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Manuel de la Riva-Herrera Vivanco

Biografía

Riva-Herrera Vivanco, Manuel de la. Barcenillas del Rivero (Burgos), 1.III.1785 – Madrid, 27.VII.1844. Ministro.

Hijo primogénito de Martín Antonio Riva Herrera y de María Josefa Emeteria Casimira Vivanco, vecinos que fueron, respectivamente, de Gajano (Cantabria) y de Barcenillas del Rivero (Burgos), y casados en 1781 en el Santuario de Nuestra Señora de la Encina en Arceniega (Álava). Aquí también lo hizo Manuel Riva Herrera en 1820 con la hija de Manuel José Rivacoba (natural del mismo lugar) y de Manuela Palacio, de nombre también Manuela. Con ella, en 1826, ya en Madrid, tuvo a su único hijo: Buenaventura.

Que su suegro fuera caballero de la Orden de Carlos III y su hijo lograra igual título en la orden militar de Calatrava fue factible, entre otras cosas, porque las familias emparentadas pertenecían a casas nobiliarias locales con cierta raigambre. Así, los ascendientes paternos tanto de Manuel Riva Herrera como de su esposa procedían originariamente del mismo linaje de los Riva o Riba, establecido en la merindad de Trasmiera en Santander. Aquí, en el pueblo de Gajano, donde estuvo el palacio de los Riva, se mantuvo la rama derivada de los Riva-Herrera, construyendo a sus expensas la iglesia parroquial, contando por ello con una capilla propia y un nicho en el altar. Por su parte, la de los Rivacoba se estableció en la villa alavesa de Arceniega, en donde estaba afincada también la casa familiar de los Vivanco.

Esta condición hidalga se tradujo, por un lado, en una vinculación al Ejército, donde tanto los abuelos como el padre de Manuel Riva Herrera alcanzaron distintos grados, y, por otro lado, en una presencia en las instituciones locales, descollando su progenitor como regidor síndico y diputado general de la merindad de Transmiera en 1791 y su abuelo materno como alcalde de la villa de Arceniega en 1777 y 1781.

Pues bien, en el ayuntamiento de este municipio fue donde Manuel Riva Herrera inició su carrera políticoadministrativa, al ocupar en 1808 el puesto de síndico procurador general. Cargo que, con la restauración del absolutismo en 1814 y el consiguiente restablecimiento de las autoridades existentes en 1808, estuvo en la base de su ascenso a la alcaldía de la villa, al encontrarse ausente el titular de entonces y a pesar de no concurrir en él “las cualidades de naturaleza material” requeridas para dicha magistratura.

Ser alcalde en ese momento en modo alguno significó una firme adhesión de Manuel Riva Herrera al realismo reaccionario, ya que es la única manera de entender que durante el Trienio Liberal ocupara la jefatura política de Álava, primero, de forma interina entre marzo de 1820 y enero de 1821 y, después, en propiedad hasta mediados de agosto de 1822, en que fue reemplazado. Con ello esta vez sí que existió una cristina adscripción política de Manuel Riva Herrera al liberalismo (si bien enmarcado en la tendencia moderada), lo que supuso lógicamente su total ausencia de la escena política en la década absolutista subsiguiente.

Tras la muerte de Fernando VII, durante la etapa del despotismo ilustrado, que marcó el inicio de la Regencia de María Cristina, fue nombrado en diciembre de 1833 subdelegado de fomento de la provincia de Burgos.

Aquí se mantuvo con la apertura a la Monarquía constitucional que trajo el Estatuto Real y el cambio de denominación que le acompañó de esa figura administrativa por el de gobernador civil. Se perpetuó dada su estrecha imbricación con el moderantismo gobernante, como así lo puso de manifiesto desde el escaño del Estamento de procuradores, que paralelamente ocupó por esa misma provincia al resultar elegido en los comicios de junio de 1834.

Esta ligazón con el partido ministerial, pero sobre todo su reputación de hombre de gran energía, estuvieron detrás de su nombramiento el 28 de agosto de 1835 como ministro del Interior del ejecutivo presidido por José María Queipo de Llano, conde de Toreno.

Así es, Manuel Riva Herrera venía a cubrir la vacante ocasionada por la dimisión de Juan Álvarez Guerra, contrario a la intensificación de la política represiva para sofocar las movilizaciones que, en favor de un cambio político liberal, se habían desarrollado desde el establecimiento, en junio, de este gabinete e incrementado tras el fracaso del levantamiento a mediados de agosto de la milicia urbana de Madrid, adquiriendo un carácter francamente revolucionario con la formación de juntas locales por todo el país. La disolución de éstas para el mantenimiento del régimen estatutario era el cometido nuclear asignado y razón de ser de la designación de Manuel Riva Herrera. Sin embargo, no fue él el más directamente implicado en la aplicación de las drásticas medidas para su neutralización, sino el subsecretario habilitado del Ministerio, Ángel Vallejo, ya que, disfrutando desde el 7 de junio de una licencia de tres meses, no tomó posesión de la cartera ministerial hasta el 9 de septiembre. De esta manera su gestión al frente del Ministerio fue casi nula, dado que, ante la imposibilidad de frenar las movilizaciones, a la Reina gobernadora no le quedó más remedio que encargar el 14 de septiembre la formación de un nuevo ejecutivo a Juan Álvarez Mendizábal, líder del liberalismo avanzado y hasta entonces titular de la cartera de Hacienda.

El tajante rechazo de Manuel Riva Herrera a esta decisión le situó de inmediato en la oposición del Estamento de procuradores, en el que se mantuvo hasta la disolución de enero de 1836. Apartado entonces de la escena pública, no retornó hasta la vuelta de los moderados al poder, una vez aprobada la Constitución de 1837. Con ellos no sólo regresó, sino que colaboró a que en los comicios de octubre de este año se convirtieran en el grupo mayoritario de las Cortes. Así, formó parte, junto al duque de Veragua, el marqués de Irujo y el Andrés Borrego, de la especie de comité central que el partido moderado estableció para coordinar la campaña electoral. De él salió el famoso Manual para el uso de los electores de la opinión monárquico-constitucional, cuya difusión entre los prohombres provinciales sirvió para articular comités locales, que facilitaron el triunfo de la tendencia conservadora. A él se sumó Manuel Riva Herrera con el acta de diputado lograda por Burgos y con él ocupó la primera vicepresidencia del Congreso durante las legislaturas de 1837-1838 y 1838-1839, y la presidencia en febrero de 1838.

Utilizando desde el ejecutivo armas totalmente opuestas a las precedentes y con objetivos claramente rupturistas con el régimen constitucional del 37, en las controvertidas elecciones legislativas de enero de 1840 los moderados lograron de nuevo la mayoría y con ellos Manuel Riva Herrera volvió a conseguir también por la provincia de Burgos un escaño para el Congreso y a ocupar la vicepresidencia, ahora la segunda.

Esta vez, sin embargo, el éxito tanto a él como a aquéllos les duró muy poco, ya que acabaron siendo desplazados del poder por el partido progresista, tras el definitivo triunfo de las movilizaciones auspiciadas por el mismo a lo largo del verano, que, además, se llevaron por delante a la Regencia de María Cristina.

De esta manera Manuel Riva Herrera y sus amigos políticos tuvieron que esperar al inicio del agotamiento de las soluciones arbitradas por esa fuerza política durante la subsiguiente Regencia de Baldomero Espartero para intentar recuperar la representación en las Cortes.

Con este objeto, para las elecciones de marzo de 1843, se estableció un comité moderado que, integrando de nuevo a Manuel Riva Herrera, recuperaba el programa de 1837. Pues bien, él no logró entonces acta de diputado.

Tuvo que esperar a los siguientes comicios, los celebrados en septiembre después de prosperar los levantamientos antiesparteristas, para alcanzarla en esta ocasión por la provincia de Santander. A este escaño sumó, ya bajo el dominio moderado que acompañó al comienzo del reinado efectivo de Isabel II, el cargo de director de la Caja Nacional de Amortización. Si bien por poco tiempo, ya que, a causa de una inflamación hepática, falleció en Madrid el 27 de julio de 1844.

Aquí concluía la vida del patricio burgalés, cuya carrera política en comparación con la de la alta clase política isabelina no se puede calificar más que de modesta, por mucho que su nombre hubiera estado en liza en 1835 para sustituir al conde de Toreno al frente del ejecutivo. En un lugar muy similar, con relación al mismo grupo, se encontraba su fortuna. Así, sin contar los discretos mayorazgos heredados de Gajano, Barcenillas de Rivero, Burgos y Pinedo (Álava), el resto del patrimonio, formado principalmente por dinero y alhajas, la hacienda de Arceniega, la residencia rústica de Pinto (Madrid) y los inmuebles de la capital, estaba valorado a su muerte en algo más de 41.000 reales. Todos estos bienes, lógicamente, pasaron a su único hijo Buenaventura.

 

Fuentes y bibl.: Archivo del Congreso de los Diputados, Serie documentación electoral, 10 n.º 8, 14 n.º 26, 18 n.º 9, 23 n.º 4 y 24 n.º 9.

F. Caballero, Fisonomía natural y política de los procuradores en las Cortes de 1834, 1835 y 1836 por un asistente diario a las tribunas, Madrid, Imprenta de Ignacio de Boix, 1836; A. Borrego, El libro de las elecciones, reseña histórica de las verificadas durante los tres periodos del régimen constitucional (1810 a 1814, 1820 a 1823, 1834 a 1873), seguida de la exposición de los procedimientos más conducentes a dar por resultado que las venideras elecciones puedan ser sinceras y conforme a las aspiraciones de la opinión nacional, Madrid, Imprenta Española, 1874; M. Lafuente, Historia general de España, desde los tiempos primitivos hasta la muerte de Fernando VII. Continuada desde dicha época hasta la muerte de Alfonso XII por J. Varela Ortega [et al.] y hasta la mayor edad de Alfonso XIII por G. Maura y Gamazo, Barcelona, Montaner y Simón, 1922-1927, vols. 21 y 22; A. A. García Carraffa, Diccionario heráldico y genealógico de apellidos españoles y americanos, t. 78, Madrid, Nueva Imprenta Radio S.A.-Litografía M. Casas, 1956, págs. 174-196; I. Burdiel, La política de los notables. Moderados y avanzados durante el Régimen del Estatuto Real (1834-36), Valencia, Edicions Alfons El Magnànim/Institució Valenciana D’Estudis i Investigació, 1987; J. Cruz, Los notables de Madrid. Las bases sociales de la revolución liberal española, Madrid, Alianza Editorial, 2000.

 

Javier Pérez Núñez

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