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Eleuterio Quintanilla Prieto

Biografía

Quintanilla Prieto, Eleuterio. Gijón (Asturias), 24.X.1886 – Burdeos (Francia), 18.I.1966. Militante anarcosindicalista, publicista y maestro laico.

Eleuterio Quintanilla fue uno de los teóricos más sólidos del sindicalismo anarquista en España, junto a Juan Peiró o Ángel Pestaña, y uno de los fundadores de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) de Asturias. Hijo mayor de una familia obrera típica —en la que los valores del republicanismo federal del padre coexistían con las creencias y prácticas religiosas de la madre—, tuvo que abandonar la escuela a los trece años y empezar a trabajar como aprendiz en la fábrica de chocolate del empresario federal Herminio Fernández, quien, consciente de las posibilidades intelectuales del joven Quintanilla, le impulsó a continuar su formación en las clases nocturnas del Ateneo Casino Obrero de Gijón. Allí, además de estudiar idiomas y Matemáticas, entró en contacto con el pensamiento federal y con el anarquismo teórico.

La vida “políticamente” activa de Quintanilla se inició oficialmente en torno a 1904-1905 con unas colaboraciones en el periódico Tiempos Nuevos, en las que hacía explícito su rechazo a las ideas del federalismo a partir de la crítica a su concepción de una autonomía exclusivamente política, y no de una autonomía universal, posible sólo, según Quintanilla, seducido ya por las tesis de Bakunin, a partir de la igualdad económica.

La influencia de Ricardo Mella, que vivía en Gijón desde 1901, a donde se había traslado como topógrafo de las obras del Ferrocarril de Langreo, resulta evidente en los planteamientos de juventud de Quintanilla, que se hallaba ya comprometido en la tarea de la expansión del ideal anarquista en el resto de la región, donde los anarquistas debían competir con los socialistas que dominaban Oviedo y las cuencas mineras.

Las campañas de propaganda desplegadas, y la propia acción sindical en primera línea en las violentas huelgas generales de Gijón de 1901 y 1910, al lado de Pedro Sierra o José María Martínez, les proporcionaron los primeros éxitos en el plano organizativo, como la constitución de la Federación local de sociedades obreras Solidaridad Obrera o la creación del centro La Justicia de La Felguera, los dos bastiones “históricos” de la CNT en una región de mayorías socialistas.

Quintanilla experimentó en esos años su maduración ideológica y personal. En 1909 se casó con Consuelo Sotura, su compañera en lo sucesivo y madre de sus seis hijos, multiplicó su presencia en la lucha societaria y en la propaganda —en noviembre de 1910 apareció en Gijón el semanario Acción Libertaria, cuyos colaboradores habituales eran Anselmo Lorenzo, Ricardo Mella, José Prat, Pedro Sierra y Eleuterio Quintanilla, entre otros—, e inició su compromiso con la pedagogía anarquista, en ocasiones, al lado de los republicanos que habían institucionalizado la cultura y la educación obrera en Gijón. En octubre de 1911 participó, junto a Rosario de Acuña, en la inauguración de la Escuela Neutra Graduada que patrocinaba Melquíades Álvarez, como un anticipo de lo que en 1914 sería la culminación de un ciclo profesional que sacó a Quintanilla del trabajo manual convirtiéndose, al conseguir un puesto de plantilla en dicha Escuela, en maestro racionalista, y ello sin abandonar la labor de publicista desde la redacción no sólo de Acción Libertaria, sino también de Tribuna Libre, Solidaridad Obrera y El Libertario, en cuyas páginas quedó constancia de sus planteamientos sobre el sindicalismo y la acción sindical.

El argumento de la centralidad del sindicalismo en el anarquismo, como exponente genuino de la acción directa como acción sindical, y su contribución a la articulación de la sociedad futura, fue recurrente en el Quintanilla de los primeros años. Lo abordaba desde la crítica a la conciencia de clase marxista, ya que la conciencia colectiva, propia e independiente de la clase trabajadora era, a su juicio, ajena al concepto de partido y de ahí, según sus propios términos, el “error de principios y de método” de los socialistas.

Quintanilla concebía la acción sindical como una manifestación específica de la conciencia obrera, una forma caracterizada de protesta, de rebeldía, de impugnación del régimen de salariado y, en consecuencia, no sólo rechazaba el intervencionismo oficial por su “contaminación” del poder del Estado, sino también por la incompatibilidad de la lucha de clases con cualquier tipo de pacto, arbitraje o conciliación: “La lucha de clases es consecuencia indeclinable del régimen del salario y que tanto más se afianza la paz social definitiva cuanto mayor impulso se da al estado de guerra actual”, escribía Quintanilla en una reseña crítica a un folleto sobre el arbitraje obligatorio en Gran Bretaña, editado por la Sociedad de Ferroviarios de Oviedo (véase Quintanilla, “Por el respeto a los derechos individuales. Alrededor de una campaña. Un error de principios y de método”, “La bancarrota del arbitraje obligatorio en los ferrocarriles ingleses. Por Charles Watkins. Traducción y prólogo de José Arias”).

Aunque su pensamiento está dominado en los primeros años por el ideal de corte bakuninista de sociedad futura sostenida por un pacto libre federado, Quintanilla, influido por las tesis de Labriola y de los sindicalistas revolucionarios franceses e italianos, a los que había traducido en diversas ocasiones, introducía al sindicato como célula de la organización social y económica futura. Su obsesión por la organización, por la solidaridad sindical internacional, especialmente, a partir de sus contactos con la American Federation of Labor (AFL), le sitúan en el núcleo duro del debate sobre el sindicalismo, muy lejos de los sofismas característicos del anarquismo decimonónico.

En la Tesis Sindicalista, una réplica escrita en 1916 al publicista socialista Luis Araquistain que consideraba al sindicalismo como una enfermedad infantil, pudo Quintanilla desarrollar el argumento de la función del sindicalismo hasta redondearlo (Quintanilla, La Tesis Sindicalista, s. f.). Contrario a la violencia y a la coerción del poder, como Mella, Quintanilla entendía el proceso de consolidación de la organización sindical como una fase imprescindible para la gestación de la conciencia de clase, un gradualismo que le sirvió para justificar su apoyo a la causa de los aliados en la Guerra Europea, que sus críticos dentro de la CNT lo consideraron una perversa inclinación hacia la democracia “burguesa”, y que le reconcilió con el republicanismo y, en particular, con Melquíades Álvarez, con quien compartía la fraternidad masónica en la Logia Jovellanos, en la que había ingresado en 1917 con el nombre simbólico de Floreal.

Preocupado por los aspectos prácticos de la conciencia de clase y su relación con los derechos de representación, Quintanilla no creía viable el proyecto de sociedad futura anarquista si no se afinaba su formulación en términos realistas, y esta cuestión le inquietaba de manera especial para el futuro de la CNT, y de ahí su crítica implícita a la “utopía” del anarquismo teórico, incapacitado para comprender las aspiraciones de la vida real de los trabajadores. La supervivencia del sindicalismo revolucionario dependía, para él, de la organización de los sindicatos, de la unidad sindical en las estrategias y de la planificación del proceso hacia la sociedad futura, no de la improvisación que predicaban los partidarios de la revolución a ultranza, posición que le granjeó la hostilidad de los anarquistas “puros”. En la última entrevista que le hizo José Peirats, apenas unos meses antes de su muerte, Quintanilla se refería a aquella situación de turbulencia que tan cara la costaba a la CNT, de una manera expresiva: “Yo estuve siempre contra el tumulto. Quise acabar con el tumulto y el tumulto siguió y sigue triunfante” (Álvarez Palomo, 1973: 411).

El “tumulto” impidió que sus propuestas sobre la construcción de federaciones nacionales de industria, sobre la búsqueda de puntos de encuentro con la UGT, o el rechazo a la Internacional Comunista, porque la rusa no era la revolución que defendían los anarquistas, presentadas al Congreso nacional de la CNT de diciembre de 1919, no fuesen consideradas.

La derrota en el Congreso de La Comedia, donde la CNT se declaró comunista libertaria, afirmó el sindicato único como sindicato tipo y rechazó cualquier forma de aproximación sindical a la UGT, llevó a Quintanilla a reducir su activismo sindical y a refugiarse progresivamente en su actividad profesoral y de propaganda. De 1925, en plena dictadura, data su propuesta de recuperar la legalidad confederal para reforzar las posiciones de sus sindicatos en el nuevo entramado de cambios y transformaciones, y también su escepticismo hacia muchos de sus correligionarios: “Nos conocen pocos, nos entienden menos, y nos ignoran los más, y a veces los que creen interpretarnos fielmente, desbarran...”, decía Quintanilla en una entrevista publicada en Solidaridad Obrera de Gijón el 27 de noviembre de 1925.

Su reclusión no acabó con la proclamación de la República, pero tampoco entonces sus críticos dejaron de hostigarle por sus relaciones con el republicanismo y la masonería. Apartado definitivamente de la primera línea, siguió reafirmando la necesidad de la organización sindical por encima de la de partido, negando virtualidad a toda acción social intermediada, y suspirando por una CNT unida y libre de sectarismos, en la que, a su entender, el espíritu genuinamente antidogmático y antiautoritario del anarquismo daría cabida a opiniones y tendencias diversas.

De ahí, sus reservas ante la escisión de los “sindicatos de oposición” en 1933, a pesar de la simpatía que le inspiraba el movimiento “treintista” —por los treinta firmantes de un polémico manifiesto contra el dominio de los anarquistas puros en la CNT— y las afinidades con algunos de sus líderes (véase Quintanilla: “Nada de anfibologías”, “Un documento de gran interés”, “Lineamientos cardinales del sindicalismo”).

De ahí, su distanciamiento de Pestaña con motivo de la fundación del Partido Sindicalista. Pero, también, su apoyo a la Alianza Obrera de 1934, por lo que representaba de “entente” sindical con los socialistas para la organización de la revolución y que, al fraguar en Asturias en marzo, permitió hacer realidad por unos días la “comuna asturiana” en octubre.

El fracaso de octubre de 1934, más trágico y doloroso aún para los anarcosindicalistas asturianos, a los que el Comité Nacional de la CNT, opuesto a la Alianza, trató de traidores, negándoles apoyo durante la represión y privando de la ayuda internacional a los que habían logrado escapar, no influyó en las convicciones de Quintanilla acerca de la unidad sindical.

Durante la Guerra Civil, convencido de la oportunidad de “refundar” el pacto con las demás fuerzas sindicales para encauzar la revolución espontánea que había surgido contra la sublevación militar, Quintanilla no se opuso a la entrada de los anarquistas en el gobierno Largo Caballero en noviembre de 1936, trabajó discretamente en la retaguardia en Gijón siguiendo los acontecimientos internacionales con la pasión de un analista político, desconcertado ante la pasividad de las democracias occidentales primero, y expectante, después, ante una intervención que nunca llegaba a producirse. Ya en Barcelona, adonde se trasladó, tras la caída de Asturias en octubre de 1937, aceptó ponerse al frente del Consejo Nacional de la Infancia Evacuada, organismo dependiente del Ministerio de Instrucción Pública y Sanidad que ocupaba el anarquista Segundo Blanco en el gobierno Negrín de 1938. El exilio en Francia, a donde se dirigió con parte de su familia en febrero de 1939, no le devolvió la confianza perdida en las democracias, ni en una CNT plural y antisectaria. Debilitada su salud por los años pasados en un campo de trabajo, decepcionado por las circunstancias internacionales del final de la Guerra Mundial, y profundamente abatido por las divisiones que el exilio consagraba irremediablemente en la CNT, Eleuterio Quintanilla murió en Burdeos el 18 de enero de 1966.

 

Obras de ~: “Por el respeto a los derechos individuales. Alrededor de una campaña. Un error de principios y de método”, en El Libertario (Gijón), 10, 17 y 31 de agosto de 1912, 28 de septiembre de 1912; “La bancarrota del arbitraje obligatorio en los ferrocarriles ingleses. Por Charles Watkins. Traducción y prólogo de José Arias”, en El Libertario (Gijón), 30 de noviembre de 1912; La Tesis Sindicalista, Madrid, Vida y Trabajo, s. f. [el texto original fue publicado por Renovación de Gijón en el verano de 1916 y en 1931 apareció una reedición con un comentario previo de Quintanilla]; “Nada de anfibologías”, en Sindicalismo (Barcelona), 30 de junio de 1933; “Lineamientos cardinales del sindicalismo”, en Sindicalismo (Barcelona), 19 de mayo de 1933, “Un documento de gran interés”, en Sindicalismo (Barcelona), 1 de septiembre de 1933.

 

Bibl.: R. Álvarez Palomo, Eleuterio Quintanilla (Vida y Obra del maestro), México, Editores Mexicanos Unidos, 1973; A. Barrio Alonso, Anarquismo y anarcosindicalismo en Asturias. 1890-1936, Madrid, Siglo XXI, 1988; “Anarquistas, republicanos y socialistas en Asturias”, en El anarquismo español. Sus tradiciones culturales, Frankfurt am Main-Madrid, Vervuert-Iberoamericana, 1995, págs. 41-56; “El anarquismo asturiano, entre el sindicalismo y la política”, en Ayer, 45 (2002), págs. 147-170; M. Aznar Soler y J. R. López García (eds.), Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, vol. 4, Sevilla, Renacimiento, 2016, págs. 141-142.

 

Ángeles Barrio Alonso

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