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Cayetano Carlos María Borso di Carminati

Biografía

Borso di Carminati, Cayetano Carlos María. Málaga, 6.VI.1797 – Zaragoza, 11.X.1841. Mariscal de campo.

Descendiente de una familia italiana, era hijo de Juan Borso y de María Carminati, naturales de Génova. Ingresó de cadete en la Guardia del Corpo, en 1815 y pasó a subteniente de la brigada Saluzzo en 1818.

En 1821 se enroló en el ejército sardo y participó en el levantamiento liberal del Piamonte (Italia). Fue ascendido a teniente por la Junta revolucionaria. Tras el fracaso de la insurrección, aplastada el 8 de abril de 1821, fue condenado a veinte años de galeras, pero emigró a España en 1822 y se integró en las filas de los constitucionales, por lo que fue encarcelado en Málaga al concluir el Trienio Liberal (1820-1823).

Luchó contra los franceses en la guerra de 1823 y después pasó a Inglaterra.

A principios de la década de 1830, tomó parte en la revolución de julio francesa y militó en la Joven Italia, sociedad secreta liderada por Giuseppe Mazzini, cuyo objetivo era obtener la unidad italiana. En 1831 pasó a Portugal, donde organizó el Regimiento de cazadores de Oporto, con el que participó en la guerra civil portuguesa. Posteriormente volvió a España y, tras luchar con el general Polignac contra el régimen absolutista impuesto por el monarca portugués Miguel, ingresó en el ejército isabelino para combatir en la Primera Guerra Carlista (1833-1840).

En 1836 se halló en la sofocación de la conspiración tramada en la plaza de Morella, con el sitio y ocupación de Cantavieja el 31 de octubre. Por su destacada actuación, el general en jefe del Ejército del Centro, Evaristo San Miguel, lo recomendó al Gobierno, que le dio las más efusivas gracias.

En la acción de Cherta, el 29 de junio de 1837, se enfrentó al general carlista Ramón Cabrera Griñó.

Borso di Carminati trataba de unirse al general Nogueras para evitar que la expedición de Don Carlos atravesara el Ebro. Los carlistas de Cabrera consiguieron interceptar todas las comunicaciones entre Nogueras y Borso, por lo que éste se enfrentó solo a los carlistas. Pero, tras cinco horas de combate, sin noticias de Nogueras y temiendo que la expedición de Don Carlos cruzase el Ebro, y que siendo muy superior en número aniquilase a sus tropas, decidió emprender la retirada a Tortosa.

Por la acción de Chiva, librada el 15 de julio de 1837, Isabel II le concedió el empleo de mariscal de campo el 6 de septiembre de ese mismo año.

Por Real Orden de 7 de noviembre de 1837, se le concedió licencia para casarse con la riquísima Rafaela María Anzano Parreño, viuda e hija de capitán de Infantería, con quien tuvo, al menos, un hijo, Emilio.

Según instancia fechada el 27 de septiembre de 1838, en Valencia, solicitó que le cambiasen su destino por otro más pasivo para ponerse en cura radical de sus dolencias o, en su defecto, que se le concediera en cuartel para Palma de Mallorca, exponiendo que llevaba siete años de campaña, cuatro de ellos en Portugal y los tres restantes en España a favor de Isabel II, en los que recibió una herida en la cabeza que le privó de la vista del ojo derecho, y su estado se había agravado, singularmente, por los padecimientos sufridos en el sitio de Morella.

El 27 de diciembre de 1838 se le destinó de cuartel en Valladolid; participó en las acciones de Chesta e Iniesta, ocurridas a primeros de ese mes y que cerraron la Ribera de Valencia.

En 1839 continuó en situación de cuartel, hasta que por Real Orden de 28 de junio, y a propuesta del capitán general de Cataluña, Jerónimo Valdés, fue destinado a sus inmediatas órdenes, con objeto de organizar el ejército de aquel principado. Se halló en las acciones sostenidas sobre las alturas y pueblo de Peracamps en los días 14, 15 y 16 de noviembre, y por los méritos contraídos se le concedió Mención Honorífica, aunque existían ciertos síntomas de desconfianza hacia él.

Hasta el 12 de marzo de 1840 permaneció a las órdenes del capitán general de Cataluña, fecha en la que fue despojado por el general jefe del Ejército y principado de Cataluña, Antonio Van Halen, del mando de la División que estaba a su cargo por desavenencias y pérdida de confianza. Fue enviado a Alicante para esperar órdenes del Gobierno, que le llegaron el 29 de noviembre de 1840 por la regencia provisional del reino, que le destinaba de cuartel en Madrid.

Durante 1841 permaneció en esta situación. En instancia de 5 de julio, dirigida al duque de la Victoria, regente del reino, solicitaba las recompensas a que se consideraba acreedor por las acciones de Peracamps, fundado en la propuesta que para el empleo inmediato superior realizó el general jefe del Ejército de Cataluña, Jerónimo Valdés. En su instancia indicaba que era el único no premiado de los propuestos.

También alegaba en su escrito igual olvido por las acciones en las que había participado para sofocar la conspiración tramada en la plaza de Morella, con el sitio y ocupación de Cantavieja el 31 de octubre de 1836, operaciones por las cuales el general en jefe del Ejército del Centro, Evaristo San Miguel, había realizado especial recomendación al Gobierno.

Una vez finalizada la guerra civil, doña Cristina tuvo que renunciar a la regencia y emigrar a Francia. Sus partidarios intentaron que se cumpliera el testamento de Fernando VII y, haciendo causa común con ella los moderados, se produjo una sublevación. Leopoldo O’Donnell en Pamplona, Borso de Carminati en Zaragoza, Montes de Oca en Urbitzu (Álava), Jáuregui en Bilbao y León, Concha y Pezuela en Madrid, se sublevaron.

Espartero reprimió esta sublevación contra él (que a su vez se había sublevado contra la Reina).

En septiembre de 1841 se le concedió a Borso de Carminati una licencia de dos meses para trasladarse a Zaragoza con motivo del fallecimiento de Francisco Casimiro Barrenechea, tío carnal de su mujer, y por tener que resolver asuntos propios. Se sospechó que dicho viaje tuviera relación con la conspiración contra Espartero.

De esta forma, el general Borso di Carminati se presentó en Zaragoza, en los cuarteles del 2.º Regimiento de la Guardia Real de Infantería, en la noche del 4 al 5 de octubre de 1841, para salir a la cabeza de ella a las cinco de la madrugada del día 5 con dirección a Pedrola, donde fue a pernoctar después de un descanso en Alagón.

Como consecuencia de lo ocurrido, el capitán general de Aragón y jefe del 3.er Cuerpo de Ejército de Operaciones del Norte, Joaquín Ayerbe, dispuso que se hicieran retirar a la izquierda del Ebro cuantas barcas se encontrasen entre Tudela y Zaragoza, en el supuesto de que no habiendo los sublevados cruzado el Ebro en Zaragoza, y hallándose desprovistos de barcas y del puente de Tudela, tendrían que buscar algún vado para unirse en Pamplona al general O’Donnell, como era su propósito.

El general Ayerbe, con la fuerza que le acompañaba, llegó al amanecer del día 6 de octubre a la vista de Pedrola. Al cabo de poco tiempo, logró alcanzar la parte delantera del Regimiento, y dirigiéndose al jefe de la fuerza, que era su coronel, el brigadier Latorre, consiguió que mandase hacer alto y llamar a parlamento.

El citado brigadier expresó al general Ayerbe que se había separado de sus órdenes para proteger la entrada en España de la Reina Madre, aclamándola por regente, sosteniendo la constitución vigente y deseando evitar, por todos los medios que le fuera posible, el compromiso de usar las armas, y preguntó, a su vez, si tenía resuelto hostilizarle.

Por tales proposiciones, el general Ayerbe, convencido de las causas que habían motivado los hechos consumados, continuó siguiendo al Regimiento.

Desde una loma observó que los batallones iban pasando el Ebro en sus barcas, mientras dos compañías guardaban el canal que le separaba del pueblo.

En vista de ello, mandó a su jefe de Estado Mayor para que volviera a parlamentar con el brigadier Latorre, manifestándole que por su parte deseaba también evitar el derramamiento de sangre, que se persuadiese bien de su situación y abandonase sus propósitos, a lo que contestó tener el sentimiento de no poder subordinar sus compromisos a unas ideas por las cuales había tenido siempre una particular diferencia.

Apenas habían concluido los batallones de pasar el río, cuando las dos compañías apostadas en el puente del canal fueron a reunirse con el general Ayerbe, momento en el cual dirigió éste su voz a las tropas de la orilla opuesta que iban desfilando a Tauste. En ese momento, una gran parte del Regimiento, sin distinción de grados, se le agregó sin oposición de sus jefes y oficiales.

El general Borso di Carminati se separó de los batallones frente a Luceni, y fue capturado y conducido por Mallén a Borja, ciudad en la cual quedó custodiado por la Milicia Nacional.

En el parte que da el general Ayerbe al secretario de Estado y del Despacho de la Guerra, justifica su prudente concesión con los miembros del Regimiento de la Guardia por la gran cantidad de sangre que se ahorra y los males que se evitan al país.

Ayerbe ordenó que el acusado fuese juzgado, inmediatamente, por un consejo de guerra verbal y que la sentencia se llevara a efecto. Al parecer, el juicio se realizó lo antes posible con motivo de haberse manifestado, en este sentido, los jefes políticos y dos alcaldes constitucionales, que deseaban que se llevase a efecto nada más presentarse el reo por ser conveniente para la convivencia pública y por la ansiedad que reinaba en el vecindario.

Borso di Carminati fue trasladado a las Cárceles Nacionales de Zaragoza, y, el día 10 de octubre, en el salón de las expresadas cárceles, se constituyó el Consejo de Guerra presidido por el coronel teniente Rey de la Plaza con la presencia como vocales de seis capitanes con grado de teniente coronel del Regimiento de Caballería de la Reina y un escribano, sargento 2.º del Regimiento de San Fernando. El Consejo de Guerra dio comienzo a las siete de la tarde y se celebró, sin interrupción, hasta las dos de la madrugada.

Después de hacer comparecer al acusado, se le previno de que iba a ser juzgado por un consejo de guerra verbal. Borso di Carminati nombró como su defensor a un teniente de Caballería de la Reina.

En el interrogatorio alegó que había llegado a Zaragoza con pasaporte del Gobierno hacía nueve días, se había hospedado en la fonda Cuatro Naciones y que desconocía la presencia del Regimiento de la Guardia Real de Infantería en esa ciudad. Afirmó que no tenía ningún proyecto ni se lo expuso a nadie y que no existía ningún motivo por el que se pudiese deducir que él fuera el jefe o director de la llamada rebelión; que jamás se puso en cabeza del mencionado Regimiento, ni se dieron voces subversivas, y que si salió con esa unidad fue por poner su vida en seguridad, según le había prevenido el general Ayerbe en la entrevista que tuvo con él, en la que le informa de que un diputado, varios individuos de Zaragoza y algunos miembros del ayuntamiento, le habían avisado que se hallaba expuesto en esta ciudad y que debía marchar cuanto antes de ella, y le había ofrecido como compañero, dinero y cualquier cosa que pudiera necesitar. Añadió que al llegar a Zaragoza no había observado nada que atentase contra su vida y que en la fonda nadie le insultó ni amenazó, pero que tuvo en cuenta las advertencias del general Ayerbe.

También, que había oído decir al coronel del Regimiento que marchaban sin dirección por no hallarse seguros en la capital. Para finalizar, expuso que abandonó los referidos batallones antes de que el general Ayerbe los arengase, porque se había enterado de que entre las tropas que le acompañaban venían algunos nacionales y temió que pudiese haber algún conflicto entre éstos y la guardia, no queriendo presenciarlo ni contribuir por su parte a que hubiera alguna desgracia.

Se reafirmó en que no había habido voces subversivas, ni proyectos de rebelión, pues de ser así no hubiera dejado el capitán general de Aragón impune este delito, concediendo pasaportes para el extranjero a los jefes y oficiales que lo habían solicitado, incluido el brigadier coronel del cuerpo, por lo que como mucho debería ser castigado con falta de disciplina. Y, por último, que a nadie le constaba mejor que a él la legalidad, pues se halló presente en la renuncia que hizo Doña María Cristina, en cuyo acto se halla su firma.

El tribunal manifestó que a la vista de la declaración del acusado y teniendo presentes los cargos que contra él resultaban, consideraba que no se habían debilitado en nada con sus contestaciones. Por todo ello, le condenó a la pena de ser pasado por las armas por la espalda como traidor, según lo previsto en el artículo 1.º del Real Decreto de 17 de agosto de 1825.

El día 11 se le condujo al campo llamado del Sepulcro, donde se ejecutó la sentencia a las tres en punto de la tarde.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General Militar (Segovia), exp. personal.

A. Postigliola, “Borso di Carminati (Borso Carminati, Borso de’ Carminati), Gaetano”, en VV. AA., Dizionario Biografico degli Italiani, vol. XIII, Roma, TReccani, 1971, págs. 132-134; VV. AA., Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, Madrid, Espasa Calpe, 1924; G. Bleiberg (dir.), Diccionario de Historia de España, t. I, Madrid, Alianza Editorial, 1986; VV. AA., Gran Enciclopedia de España, Zaragoza, Enciclopedia de España S.A., 1991.

 

Emilio Montero Herrero