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García Gil de Manrique y Maldonado

Biografía

Gil de Manrique y Maldonado, García. Garcigil. El Pobo de Dueñas (Guadalajara), 1575 – Madrid, 1651. Obispo de Barcelona y Gerona, consejero del Consejo de la Suprema Inquisición y virrey de Cataluña.

Quien en numerosas ocasiones ha sido conocido en la literatura y en la historia como Garcigil, nació en el seno del linaje de los Manrique y en el marco del señorío de Molina. Como segundón fue destinado a proseguir una carrera eclesiástica. Tras pasar su infancia en el palacio señorial de Molina, en la frontera cercana a Aragón, se fue a estudiar a Sigüenza y luego a Salamanca, donde se doctoró en ambos Derechos y en Teología y en cuya Universidad fue profesor. Se trasladó luego a Roma, y allí ejerció como abogado en la Curia vaticana. Ya entrando en la segunda década del siglo xvii, regresó a España con el nombramiento de obispo titular de Utica, obispo auxiliar de Cuenca con el título de obispo de Bizerta en 1618, inquisidor de los tribunales del Santo Oficio de Toledo y Zaragoza y en el año 1626 fiscal supremo del Santo Oficio de la Inquisición. En 1627 fue promovido a la mitra de Gerona, comenzando así su periplo por Cataluña, en cuya sede permanecería hasta el año 1633, cuando era elegido obispo de la capital del principado hasta 1635. Entre los años 1636 y 1637, García Gil de Manrique actuaba también como deán de las provincias episcopales en el Concilio Provincial de la ciudad de Barcelona.

En un plano político, como eclesiástico presidió la Diputación del General en el trienio que se inauguraba en 1632. Tan fulgurante carrera culminaba el día 29 de julio de 1640, cuando Felipe IV le nombraba virrey de Cataluña con carácter trienal, en medio de la tragedia de la revuelta de los segadores y tras la sombra del Corpus de Sang, con el asesinato del anterior virrey el conde de Santa Coloma durante los sangrientos estallidos de la revolución y la precipitada y sospechosa muerte del siguiente virrey, el duque de Cardona y Segorbe. Antes incluso de su juramento, que tuvo lugar el día 3 de agosto, tan pronto como se extendió la noticia de que el Rey estaba dispuesto a nombrar como virrey a un obispo, la opinión política catalana se apresuró a sospechar que ello podía significar el intento decidido de usar la fuerza contra el principado, dado que su condición clerical le colocaba en una posición de extrema fragilidad en un contexto que devenía fundamentalmente conflictivo.

Elegido como presidente de la Diputación del General el canónigo Pau Claris, al poco de tomar posesión pactó con Francia la entrega del principado para crear una República independiente bajo protectorado francés, ante la asombrada expectativa del virrey García Gil y pese a sus infructuosos intentos de disuasión a fin de evitar la ruptura definitiva con el rey de España. Así, a partir de ese momento, el virrey veía dar un vuelco radical a su cometido, inmerso en una serie de episodios revolucionarios que acabarían con su destitución. García Gil fue testigo, en los siguientes meses a su nombramiento, de cómo las ciudades catalanas, unas tras otras, se solicitaban armas y municiones, muchas de las cuales procedían de Francia, para defenderse ante la temida llegada del ejército español.

Las autoridades catalanas ignoraban las quejas del obispo y virrey al respecto, convirtiendo en la autosuficiencia militar el objetivo prioritario de aquellos tiempos, así como paralelamente se iban reforzando los lazos con Francia a través de secretas conversaciones mantenidas con Éspenan, que se irían culminando hacia el mes de septiembre. Durante el mes de agosto, las tropas españolas afincadas en el territorio del Rosellón y comandadas por Juan de Garay, tuvieron ocasión de arrestar y apresar a varias personas sospechosas de dirigir tales conversaciones. Como era de esperar, la noticia de dichos arrestos causó indignación en Barcelona y el virrey tuvo que atemperar la protesta de los diputados de la Generalidad, que, sin embargo, decidieron seguir adelante en sus planes restableciendo el orden público en el principado y organizando la resistencia frente a la Corte de Madrid, ante la inoperancia que demostraba padecer el virrey. En efecto, García Gil, falto de autoridad, como cada vez era más de dominio público, no disponía de infomación alguna sobre cómo habían tenido lugar tales actuaciones y rápidamente escribió a Juan de Garay alertándole de que de seguir así iba a provocar la ruptura total, que él mismo aún ansiaba evitar, perdiendo definitivamente el principado. Un mes más tarde de estos hechos, en septiembre, el virrey era testigo amargamente de cómo los diputados del General respondían ante el anuncio del Rey de convocar nuevas Cortes en Aragón y en Valencia, y como rezaba el texto de la pragmática real para poner en respeto la justicia del Principado violentada por gente sediciosa, convocando sus propias Cortes con una reunión especial de los brazos o estamentos. De la reunión, bajo auspicio de Pau Claris, emergería la creación de una Junta para la defensa del Principado, que iba a formalizar oficialmente la petición de ayuda militar a Francia, la cual se fraguaría en la villa de Ceret. Sin poder decidir ni objetar nada al respecto, García Gil fue testigo asimismo de la ambivalente reacción de la Corte de Madrid, en manos del valido de Felipe IV, el conde-duque de Olivares, que ofrecía un ultimátum con carácter negociador a las fuerzas políticas del principado, justo en un momento en el que la Monarquía española asistía a una crisis política en varios y muy diversos frentes. Sin embargo, todo intento resultó infructuoso ante la desconfianza mutua de las autoridades políticas, y Olivares no modificaba su visión centralista del Estado tal cual había provocado el alzamiento del país, aun tentado por su ambicioso proyecto de la Unión de Armas que tanto disgusto y rechazo había provocado en las últimas e inacabadas Cortes de Barcelona de 1626. Todo presagiaba la guerra final. Una intensa guerra panfletaria la estaba precediendo. El francés Duplessis Besançon se presentaba en Barcelona ya en el mes de octubre, para debatir la entrada de las tropas francesas. Cada vez más, García Gil se hallaba atado de pies y manos.

Antes de que llegase su cese, sin embargo, y pese a su indiscutiblemente leal servicio al rey Felipe IV, se había visto forzado a dictar la excomunión a los maestres de campo de los tercios españoles afincados por el país, ante los excesos cometidos y las profanaciones de numerosas iglesias, en los días y meses sucesivos al estallido. Como clérigo, se encontraba moralmente impedido para acatar sin reservas las reiteradas y desesperadas órdenes de Madrid de poner a punto al ejército español con toda su fuerza para dirigir la guerra. Fue, decididamente por ello, destituido y relevado por el marqués de Los Vélez que desde este momento dirigiría las campañas militares.

Era el 23 de noviembre de 1640 y el nuevo juramento hubo de tener lugar en la ciudad de Tortosa.

Este cambio no fue aceptado por las autoridades catalanas.

Ya avanzada la guerra y la revolución política, en octubre de 1642, padeciendo de una débil salud y entregado pacíficamente a las tareas de su Obispado, recibió la comunicación de desafecto a Francia y fue expulsado de la diócesis a la que jamás regresaría. Tras su fallecimiento, en 1651, fue llevado a enterrar a la iglesia de El Pobo de Dueñas, en el señorío de Molina, donde había dispuesto testamentariamente que se colocara su cuerpo bajo un bello mausoleo que en 1919 describiera detalladamente Ricardo de Orueta, en el que aparecía su imagen tallada en piedra revestida de sus atributos sacerdotales y episcopales.

 

Bibl.: J. Mateu i Ibars, Los virreyes de los estados de la antigua Corona de Aragón. Repertorio biobibliográfico, iconográfico y documental, tesis doctoral, vol. I, Barcelona, Universidad, 1960; J. Reglà i Campistol, Els virreis de Catalunya: els segles xvi i xvii, Barcelona, Vicens Vives, 1961; F. Soldevila, Història de Catalunya, vol. II, Barcelona, Alpha, 1962; J. Lalinde, La institución virreinal de Cataluña, 1471-1716, Barcelona, Instituto de Estudios Mediterráneos, 1964; J. H. Elliott, La rebelión de los catalanes. Un estudio sobre la decadencia de España (1598-1640), Madrid, Siglo XXI, 1986 (3.ª ed.); J. M. Sans i Travé (dirs.), Dietaris de la Generalitat de Catalunya, VI, dirección, Barcelona, Generalitat de Catalunya, 2000.

 

Mariela Fargas Peñarrocha

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