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Juan de Carvajal

Biografía

Carvajal, Juan de. Trujillo (Cáceres), 1399 – Roma (Italia), 6.XII.1469. Obispo de Porto, cardenal diá­cono del título de Santo Angel in foro piscium (in Pes­cheria), legado pontificio.

Hijo de Juan Tamayo, corregidor de Trujillo, y de Sara Carvajal, perteneciente a una familia arraigada en Plasencia. Estudia ambos Derechos en la Univer­sidad de Salamanca, donde debió de obtener la licen­ciatura antes de 1430.

Aparece inmediatamente vinculado a la curia, se­guramente desde 1430, cuando Martín V le concede que no sea obligado a ordenarse por los beneficios que entonces ocupa. Es clérigo de la diócesis de Ávila, ca­nónigo y porcionario de la de Palencia, y tiene dos capellanías perpetuas y la mitad del beneficio simple de Santa María de Trujillo. Probablemente forma parte del grupo de colaboradores y familiares del cardenal Juan Cervantes. Una de sus primeras misiones cono­cidas, en febrero de 1434, consistirá, precisamente, en resolver los problemas surgidos en relación con los privilegios de este cardenal en el monasterio de San Teodoro, diócesis de Gaeta.

A finales de 1431 solicita una canonjía en Sevilla, diócesis de la que Juan Cervantes era arcediano. Es canónigo de las diócesis de Ávila, cuya administra­ción tiene encomendada el cardenal Cervantes desde 1436, y de Salamanca. En 1433 es deán de la dióce­sis de Astorga; tres años más tarde se le nombra abad de la colegiata de Santa María de Husillos (Palen­cia), de la que se ha apoderado Fernando de Quiño­nes, razón por la cual el Papa pide a Juan II y a Álvaro de Luna que apoyen a Carvajal para que pueda tomar posesión, y al arzobispo de Toledo, que es Juan de Cerezuela, hermanastro de Álvaro de Luna, que se­cuestre los bienes de la abadía hasta la resolución del caso. Finalmente, en enero de 1438, Eugenio IV le concede los beneficios que, en las diócesis de León y Palencia, había poseído Juan de Bondreville, colector apostólico en Castilla.

Desde mediados de 1433 se agudizan las dificulta­des de Eugenio IV: se incrementa la presión del con­cilio de Basilea, envalentonado con su éxito en la ne­gociación con los husitas, y el Papa parece rendirse ante él al aprobar una bula de adhesión al mismo (Dudum sacrum, 15 de diciembre). Retrocede también la autoridad temporal del Pontífice ante la ofensiva de Francesco Sforza, duque de Milán; Nícola della Ste­lla, conocido como Fortebraccio, y Nícola Piccinino, condotieri al servicio del duque. Culmina el deterioro de la autoridad temporal del Papa el levantamiento romano (30 de mayo de 1434) que obliga a Euge­nio IV a salir de Roma en dramática huida y refu­giarse en Florencia.

Juan de Carvajal, refugiado inicialmente en Sant’Angelo, logra huir de Roma y reunirse con el Papa. Debió de participar en los trabajos de la comi­sión arbitral, uno de cuyos miembros era Juan Cer­vantes, que logró un precario equilibrio en la Italia del Norte entre Venecia, Florencia y el duque de Mi­lán, cuyo laudo se emitió el 18 de agosto de 1435, y en la larga y difícil negociación con el concilio de Ba­silea en lo referente a la designación de una sede para celebrar el concilio de unión con la Iglesia griega, cuya dirección llevaban los cardenales Cesarini y Cer­vantes.

Abierto el concilio de Ferrara (8 de enero de 1438) al que el Papa ha decidido trasladar el de Basilea, con objeto de facilitar la llegada de los griegos, y proyec­tado su traslado a Florencia, Juan de Carvajal nego­cia con las autoridades florentinas las condiciones del mismo. Es su primera misión como jefe de legación, a la que le sigue otra en Venecia (octubre de 1439), donde permanece cinco meses, probablemente para impedir que desde esa República se presionase a Eu­genio IV, cuya deposición había decretado el conci­lio de Basilea (25 de junio de 1439). Poco después de su regreso de Venecia, se le encomendó otra misión en Siena.

La amenaza del concilio de Basilea pierde su gra­vedad desde 1439 en que va produciéndose el esca­lonado abandono de las potencias de la cristiandad, nada dispuestas a secundar un nuevo cisma. No su­pone, sin embargo, el fin de los problemas: la actitud de neutralidad entre Papa y concilio en que se encie­rra Federico III, y los problemas en la frontera orien­tal del Imperio, agravados por la agresiva presencia turca, constituyen el ámbito en el que Juan de Carva­jal desarrollará desde ahora su actividad diplomática.

A comienzos de enero de 1441 llega a Núremberg encabezando una embajada de la que forman tam­bién parte Nicolás de Cusa y Jacobo de Ferrara, para asistir a la dieta convocada en esta ciudad y después trasladada a Maguncia. En esta ciudad, tras haber de­fendido la legitimidad de Eugenio IV en Wurzburgo y Frankfurt, pronunció Carvajal un memorable dis­curso en el que descalificó con irrebatibles argumen­tos la obra de Basilea y al antipapa allí elegido. Ade­más presentó dos escritos, uno en que defendía la superioridad del Papa sobre el concilio y en el que rebate las teorías conciliaristas, y otro en el que recla­maba enérgicamente el abandono de la neutralidad. En los debates ante la Dieta tuvo ocasión de mos­trar Carvajal su conocimiento directo de las largas negociaciones para designar una ciudad como sede del concilio para la unión de las Iglesias, que habían en­frentado a Papa y concilio, y las demás cuestiones con ello relacionadas, como protagonista directo que era de aquellos acontecimientos.

La decisión fue remitida a una nueva dieta en Frankfurt, en noviembre, en la que nada decidió salvo la remisión del asunto a una nueva dieta, también en Frankfurt, en abril de 1442. Carvajal volvió a des­granar sus argumentos contra el concilio de Basilea y a exigir el fin de la neutralidad alemana. Con poco éxito, porque la Dieta resolvió enviar embajadores a Eugenio IV y a Félix V para solicitarles la convocato­ria de un nuevo concilio, y convocar una nueva dieta en Núremberg, en febrero siguiente. Carvajal tenía, no obstante, ocasión de mantener contactos con va­rios príncipes del Imperio, procedimiento mucho más eficaz que las inútiles Dietas.

La de Núremberg, en febrero de 1443, fue una re­petición de las anteriores, sin avances, al igual que la de noviembre, celebrada en la misma ciudad. Obtuvo, sin embargo, dos importantes apoyos en la adminis­tración imperial: el del canciller, Gaspar de Schlick, y el de Eneas Silvio Piccolomini, decidido partidario del concilio, que mantendrá desde ahora intensa co­rrespondencia con Carvajal e irá evolucionando hacia posiciones abiertamente partidarias del pontificado.

Precisamente en el momento en que Carvajal ini­ciaba su viaje a Alemania, para asistir a la Dieta, el 11 de octubre de 1443, Eugenio IV le nombró obispo de Coria, sin duda en reconocimiento de sus servicios a la sede apostólica. El nombramiento chocó con la voluntad del infante aragonés Don Juan, rey de Na­varra, dueño de la situación política en Castilla, que deseaba esa sede para Alfonso Enríquez, cuyo linaje con el de Pimentel constituía en aquel momento el soporte del poder del monarca navarro. Carvajal se vio obligado a renunciar al episcopado a favor de su rival, en mayo de 1444, a punto de iniciar una nueva misión en el Imperio.

Visitó al emperador en Viena, asistió, en junio, a la dieta de Núremberg, donde los debates fueron in­tensos, y mantuvo numerosos contactos privados. A comienzos de diciembre estaba de regreso en Roma. Un primer resultado es visible: Eneas Silvio Piccolo­mini, embajador imperial, llega a Roma poco después y toma abiertamente partido por el Pontífice.

Con dos días de diferencia salen ambos de Roma, a comienzos de abril de 1445, para visitar al emperador en Viena, donde debieron de alcanzar importantes acuerdos, y asistir, en junio, a la dieta de Frankfurt, carente de resultados prácticos, como las anteriores. Ese verano tuvo Carvajal ocasión de entrar en con­tacto directo con los dos problemas que ocuparán su actividad en los próximos años: Hungría, donde in­tentó resolver el conflicto sobre la tutela de Ladislao Póstumo, que Federico III aspiraba a ejercer, y en Bo­hemia, en relación con el problema husita. A su re­greso a Roma, en diciembre de este año, es nombrado oidor general de la Cámara Apostólica.

En marzo de 1446 inicia de nuevo el camino de Alemania; le acompaña Tomás Parentucelli, que será el próximo Pontífice. Es portador de bulas de Euge­nio IV que otorgan diversas gracias al emperador, re­sultado de las negociaciones del año anterior. En el curso de esta embajada logra suavizar las exigencias conciliaristas de los príncipes, alarmados por el visible acercamiento del Papa y el Emperador. Ello permite que la Dieta de Frankfurt (septiembre de 1446), pese a los duros debates que tienen lugar, apruebe resolu­ciones que conducen a la prestación de obediencia a Eugenio IV (febrero de 1447), apenas unos días ante del fallecimiento del Pontífice. Tras breve estancia en Viena, Carvajal regresa a Roma, donde hace su en­trada el 23 de diciembre.

Durante su ausencia, Eugenio IV le ha nombrado obispo de Plasencia (11 de agosto) y le crea carde­nal (17 de diciembre), junto a Tomás Parentucelli, su colega de embajada, de modo que ambos fueron solemnemente recibidos en Roma, de acuerdo con su reciente dignidad. Carvajal sucede en el título carde­nalicio a Julián Cesarini, cuyo currículo guarda ex­traordinaria similitud con el suyo.

Como obispo de Plasencia, aunque nunca residió en su diócesis, logró para ella una sentencia de Nicolás V a favor de sus bienes (12 de enero de 1450), y otra del mismo Pontífice que anulaba las enajenaciones de sus bienes hechas hasta el nombramiento de Carva­jal. Bajo sus auspicios se construyeron dos puentes: uno, magnífico, sobre el Tajo, en 1460; otro sobre el Almonte, entre Jaraicejo y Trujillo, concluido dos años después. Crea una cátedra de Gramática (12 de febrero de 1468), que funcionará en una casa del ca­bildo, dotada con dos préstamos cedidos al efecto por su vicario, Gil Fernández de Carvajal. Fue también impulsor de la construcción de la iglesia de San Fran­cisco, en Plasencia.

Nombrado nuevamente legado en Alemania por Nicolás V, su antiguo compañero de embajada, sale de Roma (15 de septiembre de 1447) con tres misio­nes fundamentales: ultimar los acuerdos con el Impe­rio; resolver el problema checo, del que venía tratando con Ulrico de Rosemberg desde el verano de 1445 y que había sido abordado en Roma en febrero de este año con una embajada checa; y hallar una solución al problema de Hungría, donde Juan Hunyadi, hacién­dose intérprete de la voluntad húngara, reclamaba al emperador la entrega de su rey, Ladislao Póstumo, y le declaraba la guerra (1446). Era una misión muy difícil: la amistad del emperador era imprescindible para resolver plenamente la neutralidad alemana; la de Juan Hunyadi lo era también para hacer frente a los turcos.

Carvajal se dirige a Aschaffenburg, adonde llega apenas concluida una dieta en la que príncipes y prelados han reconocido a Nicolás V como legítimo Papa. Se traslada a Viena donde, no sin oposición de la Universidad, negocia un concordato con el Emperador, firmado por éste (17 de febrero de 1448) y ratificado por el Pontífice (19 de marzo de 1448), cuya vigencia se mantendrá hasta la extinción del Im­perio.

En abril de 1448 viaja a Bohemia; fue magnífica­mente recibido en Praga (1.V). Los checos habían re­clamado el nombramiento de Juan Rokycana como arzobispo de Praga, y la aprobación de los llamados Compactata de Praga, los cuatro artículos de fe hu­sita acordados en esta ciudad con representantes del concilio de Basilea (11 de noviembre de 1433); pero requerían también la entrega de Ladislao Póstumo. Las discusiones, en particular sobre los Compactata, alcanzaron inmediatamente una gran tensión: los embajadores husitas en Roma mostraron un informe muy tendencioso y algunos sectores radicales presen­taron al cardenal como un espía de Roma y reclama­ron su ejecución, como venganza por la muerte de Juan Hus. El 23 de mayo, Carvajal se vio obligado a abandonar Praga en medio de un gran tumulto.

Tampoco obtiene resultados tangibles en Hungría, donde pasa el mes de junio. A su regreso a Alemania se ocupa de resolver los problemas planteados por la restauración de los arzobispos de Colonia y Magun­cia, ineludible para alcanzar el concordato, pero que favorecía a partidarios del concilio en detrimento de quienes habían sido defensores del Pontífice. Tam­bién ocupa su atención la disolución final de los reunidos en Basilea y la abdicación de Félix V.

Regresa a Roma en agosto de 1449. Nicolás V le ha concedido la encomienda del monasterio de Mo­reruela, Zamora (17 de junio de 1449), para compen­sarle los gastos realizados en este viaje. En los próximo años será consejero del Pontífice en las difíciles rela­ciones con Jorge Podiebrad, gobernador general de Bohemia, y la situación de los católicos checos; en lo referente al Emperador en cuyo viaje y corona­ción tuvo importante protagonismo (1452); y, desde luego, en la reclamación húngara de entrega de La­dislao, que se aviva en la segunda mitad de 1452 y se debate con intensidad en la dieta de Viena de abril de 1453.

La caída de Constantinopla manifiesta de modo dramático el peligro turco. Cualquier reacción a esa amenaza exige la previa pacificación de Italia: para lograrla es enviado Juan de Carvajal a Florencia, Ve­necia y Milán (julio de 1453); su acción diplomá­tica permite la firma de la paz de Lodi (9 de abril de 1454), fundamento del equilibrio italiano sólo roto por la irrupción de Francia en la península italiana. Participa también en asuntos tan diversos como la comisión cardenalicia que prepara la canonización de san Vicente Ferrer, o los conflictos entre francis­canos conventuales y observantes. Al fallecer Nico­lás V (25 de marzo de 1455), Carvajal desempeña un papel decisivo en la elección de Calixto III (8 de abril).

El nuevo Papa nombra (8 de septiembre de 1455) a Juan de Carvajal legado en Alemania y Hungría, con la misión de organizar un ejército cruzado para contener la amenaza turca. Despliega una gran activi­dad diplomática ante Venecia (X), ante el emperador con el que se entrevista en Viena (XI) y, desde luego, ante Ladislao, Juan Hunyadi e, incluso, Jorge Podie­brad, e impulsa la acción predicadora de Juan de Ca­pistrano. Gracias a sus esfuerzos en la organización de un ejército de socorro, Belgrado resistirá el ataque turco (21 de julio de 1456).

Decisivos son sus esfuerzos en la reordenación po­lítica del oriente del imperio: consigue mantener el orden en Hungría en medio de la anarquía que estalla a la muerte de Hunyadi, pocas semanas después de su éxito en Belgrado; tras la imprevista muerte de Ladis­lao (23 de noviembre de 1457), logra el acuerdo de los nobles húngaros para la elección como rey de Ma­tías Corvino, nieto de su amigo Juan Hunyadi (24 de enero de 1458), decisión imprescindible para la or­ganización de la cruzada. Dos meses después, Jorge Podiebrad era elegido rey de Bohemia; Carvajal le fe­licita por ello, pero, al mismo tiempo, le insta a que pacifique sus estados y colabore en la cruzada contra los turcos, y previene al Papa sobre las intenciones del nuevo monarca checo.

Poco después de su elección, Pío II, su viejo amigo Eneas Silvio Piccolomini, le encarga (27 de octubre de 1458) negociar con el Emperador y los príncipes, incluido el rey de Hungría, su asistencia a una asam­blea de príncipes cristianos que piensa reunir en Man­tua, para impulsar la cruzada; más adelante le pide que permanezca en Austria y Hungría para lograr que el emperador reconozca como rey a Matías Corvino y que éste no pacte con los turcos.

Vuelve a Roma en septiembre de 1461. Poco des­pués de su regreso fue nombrado cardenal obispo de Porto. Desde ese momento colabora con Pío II en los preparativos de la nueva cruzada, que no llegará a partir, en buena medida por la muerte del Papa (5 de agosto de 1464), y por delegación del nuevo pontí­fice, Pablo II, administrará los fondos de la cruzada.

Interviene en algunos problemas castellanos, en par­ticular el conflicto entre Enrique IV y la Liga nobilia­ria; lo hace de modo tan rotundo a favor del monarca que causa escándalo en Alfonso de Palencia, enviado de los nobles. También en la situación checa, de dolo­rosos recuerdos para él: integra la comisión cardena­licia, designada por Pablo II, que analiza la conducta de Podiebrad y desde julio de 1465 instruye un pro­ceso contra éste, que desemboca en sentencia de de­posición (23 de diciembre de 1466). Siempre atento a la organización de la cruzada, desempeñó, en agosto y septiembre de 1466, la última de sus legaciones, en este caso en Venecia, con objeto de evitar que la Re­pública firmase una paz por separado con los turcos.

A partir de entonces permanece en Roma, obligado por los años y la enfermedad, sin abandonar por ello la actividad diplomática y de asesoramiento al Pon­tífice. En enero de 1469 fue nombrado camarlengo, cargo que ostenta hasta el momento de su muerte, ocurrida en su casa, vecina a su iglesia de San Marcelo al Corso, donde fue sepultado.

Entre sus muchos escritos, en gran parte perdidos, se cuentan dos apologías de Eugenio IV, la relación de sus legaciones y algunas de sus cartas.

 

Bibl.: D. López de barrera, De rebus gestis Joannis S. R. E. Cardinalis Carvajalis commentarius, Roma, typis heredum Laurentii Barbiellini ad Forum Pasquini, 1752; V. Fraknoi, “Cardinal Joanes Carvajal’s legationem in Hugarn 1448-1461”, en Ungarische Revue, X (1890), págs. 1-18, 124-143 y 399-425; J. Benavides Checa, Prelados placentinos. Notas para sus biografías y para la Historia documental de la Santa Iglesia Catedral y Ciudad de Plasencia, Plasencia, 1907 (Pla­sencia, Ayuntamiento, 1999); L. Gómez Canedo, Don Juan de Carvajal. Un español al servicio de la Santa Sede, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Insti­tuto Jerónimo Zurita, 1947; L. Suárez Fernández, Castilla, el cisma y la crisis conciliar (1378-1440), Madrid, CSIC, 1960; J. R. Codina, “Carvajal, Juan de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell, Diccionario de His­toria Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, CSIC, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 371; V. A. Álvarez Palenzuela, La situación europea en época del concilio de Basilea. Informe de la delegación del reino de Castilla, León, Centro de Estudios e Investigaciones San Isidoro, 1992.

 

Vicente Ángel Álvarez Palenzuela