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Sebastián Ramírez de Fuenleal

Biografía

Ramírez de Fuenleal, Sebastián. Villaescusa de Haro (Cuenca), c. 1490 – Valladolid, 22.I.1547. Obispo y jurista.

Miembro de la ilustre familia de los Ramírez de Arellano que contaba entre sus componentes al también obispo y jurista Diego Ramírez de Fuenleal, titular del obispado de Málaga, embajador en Francia e Inglaterra y presidente de la Audiencia de Valladolid, y a Antonio Ramírez de Haro, obispo de Segovia.

En 1506, el joven Sebastián Ramírez, después de las pruebas de rigor, ingresó en el prestigioso Colegio de Santa Cruz de Valladolid donde comenzó sus estudios superiores. En esta ciudad permaneció hasta 1514 o 1515, obteniendo en su universidad el grado académico de licenciado en “ambas borlas”, es decir, en Derecho Canónico y Civil, y es probable que en estos años hubiera cursado también Teología y recibido las órdenes sagradas. En 1516 se encontraba en Sevilla formando parte del Tribunal de la Inquisición. Seis años más tarde, en 1522, fue nombrado oidor de la Chancillería de Granada, donde permaneció otros seis años y adquirió fama de varón prudente y buen letrado, a quien podía confiarse cualquier cosa.

En 1527 moría en España el electo obispo de Santo Domingo, este acontecimiento hizo que el Consejo de Indias se fijara en Ramírez de Fuenleal como la persona idónea para ejercer dicho ministerio episcopal; además, la labor que había venido desempeñando, primero en Sevilla y después en Granada lo avalaban como buen jurista. De manera que fue presentado para el obispado de Santo Domingo y Concepción de la Vega y, al mismo tiempo, recibió el nombramiento de presidente de la Audiencia de la Isla Española. Zarpó de Sanlúcar de Barrameda el 7 de octubre de 1528 y después de recalar en Puerto Rico se instaló en su sede y presidencia a principios de 1529. Sin demora comienza su ardua tarea y entre los encargos prioritarios coloca Fuenleal el buen tratamiento de los indios ocupándose de temas tan controvertidos como eran la encomienda y la esclavitud; seguidamente, atendería los asuntos relacionados con Administración Pública y la aplicación de la justicia.

En muy poco tiempo, se ganó el respeto y el cariño de todos, especialmente de los indios.

Estando enfrascado en sus ocupaciones como prelado y presidente de la Audiencia, le llegó, a mediados de 1530, una carta de la reina doña Juana, fechada en Madrid el 11 de abril de ese mismo año; por ella, la soberana le daba a conocer los problemas que se habían suscitado en la Nueva España por la ineficacia y maldad de las autoridades y le hacía partícipe de su decisión de proveer aquella Audiencia de nuevos magistrados contando con su persona como nuevo presidente.

Sebastián Ramírez se resistió a aceptar aquel nuevo destino alegando el trabajo que quedaba por hacer en Santo Domingo y, personalmente, indicaba su precaria salud, pero un nuevo “ruego y encargo” de la Reina firmado en la ciudad de Ocaña a 27 de abril de 1531, le hizo desistir de sus posición y aceptar el servicio que se le pedía.

La Nueva España estaba sumida en un caos, consecuencia directa de los desmanes del presidente de la Audiencia Nuño de Guzmán y de los oidores Juan Ortiz de Matienzo y Diego Delgadillo. Para subsanar estos daños, fue requerido Sebastián Ramírez y, junto con él, otros juristas de talla parecida. Fuenleal cumpliendo la Real Orden, se trasladó a Nueva España y desembarcó en Veracruz el 23 de septiembre de 1531, desde aquí hasta la capital del virreinato, Sebastián se detuvo en varios lugares para escuchar y ver por sí mismo la realidad de aquella tierra y la situación de su gente. Así se lo comunica al Emperador en carta de 30 de abril del 1532: “Luego como llegué a esta Nueva España, escribí a VM cómo a veinte y tres de septiembre del año pasado me desembarqué, y cómo antes que a esta cibdad viniese, visité los más principales pueblos que en esta provincia hay, y luego entendí en saber lo que VM tenía proveído y no estaba cumplido [...]”.

La tarea encomendada al presidente Ramírez de Fuenleal y a sus colegas, los oidores Vasco de Quiroga, Francisco Ceynos, Juan Salmerón y Alonso de Maldonado, estaba compuesta por un cúmulo enorme de problemas: pacificar y poblar la tierra, atender las demandas de los conquistadores, dar salida al caso de Nuño de Guzmán, afrontar con firmeza y delicadeza todo lo relacionado con Hernán Cortés, organizar la iglesia y las estructuras clericales tanto regulares como seculares, trazar la urbanización y defensa de las principales ciudades y puertos de mar del virreinato, etc.

Y si esto no bastaba, estaba pendiente lo tocante a la suerte de los indios con temas tan candentes como la encomienda, los corregimientos, los sistemas de tributación, la esclavitud... Hacer frente a tan arduos problemas, en un mundo de pasiones desbordadas, era la misión encomendada al flamante presidente de la Audiencia de México, que aceptó esta responsabilidad sin abandonar la que ya tenía como obispo de Santo Domingo.

Ramírez de Fuenleal en 1532, recién llegado a México, convoca a las principales autoridades del virreinato para conocer por ellos la amplitud y gravedad de los problemas que aquejaban a aquella tierra y sus posibles remedios. Las dificultades de todo tipo que presentaba la situación de la Nueva España no desanimaron a Sebastián Ramírez, que, como jurista y gobernante, supo graduar la importancia de las cuestiones para atenderlas en el momento oportuno.

Su actuación causó tal satisfacción en la Corte que la Reina gobernadora por Real Cédula le autorizaba para proveer y disponer en todo como lo creyera más conveniente, aun contrariando cualquiera otra disposición en vigor. Sebastián Ramírez gozó de amplios poderes que supo usar con prudencia y sabiduría.

Para mayor abundancia en el conocimiento de la tierra y precisión en las soluciones a aplicar, puso todo su empeño en dar cumplimiento a una antigua orden que mandaba hacer una descripción pormenorizada de aquellas provincias, sus recursos naturales, sus costumbres e instituciones con miras a un mejor gobierno.

Esto llevó a Fuenleal a ahondar en la realidad geográfica y cultural de la Nueva España y a promover una serie de investigaciones sobre las antigüedades del mundo indígena, aunque como buen humanista dio mayor importancia a todo lo que se refería al conocimiento y a la felicidad de las personas.

Acabada la descripción de la tierra, Sebastián Ramírez remitió el 10 de julio de 1532 otra comunicación a la Corte en la que, de manera expresa, daba a conocer su parecer sobre las medidas que debían adoptarse en el asunto de la tributación y encomienda indígenas. Aconsejaba que se pusieran los indios bajo la jurisdicción de la Corona y se oponía con rotundidad a la creación de nuevos repartimientos y encomiendas. A modo de concesión en favor de los conquistadores, proponía que se les hiciera merced de los tributos que antiguamente pagaban los indígenas a sus señores naturales, y para evitar abusos proponía que estas cantidades fueran debidamente sopesadas y acordadas. Después de algunos inconvenientes sufridos durante la travesía, la documentación recopilada por Ramírez de Fuenleal llegó a España en febrero de 1534. Después de su lectura y tratamiento por parte de los miembros del Consejo, se sucedieron las órdenes oportunas para la buena administración de las provincias novohispanas. De todas ellas, las que más contentaron al obispo-presidente fueron las que dieron para el buen gobierno y mejoramiento de los naturales.

Entre los muchos y buenos resultados que cabrían mencionarse de la gestión de Fuenleal en el gobierno de la Nueva España, destacan las necesarias obras de infraestructura urbana y de comunicación, las acciones destinadas a la promoción de los naturales, las encaminadas a la pacificación de territorio, y aquellas emprendidas para la recuperación y guarda de las antigüedades prehispánicas de México.

El maestro mexicano Justo Sierra expresó de manera lapidaria la labor de Ramírez de Fuenleal al escribir de él diciendo que “puso todo el poder de la autoridad en la promulgación del bienestar y en la redención de los indios, y el que inauguró la casi nunca interrumpida era de paz (en los tiempos novohispanos) en que se formó lentamente la nacionalidad mexicana [...]”.

El intenso y continuo esfuerzo efectuado por Ramírez de Fuenleal hizo mella en su quebradiza salud.

Estas circunstancias personales le hicieron suplicar al Consejo su vuelta a España; sus súplicas fueron escuchadas y recibió las debidas licencias que permitían su regreso. Acabados los preparativos de su vuelta, se embarcó con rumbo a la Península a principios de 1536 no sin antes haber puesto en marcha un ansiado y acariciado proyecto: el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, lugar de encuentro para españoles e indios.

Los años que vivió en España hasta su muerte, acaecida en 1547, aunque muy vinculado con la administración eclesiástica y civil hispana, tuvo tiempo para ocuparse de asuntos relacionados con el Nuevo Mundo y en particular con México.

La extraordinaria tarea realizada en América se completó con la no menos encomiable labor que desarrolló en España a su vuelta. Después de su arribada a la Península actuó como colaborador del cardenal de Toledo hasta que quedó vacante la sede episcopal de Tuy para la que fue promovido y, asimismo, fue nombrado también para ocupar la presidencia de la Chancillería de Granada, tareas ambas que fueron asumidas por Sebastián Ramírez. Apenas dos años después, en 1540, sería removido al obispado de León y juntamente con dicha silla episcopal ocupó la presidencia de la Chancillería de Valladolid. Participó activamente en la Junta de Valladolid de 1542, antecedente inmediato de la promulgación de las Leyes Nuevas.

En este mismo año, se le confía la diócesis de Cuenca y continuó mixturando la actividad pastoral con la jurídica. Murió en Valladolid el 22 de enero de 1547, su cuerpo fue trasladado y sepultado en la iglesia del Convento de Santa Cruz de los Dominicos, fundación suya, en Villaescusa de Haro.

 

Obras de ~: Relación de la Nueva España [su manuscrito lo conocieron Antonio de Herrera y León Pinelo, pero no se sabe nada de él].

 

Bibl.: L. García Carreño, Compendio histórico de Villaescusa de Haro, Villaescusa de Haro, en la Biblioteca particular de D. Francisco Hermosillo [alcalde que fue de dicha ciudad en la década de 1960] (inéd.); Vasco de Puga, Provisiones, cédulas, instrucciones de su Majestad, ordenanzas [...] para la buena gobernación desta Nueva España, México, 1563 (ed. facs., Madrid, Cultura Hispánica, 1945, fol. 89 v.); “Parecer de Don Sebastián Ramírez de Fuenleal”, remitido al emperador el 10 de julio de 1532, en J. García Icazbalceta (ed.), Documentos para la Historia de México, vol. II, México, 1858-1866, págs. 165 y ss., primera serie, 2 vols.; “Carta de la reina doña Juana al obispo de Santo Domingo, Madrid, 11 de abril de 1530”, en F. del Paso y Tronconso (comp.), Epistolario de Nueva España, 1505-1818, t. II, vol. II, México, Antigua Librería de Robredo, 1939, págs. 1-2; “Carta de la reina doña Juana al obispo de Santo Domingo, Ocaña, 27 de abril de 1531”, en F. del Paso y Tronconso (comp.), Epistolario de Nueva España, op. cit., t. II, págs. 26-27; “Cédula de la reina al obispo de Santo Domingo, presidente de la Audiencia de México”, en F. del Paso y Tronconso (comp.), Epistolario de Nueva España, op. cit., t. XV, págs. 169-170; J. de Mendieta, “Historia eclesiástica indiana”, en J. García Icazbalceta, Documentos Inéditos para la Historia de México, vol. I, México, Salvador Chávez Hayhoe, 1941 (2.ª ed.) pról. al lib. II; J. Sierra, Evolución política del pueblo mexicano, México, Fondo de Cultura Económica, 1950, pág. 62; B. Bennassar, Valladolid au Siècle d’Or, París, École Prattique des Hautes Études, 1967, pág. 360; M. León Portilla, Don Sebastián Ramírez de Fuenleal, Valladolid, Cuadernos Prehispánicos, 1978; J. L. Sáez, Don Sebastián Ramírez de Fuenleal, obispo y legislador, en www.bibliotecadominicana-usa.com (1996); M. León Portilla, Humanistas mesoamericanos, I, México, Fondo de Cultura Económica, 1997.

 

Manuel Leal Lobón

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