Marco y Catalán, Juan Francisco. Bello (Zaragoza), 24.X.1771 – Roma (Italia), 16.III.1841. Arcipreste, catedrático, jurista, consejero de Estado, presidente del Consejo de Regencia, cardenal.
Después de haber hecho los estudios de Humanidades a la edad de trece años, ingresó en la Universidad de Zaragoza para cursar Filosofía y Derecho y se doctoró años más tarde en Derecho Civil y Canónico.
Fue nombrado profesor de dicha Universidad, donde explicó la cátedra de Derecho y se le encargó, además, la ordenación de la biblioteca en la sección de jurisprudencia.
Unos años más tarde, la misma Universidad le consiguió un puesto en el Colegio Español de Bolonia, donde también fue profesor de Derecho Canónico.
Allí conoció a los cardenales Braschi y Chiaramonti, que fueron los futuros papas Pío VI (1775- 1799) y Pío VII (1800-1823). Terminada su misión en Bolonia, se trasladó al Vaticano junto a este último para tres años. Vuelto a España en 1803, se ordenó de sacerdote; en 1805 hizo oposiciones para la canonjía doctoral de Plasencia y en 1813 para igual prebenda en Zaragoza. Terminada la Guerra de la Independencia, fue nombrado dignidad de arcipreste del Salvador del Cabildo catedral de Zaragoza y vicario capitular de la diócesis, mientras que su hermano José Antonio era canónigo simple, juez sinodal y de la Cruzada y subcolector de Expolios. Al regresar Pío VII de su cautiverio en Francia, el rey de España, Fernando VII, secundando la costumbre de que en la Rota Romana hubiera un miembro de la Corona de Aragón, envió a Marco a dicho Tribunal Apostólico. Tanto Pío VII como León XII (1823-1829) lo trataron con especial benevolencia, le nombraron miembro de las Congregaciones romanas de Ritos, Concilio y Consistorial y le encargaron algunas misiones complejas. En particular, León XII le nombró miembro de la comisión de juristas encargados de la reforma legislativa de la Iglesia y le hizo presidente de la junta administrativa para la reedificación de la basílica de San Pablo, damnificada por un incendio poco antes de la muerte del papa Pío VII.
En 1826, dado el renombre de que gozaba en España, Fernando VII lo reclamó para consejero de Estado.
El Papa interpuso su mediación para retenerle a su lado y, en efecto, pocos meses después cesaba como auditor, pero se le nombraba para el enojoso cargo de gobernador de Roma, función que ejerció con la justicia y prudencia que demandaba la agitación existente en los Estados de la Iglesia. Fue el último cardenal creado por el papa León XIII en el consistorio celebrado el 15 de diciembre de 1828, y le asignó el título diaconal de Santa Águeda de la Suburra el 21 de mayo de 1819, en cuya iglesia está enterrado.
Tomó parte en la elección del Pío VIII, en 1829, y Gregorio XVI, en 1931. En la elección de este último interpuso el derecho de veto que por orden de Fernando VII le cursó el embajador Gómez Labrador contra el cardenal Giustiniani, que había sido nuncio en Madrid entre 1817 y 1827, y estaba considerado con probabilidades de ser elegido. Gregorio XVI le encargó la revisión de las reformas legislativas que iba a introducir en los Estados Pontificios, exigidas por los frecuentes movimientos insurreccionales. Desde el 28 de febrero de 1831 hasta 24 de febrero de 1832 fue camarlengo del Sacro Colegio.
Fernando VII, poco antes de morir, en el testamento de 1830, como reconocimiento de su valía y ponderación, le nombró presidente del Consejo de Regencia en la minoridad de Isabel II, pero Marco renunció a este cargo en el año 1833 y no quiso volver a España.
Este gesto fue interpretado por el Gobierno liberal como apoyo a la causa del pretendiente Carlos, según informes facilitados por el nuncio Amat, quien dijo que el mismo Gobierno sospechaba de algunos personajes que en Roma instigaban a la Santa Sede en favor del infante y contra la Reina, exagerando las noticias; entre los sospechosos estaban Marco y el auditor de la Rota, Avella. Pero el cardenal se mantuvo alejado de responsabilidades políticas y ante el confusionismo de ideas y banderías que desgarraban a España, ensangrentada por la Primera Guerra Carlista, reafirmó su lealtad a la Sede Apostólica y permaneció en Roma hasta su muerte. Defendió en la Curia la conducta del obispo de Astorga, Félix Torres Amat, considerado como adicto a la Reina y, por consiguiente a los liberales moderados, y pidió que el informe presentado por este obispo con motivo de la visita ad limina de 1838 fuese revisado por un prelado neutral, que no tuviera prejuicios por el hecho de que Amat había formado parte de la junta gubernativa encargada de estudiar la reformas eclesiásticas que los gobiernos liberales querían introducir, ya que dicha junta no fue la causante de los desórdenes ocurridos hasta entonces, es más, había querido ponerse de acuerdo con la Santa Sede en varias ocasiones. Defendió además a dicho obispo, autor de una traducción de la Biblia, porque aunque ésta le había costado muchos disgustos durante la nunciatura de Giustiniani, sin embrago la Congregación del Índice no la había prohibido.
Obras de ~: Decisiones del Tribunal de la Rota Romana, Roma, 1817-1829, 12 vols.; Oraciones fúnebres en las exequias de María Luisa y María Isabel de Borbón, infantas de España, Roma, 1819.
Bibl.: G. Moroni, Dizionario di erudizione storico-ecclesiastica da S. Pietro ai nostri giorni, vol. XLII, Venezia, Tipografía Emiliana, 1847, págs. 262-264; V. de la Fuente, Historia Eclesiástica de España, vol. IV, Madrid, Compañía de Impresores y Libreros del Reino, 1873, pág. 212; R. Ritzler y P. Séfrin, Hierarchia catholica, vol. VII, Patavii, Il Messagero di San Antonio, 1968, págs. 21-22, 24, 45 y 50; A. Orive, “Marco y Catalán, Juan Francisco”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. III, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 1412; V. Cárcel Ortí, Política eclesial de los gobiernos liberales españoles (1830-1840), Pamplona, Eunsa, 1975, págs. 125, 243 y 415; Correspondencia diplomática del nuncio Tiberi (1827-1834), Pamplona, Eunsa, 1976, págs. 442, 494, 519, 632, 644, 731, 745-746, 766 y 789; V. Cárcel Ortí, Correspondencia diplomática del nuncio Amat (1833-1840), Pamplona, Eunsa, 1982, págs. 8, 96, 102, 184-185 y 189.
Vicente Cárcel Ortí