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Jerónimo Luis de Cabrera y de Figueroa

Biografía

Cabrera y de Figueroa, Jerónimo Luis de. Sevilla, 1528 – Santiago del Estero (Argentina), 18.VIII.1574. Conquistador español, fundador de las ciudades de Ica, en Perú, y Córdoba del Tucumán, en Argentina.

De muy nobles y preclaros linajes, tanto por vía paterna como materna, Jerónimo Luis de Cabrera y Figueroa nació en Sevilla, al igual que su hermano Pedro Luis de Cabrera, conquistador del Perú. Todo indica que Jerónimo Luis de Cabrera pasó al Perú en 1549, luego de haber concluido la gran rebelión que acaudilló Gonzalo, el menor de los hermanos Pizarro.

Se asentó en el Cuzco y, al producirse la rebelión de Francisco Hernández Girón, alzó la bandera proclamando su lealtad al Rey; ambos hermanos, acompañados de algunos vecinos, escaparon de la ciudad de los incas para marchar hacia Lima y ponerse a las órdenes de la Real Audiencia. Se conoce que los oidores le encomendaron reclutar hombres en los pueblos del sur de Lima, pero se desconocen sus hechos de armas en esta coyuntura aunque es posible que estuviera presente en la batalla de Pucará, donde fue derrotado y hecho preso el rebelde Hernández Girón.

Jerónimo Luis de Cabrera se encuentra en la ciudad de Trujillo en 1556, muy quejoso contra el virrey marqués de Cañete que había deportado a España a su hermano Pedro Luis por revoltoso y tener excesiva familiaridad con soldadesca proclive a motines y alborotos. Jerónimo Luis de Cabrera había recibido poder de su hermano para que administrara sus cuantiosos bienes mientras estuviera lejos del Perú. Poco después se dijo que Jerónimo Luis, olvidando su lealtad fraternal y de caballero, había hecho negocios dolosos en desmedro de la hacienda de su hermano que se encontraba en Madrid haciendo lo posible por regresar al Perú.

Jerónimo Luis de Cabrera no encontraba sosiego. Los soldados descontentos, que seguían abundando en el Perú, sabían de su noble cuna y lo buscaron para acaudillar un motín en el Cuzco, donde también estaba involucrado Diego de Lira. Su linaje, simpatía y finas maneras le granjearon la protección del virrey conde de Nieva, quien olvidó los altercados del Cuzco y le ordenó la fundación de la villa de Valverde, en el feraz valle de Ica. El nombre de Valverde era grato al virrey porque era el de un señorío que tenía en Castilla. La fundación de la que sería ciudad de Ica, capital de uno de los departamentos más ricos del actual Perú, tuvo lugar en 1563.

Ese mismo año, como premio a sus servicios, Jerónimo Luis de Cabrera pretendió que se le encomendaran los indios que habían sido del capitán Sebastián Garcilaso de la Vega, padre del notable cronista mestizo Inca Garcilaso de la Vega, pues había contraído matrimonio con Luisa Martel de los Ríos, viuda del mencionado capitán. El asunto no resultó fácil, pues dicho repartimiento tenía otros pretendientes. Para evitar problemas, el conde de Nieva decretó que a Jerónimo Luis de Cabrera se le diera una renta anual de 4.000 pesos, que debían tributar los indios de Macha.

Se disponía también que Cabrera y su familia debían residir en la villa de La Plata y hay indicios que fue justicia mayor de Potosí. Su protector, el conde de Nieva, había muerto en trágicas circunstancias, pero el virrey Francisco de Toledo también se mostró cordial y generoso con Cabrera al expedir en el Cuzco, el 20 de septiembre de 1571, una provisión donde lo nombraba gobernador, capitán general y justicia mayor de Tucumán, Juríes y Diaguitas, por el lapso de cuatro años, en reemplazo de Francisco de Aguirre, quien, por asuntos que no atañen a esta biografía, había sido entregado al Santo Oficio de la Inquisición.

Luego de intensos preparativos, Jerónimo Luis de Cabrera, su esposa y sus dos hijos, además de una nutrida comitiva, dejaron Potosí en pos de Santiago del Estero, capital de su gobernación. La marcha se hizo con las necesarias precauciones. Iba por delante, para evitar emboscadas y dar aviso de ellas en caso de ocurrir, el capitán Tristán de Tejada con doce hombres bien encabalgados. Luego marchaba el gobernador Cabrera y su familia y cerraba el contingente viajero hombres a pie y a caballo, además de las carretas de ropa, muebles, alimentos y no poca servidumbre. Finalmente arribaron con felicidad a su destino, donde Jerónimo Luis de Cabrera fue recibido con los honores de estilo y asumió el cargo el 19 de julio de 1572.

Cabrera llevaba órdenes del virrey Toledo encaminadas a resolver los ya viejos pleitos relacionados con las encomiendas de indios. Debía, igualmente, fundar una ciudad en el valle de Salta que tenía fines estratégicos, pues debía proteger la retaguardia de la opulenta Potosí poniendo fin a una inmensa área despoblada que solía ser amenazada por los rebeldes indios calchaquíes. Jerónimo Luis de Cabrera, en esta coyuntura, se encontró con un dilema. O fundaba una ciudad en Salta, tal como se lo había ordenado el virrey Toledo, o seguir descubriendo y pacificando en el país de los comechingones y en la ruta del Atlántico.

Obedecer significaba hacer frente a la desgastadora guerra calchaquí. La otra opción era más atractiva, ya que podía encontrar minas de oro y plata y poblaciones de indios menos belicosos que accedieran al dominio hispano.

Cabrera no dudó. Muy poco tiempo después de su arribo a Santiago del Estero, redistribuyó las encomiendas de indios entre sus amigos y luego marchó hacia la tierra de los comechingones al frente de una hueste de aproximadamente cien españoles. La ruta escogida no era fácil. Había muchos desiertos pero también zonas donde abundaban centenares de pueblos indígenas. Iban hacia tierras altas. Junto al río Suquía encontraron un lugar que reunía las condiciones ideales para fundar un pueblo: cercanía de un río, buena vegetación y animales que podían ser cazados y proporcionar buena alimentación. Cabrera fundó allí la ciudad de Córdoba el 6 de julio de 1573. Era el valle de Quisquisacate, en una barranca a salvo de posibles ataques indígenas. Más tarde la recién fundada ciudad se mudó al llano, terreno más propicio para construir acequias y trabajar sementeras. Jerónimo Luis de Cabrera puso la ciudad bajo la advocación de san Jerónimo y diseñó su escudo de armas.

La ciudad de Córdoba nació del propósito de acercarse al río de la Plata para constituir una escala ente éste, Tucumán y Chile. “La expansión simultánea del Tucumán y del Río de la Plata —han escrito Carlos Alberto Floria y César A. García Belsunce— provocó fricciones.” El mismo día que Cabrera fundó Córdoba, Juan de Garay, teniente gobernador del adelantado del río de la Plata Juan Torres de Vera y Aragón, elegía el lugar para fundar la ciudad de Santa Fe.

Mientras éste se preparaba para su fundación, Jerónimo Luis de Cabrera llegó al Paraná con el deseo de fundar un puerto dependiente de Tucumán. Ambos jefes se encontraron y se planteó el conflicto de jurisdicción, sin que por suerte el asunto pasara a mayores por la prudencia tanto de Cabrera cuanto de Garay.

En última instancia estaba ocurriendo un hecho histórico: el encuentro de dos corrientes pobladoras, la del Atlántico, que partía de Asunción, y la del Pacífico, proveniente de Tucumán. El puerto fundado por Cabrera tomó el nombre de San Luis de Córdoba y el de Santa Fe el establecido por Juan de Garay.

Gracias a la fundación de Córdoba, señala la historiadora María Sáenz Quesada, el Tucumán tenía una puerta de entrada al río de la Plata “que era a su vez la puerta por donde el virreinato peruano se conectaba con el Brasil, África y España, sin necesidad de recurrir al complicado periplo del monopolio comercial que obligaba a recorrer la vía de Portobello y Panamá al Pacífico y a Lima o arriesgarse en la peligrosa navegación del Estrecho de Magallanes que nadie acometía”.

Jerónimo Luis de Cabrera regresó a Córdoba, donde fue recibido con grandes aclamaciones. Siguiendo su política pobladora extendió su autoridad hasta el río Cuarto y repartió encomiendas por espacio de más de un año. La región estaba considerablemente pacificada cuando llegó el sucesor de Cabrera: Gonzalo de Abreu Figueroa, designado directamente por el Rey. Abreu, en esto coinciden diversos historiadores, carecía por completo de las condiciones necesarias para el cargo. Su proyecto de fundar Jujuy fue desbaratado por una confederación de tribus diaguitas.

Abreu, tentado por la leyenda de los Césares o Trapalanda, marchó en dirección sudoeste, con dirección a San Luis, y se vio forzado a volver por falta de alimentos. Pero esta vez no todo fue negativo. Durante su marcha sometió a las tribus Calamuchita, Traslasierra y Río Quinto.

La actitud de Abreu respecto a Cabrera merece la más rotunda condena. Ordenó que lo apresaran el 16 de mayo de 1574, en Córdoba, y luego fue trasladado a Santiago del Estero. El trato que recibió el prisionero fue increíblemente cruel. Abreu quería humillar a Cabrera y lo acusó de querer alzarse contra el Rey. Fue sometido a torturas degradantes y, finalmente, condenado a muerte. No se le cortó la cabeza, como hubiera correspondido por tratarse de un hombre de reconocida nobleza, sino que se le dio garrote vil utilizando los barrotes de su propia cama. Parece que la inquina asesina de Abreu tuviera antigua data y que se hubiera gestado en España por motivos familiares.

Abreu mostraba especial inquina y desprecio hacia la madre de Cabrera, que era una Figueroa, el mismo apellido de la progenitora de Abreu. La vinculación familiar era, pues, evidente.

Abreu confiscó los bienes de Jerónimo Luis de Cabrera e hizo que se vendieran en pública almoneda.

La viuda del fundador de Ica y de Córdoba, Luisa Martel y de los Ríos, mujer de temple valeroso, no se derrumbó ni se dejó intimidar. Apeló ante la Corona por el asesinato de su esposo —que eso fue en realidad— y consiguió reivindicar su nombre y la devolución de sus bienes. De todos esos trámites judiciales surgió también otro motivo de la inquina de Abreu, que habría ejecutado gustosamente una oscura y perversa trama de dos oidores de Charcas que odiaban a Cabrera. Como colofón de esta historia, enmarcada en una época de injusticias y violencia, el sucesor de Abreu, Hernando de Lerma, hizo que éste fuera encarcelado y sometido a torturas durante ocho largos meses, hasta que murió cuando sólo era un sanguinolento guiñapo humano. Jerónimo Luis de Cabrera pertenece a la historia del Perú y de la República Argentina.

Tanto Ica como Córdoba del Tucumán se convertirían con el tiempo en ciudades pujantes y de gran importancia, sobre todo Córdoba, famosa por su universidad y considerada por mucho tiempo como la segunda ciudad argentina, después de Buenos Aires).

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), Patronato 29, n. 1, Ramo 25; 98, n. 4, Ramo 1; Justicia n. 471.

R. Vargas Ugarte SI, Historia General del Perú, vol. II, Lima, Editorial Milla Batres, 1966; F. Luna, Breve Historia de los Argentinos, Buenos Aires, Planeta, 1994; C. A. Floria y C. A. García Belsunce, Historia de los Argentinos, Buenos Aires, Ediciones Larousse Argentina, 1998; M. Sáenz Quesada, La Argentina Historia del País y de su Gente, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2001; A. Miró Quesada Sosa, Costa, Sierra y Montaña, Lima, Edición Sucesión Aurelio Miró Quesada Sosa, 2002.

 

Héctor López Martínez

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