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San Valentín de Berrio-Ochoa y de Aristi

Biografía

Berrio-Ochoa y de Aristi, Valentín de. Elorrio (Vizcaya), 15.II.1827 – Hai-Duong (Vietnam), 1.XI.1861. Mártir, santo y misionero dominico (OP).

Nació dentro de una familia humilde. Su padre era carpintero y su madre ama de casa. Era el mayor de los tres hijos del matrimonio de Juan Isidro y María Mónica. Su hermano Juan María murió de niño, y su hermana Felipa Elvira se casó cuando Valentín ya era sacerdote, pero no había entrado todavía de dominico en Ocaña. Su vida discurría entre el taller de su padre, a quien ayudaba con humildad y obediencia, y la sacristía de las monjas dominicas de Elorrio. Mientras, continuaba el curso de gramática en la escuela aneja al convento, bajo la dirección del capellán, y por la noche se dedicaba al estudio y la oración. Su vocación dominicana tuvo que posponerla debido a la pobreza de sus padres, a los que tenía que ayudar. Consiguió una beca para estudiar en el Seminario de Logroño y en 1845, a los dieciocho años de edad, empezó a cursar los estudios eclesiásticos. Más tarde perdería la beca y, a pesar de los esfuerzos y ayudas del padre rector del seminario, no podría continuar. Vacante el puesto de director repasante del seminario, solicitó la plaza y le fue concedida, y con los emolumentos pudo continuar sus estudios y ordenarse de sacerdote el 14 junio de 1851. Después de ordenado, se le encomendó la dirección espiritual de los seminaristas por algún tiempo. Deseoso de una más estrecha unión con Dios, dando su último adiós al mundo, pidió ser admitido en el convento de Santo Domingo de Ocaña, Toledo. “Voy a hacerme santo para que haya uno en Vizcaya”, fue la respuesta al amigo que le preguntaba adónde quería ir. Vistió el hábito de la Orden de Santo Domingo el 28 de diciembre de 1853 con otros catorce compañeros, e hizo su profesión religiosa con juramento de ir a las misiones de Oriente el 12 de diciembre de 1854. Su vida en el convento fue dechada de observancia y virtudes. En profunda humildad escribía a sus padres: “Su hijo está hecho un frailecito con su hábito blanco. Aquí me encuentro entre hombres santos que día y noche están alabando a Dios y, a veces, se levantan a media noche a cantar Maitines, haciendo el oficio de ángeles”.

Partió a Oriente el 28 de diciembre de 1856, y llegó a Manila el mes de junio del año siguiente. Ante la persecución reinante en Tonkín (Vietnam), los superiores no obligaban a sus religiosos a incorporarse a la misión. Sólo se enviaban a aquellos que se ofrecieran voluntariamente. Valentín se ofreció y fue aceptado, de modo que embarcó en Manila con rumbo a Tonkín a primeros de diciembre y, después de pasar por Hong Kong, llegó a Macao, donde tuvo que esperar varios meses antes de poder llegar a la misión en marzo de 1858. Meses después se encontraba escondido con monseñor Alcázar y el padre Estévez en el pueblo de Trae-Son, tras haberse encontrado con el venerable obispo Melchor García Sampedro, joven asturiano de treinta y siete años de edad, que enseguida fijó los ojos en el recién llegado padre Valentín.

Arreciaba por entonces la persecución y, considerando el peligro que le amenazaba, a fin de que el vicariato central no quedara huérfano de pastor, el obispo Sampedro lo nombró coadjutor suyo, no sin gran resistencia del padre Valentín, que alegaba su corta edad, el desconocimiento de los usos y costumbres del país y los cortos conocimientos que tenía de la lengua, pues apenas llevaba tres meses en aquellas tierras. Pero no le quedó más remedio que cargar con la pesada cruz de todo el vicariato. Por eso, el nuevo obispo decía con su peculiar gracia: “El Ilmo. Sr. Melchor García Sanpedro me ha dejado una pesada cruz. Si tengo la suerte de ir al cielo, allí le pediré cuentas de lo que hizo”. Pasados dos meses desde su nombramiento, se procedió a la ordenación episcopal del nuevo coadjutor en el barrio de Nin-Cuong con el título de obispo de Centuria y coadjutor del vicariato central, y, como testigos, sus compañeros de viaje los padres Riaño y Carrera. La preparación para la ordenación episcopal la había hecho de la mejor manera posible, dadas las circunstancias. La víspera tuvieron que improvisar las vestiduras, cosiendo a puertas cerradas, aunque no las usaron porque, “aunque con trabajo llegaron unas vestiduras decentes”; la mitra la hicieron de papel dorado y el báculo de caña recubierta con papel dorado. También tuvieron que improvisar una iglesia al celebrarse la ceremonia en la casa de un cristiano. Para no despertar sospechas no invitaron a los cristianos a la ceremonia, que empezó a las dos de la madrugada del domingo. Por la noche cada uno de los misioneros volvió a su escondite. La situación de los misioneros empeoraba día a día, principalmente en el vicariato central. Gran número de catequistas y cristianos padecieron martirio, entre ellos diecisiete religiosos de la Orden. En tan crítica situación, el obispo Berrio-Ochoa, después de implorar el auxilio divino, siguiendo el consejo del obispo Hermosilla, y a fin de escapar de sus perseguidores, buscó refugio en el vicariato oriental, no sin gran dolor de su corazón pensando en la suerte de su rebaño. Pero fue precisamente allí donde el santo y apenado varón fue detenido y apresado el día 25 de octubre de 1861. El 21 de noviembre de 1861 recibía la palma del martirio en la villa de Hai-duong, en compañía del obispo Hermosilla y del padre Almató. “Llegados al lugar del suplicio —dice un testigo ocular—, los mandarines descorrieron los cerrojos de las jaulas. Salieron los mártires de sus respectivas jaulas. Se postraron en tierra. Oraron larga y fervorosamente. Los amarraron fuerte y muy dolorosamente a tres estacas, y dada la señal al son de trompetas, rodaron por el suelo las víctimas”. Era la mañana del 1 de noviembre de 1861.

Conocidas las heroicas virtudes de fray Valentín, no necesitaba del martirio para merecer ser colocado entre los santos. Así lo aseguró León XIII: “Aunque fray Valentín no tuviese el sagrado sello del martirio, bastaba su vida admirable para ser puesto en los altares”. En efecto, el mártir Valentín estaba dotado de una gran virtud fundamentada en una profunda humildad, protegida por una tierna devoción a María; impregnada además por un halo de santa alegría que le hacían fuese querido y respetado por todos; alegría que se filtraba a través de sus palabras: “Yo he pasado algunos peligros, decía, y si no hubiera sido por mis pecados, quizá hubiera ya perdido la cabeza”. De su amor a la celestial Señora, en especial bajo su advocación del Rosario, baste decir que el corazón de fray Valentín era totalmente mariano. A su “madrecita del alma”, la de aquí abajo, que era uno de sus tres grandes amores —como lo es la madre de las almas consagradas—, le escribía: “Consuélese, madrecita, con la Virgen María, y, postrada a sus pies, derrame su corazón.

Tome muchas veces las cuentas del santo Rosario y récelas con gran devoción, pues el Rosario es un arma de gran eficacia”.

San Valentín de Berrio-Ochoa fue beatificado por san Pío X, el 20 de mayo de 1906, y canonizado por Juan Pablo II, el 19 de junio de 1988. Así, Valentín de Berrio-Ochoa cumplía a la perfección aquella respuesta que diera a su amigo: “Voy a hacerme santo para que haya alguno en Vizcaya”. Más tarde, el señor obispo de Vitoria pudo anunciar a sus feligreses: “Tenéis en el cielo un santo, hijo de Elorrio; el primer vizcaíno que recibe culto en los altares”.

 

Obras de ~: “Cartas” (170), a sus familiares, amigos y religiosos, 1842-1861; “Relaciones” (3), a la Congregación de Propaganda FIDE, 1858 y 1859; “Pastoral”, a sus sacerdotes, 1859; “Relación al Presidente de la Santa Infancia”, 1860 [todos estos escritos en J. M. Garrastachu, OP, Cartas y Escritos, B. Valentín de Berrio-Ochoa, Bilbao, 1966 (3.ª ed.), y Archivo Provincial de Nuestra Señora del Rosario, ms. t. 618].

 

Bibl.: M. de M. Saiz, Vida del mártir vizcaíno Beato Valentín de Berrio-Ochoa, Vergara, Imprenta del Santísimo Rosario, 1906, pág. 348; P. Álvarez, Santos, Venerables de la Orden de Predicadores, vol. II, Vergara, Imprenta del Santísimo Rosario, 1921, págs. 408-423; J. M. de Calaya, Breve Reseña Histórica del Convento Colegio de Santo Domingo de Ocaña y los Hijos Ilustres del mismo, Madrid, Blass, 1926, págs. 50-52; J. de Ibarra y Berge, El Beato Valentín de Berrio-Ochoa, Bilbao, Imprenta Provincial de Vizcaya, 1961, pág. 230; J. M. Garrastachu, Cartas y Escritos, Valentín de Berrio-Ochoa, Bilbao, Secretariado de Berrio-Ochoa, 1966 (3.ª ed.); A. González Pola, “Berrio-Ochoa, Valentín”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 244; C. del Río, Berrio-Otxoa, trad. de J. Kerexeta, Bilbao, Diputación Foral de Vizcaya, 1988 (texto en cast. y trad. en vasco); F. Zurdo, Sangre en Vietnam, 60 Mártires de las Misiones Dominicanas, Hong Kong, 1988, págs. 83-85 (separata de Testigos de la fe en Oriente, Mártires Dominicos de Japón, China y Vietnam, Hong Kong, Secretariado de Misiones Dominicanas, 1987, págs. 274-276); H. Ocio, G. Arnaiz y E. Neira, Misioneros Dominicos en el Extremo Oriente, Tomo 2, 1836-1940, vol. 1, Manila, Life Today Publications, 2000, págs. 91-92.

 

Maximiliano Rebollo, OP

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