Ayuda

Juan Carlos Finlay Barres

Imagen
Biografía

Finlay Barres, Juan Carlos. Camagüey (antes Puerto Príncipe) (Cuba), 3.XII.1833 – La Habana (Cuba), 19.VIII.1915. Médico epidemiólogo, microbiólogo descubridor del modo de transmisión de la fiebre amarilla.

Su nombre de pila era Juan Carlos, pero firmaba “Carlos J.”. Su padre, Eduardo, de origen escocés, era cirujano especializado en oftalmología; y en 1826 se estableció en la isla de Trinidad, donde contrajo matrimonio con Isabel Barres, de ascendencia francesa.

En 1831 se trasladaron a Cuba, primero a Puerto Príncipe y después a La Habana. Juan Carlos vivió brevemente en Francia en 1844, donde contrajo una enfermedad que le provocaba dificultades al articular la palabra, afección que lo acompañó toda su vida.

En 1848, mientras su padre viajaba por Europa, Juan Carlos continuó sus estudios en Alemania y Francia y regresó a La Habana en 1851. En 1853, su familia lo envió a estudiar en los Estados Unidos.

En 1855 se graduó por el Jefferson Medical College (Filadelfia, Estados Unidos), donde fue discípulo del famoso médico estadounidense Silas Weir Mitchell.

En 1857 convalidó su título en la Universidad de La Habana. Entre 1857 y 1859 viajó varias veces a Lima, donde su padre se hallaba ejerciendo. Entre 1859 y 1861 realizó estudios en Francia. Como su padre, se dedicó a la oftalmología. En 1864 se publicó su primer trabajo científico, “Bocio exoftálmico-observación”, en el primer número de los Anales de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, fundada en 1861, institución de la cual fue más tarde miembro de número (1872) y de mérito (1895), y secretario de correspondencia (es decir, de relaciones internacionales) durante casi catorce años.

En 1865 presentó su primer estudio sobre la fiebre amarilla, en el que atribuía las epidemias de esta enfermedad a ciertas condiciones atmosféricas prevalecientes en La Habana, tesis que abandonó años más tarde. Desde 1868 llevó a cabo importantes estudios sobre la propagación del cólera en La Habana. Años después, estudió el muermo y describió el primer caso de filaria en sangre observado en América (1882). Incursionó ocasionalmente en cuestiones científicas de un carácter más teórico y siguió practicando la oftalmología.

Paralelamente, se dedicó a investigar la etiología de la fiebre amarilla, partiendo de la considerable experiencia acumulada en Cuba en la caracterización y el diagnóstico de esta enfermedad (algunos de cuyos síntomas fueron descritos originalmente por médicos cubanos).

El principal aporte de Finlay a la ciencia mundial fue su explicación del modo de transmisión de la fiebre amarilla. En 1878 leyó la descripción de una enfermedad del trigo (la roya), que requiere para su trasmisión el paso del agente patógeno por un hospedero intermediario. Esto le hizo pensar, más tarde, en la posibilidad de aplicar este esquema de transmisión a la fiebre amarilla, cuyas epidemias eran difícilmente comprensibles en términos tanto del anticontagionismo prevaleciente entonces como del contagionismo.

En 1879 laboró en La Habana la primera comisión enviada a Cuba por el Gobierno de los Estados Unidos para el estudio de la fiebre amarilla. Finlay y otros médicos cubanos y españoles colaboraron con los médicos norteamericanos. Las preparaciones microscópicas de la sangre de enfermos de fiebre amarilla, realizadas por la comisión, no revelaron la presencia de microorganismo alguno (se trata de un virus invisible con las técnicas de la época); pero Finlay supuso que el agente patógeno no era observable en la sangre porque se alojaba en las paredes de los vasos sanguíneos.

Aunque luego tuvo que desechar esta hipótesis, ella le permitió llegar a la acertada conclusión de que el microorganismo causante del padecimiento se introducía, por la vía periférica, en el sistema vascular.

Esto apuntaba la posible existencia de un organismo hematófago como hospedero intermediario o agente transmisor de la enfermedad. Desde ese momento, se dio a la búsqueda de ese agente y, en diciembre de 1880, comenzó a estudiar a los mosquitos. Por esa misma época creó, en el seno de la Sociedad de Estudios Clínicos de La Habana, una comisión para el estudio de la fiebre amarilla.

El 18 de febrero de 1881, en una conferencia sanitaria internacional celebrada en la capital de los Estados Unidos (a la cual asistió como miembro de la delegación española en representación de Cuba y Puerto Rico), Finlay explicó que, al no ajustarse el modo de propagación de la fiebre amarilla a los esquemas del contagionismo y del anticontagionismo, era preciso postular “un agente cuya existencia sea completamente independiente de la enfermedad y del enfermo”, capaz de transmitir el germen de la enfermedad del individuo enfermo al sano. El 14 de agosto de 1881, Finlay presentó ante la Real Academia habanera su trabajo “El mosquito hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la fiebre amarilla”.

En esta memoria indicaba correctamente que el agente transmisor era la hembra de la especie de mosquito que hoy se conoce como Aëdes aegypti. Este trabajo se publicó en ese mismo año en los Anales de la Academia.

Aunque, con anterioridad a Finlay, médicos de diferentes países habían sospechado del mosquito como ente propagador de la enfermedad, todos supusieron que el germen se hallaba en el medio natural inorgánico, palúdeo o putrefacto, de donde era tomado (o donde era depositado al morir) por los mosquitos.

Nadie había supuesto, hasta entonces, que el mosquito transmitiera enfermedad alguna directamente de persona a persona y nadie había propuesto una identificación taxonómica precisa de ninguna especie considerada transmisora. La identificación precisa del posible agente transmisor abrió la posibilidad de comprobar experimentalmente la teoría de Finlay.

Aunque dicha teoría era bien conocida por epidemiólogos extranjeros (sobre todo franceses y norteamericanos), además de sus colegas cubanos, no fue sometida a comprobación independiente (por otros científicos) durante casi veinte años. Finlay y su único colaborador, el médico español Claudio Delgado Amestoy, realizaron, desde el propio año 1881, una serie de inoculaciones experimentales para tratar de verificar la transmisión por mosquitos. Atendiendo a consideraciones humanitarias, Finlay se negó a realizar estos experimentos lejos del foco epidémico principal de Cuba (la ciudad de La Habana), para evitar la propagación del mal a zonas donde no existía; y se propuso provocar sólo formas benignas y moderadas de la fiebre, que no hicieran peligrar la vida de los voluntarios que se ofrecieron para estas pruebas.

Finlay y Delgado realizaron ciento cuatro inoculaciones experimentales entre 1881 y 1900, provocando al menos dieciséis casos de fiebre amarilla benigna o moderada (entre ellos, uno muy “típico”) y otros estados febriles, algunos no descartables como de fiebre amarilla, pero de diagnóstico impreciso.

En torno a su “teoría del mosquito”, Finlay elaboró toda una serie de importantes consideraciones. Era bien conocido que un solo ataque de fiebre amarilla confería al sobreviviente inmunidad permanente a la enfermedad. También se sabía que la población nativa de Cuba era mucho menos susceptible a contraer la fiebre amarilla que los extranjeros recién llegados al país. De todo esto dedujo Finlay que las picaduras (inoculaciones naturales) por mosquitos portadores del germen podían provocar formas benignas de fiebre amarilla, quizás no diagnosticadas como tales, en la temprana infancia o incluso in utero entre los residentes en el país, y que ello explicaba la mayor resistencia de los criollos a la enfermedad.

Esta tesis sólo vino a comprobarse en los años treinta del siglo XX, mediante estudios realizados en África occidental.

En 1893, 1894 y 1898, Finlay formuló y divulgó (incluso internacionalmente) las principales medidas que se debían tomar para evitar las epidemias de fiebre amarilla. Tenían que ver con la destrucción de las larvas de los mosquitos transmisores en sus propios criaderos, y fueron, en esencia, las mismas medidas que luego se aplicaron con éxito en Cuba, Panamá y otros países donde la enfermedad era considerada endémica.

En junio de 1900 llegó a Cuba una comisión médica militar estadounidense, encabezada por Walter Reed e integrada por James Carroll, Arístides Agramonte (cubano que residía en los Estados Unidos) y Jesse Lazear. En esos momentos, la enfermedad afectaba ya a un buen número de soldados y oficiales del ejército de ocupación estadounidense, instalado en la isla desde 1898, después de finalizar la guerra con España.

El programa de trabajo de la comisión incluía la búsqueda del microorganismo causante de la fiebre amarilla, pero no la verificación de la “teoría del mosquito”.

Sin embargo, al no poder hallar indicios de la presencia de un agente patógeno, la comisión se encontró sin pista alguna que seguir ante la crítica situación epidemiológica existente, por lo que, en agosto de 1900, acudió a Finlay, quien les entregó los huevos del mosquito Aëdes aegypti y les explicó cómo criarlos y cómo emplear los mosquitos para las inoculaciones experimentales.

Lazear utilizó los mosquitos obtenidos de dichos huevos para llevar a cabo (al parecer sin conocimiento o, por lo menos, sin la aprobación formal de Reed) una serie de inoculaciones experimentales, durante las cuales hizo que algunos voluntarios y él mismo fueran picados por mosquitos que habían ingerido sangre de pacientes de fiebre amarilla. De las tres personas que contrajeron la enfermedad, Lazear fue el único en fallecer (el 25 de septiembre). Dejó un detallado cuaderno de apuntes de los experimentos realizados.

Al conocer los resultados de estos experimentos, Reed —quien se hallaba en los Estados Unidos— regresó rápidamente a Cuba y, a partir de los datos de Lazear (se supone que utilizó el cuaderno de notas de éste), preparó apresuradamente una Nota preliminar de la comisión que presidía y la presentó el 22 de octubre ante la reunión anual de la Asociación de Salud Pública de los Estados Unidos. Dicha nota se refiere, con cierta extensión, a la teoría de Finlay y agradece la colaboración de éste; considera, empero, que Finlay no había logrado reproducir “un ataque bien marcado de fiebre amarilla” (aun cuando había informado, ya en 1881, de un caso no fatal, pero casi tan típico como los que la Nota menciona) y concluye afirmando (basándose únicamente en los resultados de las incoculaciones dirigidas por Lazear) que “el mosquito sirve como hospedero intermediario del parásito de la fiebre amarilla”.

En 1901, Reed —trabajando dentro del paradigma formulado por Finlay— dirigió una serie de meticulosos experimentos que reafirmaron la función del mosquito A. aegypti como agente transmisor. No obstante, Reed continuó objetando la labor experimental de Finlay basándose en que el período infectivo de la fiebre amarilla y el tiempo de incubación del germen en el mosquito (descubierto en 1898 por Henry Carter) no habían sido tenidos en cuenta adecuadamente por el investigador cubano. Estudios ulteriores de la duración real de estos períodos no avalan, sin embargo, la decisión de Reed de descartar totalmente los experimentos de Finlay.

En realidad, ni siquiera después de la comprobación realizada por Reed se dio universal crédito a la “teoría del mosquito”, por cuanto no se había logrado probar que el mosquito era el único portador posible de la fiebre amarilla urbana. Ello quedó demostrado convincentemente sólo con la eliminación de la fiebre amarilla en La Habana en 1901, después de ser destruidos los principales criaderos de A. aegypti. El éxito de esta campaña, dirigida por el médico militar estadounidense William Gorgas, pero basada en las recomendaciones de Finlay, sirvió también como comprobación definitiva de la teoría del investigador cubano.

En 1902, al proclamarse la independencia de Cuba, Carlos J. Finlay fue nombrado jefe superior de Sanidad.

Desde este cargo le tocó encarar la última epidemia de fiebre amarilla que se registró en La Habana, en 1905, la cual fue eliminada en tres meses. Desde 1909, cuando hubo un brote que fue rápidamente controlado en Santiago de Cuba, no ha habido fiebre amarilla en Cuba.

Entre 1905 y 1915, varios eminentes investigadores europeos propusieron oficialmente la candidatura de Finlay al Premio Nobel. Tal fue el caso, entre otros, del investigador inglés Ronald Ross (Premio Nobel en 1902), quien propuso a Finlay en 1905, y del francés Alphonse Laveran (Premio Nobel en 1907), quien lo propuso en 1913, 1914 y 1915. Finlay nunca recibió ese galardón, pero sí varias condecoraciones inglesas, francesas y cubanas.

 

Obras de ~: Obras completas (ed. por C. Rodríguez Expósito), La Habana, Academia de Ciencias de Cuba, 1965-1981, 6 vols.

 

Bibl.: F. Domínguez Roldán, Carlos J. Finlay. Son Centenaire (1933). Sa Decouverte (1881), Paris, L. Arnette, 1935; C. E. Finlay, Carlos Finlay and Yellow Fever, Cambridge y Nueva York, Oxford University Press, 1940; J. Guiteras Gener, “El Dr. Carlos J. Finlay, apuntes biográficos. Discurso de recepción como Académico de Número”, en Anales de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana (AACMFyNLH), 48 (1911), págs. 270-280; J. LeRoy Cassá, “Elogio del Dr. Carlos J. Finlay”, en AACMFyNLH, 55 (1918), págs. 335-399; Finlay. El hombre y la verdad científica, La Habana, Editorial Científico-Técnica, 1987; C. Rodríguez Expósito, Finlay, La Habana, 1951; Carlos J. Finlay. Síntesis biográfica, La Habana, Ministerio de Salud Pública, 1965; J. A. del Regato, “Carlos Finlay and the Carrier of Death”, en Alumni Bulletin (Jefferson Medical College), 20 (1971), págs. 2-17; J. López Sánchez, La doctrina finlaísta, La Habana, Editorial Científico-Técnica, 1981; G. G. Calleja Leal, “Carlos Finlay. El médico de los mosquitos tenía razón”, en Historia 16, 202 (1993), págs. 115-122; J. L. Tone, “How the mosquito (man) liberated Cuba”, en History and Technology, 18 (2002), págs. 277-308.

 

Pedro M. Pruna Goodgall

Relación con otros personajes del DBE

Biografías que citan a este personaje

Personajes citados en esta biografía

Personajes similares