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Gonzalo Pétrez

Biografía

Pétrez, Gonzalo. Toledo, c. 1238-1239 – Roma (Italia), 7.XI.1299. Obispo de Cuenca y Burgos, arzobispo de Toledo.

Designado como Gonzalo García Gudiel desde principios del siglo XVI, su verdadero apellido se encuentra en la documentación mozárabe toledana, que lo reconoce como Pétrez. Gonzalo fue el hijo tercero de una familia mozárabe toledana compuesta por once hermanos. Fueron sus padres el alcalde Pedro Juanes y Teresa Juanes Ponce. Por línea paterna descendía del linaje mozárabe de Yahaya Abuzeid Abenhárits o ben Harits, zalmedina de Toledo en 1115. Los descendientes de esta familia ocuparon altos cargos en la administración de Toledo en los siglos XII y XIII, especialmente en el seno de la comunidad mozárabe que se regía por un fuero propio. Por línea materna descendía de Pedro de Tolosa, una familia de francos asentada en Toledo desde los inicios del siglo XII. Pedro de Tolosa fue caíd o capitán —princeps— de las milicias de Toledo. Los padres del futuro arzobispo vivieron en una casa en la collación de San Nicolás, un poco más arriba de la iglesia del Cristo de la Luz.

Mientras aprendía las primeras letras en algún centro escolar de la ciudad, probablemente vinculado a alguna parroquia mozárabe, se despertó en él la vocación a la iglesia. En muchas escuelas los niños de familias mozárabes aprendían la Gramática Árabe, que no les era demasiado ajena, puesto que en sus familias hablaban esta lengua. Con cierta posterioridad aprendió la Gramática Latina. Aparte de ello, conocía el lenguaje de la calle, que era el romance castellano, que no ascendería al rango de lengua literaria hasta unos años después, con Alfonso X. En posesión de las tres lenguas habladas en la misma ciudad, disponía de las llaves para acceder al conocimiento de casi todo lo que podía ser consignado de palabra o por escrito en su tiempo, si se exceptúa el hebreo, lengua de la minoría judía de la ciudad.

Gonzalo Pétrez fue seleccionado junto con otros clérigos para formar parte de la familia del infante Sancho de Castilla —hijo de Fernando III— cuando éste fue elegido arzobispo de Toledo y enviado al Estudio General de París en 1251. Con el apoyo del joven príncipe arzobispo consiguió una canonjía en Toledo antes de 1255, cuyas rentas seguramente le sirvieron para costearse los estudios en París, donde cursó Artes o Filosofía hasta llegar al magisterio. Después obtuvo licencia para seguir la carrera de Derecho Civil que cursó en la Universidad de Padua, cerca de Bolonia, durante cinco años, donde es probable que ejerciera durante un tiempo el cargo de rector. Para entonces ya había conseguido el arcedianato de Moya en Cuenca y poco después el deanato de Toledo. El papa Urbano IV le nombró su capellán. En Padua desempeñó con gran éxito el cargo de rector y fue el artífice de unos nuevos estatutos. Finalmente, cursó durante un trienio nuevos estudios de Teología en la Universidad de la curia romana que residía a la sazón en Orvieto, donde por entonces también vivía Tomás de Aquino como lector de Teología en el Convento de los dominicos. Al término de sus estudios, el maestro Gonzalo podía exhibir una de las carreras eclesiásticas más completas y brillantes en todo el Reino. Regresó a Toledo, donde resignó el deanato y obtuvo el arcedianato de Toledo.

Triplemente laureado en las disciplinas de Filosofía, Derecho y Teología, le esperaba un brillante porvenir.

En efecto, el rey Alfonso X lo captó para sus propios planes. El Reino de Murcia fue objeto de una intensa repoblación a partir de mediados del 1266. Según el libro del Repartimiento, la tercera y la cuarta fases de esta delicada operación les fueron encomendadas a Gil García de Azagra, al maestro Gonzalo, arcediano de Toledo, y al maestro Jacobo de Junta, el de las Leyes.

Les competía repartir las tierras y asentar en ellas la población cristiana, y en estas tareas estuvo ocupado hasta 1270.

En este año el Rey le premió con la notaría mayor del Reino de Castilla. Pero en el fondo, lo que deseaba era asociarlo más intensamente con sus planes científicos.

Éstos eran muy vastos: históricos, jurídicos y científicos. La materia en la que el maestro Gonzalo había alcanzado una notoria competencia era el Derecho civil. Es bien sabido el cuidado que el Rey ponía en atribuirse la autoría completa de sus obras, sin traslucir siquiera los nombres de sus ayudantes y consejeros.

Parece que el maestro Gonzalo, junto con Jacobo —el de las Leyes— y fray Pedro Gallego, obispo de Murcia, componen el equipo director de las leyes de las Partidas, pero la redacción de este famoso código castellano presenta muy importantes problemas en cuanto a la cronología de su composición.

Gonzalo Pétrez es postulado para el obispado de Cuenca, iglesia en la cual seguía siendo titular del arcedianato de Moya. Esta diócesis se hallaba extremadamente empobrecida por causas internas y externas, como casi todas las del Reino castellano. Fue elegido mediante compromisario el 4 de marzo de 1273, siendo consagrado obispo de la sede conquense el 22 de octubre de este mismo año, haciendo a su vez promesa de obediencia al arzobispo de Toledo.

Ante los problemas económicos de la sede, el nuevo obispo quiso hacer una distinción clara entre sus bienes personales y las rentas procedentes de Cuenca. Aquí se encuentra el origen de un importante inventario, el primero de los numerosos que hizo en su vida.

Se sabe muy poco de sus actividades episcopales en Cuenca, donde apenas residió y donde su pontificado apenas pasó de dos años de duración, pero como obispo de Cuenca asistió personalmente al Concilio ecuménico de Lyon, que tuvo lugar en dicha ciudad francesa desde el 7 de mayo al 17 de julio de 1274.

En dicha asamblea se ventilaron importantes asuntos de trascendencia internacional, como la unión con los griegos, la reforma eclesiástica y la designación del candidato al Imperio. La entrevista que mantuvo el papa Gregorio X con el rey de Castilla, en la que estuvo presente el obispo de Cuenca, puso punto final a las aspiraciones del rey castellano.

El año 1275 Gonzalo fue trasladado de Cuenca a Burgos, pero este cambio no afectó mucho a su situación personal, porque él siguió vinculado a la Corte real como notario. Apenas queda documentación de su actuación episcopal en Burgos. Desde la segunda mitad de 1277 estuvo ausente no sólo de Burgos, sino de Castilla, residiendo en la Corte romana. Esta estancia está relacionada con la elección de Fernando Rodríguez de Covarrubias como arzobispo de Toledo, efectuada a principios de 1276 con el conocimiento del Rey. Este personaje, diocesano de Burgos por haber obtenido la abadía de Covarrubias en dicha iglesia, había sido también notario del Rey y, por tanto, colega de Gonzalo Pétrez. El electo de Toledo se mantuvo durante cinco años en calidad de tal, porque no hubo medio de que la curia romana le confirmase y concediese el palio arzobispal. Debió de haber algún impedimento canónico grave, del que don Gonzalo quizás se hiciese portavoz. Fernando de Covarrubias resignó el arzobispado de Toledo y su oponente fue trasladado a Toledo por el Papa en 1280.

Pero Gonzalo no regresó a Toledo inmediatamente, sino que se quedó en la curia romana otros cuatro años más, los dos primeros años en Viterbo y Orvieto y luego moviéndose por el sur de Francia, probablemente para evitar decantarse por el rey legítimo Alfonso X o por el príncipe Sancho, que se había levantado contra él en una verdadera guerra civil. Durante estos años no siempre pudo vivir de las rentas que le venían de Toledo, sino del crédito de los banqueros.

Así constituyó una enorme deuda que pesó sobre él durante el resto de su vida. Pasó grandes aprietos no sólo económicos, sino de parte de los Papas. Finalmente, regresó a Toledo cuando ya estaba para solucionarse por la vía de la muerte natural de Alfonso X el conflicto con su hijo, que había derivado en una confrontación social.

Muerto Alfonso X, el arzobispo de Toledo inició una política de acercamiento al nuevo rey Sancho IV, con el que mantuvo unas relaciones personales e institucionales de gran cordialidad. Sancho IV se había casado en la Catedral de Toledo, fue proclamado Rey también en ella y finalmente se mandó enterrar en un lugar que le buscaron personalmente el arzobispo y el deán a las espaldas de la capilla mayor. Todo su reinado estuvo apoyado por la Iglesia de Toledo en sus pretensiones de dispensa canónica para su matrimonio con María de Molina, su cercana pariente, y después de su fallecimiento en la legitimación de su sucesor, Fernando IV. No es de extrañar que Sancho IV distinguiese a Gonzalo Pétrez con los cargos de canciller mayor de los Reinos de Castilla, de León y de Andalucía. Además, demostró su agradecimiento con multitud de donaciones para la construcción de la Catedral y para la libertad del estado eclesiástico.

En su actuación como prelado de Toledo Gonzalo mostró un excelente talante reformador. Al mismo tiempo que gestionó para su clero el reconocimiento de un amplio elenco de privilegios, les exigió una conducta en consonancia con su ministerio. Estaba perfectamente informado de la situación personal de cada uno de sus clérigos a través de los arciprestes.

Una de las ordenanzas más importantes que dio durante su pontificado fue el llamado “Ordenamiento en fecho de coronados” en 1294. Los coronados constituían el ancho estamento clerical de los que estaban tonsurados, pero dentro de ellos había un grupo muy numeroso que se estabilizaban en la tonsura de por vida, contraían matrimonio y hacían vida civil.

Aunque muchos de ellos eran una ayuda valiosa para la iglesia como salmistas, maestros, sacristanes y cantores, había otros que vivían desgarradamente, buscando solamente disfrutar de los privilegios y exenciones del clero y así desprestigiaban a todos. El arzobispo especificó de una manera definitiva quiénes eran y en qué condiciones los coronados que mantenían los derechos y deberes en cuanto al pecho y en cuanto al fuero.

Mucho más importante aún fue el plan de reforma del clero urbano de Toledo. En la ciudad existían veintiséis parroquias, veinte latinas y seis mozárabes. En cada una de ellas se habían creado beneficios eclesiásticos para el mantenimiento del clero. Había raciones enteras, medias y hasta de un cuarto de ración, según las rentas que generaban. La consecuencia inmediata es que los ingresos de los clérigos eran muy dispares y se producía malestar entre unos y otros por este motivo.

El arzobispo tomó cartas en el asunto y dictó un ordenamiento en 1285 lleno de sabiduría y equidad, que partía del respecto a los derechos adquiridos, pero que a la larga consistía en amortizar los beneficios más pobres. Al mismo tiempo los beneficios que iban vacando se acumulaban a los clérigos peor dotados. Ello produjo una reducción del clero parroquial latino en un 36,50 por ciento y del mozárabe en un 40 por ciento. Así se eliminó al mismo tiempo la inflación y el subproletariado clerical que malvivía en las parroquias.

El ordenamiento contenía también un mandato categórico al clero mozárabe para que se atuviesen en las celebraciones a sus ritos peculiares y a que en las escuelas educasen a los candidatos según sus normas propias. El ordenamiento condujo a la recuperación de la liturgia mozárabe y a la reactivación del escriptorio de códices litúrgicos visigóticos, cuyos últimos ejemplares copiados datan de en torno al año 1300.

Una atención especial se orientó hacia la formación del clero. Gonzalo obtuvo de Sancho IV la autorización para crear un Estudio General en Alcalá de Henares que se otorgó en 1293, aunque no prosperó por las condiciones de los tiempos. Para esta fundación estaban destinados probablemente la gran multitud de códices que Gonzalo fue acopiando a lo largo de su vida. Ningún eclesiástico de España ni probablemente tampoco de la cristiandad europea llegó a acumular en todo el siglo XIII una colección tan elevada en número y en calidad como él. Muchos han sobrevivido y se encuentran en la Biblioteca Capitular de Toledo. Su preocupación por la alta cultura se muestra en el hecho de que él fue el único personaje, fuera del Rey, que mantuvo a sus expensas un activo centro de traducciones del árabe en una finca de su propiedad de los alrededores de Toledo, entre las que destaca la del tratado de Averroes, De substantiaorbis.

La construcción de la Catedral recibió un fuerte impulso en su tiempo. Parece seguro que se construyeran entonces la puerta del Reloj, la cripta y la capilla mayor. De su tiempo y quizás donación suya personal fuese la Virgen Blanca del coro, de bellísima factura francesa.

Los últimos años de Gonzalo Pétrez fueron agitados.

La muerte de su amigo Sancho IV (1295) introdujo elementos de inestabilidad en la vida política del Reino. Acusado él mismo de haber dado el pase de fray Munio como obispo de Palencia en condiciones de falta de libertad, tuvo que viajar a la curia romana para dar cuenta de su conducta. Pero no solamente probó su inocencia, sino que estando allí fue creado cardenal de Albano por Bonifacio VIII en el consistorio del 4 de diciembre de 1298. Falleció el 7 de noviembre de 1299 y fue enterrado en la Basílica de Santa María la Mayor en un bellísimo cenotafio gótico de Giovanni de Cosma, de influencia bizantina, que se conserva. En 1303 sus restos fueron llevados a Toledo por el arcediano Ferrant Martínez, el autor del Libro del Caballero Zifar, y reposan ante el altar del coro.

 

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Ramón Gonzálvez Ruiz