secretamente con Pérez de Saravia. Verbalmente le confirmó lo denunciado por carta. Dos franceses, residentes en Santiago, Antonio Gramusset y Antonio Alejandro Berney, “extranjeros de modesta posición y faltos del conocimiento cabal de la sociedad en que vivían” (Barros Arana, 1886: 404) habían urdido un plan para hacer de Chile un estado independiente, por medio de una revolución que les parecía fácil ejecutar, ante la imposibilidad de que la metrópoli pudiera trasladar tropas a Chile, dado el estado de guerra que tenía con la Gran Bretaña.
Se habían inspirado en las noticias de la sublevación de las colonias inglesas de Norteamérica. Gramusset era hombre inteligente, fracasado en trabajos agrícolas; Berney era profesor de Latín y Matemáticas, con la cabeza llena de ideas filosóficas mal digeridas.
El plan de estos conspiradores consistía en crear “la muy noble, muy fuerte y muy católica República chilena”, con diputados nombrados por el pueblo, incluyendo los araucanos, con un fuerte ejército y marina propios, grandes fortificaciones, abolición de la pena de muerte, relaciones y comercio con todas las naciones, incluyendo el Reino de España, al que se le ofrecía “amistad y comercio”. Gramusset y Berney, muy en secreto, contactaron con dos criollos, el piloto peruano Manuel José de Orejuela (autor de memoriales al Rey sobre el comercio marítimo) y José Antonio de Rojas, quien vivía en su hacienda de Polpaico, diez leguas al norte de Santiago. “Rojas comprendió cuánto tenía de quimérico ese proyecto, pero no parece que lo desaprobara” (Barros Arana, 1886: 409). Cuando Álvarez de Acevedo reunió antecedentes, comunicó los hechos al gobernador Benavides y se actuó de inmediato y en secreto. El 10 de enero de 1781, de noche, se apresó a los dos franceses en sus casas y, engrillados, entraron en prisión, tomándoles declaraciones separadas.
Todo quedó en secreto. La prisión de dos extranjeros se interpretó como simple medida de policía, creyendo el pueblo que no tenían permiso para residir en Chile. La sentencia se dio el 5 de febrero, con carácter secreto, y consistió en remitir detenidos a los reos a Lima, a disposición del Consejo de Indias, y a expulsar de América a la familia de Gramusset (Berney era soltero) con orden de trato exquisito al gobernador de Valparaíso (“procure Ud. no quede desconsolada esta infeliz extranjera, a quien por su inocencia mueve la conmiseración...”). En Santiago prosiguieron interrogatorios a otros implicados. En fin, “la audiencia [...] se abstuvo obstinadamente de tomar medida alguna respecto de Rojas, de Orejuela y de cualquiera otra persona relacionada con la alta sociedad” (Barros Arana, 1886: 416). En el siglo XX se ha designado este episodio como “la conspiración de los tres Antonios”.
Sin embargo, Rojas se vio amenazado en este tiempo por una Real Orden de destierro a Buenos Aires originado por su matrimonio con una hija de José Perfecto de Salas, pero el gobernador interino, brigadier Ambrosio de Benavides, no la quiso cumplir, escribiendo al virrey de La Plata (4 de diciembre de 1781) que ello implicaría la ruina de Rojas y que lo abonaban su buena conducta y el mal estado de su salud. En 1787 Rojas se dedica a explotar una labor minera de azogue en Punitaqui. En 1808 fue nombrado, a solicitud del Cabildo, regidor auxiliar de Santiago, por el gobernador interino Francisco García Carrasco, hasta que en 1810, a consecuencia del golpe independentista, el mismo gobernador, lo envía preso a Lima, aunque meses después recupera la libertad y regresa a su casa.
Nuevamente, al producirse lo que los historiadores chilenos llaman “la Reconquista Española” y a consecuencia de la batalla de Rancagua (2 de octubre de 1814) Rojas, con setenta y cinco años, fue deportado a la isla Más a Tierra, del lejano archipiélago de Juan Fernández. Pero, a consecuencia de su edad y estado de salud, fue devuelto a su casa de Valparaíso, donde murió en octubre de 1817.
Rojas Untuguren fue, con Manuel de Salas Corbalán (1754-1841), el máximo representante de los eruditos criollos, pareja de intelectuales liberales que introdujo la Ilustración en el Reino de Chile y la ideología que produjo la independencia de su país.
Según el gran bibliógrafo chileno J. T. Medina (1906) Rojas fue “uno de los patriotas más ardorosos y en realidad precursor de la independencia, cuyos gérmenes bebió en la lectura de los libros franceses y durante su permanencia en España”.
Obras de ~: Relación de los méritos y servicios de don José Antonio Rojas, Madrid, 25 de agosto de 1772.
Bibl.: M. L. y G. V. Amunátegui, Una conspiración de 1780, Santiago, Imprenta del Progreso, 1853; M. L. Amunátegui, Los Precursores de la Independencia de Chile [...], vols. III y VII, Santiago, Imprenta de la República, 1872, págs. 179-255 y págs. 199-202, respect.; D. Barros Arana, Historia Jeneral [sic] de Chile, vol. VI, Santiago, Rafael Jover, Editor, 1886, págs. 404-420; J. T. Medina, Diccionario Biográfico Colonial de Chile [...], Santiago de Chile, Imprenta Elzeviriana, 1906, págs. 759-760; D. Amunátegui Solar, Jénesis [sic] de la Independencia de Chile, Santiago de Chile, Soc. Imp. y Lit. Universas, 1924, págs. 13-15; M. de Mendiburu, Diccionario Histórico-Biográfico del Perú [...], vol. I, Lima, Imprenta Enrique Palacios, 1931 (2.ª ed.), págs. 410-472; L. Galdames, Historia de Chile, Santiago de Chile, Zig-Zag, 1945 (10.ª ed.), págs. 227-229; F. Frías Valenzuela, Historia de Chile, vol. II, Santiago, Editorial Nascimento, 1947, págs. 5-7; “La biblioteca de don José Antonio de Rojas”, en El Bibliófilo Chileno (Santiago de Chile), año I (diciembre de 1947); S. Villalobos, “José Antonio de Rojas, autor de una Representación de los Españoles-Americanos”, en Revista Chilena de Historia y Geografía, n.º 125 (1957); S. Villalobos, Tradición y reforma en 1810, Santiago de Chile, Universidad de Chile, 1961, págs. 116-145; S. Villalobos, Historia de Chile, Santiago, Editorial Universitaria, 1982, págs. 308-309; J. Eyzaguirre, Ideario y ruta de la emancipación chilena, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1984, págs. 72-75; Historia general del Perú, vol. V, Lima, Editorial Brasa, 1994, págs. 209-210; Enciclopedia de Chile, Diccionario, vol. II, Barcelona, Grupo Océano, 2002, pág. 459; C. Fredes Aliaga et al., Historia de Chile, Madrid, Cultural S. A. de Ediciones, 2003, págs. 129 y 131.
Fernando Rodríguez de la Torre