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Antonio Pigafetta Vicentino

Biografía

Pigafetta Vicentino, Antonio. Antonio Lombardo. Vicenza (Italia), 1480-1491 – Italia, c. 1534. Cronista del primer viaje circunterráqueo Magallanes-Elcano.

Los datos bibliográficos que se conocen de Antonio Pigafetta —Antonio Lombardo, como aparece en la relación de tripulantes— son oscuros al igual que el de otros muchos personajes que pasaron a Indias y apenas dejaron datos sobre su pasado antes de los hechos por los que formaron parte de nuestra historia.

Solamente se tienen dos noticias concretas acerca de su persona que las brinda en la Relación: una que era caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén, Rodas y Malta; y otra, que vino acompañando a monseñor Francesco Chieregati y formando parte de su séquito, cuando éste fue nombrado nuncio apostólico de Su Santidad el papa Adriano VI, ante el rey don Carlos.

De los pocos datos que Pigafetta arroja sobre su pasado, se sabe que nació en Vicenza, en el Véneto, de familia procedente de la Toscana. No se sabe con certeza la fecha de su nacimiento, pero está comprendida entre los años 1480 y 1491. Quizás su padre fuera Mateo Pigafetta, noble caballero de rancia cuna, de gran cultura y que posiblemente estuviera en contacto con los intelectuales de la Italia del Quattrocento, a juzgar por la erudición de que su hijo hace gala en varios momentos de la Relación.

El ambiente culto y religioso familiar en el que se crió le condujo a servir en las galeras de la Orden de San Juan, encargados de evitar y frenar los ataques turcos de Solimán el Magnífico. Quizá en este su primer contacto con la Orden fue donde se le concedió el título de caballero de Rodas, que él con orgullo utilizó al redactar el encabezamiento de su manuscrito.

Acerca de la concesión del título de caballero de Rodas, existen dos versiones. Una, que ya lo ostentaba antes de iniciar el viaje; y otra, que le fue concedido a su regreso, en octubre de 1524, cuando se entrevistó con el gran maestre Villiers de L’Isle Adam. Parece que la primera versión es la verdadera, apoyandose en el trato fraternal que existió entre Magallanes (caballero de Santiago) y Pigafetta (caballero de Rodas).

Al servicio de la Orden adquirió conocimientos marineros y destreza en el manejo de las armas. Quizás, llevado por la ambición lógica de todo joven en buscar más amplios horizontes, llegó en 1519 a Barcelona, acompañando a monseñor Francesco Chieregati, quien se convertiría en un buen aval para que Pigafetta encontrase en España una digna ocupación.

Seguramente, con recomendaciones del mismo nuncio, llegó a Sevilla y entró en contacto con los altos responsables de la Casa de la Contratación, y así, le fue fácil incorporarse a la tripulación magallánica, que por aquellas fechas se estaba completando y que partiría del puerto sevillano en septiembre de ese mismo año formada por un total de cinco naves: la nao Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria y la nao Santiago.

Debido a su preparación, no se entiende por qué figura solamente como “sobresaliente” (sin empleo fijo), cuando su preparación le habría hecho merecedor de un puesto de más responsabilidad. Como criado personal de Magallanes, a bordo de la Trinidad, ocurriría esta primera etapa de su actividad a bordo, hasta la muerte del capitán en la isla de Mactán en las Filipinas. Desde aquí, y hasta el regreso a España, no se sabe si desempeñó alguna misión concreta, o simplemente se dedicó a colaborar, siempre que fuese necesario, al mismo tiempo que continuó con su diario.

El 6 de septiembre de 1522 arribó la nave Victoria al puerto de Sanlúcar de Barrameda, en la que llegaron dieciocho tripulantes de los doscientos sesenta y cinco que partieron según Martín Fernández Navarrete, quien publicó la relación completa de la tripulación, con sus nombres, patrias, categorías y distribución por naos, dando la cifra a la salida del puerto sevillano de doscientos treinta y nueve tripulantes, a los que se sumarían veintiséis individuos más embarcados en el puerto de Tenerife, lo que da un total de 265 o 237 como aparece en la Relación escrita por Pigafetta.

Famélicos, espectrales, con la piel quemada, no rebosantes de fuerzas y sonrosados, aspecto que nada tenía que ver con el que tenían el día que partieron del puerto de Canarias, pero que dieron prueba de las riquezas de las Molucas. La admiración por el esfuerzo realizado por los dieciocho supervivientes, que arribaron al puerto andaluz, lo pone de manifiesto Gonzalo Fernández de Oviedo —acostumbrado a recoger y redactar impresionantes relatos—: “El cual [Juan Sebastián Elcano] e los que con el vinieron, me parece a mí que son de más eterna memoria dignos que aquellos argonautas que con Jasón navegaron a la isla de Colcos, en demanda del vellocino de oro. E aquesta nao Victoria, mucho más digna de pintarla e colocarla entre las estrellas e otras figuras celestiales que no aquella de Argo”.

Ya en España, primero en Sevilla, y finalmente en Valladolid, el odio y el rencor de Elcano y Pigafetta volvieron aflorar; ahora era el vasco quien olvidó al italiano cuando recibió la carta del Emperador pidiéndole que se personase junto con “[…] dos personas de las que han venido con vos, las más cuerdas y las de mejor razón”. A esa llamada del Emperador, Elcano se hizo acompañar por Francisco Albo, persona bien cualificada para figurar en la comisión informativa, reconocimiento que no cabe hacer al otro, Fernando de Bustamante, un extremeño que trabajó en la expedición como barbero, era el llamado a ocupar el lugar que por razón, pertenecía a Pigafetta. Pero la venganza de éste había llegado, ya que se trasladó a la Corte por cuenta propia, e hizo entrega al Emperador del citado manuscrito, redactado con urgencia, aprovechando el material recogido en sus notas. Escrito en italiano, quizá con alguna palabra en español, el original fue entregado a Pedro Mártir de Anglería, quien se encargó de hacer una nueva redacción y enviársela al Papa; pero este valioso documento desapareció en 1527, cuando ocurrió el Sacco de Roma, por las tropas españolas.

A la entrevista entre don Carlos y Pigafetta, asistió el secretario personal del Monarca, Maximiliano de Transilvania, gracias al cual queda otro testimonio fehaciente de la existencia del primer borrador. Desde Valladolid, Maximiliano de Transilvania envió una carta al cardenal de Salzburgo, y en 1523 se publicó en latín, con el título De Moliccis Insulis […] Epistola, en las ciudades de Colonia y Roma, respectivamente.

Pero en esta reunión, no sólo debió de limitarse a ofrecerle el documento, porque al poco tiempo don Carlos, ordenaba a Leguizano, alcalde de la Sala del Crimen, a abrir una investigación contra Elcano, citando a varios testigos para que declarasen.

Las tensiones surgidas a raíz de la llegada a Valladolid, las acusaciones de Pigafetta contra Elcano, la campaña difamatoria contra Magallanes, hombre de temperamento dictatorial, adusto, seco e intransigente, fueron las causas de numerosos levantamientos y rebeliones por parte de Juan de Cartagena, Luis de Mendoza, Antonio Coca y Gaspar de Quesada y que terminaron violentamente en la bahía de San Julián.

El hecho de que Elcano se pusiera de parte de los amotinados en la bahía de San Julián, frente a Magallanes, es comprensible: los encausados eran españoles.

Por otro lado, Elcano debió de ver desde el principio con buenos ojos, el nombramiento de Juan de Cartagena como persona conjunta, no aceptando éste, desde la salida de Canarias, las órdenes de Magallanes.

Los dos tenían las mismas responsabilidades y las mismas atribuciones. Estas duras fricciones y la intolerancia del capitán general fueron la base de lo ocurrido en San Julián. Elcano, con su conducta, apoyó la causa de los sublevados. Pigafetta no llegó a entender esto, pues fue ciega su admiración por Magallanes, admiración que se supone recíproca. Pigafetta, en todo momento, quiso salvar la imagen de Magallanes, aún después de muerto, aunque de los muertos no se espera nada material: “A fin de que Vuestra Ilustrísima señoría [Carlos I], conozca alguna [cosa] sepa que apenas anclados allá, los capitanes de los otros cuatro navíos, conjuráronse en traición para asesinar al Capitán General”.

Estas causas contribuyeron a que el cronista no se sintiera a gusto en España, desde donde pasó a Lisboa para explicarle a rey don Juan cuanto vio. No existe testimonio directo de que Pigafetta hiciese entrega de otro manuscrito al monarca portugués. Pasaría nuevamente por España para dirigirse a Francia, donde se entrevistaría con la reina María Luisa de Saboya, madre del rey Francisco I.

En 1523, de regreso del breve periplo que había realizado por las Cortes europeas para informar y regalar presentes de las islas del Pacífico, regresó a Italia. A partir de entonces, comenzaron sus visitas a personajes relevantes, tanto en el aspecto cultural, como en el económico.

Fue en la Corte de los Gonzaga de Mantua donde le animaron a que redactase, con detenimiento, un manuscrito aprovechando todo el material que había archivado, amén de la aportación de sus vivencias personales, con la finalidad de que fuese impreso.

En 1524, obtuvo del Senado de Venecia, el privilegio por veinte años, de conservar los derechos de autor. Los Dogos venecianos le dieron autorización, pero no ayuda económica, que era en realidad lo que Pigafetta necesitaba, para costear los gastos de la edición de su obra.

Desde la ocupación de la isla de Rodas por los turcos, la Orden se había trasladado provisionalmente a la localidad de Monterosi, próxima a Viterbo, y allí Pigafetta visitó al gran maestre de la Orden, Filippo Villiers de L’Isle Adam, quien le animó en el empeño de la publicación, y quien, además, le debió de ayudar económicamente. A él, le dedicó la obra: “Al Ínclito e Ilustrísimo Señor Felipe Villers Lisleadam, gran Maestre de Rodas”.

Si oscuros son los datos que se tienen de su nacimiento, no menos son los relacionados con los últimos años de su vida. Seguramente se incorporó nuevamente al servicio activo en la Orden, y, según algunos biógrafos, debió de morir alrededor del año 1534.

La personalidad de Pigafetta no presenta recovecos de difícil interpretación. Hombre extrovertido, alegre, animoso, valiente, dotado de habilidad diplomática y de fácil conversación, pero no insulsa, sino cargada de conocimientos serios y profundos, y de una salud a prueba de penalidades.

Al lado de estas dotes personales, hay que situar las espirituales. Fue creyente profundo, de una gran fe, en ocasiones con matices místicos, pero las apuradas situaciones por las que pasaron los hombres del viaje circunterráqueo no fueron para menos. Demostró un gran concepto de la fidelidad, fidelidad hacia su jefe, lo que le hizo ser enemigo de los enemigos de Magallanes.

Se sentía seguro de sí mismo, con una cultura superior que, a excepción del astrónomo San Martín, Magallanes, y algún escribano, hizo que su persona sobresaliera del resto de la tripulación. Ególatra, vanidoso, fue siempre el primero en todos los hechos importantes. Su vanidad fue tal que, al describir una situación muy apurada, a raíz de una matanza contra los españoles, aparece él solo, dialogando con un reyezuelo indígena, entrevista de dudoso desarrollo tal como él la expone.

Pero esos defectos no pueden eclipsar las cualidades de su persona y el valor de su obra que ha permitido conocer la gesta heroica de los protagonistas de la vuelta al mundo. Los tres, Magallanes, Elcano y Pigafetta, unidos por un mismo destino, al servicio de una misma nación: España; oriundos de patrias distintas: Portugal, España e Italia, actuaron en todo momento, juntamente con todos los que les acompañaron, como héroes. Fue una gesta que superó todo lo que hasta entonces se había realizado.

Tres años es mucho tiempo, sobre todo si ese tiempo se vive en una embarcación a vela donde un hombre activo y curioso, como lo fue Pigafetta, va anotando el día a día de todos los pormenores del viaje circunterráqueo.

Esa curiosidad ha permitido conocer, con toda precisión, la realidad del primer viaje alrededor del Mundo.

Varias características hay que resaltar del autor, respecto a la Relación: a) una aguda observación, pues captó hasta los detalles más insignificantes; b) afán de preguntar, de averiguar, ya que a través de los nativos recogió informaciones etnográficas y lingüísticas, y, como muestra, la aportación de sus vocabularios referentes a las costas brasileñas, patagónicas y de los archipiélagos de Insulindia; c) conocimientos literarios, artísticos y científicos, dignos de un hombre del humanismo; d) un gran espíritu religioso; e) al mismo tiempo que refleja con su pluma su espiritualidad, se recrea en todo género de aclaraciones, en pasajes cargados de sexualidad, y que pueden ser recogidos, por su rareza, en cualquier tratado especializado en sexología.

Pájaros, peces, cuadrúpedos, plantas, semillas, etc. están descritos con gran minuciosidad, no siendo sus descripciones fantasías, ya que los estudios modernos en Zoología permiten conocer muchas de las especies de las que Pigafetta habla utilizando vocablos claros y realistas, a veces ordinarios y groseros. Otro tanto ocurre cuando describe a los auquénidos sudamericanos, haciéndolo de tal manera que parece que se está leyendo un texto de mitología por la descripción y comparación con los animales conocidos en Europa.

El más mínimo detalle es expresado por su pluma, el tipo de productos e incluso la manera de consumirlos, ya se tratase de árboles, arbustos, semillas o de especias, cuya finalidad era la del viaje, con la misma perspicacia que la de un botánico.

También la etnografía es un aspecto importante en su Relación, aportando el autor los datos obtenidos de su convivencia con los nativos. La vivienda indígena, el ajuar que la adorna, aparecen en diversos momentos de la Crónica. Tampoco pasó inadvertido para el cronista el lujo de ciertos caciques en contraposición con la pobreza del resto de la población indígena, el poder con el que contaban algunos de ellos y la veneración, casi sagrada, de que eran objeto, así como su organización administrativa y las ceremonias funerarias realizadas cuando moría algún noble. Pero al lado de pasajes que describen el ambiente lujoso en el que vivían algunos caciques, aparecen otros en los que el salvajismo, la barbarie y la antropofagia son las características predominantes.

Pigafetta demostró interés por las técnicas curativas y la sintomatología de las enfermedades, siendo algunos de los datos de primera mano a través de experiencias vividas muy de cerca por el caballero de Rodas, y otras en cambio, son informaciones procedentes de los indígenas de a bordo; así como tampoco su espíritu religioso le impidió describir con pormenores escenas sexuales, relatándolas con naturalidad, sin escandalizarse y sin aspavientos ni melindres.

En ocasiones, escenas cargadas de brutalidad, las recoge en su Relación, sin ninguna explicación, dejando la duda de si es verdad o mentira. Esto mismo ocurre con los mitos, que también aparecen reflejados en su Crónica, no siendo más que un reflejo de sus conocimientos humanistas, ya que, como bien se sabe, durante el Renacimiento es cuando renacen los mitos greco-latinos, y que muchos de los hombres de esta época los transportaron a las nuevas tierras descubiertas.

 

Obras de ~: Relación del Primer Viaje alrededor del Mundo. Noticias del Mundo Nuevo con las figuras de los países que se descubrieron, Venecia, 1524 (ed. Paris, 1525; Madrid, Fortanet, 1899).

 

Bibl.: A. di Poli, “Estudio sobre Pigafetta”, en Nuovo Archivio Veneto (Venecia) (julio-diciembre de 1919); A. Melón Ruiz de Gordejuela, Antonio Pigaffeta como el más completo narrador del primer viaje alrededor del mundo, Madrid, Quaderni dell’Istituto di Cultura in Spagna, 1941; R. A. Skelton, Magallan’s Voyage a narrative Account of the first Circumnavigation by Antonio Pigaffeta, New Haven, Londres, 1969; T. G[lick], “Pigafetta, Antonio”, en J. M.ª López Piñero, Th. F. Glick, V. Navarro Brotóns y E. Portela Marco, Diccionario histórico de la ciencia moderna en España, vol. II, Barcelona, Ediciones Península, 1983, págs. 175-176; L. Cabrero, Antonio Pigaffeta. Primer Viaje alrededor del Mundo, Madrid, Historia 16, 1985.

 

Cristóbal Vallet Escobero