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Hernando Pizarro

Biografía

Pizarro, Hernando. Trujillo (Cáceres), c. 1502 – IX.1578 Conquistador.

Nació en Trujillo, probablemente en 1502, aunque algunos biógrafos lo hacen nacer hacia 1478. Hijo primogénito y legítimo de Gonzalo Pizarro, noble de la familia Pizarro de Trujillo, y hermanastro de Francisco Pizarro. Participó junto a su padre en las guerras de Italia y Navarra. Se unió a su hermano Francisco, probablemente en 1529 en Toledo, mientras este esperaba para firmar las capitulaciones con el emperador.

Le acompañó a Trujillo y motivó a muchos de sus familiares y conciudadanos para que se unieran a la empresa del Perú. Al llegar a Panamá, su carácter arrogante y orgulloso pronto chocó con el de Diego de Almagro, quien al enfado por su mínimo papel en las capitulaciones se unió la excesiva influencia que a su juicio ejercía Hernando en su hermano. En realidad, Hernando fue la mano derecha de Francisco y jugó un papel importante en la conquista y dominación del imperio incaico.

En Cajamarca fue el primero en entrevistarse con el inca Atahualpa, y entre ellos surgió una corriente de simpatía. Durante el posterior confinamiento del inca, Hernando fue siempre respetuoso y amable con él y su principal valedor frente a las acusaciones de traidor de Almagro o de Hernando de Soto. También durante el juicio declaró varias veces a favor de Atahualpa. Durante los meses de espera en Cajamarca, Hernando fue comisionado por Francisco para que investigase si los restos del ejército inca se estaban reagrupando al tiempo que reconocía parte del país. Durante un mes realizó una intrépida y fructuosa exploración que le llevó a descubrir en los arenales costeros el santuario de Pachacamac, donde obtuvo un cuantioso botín. Desde la costa viajó hacia Jauja, ciudad en la que sabía que se había acantonado el general inca Calcuchímac con una considerable parte del ejército imperial.

En Jauja, Hernando obtuvo otro éxito espectacular al apresar con un embuste a Calcuchímac: le aseguró que Atahualpa le ordenaba acompañarlo y que este pronto quedaría libre. Su regreso a Cajamarca fue apoteósico: tras un mes fuera, llegaba lleno de oro y de los tesoros rapiñados en el templo de Pachacamac, traía preso al principal lugarteniente del inca y las buenas noticias de que los nativos no estaban organizando ningún contraataque. Hernando se convertía así en el español que más y mejor conocía Perú, confirmaba las enormes riquezas del país, y su persona se rodeaba de una aureola de héroe, que no hizo sino agravar más sus diferencias con Almagro.

Tras el reparto del botín de Cajamarca, Francisco Pizarro encomendó a Hernando la misión de llevar el quinto real a España, al tiempo que informaba al emperador y al Consejo de Indias sobre sus conquistas.

Este hecho también ayudó a rebajar la tensión con Almagro. En la Península, Hernando se paseó por la Corte narrando sus hazañas y las riquezas del Perú, al tiempo que reclutaba hombres y pertrechos para regresar. El rey, impresionado por el éxito de la conquista, lo invistió con el hábito de Santiago. También intentó obtener del Consejo una resolución definitiva que aclarase la jurisdicción sobre Cuzco, pero solo consiguió un documento impreciso, que creó más confusión y polémica. Regresó a Perú en 1536, y fue nombrado teniente gobernador de Cuzco.

Poco después se producía la sublevación de Manco Inca Yupanqui. Asumió con éxito la defensa durante el sitio de la ciudad; sin embargo, cuando los incas levantaron el cerco fue encarcelado junto a su hermano Gonzalo por las tropas de Almagro, que tras regresar de la frustrada conquista de Chile tomaron la ciudad y se rebelaron contra el gobernador. Tras varias malogradas negociaciones entre Diego de Almagro y Francisco Pizarro, el gobernador accedió en 1537 a intercambiar la ciudad de Cuzco por la libertad de su hermano, en espera de que el rey Carlos I decidiese quién de los dos era el dueño de la ciudad.

Una vez libre y reunido en Lima con Francisco, Hernando quedó al mando de las tropas del gobernador en espera de la decisión real. Finalmente, llegó un documento con firma del rey que indicaba que Almagro y Pizarro debían conservar lo conquistado y ocupado por cada uno, hasta que se dictasen nuevas órdenes.

Hernando fue el encargado de llevar la orden de Su Majestad a Almagro. Al pronto, partió con un formidable ejército —ochocientos soldados, ochenta arcabuceros y un cuerpo de ballesteros—, para lo que en principio era una misión diplomática. Estaba claro que Almagro no iba a recibir de buen grado a quien tenía antipatía visceral y venía con ánimo de guerra.

Los almagristas no reconocieron la orden real y Orgóñez se puso al frente de la tropa. La batalla por Cuzco, el viejo enfrentamiento entre los dos grandes conquistadores, tuvo que ser protagonizada por los subalternos de ambos. El 6 de abril de 1538, las tropas pizarristas encabezadas por Hernando derrotaron a las de Orgóñez en la llanura de Las Salinas, a pocos kilómetros de la antigua capital inca. Con ánimos de revancha, Hernando entró en la ciudad, donde dejó rienda suelta a los instintos más bajos de su soldadesca mientras él capturaba a Diego de Almagro.

Frente a su rival saboreó el triunfo con un corto y expeditivo juicio. El gobernador Francisco, desde la lejanía de Jauja, ejerció de Poncio Pilatos y dejó hacer a su hermano sabiendo el final. El 8 de julio, Hernando ordenaba la decapitación de Almagro.

Durante un tiempo permaneció en Cuzco, con mando de gobernador, mientras Francisco Pizarro recorría el sur del país. Finalmente, en 1540 fue enviado a España con un fabuloso tesoro, correspondiente al quinto real, y con diversos objetos de gran valor, que debían servir como regalos para asegurar la posición de Francisco ante el rey y el Consejo de Indias.

Al principio, Hernando fue cordialmente recibido en la corte, pero pronto la maquinaria judicial se encargaría de devorarlo. Fue procesado por la muerte de Almagro y del envenenamiento de su lugarteniente y litigante Diego Alvarado. Encarcelado en el castillo de la Mota (Valladolid), pasó veintidós años en un régimen a veces duro, a veces benevolente, peleando jurídicamente para que la Corona le restituyese parte de sus rentas y tierras. Le aliviaría su soledad la joven Isabel Mercado, quien le dio dos hijos pero con la que nunca se casó. Con cincuenta años cumplidos, y todavía preso, en 1552 terminaría casándose con su joven sobrina Francisca Pizarro Yupanqui, heredera del marquesado de su padre Francisco. La pareja tuvo cinco hijos, tres varones (Francisco, Juan y Gonzalo), y dos hembras (Isabel e Inés). Nueve años después obtuvo la libertad definitiva y se trasladó a Zarza (hoy Conquista de la Sierra), cerca de Trujillo, donde restauraron y ampliaron la casona familiar de los Pizarro.

Allí disfrutó de la felicidad con su joven esposa, en la opulencia que le otorgaban las enormes rentas de ambos, mientras se construían un enorme palacio en la en la plaza principal de Trujillo. Falleció a principios de septiembre de 1578, siendo el único Pizarro que murió “de viejo y en la cama”.

 

Bibl.: R. Cuneo-Vidal, Vida del conquistador del Perú don Francisco Pizarro y de sus hermanos Hernando, Juan y Gonzalo Pizarro y Francisco Martin de Alcántara Hernando, Barcelona, Manucci, 1925; L. Fernández Martín, Hernando Pizarro en el castillo de la Mota, Valladolid, Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura y Bienestar Social, 1991; J. M.ª González Ochoa, Quién es Quién en la América del Descubrimiento, Madrid, Acento editorial, 2003; Francisco Pizarro, Trujillo, Palacio Barrantes-Cervantes, 2009.

 

José María González Ochoa