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Ramón García de León y Pizarro

Biografía

García de León y Pizarro, Ramón. Marqués de Casa-Pizarro (I). Orán (Argelia), c. 1735 – Chuquisaca (Bolivia), 1815. Militar, presidente de la Real Audiencia de Charcas.

Español, de ilustre ascendencia, nacido en una plaza militar africana, tras una corta etapa de servicio en Orán y Ceuta, inició su carrera administrativa en 1773 en Cartagena de Indias, seguida en Riohacha y Mainas. En 1779 fue gobernador de Guayaquil, donde fortificó el puerto e impulsó el progreso agrario. Pasó a Salta en 1791; desde ese cargo fundó Nueva Orán. En 1797, fue designado presidente e intendente de La Plata. Tenía sesenta y dos años y había enviudado en Salta, donde contrajo matrimonio.

Le tocó presidir una Audiencia díscola, pendiente de cuestiones baladíes de etiqueta y de preeminencia en las ceremonias de Estado, conformada por oidores soberbios e intransigentes, todos ellos españoles.

Los primeros años de su administración fueron tranquilos y rutinarios, dedicándose principalmente a asuntos de policía municipal, de ornato y adelantamiento público. De índole apacible —se preciaba de no haber participado jamás en una batalla—, sociable y sin propósito alguno de carácter impositivo, gozó de general simpatía presidiendo con tino su alta investidura.

El tribunal charquino poseía vasta jurisdicción y era incuestionado su prestigio y potestad en el recién creado virreinato del Plata.

La relación sin perturbaciones entre el presidente y los oidores se mantuvo sólo hasta 1804, debido a la llegada, ese mismo año, del asesor interino de la presidencia, Pedro Vicente Cañete, legista autoritario y culto, quien influyó ante García Pizarro induciéndole a hacer uso irrestricto de sus prerrogativas, con lo que comenzó una relación de tirantez entre el presidente y la Audiencia, avivada por las diferencias de criterio respecto de las confusas noticias sobre las invasiones inglesas a Buenos Aires, primero, y sobre la brutal intromisión napoleónica en España, después.

Ante la ocupación de España por Napoleón y la abdicación de Carlos IV y Fernando VII, seguidas del alzamiento popular español y la formación de la Junta de Sevilla, Pizarro y el arzobispo Moxó, de acuerdo con el virrey Liniers, se inclinaron por hacer pública esta situación y consideraron necesario el reconocimiento de la Junta. Los oidores, por el contrario, pensaron que era conveniente ocultar esas noticias, inculpando de debilidad a Moxó por sus rogativas dolientes y desgarradas para invocar la salvación de España; concluyeron que la mejor política era la de “no hacer novedad” y esperar, mostrando así más fortaleza y poder. Pizarro resolvió convocar a Real Acuerdo de la Audiencia. Los oidores rechazaron el pedido del arzobispo de ser admitido a esa sesión; al efectuarse ésta reinó un agrio clima de disensión entre el presidente y los ministros. A la llegada de Goyeneche a La Plata, volvió el presidente a convocar a Real Acuerdo para recibirlo, pero, muy al contrario de los deseos de Pizarro, los oidores mostraron su hostilidad hacia Goyeneche, llegándose al punto de un áspero altercado entre éste y el oidor Boeto, resultando, al fin, evidente la división entre las autoridades españolas. La Audiencia sospechó de las intenciones de Goyeneche al ver que era portador de mensajes, tanto de la Junta de Sevilla como de la infanta Carlota, hermana de Fernando VII y esposa del rey de Portugal, instalado con su Corte en Brasil. Entre tanto, otro factor venía a complicar la situación: la actuación abiertamente subversiva de los “doctores”, agrupados en la Academia Carolina, de práctica forense, y encabezados por los hermanos Jaime y Manuel Zudáñez, cuyos propósitos eran francamente revolucionarios; un reflejo de la eficacia de su acción era la difusión de “pasquines” sediciosos que proclamaban ya la idea de independencia.

Chuquisaca era un verdadero “caldero revolucionario” en vísperas del 25 de mayo de 1809 cuando se produjo el gran estallido considerado como el primer movimiento de ruptura contra la autoridad local y virreinal, de orientación encubierta hacia la autonomía.

Lo insólito del caso era que los oidores realistas actuaban inconscientemente siguiendo la inspiración de los doctores radicales, exhibiendo unos y otros una actitud de fidelidad hacia Fernando VII, si bien en unos —los oidores— era auténtica y en los doctores, más o menos simulada. Pizarro contaba con el apoyo del arzobispo —carente ya de autoridad—, del intendente de Potosí, Francisco de Paula Sanz, así como también del lejano virrey de Buenos Aires. Decididos ya los miembros de la Audiencia a llevar a término sus propósitos, pidieron repetidamente a Pizarro su dimisión, no quedando a éste otra solución que renunciar a su cargo. Avanzando la crisis a un grado extremo de tensión, el presidente había ordenado la prisión de los Zudáñez así como de todos los oidores, logrando sólo su propósito en el caso de Jaime Zudáñez, pues los oidores se habían puesto a buen recaudo. La noche del 25, al ser conducido preso por las calles Jaime Zudáñez, en medio de la efervescencia del populacho, prorrumpió en gritos de auxilio anunciando que iban a ahorcarle. La masa enardecida logró liberarlo poniéndolo a la cabeza de la multitud que irrumpió ante el palacio presidencial en que se guareció García Pizarro. La guardia del palacio hizo algunas descargas de prevención, pero ya los insurrectos habían obligado a la entrega de los cañones guardados en el cuartel, haciendo uso de ellos para derribar las puertas de la casa de gobierno. Algunos grupos se precipitaron al interior de ésta, aprehendiendo a Pizarro a quien condujeron preso a un recinto de la Universidad.

Había empezado en Charcas la etapa de la Audiencia gobernadora. El acto subsecuente fue la designación de Álvarez de Arenales (militar español, hasta entonces alcalde del pueblo vecino de Yamparáez) jefe de la milicia al servicio de la nueva autoridad. No tardó la Audiencia en nombrar comisionados, todos ellos sugeridos por los doctores radicales, que debían partir a las provincias de Charcas para comunicar los cambios acaecidos en la capital, solicitando su adhesión.

Los oidores españoles, sin caer en la cuenta de lo paradójico de su actuación, procedían bajo la inspiración directa de los doctores revolucionarios, dispuestos a cumplir de un modo pleno sus planes de insurgencia. Al ser conocidos en Buenos Aires estos sucesos, el virrey reaccionó desconociendo a las autoridades insubordinadas y disponiendo el envío de una fuerza de quinientos hombres al mando del mariscal Vicente Nieto a develar el alzamiento. Ello dio origen a la persistencia de los órganos de gobierno constituidos en Chuquisaca, formándose así la Audiencia Alzada, dispuesta en principio a defenderse. No sin razón afirman diversos historiadores que los mismos oidores —caídos en el lazo de los letrados radicales— actuaron como patriotas sin saberlo.

Entre tanto, se produjo en La Paz el alzamiento del 16 de julio de 1809, promovido por un numeroso grupo de revolucionarios, a la cabeza de Pedro Domingo Murillo, muchos de los cuales recibieron en la Universidad charquina el influjo de las ideas independentistas; con ellos se había puesto en relación M. Michel, el emisario enviado por la Junta de Chuquisaca.

Sin recibir apoyo del resto de las ciudades altoperuanas, La Paz no pudo resistir el empuje del ejército realista comandado por Goyeneche, presidente de la Audiencia del Cuzco, quien entró victorioso a la ciudad el 25 de octubre.

Desde Jujuy, al finalizar el año, Nieto dirigió a Chuquisaca una proclama exigiendo la rendición de la plaza. La Junta allí formada aceptó las condiciones de Nieto, recibiendo a éste sin hostilidad. El jefe español asumió la presidencia de la Audiencia e inició juicios contra los alzados. El anciano ex presidente García Pizarro estuvo en prisión desde el 25 de mayo hasta el 18 de noviembre de 1809, siendo liberado por las autoridades del gobierno insurrecto pocos días antes del ingreso de Nieto en la ciudad. Hondamente deprimido, se retiró a su vivienda, pero aún tuvo tiempo de recibir de parte de Goyeneche, que ingresó en la capital después del triunfo de Guaqui sobre el ejército de Castelli, el honor simbólico de ser repuesto en el cargo de presidente de la Audiencia, función que no llegó a desempeñar. Los cambios que sobrevinieron, por el curso rápido de los acontecimientos, determinaron, después de la Revolución del 25 de mayo de 1810 en Buenos Aires, la conformación del primer ejército auxiliar argentino, que marchó al Alto Perú para liberar a las provincias altas de la dominación española. Sucesivamente, las ciudades principales se adhirieron a Buenos Aires. En Chuquisaca, la Junta de Buenos Aires fue reconocida en Cabildo abierto; el 13 de noviembre de 1810, antes de la llegada de Castelli, personas como el arzobispo Moxó, el ex presidente Pizarro, los miembros de ambos Cabildos y el claustro de la Universidad otorgaron su apoyo al gobierno de Buenos Aires. Al entrar el tercer ejército argentino en Chuquisaca, en octubre de 1815, su jefe, Rondeau, no guardó miramientos con García Pizarro.

El anciano ex presidente buscó refugio en la congregación de San Felipe Neri. Se impuso a Pizarro una contribución de 6.000 pesos. Al conocer los porteños la derrota de Sipe-Sipe, antes de iniciar la retirada, procedieron al saqueo de sus bienes; acababa de morir García Pizarro mientras dormía. Un nieto de éste, Miguel de los Santos Taborga, llegaría a ser eminente arzobispo de La Plata.

 

Obras de ~: Informe del Pdte. García Pizarro al Rey dándole cuenta del estado de la ciudad de La Plata, en E. Just (SI), Comienzo de la Independencia en el Alto Perú, Sucre, Editorial Judicial, 1994, págs. 633-644.

 

Bibl.: E. Finot, Nueva historia de Bolivia, Buenos Aires, Fundación Universitaria Patiño, 1946; G. R. Moreno, Últimos días coloniales en el Alto Perú, Buenos Aires, W. M. Jackson Editores, 1946 (Colección Panamericana); C. Arnade, La dramática insurgencia de Bolivia, La Paz, Juventud, 1982; H. Klein, Historia general de Bolivia, La Paz, Juventud, 1982; R. Querejazu, Chuquisaca 1539-1825, Sucre, Imprenta Universitaria, 1987; J. Siles Salinas, La Independencia de Bolivia, Madrid, Mapfre, 1992; E. Just (SI), Comienzo de la Independencia en el Alto Perú: los sucesos de Chuquisaca, Sucre, Editorial Judicial, 1994.

 

Jorge Siles Salinas