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Pedro Fróilaz

Biografía

Froilaz, Pedro. Conde de Traba. Galicia, s. t. s. XI – ?, 1126. Noble, ayo de Alfonso VII.

No se tiene noticia del año de su nacimiento, pero puede colegirse que, criado en la casa del rey Alfonso y habiendo alcanzado, durante el reinado del conquistador de Toledo y tras la desaparición de Raimundo de Borgoña, el título de conde de Galicia, habría de ser niño o mozo en la década de los setenta o en la de los ochenta del siglo XI; así pues, no parece desacertado proponer los últimos años del segundo tercio de la centuria como el tiempo más probable de su venida al mundo. Se conoce, en cambio, con precisión el año de su muerte. Por documento fechado el 3 de mayo de 1126, la condesa Mayor Rodríguez, segunda esposa del noble gallego, hizo donación al monasterio de Sahagún de una heredad en Valdunquillo, por el alma de su marido, con quien, según se indica en las dos versiones que se conservan de este texto, había disfrutado de larga felicidad en esta vida. Se explican bien el recuerdo y la añoranza de la viuda, porque no hacía mucho de la muerte del conde; los dos, Pedro y Mayor, cedían, el 2 de marzo de ese mismo año, al cenobio de San Salvador de Pedroso los derechos que les correspondían en la iglesia de San Saturnino. Murió, pues, el conde de Traba en 1126, probablemente en el mes de abril.

No hay lugar aquí para amplios desarrollos prosopográficos, pero sí conviene alguna referencia al pasado y al futuro familiar. Es útil, hacia atrás, recordar la generación inmediatamente anterior. Pedro Froilaz fue hijo de Froilán Bermúdez y yerno, por su primer matrimonio, de Froilán Arias. Uno de los dos Froilanes —no se puede estar del todo seguro, pero es más probable la atribución a Bermúdez— fue autor o principal instigador del asesinato de Gudesteo, que, además de su sobrino, era obispo de Iria. Ocurrió el crimen durante el reinado de García de Galicia, el protector de Gudesteo, el que lo había escogido para ocupar la silla de Santiago. El asunto, de claro trasfondo político, pues se discutía acerca de derechos sobre tierras y hombres, pone de manifiesto que los ascendientes del conde Pedro formaban parte del reducido grupo de familias entre las que se reclutaban los individuos que —laicos o eclesiásticos, prelados o guerreros— ejercían el poder, no siempre de manera pacífica, a la sombra legitimadora de los Reyes. Hacia el futuro, las cosas no fueron diferentes. Desde luego, los tres hijos y dos hijas habidos por Pedro Froilaz con su primera esposa, Urraca Froilaz, y los tres varones y siete mujeres que tuvo en su segundo matrimonio aseguraron, con un total de quince descendientes, la proyección familiar en el tiempo. No hace falta que se hable de toda la prole; basta con indicar las estrechas relaciones, no sólo políticas, de Bermudo y Fernando Pérez con Teresa de Portugal, el puesto de alférez ocupado por Rodrigo en la Corte de Alfonso VII o el matrimonio de García con Elvira, hija de la reina Urraca y de Pedro González de Lara, para caer en la cuenta de que los hijos del conde gallego supieron mantenerse en el grupo de los poderosos. Sin duda, Pedro Froilaz se aseguró bien en esa posición.

Recuerda la reina Urraca, en donación concedida al conde Pedro y a la condesa Mayor, que su padre, el rey Alfonso, había criado y educado en su casa al noble gallego, de la misma manera que éste, años después, criara y educara en la suya a su propio hijo, Alfonso Raimúndez. La función de tutor del emperador Alfonso VII es, desde Rodrigo Jiménez de Rada, fuente principal del prestigio de que goza el conde de Traba en los libros de historia. No fue la única ni la más relevante de sus actividades sociales; pero esta proximidad a la Familia Real, esta integración en el selecto grupo de los más cercanos al Monarca, es primero y principal requisito en el desempeño de una actividad política destacada. La desarrolló sin duda Pedro Froilaz y quedó circunstanciadamente recogida en el registro de acontecimientos que, relativos a su sede y de manera principalísima a su propio pontificado, mandó componer el primer arzobispo de Santiago, Diego Gelmírez.

La Historia compostelana es, para el siglo xii y el ámbito ibérico, un testimonio excepcional; sobre todo, si no se hace demasiado caso de lo que quiere contar y se centra la atención en lo que cuenta sin querer.

De los muchos personajes de la nobleza que desfilan por sus páginas, es Pedro Froilaz aquel sobre el que se suministran más noticias. Pero no es él, claro está, el personaje central. No es su historia la que se quiere contar. Y, en ese sentido general, se cumple la condición de que se habla de él, al menos en aquellos aspectos que no son principales desde el punto de vista de los clérigos de Gelmírez, sin querer. De este modo, no es imposible trazar, adoptando un punto de vista diferente al de los cronistas, algunos de los rasgos que caracterizan al personaje y a la clase a la que pertenece.

Comenzando por el final, la Historia compostelana no dice cuándo murió Pedro Froilaz; pero cuenta cómo. Sucedió en Compostela, donde se hallaba el conde cuando cayó gravemente enfermo. Con tiempo suficiente para hacer testamento, que es la razón por la que, en la medida en que la iglesia de Santiago está entre los beneficiarios, interesa el acontecimiento. Ese interés permite conocer, a través de los bienes legados en herencia y de sus flujos de procedencia y destino, algunas características del sistema de parentesco y de la base patrimonial de esta familia de aristócratas.

Debe decirse a este propósito que, a la altura del siglo xii, las cosas vienen de atrás y miran aún hacia atrás. La estructura de parentesco socialmente operativa no es aún la del linaje. Es la del grupo de padres e hijos, de hermanos y hermanas, como base para el establecimiento de alianzas y para la circulación de bienes.

No se ve aún aquí al jefe de la casa que decide en solitario y organiza el relevo sobre la base de la entrega del testigo al hijo primogénito; las decisiones testamentarias, tomadas en el lecho de muerte y en presencia del arzobispo confesor, son expresamente autorizadas por la esposa y los hijos, también presentes. Y hay, en otros pasajes de la crónica, claros testimonios de la distribución equilibrada entre hijos e hijas de los bienes del grupo, integrados distintamente por los de la esposa y los del esposo.

También las características de la base fundiaria miran hacia atrás. En el registro de Gelmírez, interesa solamente la parte del testamento que transfiere bienes a la iglesia. No se recogen en el texto las donaciones, “para evitar una desmedida extensión”. Su anotación detallada se guarda en el archivo. Son partes de villae, heredades, iglesias y monasterios, dispersos en un territorio muy amplio. Lo que, en vida, donó a la iglesia el conde Pedro, sus hermanas y hermanos y sus hijos confirma la misma estructura; la que es propia de los patrimonios aristocráticos durante el período altomedieval.

Sin duda, Pedro Froilaz era rico. Además, fue hombre muy poderoso. La base de ese poder era, en primer lugar, la fuerza. En las primeras referencias a él, de la Crónica compostelana ya destaca este rasgo. Hacia 1109-1110, Pedro Froilaz atraía la atención nada menos que del Papa. Pascual II se ocupó de él en una bula que contiene una destemplada reprimenda, porque el conde había expulsado “por la fuerza” al abad del monasterio de Cines. En contra de los deseos de los clérigos reformistas, se empeñaba el de Traba en mantener allí una comunidad de monjas. Y recurrió a la fuerza.

Inmediatamente antes de la escena de la muerte del conde, la información cronística acerca de él se cierra con la narración de otro acto violento: a la misma puerta del altar de Santiago, se dice, no tuvo Pedro empacho en golpear con sus manos a su colega el conde Alfonso. Dos demostraciones de fuerza enmarcan, pues, lo que la crónica gelmiriana dice de Pedro Froilaz. Pero no basta la fuerza bruta para el ascenso y el mantenimiento en la jerarquía feudal; la violencia ha de ser legítima. Se buscaba la legitimación. La buscó en los dos casos mencionados Pedro Froilaz.

Hubo otra bula de Pascual II sobre el monasterio de Cines, de tono muy diferente a la anterior, en la que el Pontífice venía a acceder, por los menos en parte, a los deseos del noble. Entre las dos bulas, tuvo lugar un viaje. El conde galaico deseaba legitimarse y sabía cómo hacerlo. Claro que viajar a ultrapuertos y, pergaminos en mano, presentarse ante el Papa no estaba al alcance de cualquiera; hacían falta fuerza para llegar y medios para convencer. Y el conde de Traba llegó y convenció. Los golpes al conde Alfonso en la catedral encontraron, si no legitimación, por lo menos perdón más cercano; lo alcanzó el aristócrata de Diego Gelmírez, no sin la correspondiente penitencia y la donación al arzobispo del monasterio de Cospindo.

Pero más que esta violencia física ejercida individualmente y legitimada por la vía de la religión, importa la violencia colectiva, la que los nobles ejercen como grupo; en este sentido, la violencia de clase; legitimada por la vía política. Hay, en este sentido, una violencia de legitimación fácil, automática, porque está asentada centralmente en la mentalidad colectiva.

Es la que se despliega en la guerra contra los enemigos exteriores, contra los infieles. Es la guerra en la que, desde luego, participan los nobles, la guerra para la que se preparan y de la que se benefician. Acompañando a Raimundo de Borgoña en el cerco de Lisboa o formando parte del ejército de Urraca en el castillo de Berlanga, la Historia compostelana presenta a Pedro Froilaz integrado en la lucha con los almorávides, desempeñando su función de bellator.

Pero se cuentan con los dedos de la mano las ocasiones en que puede verse al conde gallego participando en la reconquista. Por el contrario, las páginas de la crónica de Compostela están llenas de las inacabables batallas de la guerra interior. Como todas las crónicas, es ésta una historia política, dedicada a la narración de la constante lucha por el poder en el interior del reino. La participación en esa guerra interna de Pedro Froilaz, como la de los demás nobles, es constante, es una permanencia. Y su legitimación es menos automática.

El grupo es ahora la noción fundamental, el instrumento indispensable en el acceso al poder. La Historia compostelana presenta a Pedro Froilaz y a una parte de los nobles de Galicia enfrentados a otras asociaciones nobiliares. Por ejemplo, y con frecuencia, la que encabeza Arias Pérez. Son asociaciones juradas, en las que el juramento se usa para reforzar la coherencia de estos grupos que, no exentos de verticalidad, son ante todo horizontales.

Bien que con indudables peculiaridades, a la muerte de Alfonso VI vuelve a abrirse la posibilidad de la existencia de varios reyes en el regnum leonés, como había ya ocurrido en más de una ocasión en los siglos x y xi.

Y es en este fértil medio en el que ha de entenderse ahora la legitimación del poder aristocrático. En la Historia compostelana se tiene un rico cuadro de las diferentes posibilidades que se ofrecían. Arias Pérez y su grupo buscaron la imposición de su dominio al amparo de Alfonso el Batallador. Pedro Froilaz y los suyos estuvieron del lado de la reina Urraca; pero sobre la base de su estrecha asociación con el hijo que había tenido con Raimundo de Borgoña. El conde gallego, nutritus en la Corte de Alfonso VI, se encargó de la crianza de su nieto, a cuya educación destinó específicamente al ayo Ordoño. Siempre se ha subrayado la protección constante y la fidelidad permanente del conde hacia el futuro Alfonso VII. De momento es, ciertamente, la fuente de su legitimidad.

Subrayada hasta el punto de promover la unción y coronación del niño Alfonso Raimúndez en la catedral de Santiago. No como rey de Galicia sino de León; con el consentimiento de su madre. Luego, camino de la sede regia para refrendar lo ocurrido en Compostela, vino el encuentro con el Batallador y la derrota de Viadangos. Son las posiciones en el punto de partida. En absoluto inamovibles. La reina Urraca, con el apoyo de la aristocracia leonesa y castellana, pudo, tras derrotar al rey de Aragón, consolidar finalmente su posición en el trono. Cambia entonces la relación con los nobles gallegos. Arias Pérez intriga en la Corte contra Pedro Froilaz y su grupo. Pedro Froilaz sigue amparándose en Alfonso Raimúndez, pero ahora, después de que comenzara gran discordia entre la Reina y su hijo, queriendo convertirlo en rey de Galicia. Estaban abiertas otras posibilidades. Por ejemplo, la que pudo verse en el castillo de Sobroso, donde la reina Urraca era sitiada por el conde Pedro y la infanta Teresa, “hermana de la reina y señora de todo Portugal”. La crónica de Gelmírez presenta en una segunda ocasión a Pedro Froilaz y a Teresa, designada ahora como reina de Portugal, formando parte de un grupo —en el que por cierto está también Arias Pérez— enfrentado a la reina de León. La última vez que en la compostelana el conde Pedro aparece en su búsqueda de legitimación política está en prisiones, encarcelado por la Reina y por su hijo Alfonso, por entonces definitivamente unidos.

La imposición social de los grupos aristocráticos, es decir, de los fuertes y los ricos, tiene en el reconocimiento por parte de la Monarquía un elemento sustentador esencial. Y al revés: sólo mediante la aceptación y la colaboración de los nobles pueden los reyes hacerse presentes en el territorio: reclutar el ejército, percibir tributos, administrar justicia. En ese juego político todavía muy abierto, resultado directo de la dinámica social, tienen lugar las sumisiones y las rebeliones de los nobles, las uniones, los repartos y la creación de los reinos. Es en ese marco en el que cobra su pleno sentido una figura como la de Pedro Froilaz.

 

Bibl.: A. López Ferreiro, Don Alfonso VII, rey de Galicia, y su ayo el conde de Traba, Santiago de Compostela, Seminario Conciliar, 1885; Anónima, Historia Compostelana, o sea, Hechos de D. Diego Gelmírez, primer Arzobispo de Santiago, trad. de fray Manuel Suárez, intr. y notas de fray José Campelo, Santiago de Compostela, Ediciones Porto, 1950; E. Portela y M.ª C. Pallares, “Aristocracia y sistema de parentesco en la Galicia de los siglos centrales de la Edad Media: el grupo de los Traba”, en Hispania, 53 (1993), págs. 823-840; S. Barton, The aristocracy in twelfth-century León and Castile, Cambrige, Cambridge University Press, 1997; M. Torres Sevilla-Quiñones de León, Linajes nobiliarios en León y Castilla (siglos ixxiii), Valladolid, Consejería de Educación y Cultura, 1999.

 

Ermelindo Portela Silva

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