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Eugenio García Ruiz

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Biografía

García Ruiz, Eugenio. Amusco (Palencia), 15.XI.1818 – Madrid, 27.I.1883. Escritor y político republicano.

Hijo de María Ruiz Pesquera y Juan García, labradores acomodados, estudió Latín y Humanidades en Frómista (Palencia) y Filosofía en la capital palentina.

No siguió el consejo de su madre de hacerse sacerdote, e inició la carrera de Jurisprudencia en la Universidad de Valladolid en 1834, obteniendo el grado de doctor en 1840. Estando de vacaciones en agosto de 1835, se enfrentó como miliciano nacional, y en compañía de su padre, su tío Feliciano y otros liberales de Amusco y Frómista, a los carlistas en los montes de Carrión y Paredes de Nava. En enero de 1836, formó parte de los doscientos universitarios de Valladolid que, a las órdenes del catedrático Claudio Moyano, y en unión de los soldados y los nacionales de la capital, salieron en persecución de la partida del canónigo Batanero. Formó parte del batallón Minerva, creado por Moyano y los estudiantes, hasta el final de la guerra civil (1839), siendo su acción más reseñable la de rechazar a las puertas de Valladolid a las tropas carlistas del conde de Negri durante la Semana Santa de 1838. Admirador del general Espartero, al igual que su padre, tomó parte en la revolución de septiembre de 1840, afiliándose entonces al Partido Progresista.

Desde ese año desempeñó el cargo de secretario de la Diputación Provincial de Palencia, rechazando los ofrecimientos de juez y jefe político. En la capital palentina fundó el periódico El Vaceo (1840-1843) e ingresó en la Milicia Nacional como sargento de Caballería.

Al caer Espartero y llegar al poder los moderados, renunció en 1844 al cargo provincial y se retiró a su villa natal, donde ejerció la abogacía y cuidó de sus negocios y propiedades. García Ruiz gozó de una posición muy acomodada y entre sus propiedades se contaron la finca agrícola La Encomienda, en el término de Villamediana, y otras en éste y otros pueblos palentinos, aunque fue dicha finca, de gran extensión, la que explotó de forma más innovadora, llegando a establecer en ella una escuela gratuita. Durante su estancia en Amusco se dedicó al estudio de la política y a escribir, desde 1848, una novela de costumbres, Don Perrondo y Masalegre, que empezó a publicar por entregas en Palencia en 1851. Las entregas tercera y sexta le valieron dos autos de prisión por orden de Bravo Murillo y dos costosos procesos judiciales (valorados en más de 40.000 reales), siendo condenado a una multa de 12.000 reales y a la inutilización con un berbiquí de los más de mil quinientos ejemplares que existían de la obra, la cual sufrió grandes distorsiones al someterla a la censura previa en 1853. Casado con María Asunción García Anaya, sus dos hijos, Eugenio y Efidio, nacieron en esos años que pasó en su pueblo.

En 1853 García Ruiz se trasladó a Madrid, donde fijó su residencia, figurando en la capital siempre como abogado, y continuó su carrera periodística como colaborador de El Clamor Público, El Tribuno y otros diarios. Tomó parte destacada en la revolución de julio de 1854, siendo vocal de la Junta Revolucionaria de Palencia y, de vuelta a la capital, fue miembro de la restablecida Milicia Nacional de Madrid.

Militando ya en el Partido Demócrata, fue elegido en octubre, junto a José María Orense, diputado por Palencia de las Cortes Constituyentes. En ellas fue uno de los diecinueve diputados que votaron contra el trono de Isabel II el 30 de noviembre de 1854 (por considerar la forma republicana como una condición de la democracia), haciéndolo también a favor de la libertad de cultos. Como escritor, publicó sin censura su novela Don Perrondo en 1855, que conoció varias ediciones, y fundó La Asociación, periódico demócrata que dirigió entre marzo y noviembre de 1856, contando con la colaboración de Estanislao Figueras. Durante el golpe de Estado de O’Donnell de julio de 1856, fue uno de los cuarenta y cuatro diputados que permanecieron en los escaños hasta que la Asamblea Nacional fue disuelta por efecto de los cañonazos, siendo el último en salir del edificio, en compañía del diputado santanderino Juan N. de la Torre, la tarde del día 15. Sin abandonar la abogacía, la agricultura y su labor de escritor, tras aprobarse la ley general de ferrocarriles, entró en el negocio de la minería del carbón, adquiriendo siete minas en el norte de la provincia de Palencia y un paquete de acciones del ferrocarril de Alar a Santander.

Desde 1857, García Ruiz aprovechó su inactividad política para escribir libros, entre ellos una tragedia inédita, Apio Herdonio, sobre el tema de la esclavitud en la Roma precristiana. A partir de septiembre de 1860 se convirtió en uno de los principales jefes demócratas al adquirir y dirigir el diario El Pueblo, que había fundado quince días antes Manuel Gómez Marín, donde expuso sus ideas democráticas y republicanas a pesar de la censura y las multas, y que convirtió en uno de los tres principales diarios de esta ideología.

Por la redacción de El Pueblo pasaron importantes periodistas, pero los más allegados a él fueron su hermano Gregorio, Julián Sánchez Ruano y el palentino Donato González Andrés. Al dividirse los demócratas entre “socialistas” (Garrido, ferviente defensor del cooperativismo) e “individualistas” (Orense, con más fe en la acción individual como motor del progreso), García Ruiz se puso del lado de estos últimos y promovió la Declaración de los Treinta de 12 de noviembre de 1860, que trató de zanjar la polémica al considerar demócrata a todo aquel que defendiese el sufragio universal y los derechos individuales aunque pensase diferente en cuestiones económicas y sociales.

Sus ideas al respecto las expresó en su folleto La democracia, el socialismo y el comunismo (1861), donde consideraba el “socialismo de Estado” como un despotismo centralista y el “comunismo” como la negación de la libertad individual y la democracia, por lo que sólo admitía de los socialistas el derecho a la libre asociación para fines legítimos. En 1862 publicó, con ocasión de una pastoral del obispo Monescillo, La intolerancia religiosa, donde criticaba la postura neocatólica de encarnar los dogmas de fe en las leyes del Estado y se manifestaba a favor de la libertad religiosa.

Al año siguiente dio a la prensa su libro Dios y el Hombre, en el que, a pesar de sus ideas secularizadoras, se declaraba creyente y hacía depender la “libertad para todos” de la “soberanía de la Justicia” y ésta de la existencia de Dios, siendo su reflexión política una defensa de la democracia y un alegato contra la tiranía.

En 1863 García Ruiz se opuso, primero, a que los demócratas se sumasen al retraimiento electoral de los progresistas, por pensar que no debía renunciarse a la tribuna parlamentaria, que permitía hacer una oposición sin censuras, pero luego defendió todo lo contrario, hasta el punto de lograr que del manifiesto demócrata a favor del abstencionismo se eliminasen las frases críticas con los progresistas que había incluido Nicolás María Rivero, todavía director de La Discusión y jefe del partido. Esto le acarreó las críticas de Castelar y de otros demócratas antimonárquicos que le acusaron de estar en convenio con Prim, con el que compartía cacerías. Al recrudecerse en 1864 la polémica entre los socialistas de La Discusión de Pi y Margall —que sustituyó al individualista Rivero en la dirección del periódico y defendió el intervencionismo estatal para resolver la cuestión social—, y los individualistas de La Democracia de Castelar —que reducían la labor del Estado a garantizar los derechos individuales (incluido el de asociación pacífica)—, El Pueblo, que había sido el iniciador del enfrentamiento con Pi, se sumó a los individualistas y García Ruiz reeditó su folleto de 1861 junto a sus nuevos artículos.

En abril de 1865, participó de la intentona de Prim y se desplazó a Zaragoza, junto a Rivero, para apoyar el pronunciamiento que al final no se dio por fracasar el de Valencia. Al reorganizarse el Partido Demócrata en noviembre de ese mismo año para evitar la escisión de los socialistas, García Ruiz salió elegido por el Comité de Madrid y delegado de éste en el Comité Central, del que fue presidente interino. Se desterró en su finca La Encomienda por el frustrado pronunciamiento de enero de 1866, lo que le impidió acompañar a su padre en el lecho de muerte. García Ruiz volvió a Madrid a requerimiento de Joaquín Aguirre y Manuel Becerra para que participase en el Gobierno provisional presidido por Prim que debía emerger al triunfar el alzamiento del día siguiente. Pero la sublevación del cuartel de San Gil del 22 de junio de 1866 fue un nuevo fracaso, El Pueblo fue cerrado y él tuvo que emigrar, cruzando la frontera francesa el día 27.

De Francia fue expulsado por orden del ministro del Interior Lavalete, marchando luego a Italia y a Roma, de donde también fue expulsado por el gobierno pontificio al cuarto día. Tras pasar por Bélgica, fijó su residencia en París, sin ser ya molestado por las autoridades francesas. Durante su exilio, García Ruiz participó en las reuniones de los demócratas con los progresistas de Prim, incluida la de Ostende del 16 de agosto de 1866, en la que pactaron destruir “todo lo existente en las altas esferas del poder” (Isabel II) y convocar una asamblea constituyente elegida por sufragio universal, actuando en su interregno un gobierno provisional, que se daba por hecho que estaría presidido por el marqués de los Castillejos. Al fracasar el levantamiento de agosto de 1867, se reunió con Prim en Lyon y asistió a la junta de París que presidió Olózaga el 10 de septiembre para analizar las causas del nuevo descalabro. Tras recabar información, García Ruiz publicó La revolución en España para dar cuenta de lo sucedido, cosa que no gustó a Prim por los muchos detalles que se daban. En el folleto culpaba de los fracasos y de la falta de apoyos al retraimiento electoral (“la tribuna hubiera sido más poderosa que el retraimiento para hacer la revolución”) y defendía una revolución radical, pero de orden, que evitase la “revolución social”. En junio de 1868 publicó ¿Qué debe hacer el país?, para animar a sus conciudadanos a terminar con el trono de Isabel II, aunque sin imponer la forma de gobierno (la República vendría por los votos), y prevenirles de los peligros del federalismo.

Al triunfar la revolución de 1868, García Ruiz regresó a España el 30 de septiembre. Se cruzó su tren en Biarritz con el de la exreina Isabel II, y pudo presenciar la bochornosa escena en la que ésta era abucheada por los emigrados. Había regresado —según dijo— con la fortuna quebrantada, pero con el deseo de ver su patria “libre, grande, próspera y dichosa”, para que “sea respetada en el extranjero tanto como hasta el día fue mal vista y despreciada”. De vuelta a su casa de la calle de Fuencarral, n.º 29, fue fugaz vocal de la Junta revolucionaria interina de Madrid, que se disolvió el 5 de octubre. Ese mismo día volvió a publicar y dirigir El Pueblo, donde criticó a Rivero y a la Junta madrileña por haber dejado al general Serrano formar un gobierno provisional que excluía a los republicanos del poder. El 14 de octubre fue nombrado por la Junta Superior de Madrid diputado provincial, en representación de la capital, y, tras la reorganización de los Voluntarios de la Libertad, fue elegido primer comandante del batallón Guías del Pueblo (Tercero del Hospicio), siendo su segundo Sánchez Ruano. En noviembre de 1868, se negó en casa de Olózaga a suscribir el manifiesto de conciliación monárquica que firmaron Rivero y otros demócratas “cimbrios” y solicitó el fin de la esclavitud como vocal de la junta directiva de la Sociedad Abolicionista Española. El 11 de enero de 1869 publicó su manifiesto electoral, Mi programa o manifiesto a los electores, en el que defendía la libertad, la “república democrática”, la descentralización y la entrada del capital extranjero para impulsar la economía del país, y admitía como único medio para alcanzar estos objetivos el sufragio universal libremente emitido. Unos días después fue elegido diputado por Palencia de las Cortes Constituyentes (estando a punto de serlo también por Zaragoza), en las que defendió la República democrática al discutirse la forma de gobierno en la primavera de 1869 y la República española al votarse el candidato al trono en noviembre de 1870; abogó, en ambos casos, por la República unitaria frente a la mayoría monárquica de la Cámara y frente a sus antiguos correligionarios partidarios de la República federal, teniendo tan sólo de su parte a su hermano Gregorio y a Sánchez Ruano.

Sus artículos periodísticos contra el federalismo los reunió en su folleto La República democrática unitaria (1869), en el que rechazaba el pacto federal por pensar que desmembraría una nación como la española que estaba políticamente unida desde hacía siglos, y los dirigidos a los monárquicos que buscaban todavía un rey, en Desde mi campo neutral (1870), donde defendía la República conservadora como la única solución “patriótica y fecunda”, alternativa al caos federal.

En las Cortes y en la prensa fue uno de los grandes defensores de la libertad de cultos, que consideró como el mayor logro de la revolución de 1868, por ser el fanatismo religioso el mayor freno al progreso del país. Pensaba, sin embargo, que dicha libertad tan sólo podía ejercerse en un Estado unitario, con una legislación uniforme que se impusiese a las provincias carlistas y a las rurales con predominio clerical, que eran la mayoría; es decir, impidiendo que hubiese Estados con soberanía para legislar sobre este derecho fundamental. En su discusión con el obispo Monescillo, en abril de 1869, llamó “monserga” al misterio de la Santísima Trinidad, lo que provocó un gran revuelo en la Cámara, palabra que retiró en 1873 para dar una satisfacción a su anciana madre. En 1869 entró en el Consejo de Administración del Ferrocarril del Noroeste de España y en 1870, además de ingresar en la masonería y de dejar la dirección de su periódico cada vez más a Sánchez Ruano, pronosticó, al igual que el resto de los republicanos, que el reinado de Amadeo I sería breve, pues la Monarquía era incompatible con los derechos reconocidos en la Constitución de 1869, ya que éstos terminarían volviéndose contra ella, dejando paso a la dictadura, a un federalismo desintegrador de la unidad nacional o a la reacción borbónica, siendo, por todo ello, la República unitaria la única salida compatible con el ejercicio de los derechos individuales. Durante el reinado de Amadeo I fue elegido diputado por el distrito de Astudillo en las elecciones de 1871 y en las dos de 1872, combatiendo desde su escaño a la nueva Monarquía, pero siendo benevolente con los gobiernos liberales que mantenían la libertad de cultos haciendo frente, al final, a la Guerra Civil Carlista. En 1872 publicó contra los federales de Pi y Margall la Historia de la Internacional, donde volvía a rechazar el federalismo por su vinculación al internacionalismo, al socialismo y al comunismo, doctrinas que conducían a la anarquía social y la disolución de la patria; y en Siete artículos capitales, volvía a decir a los monárquicos que la única solución a un rey extranjero que no era querido y que no podía reinar con una Constitución democrática era la República unitaria que él defendía.

Miembro de la Asamblea Nacional que proclamó la República el 11 de febrero de 1873, salió nuevamente elegido diputado por Astudillo para las Cortes Constituyentes en las elecciones de mayo, oponiéndose en ellas a la proclamación de la República federal, por considerarla una garantía de la ruptura y no de la unión de la nación, enfrentándose desde entonces a todos los gobiernos federales. Al producirse el golpe de Estado del general Pavía, que cerró las Cortes Constituyentes el 3 de enero de 1874, fue llamado por éste para que asistiese a la reunión del Congreso donde se acordó el nuevo gobierno republicano, unitario y conservador, que suspendió la Constitución de 1869 y reprimió a los federales. García Ruiz firmó el manifiesto A la Nación del 10 de enero, que justifica la “dictadura” en razones de orden público (guerra carlista, cantón “antinacional” de Cartagena) y aceptó el nombramiento de ministro de la Gobernación en el nuevo poder ejecutivo presidido por el general Serrano, cargo que desempeñó entre el 3 de enero y el 13 de mayo (siendo también interino de Gracia y Justicia los dos primeros días). Como ministro responsable del orden público, cerró clubes y periódicos federales y sustituyó los ayuntamientos y las diputaciones provinciales republicanas por otras integradas mayoritariamente por monárquicos conservadores.

Tras la Restauración de los Borbones, El Pueblo desapareció en septiembre de 1875 y García Ruiz fue derrotado en las elecciones para las Constituyentes de 1876 en su propio distrito natal. Dedicó su tiempo a escribir una historia desde Carlos IV hasta la proclamación de Alfonso XII titulada Historias. Al llegar al poder los liberales, se valió de su amistad con Sagasta para ser elegido diputado “demócrata” por Astudillo en las elecciones de 1881, siendo en esas Cortes miembro de las comisiones de Actas Graves y de Proyectos de Sanidad. El 26 de enero de 1883 presidió la de Actas, que resolvió a favor de Manuel Pedregal Cañedo, y al día siguiente murió, a causa de una pulmonía, como diputado de unas Cortes no democráticas que compartían su soberanía con la Corona, realidad política contraria a la que había predicado durante su larga carrera política e, incluso, en su último discurso de diciembre de 1882, donde volvió a declararse republicano unitario y de orden. Sus restos mortales fueron trasladados de Madrid a Palencia, siendo acompañados por su hermano Gorito y González Andrés.

Amusco le dedicó una calle durante la Primera y la Segunda República y acogió sus restos en 1972.

 

Obras de ~: Geografía histórica, elemental, antigua y moderna, Palencia, Imprenta de Gabasio Santos, 1841; La estrella de los valles, s. l., [1854]; D. Perrondo y Masalegre, Madrid, Imprenta de T. Fortanet, Nacional y de la Cía. de Impresores y Libreros del Reino, 1855, 3 vols. (reed., Madrid, Imprenta de José Cañizares, 1863); La democracia, el comunismo y el socialismo, según la filosofía y la historia, Madrid, Imprenta de C. González, 1861; La intolerancia religiosa y los hombres de la Escuela absolutista, Madrid, Imprenta de los Sres. Martínez y Bogo, 1862; Dios y el hombre, Madrid, Imprenta de J. Antonio Ortigosa, 1863; La democracia, el comunismo y el socialismo, con los tres artículos que resumen la polémica con La Discusión sobre el socialismo en mayo y junio de 1864, titulados Propiedad, Nuestra bandera y La última palabra. La intolerancia religiosa, Madrid, Imprenta de J. Antonio García, 1864; Los neos, Madrid, J. Antonio García, 1864; La revolución en España, con la historia de los movimientos de enero y junio de 1866 y el del mes de agosto último, París, Imprenta de Ch. Lahure, 1867; ¿Qué debe hacer el país?, París, A.-E. Rochette, 1868; La República democrática unitaria y la República federal, Madrid, Imprenta de El Pueblo, 1869; Desde mi campo neutral, Madrid, Imprenta de El Pueblo, 1870; Los siete artículos capitales, o sea, la democracia gobernando, Madrid, Imprenta Española, 1872; Historia de la Internacional y del federalismo en España, Madrid, Imprenta Española, 1872; Discursos íntegros como tomados del Diario de Sesiones pronunciados en los días 7 y 9 de julio de 1873, Madrid, Andrés Orejas, 1873; Historias, Madrid, Imprenta de El Pueblo Español-Est. Tipográfico de A. Bacaycoa, a cargo de E. Viota, 1876-1878, 2 ts.

 

Bibl.: Vindicación que la Diputación Provincial de Palencia hace ante la Cámara Constituyente de los cargos que los diputados D. Eugenio García Ruiz y D. José de Lamadrid la dirigieron en la sesión del 17 de noviembre de 1855, Palencia, José M. Herrán, 1855; J. J. Arroniz, “D. Eugenio Gracía Ruiz, diputado por Palencia”, en VV. AA., Biografías de los Diputados a Cortes de la Asamblea Constituyente de 1869 [...] redactadas por una Sociedad de Literatos, t. I, Madrid, Imprenta a cargo de Tomás Alonso, 1869, págs. 301-328; L. Romeo, “García Ruiz”, en M. Ibo Alfaro (dir.), Fisonomía de las Constituyentes. Biografías, t. III, Madrid, Imprenta de Santos Larxe, 1869, págs. 94- 117; VV. AA., Los diputados pintados por sus hechos. Colección de estudios biográficos sobre los elegidos por el sufragio universal en las Constituyentes de 1869, t. I, Madrid, R. Labajos y Cía., 1869-1870, págs. 39-42; M. Fernández y González, Retratos y semblanzas, Madrid, Imprenta de la Biblioteca de Instrucción y Recreo, 1872, págs. 49-53; E. Rodríguez-Solís, Historia del Partido Republicano español, t. II, Madrid, Imprenta de Fernando Cao y Domingo del Val, 1893, págs. 461 y 551; J. Alonso de Ojeda, Palencia en el siglo xix. Sucesos y menudencias que hacen la historia palentina, Madrid, 1949, págs. 26-27; A. Eiras Roel, El Partido Demócrata Español (1849-1868), Madrid, Rialp, 1961; P. Cepeda Calzada, “Eugenio García Ruiz”, en Apuntes Palentinos. Biográficos, 7 (1983), págs. 2-32; “El político de Amusco, Eugenio García Ruiz”, en Publicaciones de la Institución Tello Téllez de Meneses (Palencia), vol. 52 (1985), págs. 5-123; M. B. Herrero Puyuelo, Diccionario de palentinos ilustres, Palencia, Institución Tello Téllez de Meneses, 1988, págs. 140-141; P. Carasa (dir.), Élites castellanas de la Restauración, t. I, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1997, págs. 290-291; J. Alvarado Planas, “La Sección de Orden Público a fines del reinado de Isabel II: la represión política a través de los ficheros policiales reservados”, en J. Alvarado (coord.), Poder, economía, clientelismo, Madrid, Marcial Pons, 1997, págs. 181-182; J. M. Cuenca Toribio y S. Miranda García, El poder y sus hombres. ¿Por quiénes hemos sido gobernados los españoles? (1705-1998), Madrid, Actas, 1998; F. Ruiz Cortés y F. Sánchez Cobos, Diccionario biográfico de personajes históricos del siglo xix español, Madrid, Rubiños-1860, 1998.

 

Gregorio de la Fuente Monge

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