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Pedro de Alcántara Pérez de Guzmán el Bueno y López-Pacheco

Biografía

Pérez de Guzmán el Bueno y López-Pacheco, Pedro de Alcántara. Duque de Medina Sidonia (XIV). Madrid, 25.VIII.1724 – Villafranca del Penedés (Barcelona), 6.I.1779. Noble ilustrado.

Hijo único de Domingo Pérez de Guzmán, XIII duque de Medina Sidonia, y de Josefa López Pacheco, hija a su vez de Josefa de Benavides y Silva y de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga, VIII marqués de Villena, fundador de la Real Academia Española.

Nació en un mundo fuertemente ligado a mantener “el orden de las cosas”, realidad que con el tiempo sumergirá al joven noble en un estado permanente de conflicto ético y moral. Educado severamente, bajo orden directa de su progenitora, por notables educadores, como fueron Gregorio Mayans i Siscar, amigo personal de Josefa, y por Tiburcio Zapata, hombre culto e inteligente que fue secretario de la casa del marqués de Villena y del que Pedro Pérez de Guzmán recibía lecciones “mañana y tarde”, usando como libros de texto a Gracián, El Quijote, el Lazarillo, la Perfecta Casada de fray Luis de León, o las Fábulas de Fedro, tanto en latín y francés, así como las Cartas de Antonio Pérez, entre otros. Tan cargado tenía el día, que durante su infancia suplicaba prolongar los escuetos recreos, para poder jugar. En este contexto, es de destacar la influencia que ejerció en su espíritu el padre Feijoo, cuya obra el Teatro Crítico regaló su padre a la duquesa, lectura que aprovechó también el niño, cambiándole a partir de este momento la vida.

Con tan sólo doce años, comenzó entonces a vislumbrarse en Pedro Pérez de Guzmán un compromiso con ciertas reglas de conducta y de gobierno de su propia persona, que se caracteriza por un estilo de actuación, concebido desde la profunda creencia de que las prácticas se labran desde un comportamiento ético, capaz de transformar las mentalidades y, en consecuencia, hacer de la virtud una costumbre. Años más tarde, conocería al benedictino —uno de los primeros españoles que arremetió contra la mentira y la superstición— a través del padre Sarmiento, estableciéndose una relación epistolar de la que se conservan dos cartas en el archivo de la Fundación Casa de Medina Sidonia.

De hecho, la documentación conservada en el archivo permite ahondar en los elementos que condicionaron la relación entre este hombre y su entorno. Así, en el análisis de las estrategias familiares, el papel de la madre en la formación del hijo, la herencia de unas formas o pautas de comportamiento, la política educativa y sus nuevas metodologías, introducidas en los principios pedagógicos, a la hora del aprendizaje de un joven de la nobleza, que constituyen los puntos centrales para arrojar nueva luz sobre el papel de la elite ilustrada, en el contexto de un sistema absolutista.

En 1738, cumplidos los catorce años, mayoría de edad entonces, se despidió su profesor Mayans de su alumno, no sin antes darle la última lección, consistente en el regalo de un cajón de velas, para recordarle que “velando se aprende” y que el alumno ejerció en todos los actos a lo largo de su vida, ligados a la reflexión, sustentada bajo el enorme peso de la razón.

Un año después, en 1739, falleció su padre, lo que permitió acercarse a los círculos cortesanos de los que hasta entonces le había mantenido apartado su madre.

Pasó así a la Corte, en compañía de Zapata, cubriéndose de Grande aquel mismo año, llamando la atención de Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada, ministro que intentó reformar, tanto desde la vertiente política como económica, al país que se debatía entre la modernidad y el mantenimiento de las viejas estructuras de poder, en donde las posibilidades de cambio chocaban con el orden inherente del sistema absolutista. Pero 1739 fue también un año decisivo en la vida del nuevo duque de Medina Sidonia, porque la duquesa viuda, al tiempo que inició conversaciones para casar al hijo con Ana de Silva y Álvarez de Toledo, hija de Manuel de Silva y Mendoza, X conde de Galve, y de María Teresa Álvarez de Toledo, XI duquesa de Alba, le llevó a conocer sus estados en Andalucía. Dos años duró el viaje, quedando ligados paisaje y vidas a su pensamiento, que fueron objeto de intensos estudios y planes de reformas, dirigidos a mejorar la vida de los individuos en general y de los andaluces en particular. De estas cuestiones y de tantas otras, el archivo ofrece todo un abanico de información, mediante la cual es posible reconstruir la topología de esta era ilustrada.

A su vuelta a la Corte, contrajo matrimonio en Hortaleza (Madrid), el 22 de octubre de 1743, y, como otras mujeres de la casa de Medina Sidonia, Ana de Silva tomó a su cargo el gobierno y administración del estado, contando con la inestimable ayuda y asesoramiento de Francisco de Salanova, antiguo secretario de Josefa Pacheco, mientras su marido estaba ocupado en el real servicio y en labores intelectuales en las que pretendía dar respuesta a determinadas realidades, que le sumergían en un estado de conflicto permanente, y así tomó contacto, entre otros, con las obras de Newton, Locke, Diderot, Rousseau, Hume y Voltaire. Por ello consiguió en 1745 licencia del Consejo para poder “leer libros prohibidos”. Pese a lo cual, el inquisidor general hizo que le expurgasen su biblioteca. Mermados sus fondos, acudió a su amigo el cardenal Portocarrero, quien en 1750 le remitió permiso de Roma, para que en adelante pudiese leer lo que quisiese. Pero la experiencia le hizo prudente, manteniendo dos bibliotecas: la pública en el salón de su casa de la Cuesta de la Vega, en Madrid, centro de tertulia de ilustrados; y la privada, escondida en el aljibe. Especial importancia hay que conceder a sus redes de relación, pues mientras establecía contacto con la tertulia ilustrada de “Los Caños del Peral”, grupo rico en inteligencia del que siguió atento sus discusiones asentadas en la nueva ética ilustrada, formó pronto otra tertulia en su casa en la que intervinieron el benedictino fray Martín Sarmiento, el jesuita padre Eximeno, el padre Soler, el abate Varnier, Campomanes, Aranda y otros hombres dispuestos a “cambiar el mundo”. De otra parte, Antonio de Ulloa, que le había proporcionado la máquina “pneumática”, le puso en contacto en 1744 con Jorge Juan, quien a su vez le abrió las puertas de la Royal Society de Londres, institución en la que fue admitido con todos los honores. Además, a la muerte de Felipe V, en 1746, los ilustrados se preparaban a poner en acción sus ideales de existencia, lo que permitió Fernando VI, no así sus ministros. No obstante, fue un período de esperanza y paz, donde los ilustrados fueron escuchados, pudiendo dar libre curso a sus iniciativas. De este modo, surgió en 1756 la Sociedad Vascongada de Amigos del País en Vizcaya, fundada en Vergara por el conde de Peñaflorida, que fue el germen de las demás sociedades que nacieron para dar respuesta a una sociedad donde el modelo de mercado y las técnicas de producción giraban en torno a unas estructuras políticas y sociales obsoletas, donde las necesidades del conjunto social estuvieron determinadas y, por ende, aisladas de la vida cotidiana. En este contexto, los ilustrados españoles, que lo eran por creer en “otra sociedad posible”, vieron en la iniciativa el modelo que les permitiría cambiar el país, entre los cuales, el duque de Medina Sidonia trabajó en su modelo de reforma agraria. Partiendo del principio de que el campesino sin tierra era ciudadano improductivo, pues sumido en la miseria le impediría generar prole, muriendo de hambre si nacían, y, por el contrario, quien poseía propiedad extensa, se convertía igualmente en carga por mantener el suelo improductivo, proyectó repartir la tierra sobrante entre los desposeídos, en cantidad suficiente para que pudieran alimentarse y producir excedente, a la medida, con dehesas próximas en las que meter el ganado y que, cerrando el ciclo, les procurase estiércol, para abonar sus cultivos.

Para obligar a los labradores, se les diría que habrían de pagar lo recibido, si bien luego les devolvería el dinero una vez finalizado el pago, con el fin de que adquiriesen ganado. Al proyecto sumó el que había de despejar pueblos, pobres porque al estar excesivamente poblados, las tierras comunes no tenían suficiente cabida.

Planificó la fundación de poblaciones satélites, lo suficientemente próximas al núcleo de origen, para que los parientes pudiesen ayudar a los desplazados en sus tareas, eligiendo tierra fértil y ubicación bien comunicada, dando preferencia en la rivera de un río navegable o a la costa de la mar. Iniciadas ambas reformas a sus expensas, las interrumpió la muerte prematura del Rey, retomando la idea de las “poblaciones” de Carlos III, en las de los alemanes de Sierra Morena. Diferentes los fines, lo fueron las premisas y los medios.

Indica la mentalidad del XIV duque de Medina Sidonia una limosna, consignada en 1755, a un soldado francés perseguido, por haberle acusado la Inquisición de “fragmason”. Antes había pasado a ocupar la Silla L como numerario de la Real Academia Española, sustituyendo a Francisco Javier de la Huerta y Vega, que había fallecido finalizando el mes de mayo de 1752, institución de la que había sido fundador su abuelo el VIII marqués de Villena, además de director, cargo que continuaron ostentando su tío carnal Mercurio López Pacheco, IX marqués de Villena, y sus primos hermanos Andrés y Juan Fernández Pacheco, respectivamente, X y XI marqueses de Villena, y que desde que falleció José de Carvajal y Láncaster en 1754, ocupaba su cuñado Fernando de Silva y Álvarez de Toledo, XII duque de Alba, que por otra parte fue quien le apadrinó, entonces como duque de Huéscar, en su recibimiento como caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro, el último día del año de 1753. Asistió como académico numerario a los preparativos del Suplemento del Diccionario de Autoridades, hasta que en 1753 se abandonó la idea y se optó por una segunda edición, de la que apareció el primer y único volumen en agosto de 1770, que se complementó con las dos ediciones de la Ortografía, publicadas en 1754 y 1763, y asimismo acudió a la sesión del 7 de julio de 1767, en que se adoptó el acuerdo de retomar los trabajos de redacción de la Gramática de la Lengua Española que vio la luz en marzo de 1771, cuya primera edición se agotó rápidamente y se decidió una reedición tan sólo un año después, a la que se incorporaron una serie de correcciones y modificaciones. Otros trabajos que, durante estos años, se emprendieron en la Real Academia Española fueron la publicación de un diccionario más reducido y manejable y la preparación de una edición del Quijote, cuya impresión nunca llegó a ver el duque. De otra parte, Medina Sidonia, fue gran amigo de Nicolás Fernández de Moratín, quien, con motivo de una enfermedad, le dedicó un poema, y, además, tradujo e hizo imprimir algunas obras como La Pluralidad de los Mundos, de Fontenelle; Iphigenia, de Racine, o la tragedia de Piron, Hernán Cortés. Convencido de que la redención de su especie pasaba por la cultura, introdujo en sus pueblos la Sociedad de Amigos del País, dotando a los ayuntamientos de biblioteca, en las que no faltaba lo último en agricultura y otras ciencias ni la Enciclopedia, procurándose permiso especial cuando fue prohibida por la Inquisición.

El siguiente período lo marcó la política de Carlos III, que accedió al Trono en 1759, a la muerte de su hermano Fernando VI y cuyo sistema administrativo y práctica política llevó al país a una extrema situación de inestabilidad, en donde las viejas formas fueron impuestas bajo visos de una mal entendida “modernidad ilustrada”. También para el duque de Medina Sidonia fue una época difícil, tanto en el aspecto intelectual, como personal. Con la aparición de la Real Pragmática que excluía de las escuelas a los hijos de los campesinos, el señor de un estado que deseaba vasallos cultos, con criterio y capacidad de juicio, hubo de renunciar al maestro de Gramática asalariado, que impartía enseñanza media a los hijos de los pobres, prefijando así una dimensión nueva a las relaciones de gobernante y gobernados, que motivó la suspensión de los proyectos del reinado anterior. Fue este período de recorte de libertades de gran indeterminación para el duque, que le alejó paulatinamente del mundo cortesano y de su pensamiento inicial, a pesar de ser gentilhombre de cámara de Su Majestad y su nombramiento de caballerizo mayor por parte del Rey, en enero de 1768.

Como sujeto nacido dentro de las estructuras de poder, las bases ideológicas del duque, que le llevaron a considerar que los sistemas de representación eran evidencias palpables de una sociedad regresiva, le enfrentaron a una de sus mayores contradicciones, señalando a un hombre que se debatía entre “el deber ser y querer ser”. Y es en este orden donde queda situado su discurso leído ante la Sociedad Madritense de Amigos del País, que tituló El Testamento Político de España.

Ésta fue fundada por Carlos III tras poner, en su afán centralizador, a las Sociedades de Amigos del País bajo su protección, y en la que hubo de ingresar el duque de Medina Sidonia pagando dos doblones en concepto de cuota de entrada, que recibió Campomanes, cuyo recibo se conserva junto al manuscrito, que pudo ser su discurso de entrada o de profundis, dedicado a un sueño que, en algún momento de la existencia humana, habría de convertirse en realidad.

El potencial creativo del XIV duque de Medina Sidonia fue amplio y conocido fuera de las fronteras españolas, razón por la que fue su última voluntad pasar a residir en Francia, país que idealizaba y al que casi llegó de no haberlo impedido la muerte que le sobrevino en Villafranca del Penedés, pernoctando en la Venta de los Frailes, donde enfermó inopinadamente, asaltado por vómitos negros. Murió el día de Reyes de 1779, quizás envenenado por aquellos que temieron su palabra, sin ver cumplido su sueño de cruzar la frontera, alejándose de un país que se le hizo cada vez más incómodo. Con su muerte se acababa el trabajo de un hombre que intentó transformar su patria, indicando a sus coetáneos espacios nuevos y susceptibles de cambio, transmutando viejos valores por una ciencia nueva, de modo tal que condujese a los individuos a pensar por sí mismos, despertándolos de su letargo, para elevarlos a su “mayoría de edad”.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Casa Ducal Medina Sidonia, legs. 768, 773, 789, 793, 811, 822, 1972, 2276- 2281, 2284- 2289, 2292, 2328, 2340, 2346, 2350, 2356, 2360, 2368, 2384, 2392, 2935, 3592, 3634, 3636, 3638, 3643, 3658, 3801, 3802, 3812; Archivo Real Academia Española.

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Liliane M. Dahlmann